Capítulo 1
Capítulo 1
Mujer
Narrador omnisciente
Siempre se preguntó el motivo por el cual la mujer había sido condenada al dolor físico desde la niñez. Asimilaba su dolor al de un parto, o bueno, a sus contracciones, pero uno que no quería tener jamás. Su genio no ayudaba al momento, y recibir reniegos por parte de su hermana no era algo que le fascinara. Había conocido a profundidad los efectos de la fatiga, la ira y el llanto. Y, a veces decía: «quisiera no ser una mujer».
—¡Se nos hará muy tarde! —gritó Támara, observando a Isabela recostada en su cama.
—¡Es que no quiero ir! —chilló irritada.
—Tú jamás quieres —rodó los ojos, suspirando—. Ven conmigo, sólo serán dos semanas —recalcó intentando convencerla—. ¡Por favor! Sabes que no sería lo mismo sin ti, aunque los demás estén allí.
Isabela resopló y le echó una mirada de molestia.
—Bien, pero... —su amiga sonrió—solo lo hago por ti.
—¡Serán unas vacaciones maravillosas! —exclamó llena de emoción, yendo hacia la puerta—. Te espero abajo ¡Es para hoy, perezosa!
—¡Ya lo sé, no me hagas cambiar de opinión!
Ese -lindo- día, no era tan lindo para ella. Para su -buena- suerte, un visitante muy -amigable- llegó a su vida hace aproximadamente dos días. Sus cambios de humor eran los peores, y sus dolores mucho más. Su sensibilidad era muy notoria y por eso prefería encerrarse en su habitación y no ver a nadie, ni siquiera a Liu, para no lastimarlo.
En ocasiones se sentía la mujer más feliz del mundo y decía que amaba ser una de ellas. A veces reía y a veces lloraba. En fin, todo un caso inexplicable, pero hermoso: la mujer.
Támara, estando fuera de casa, conversaba con la tía Mai y Mari sobre los cuidados que le daría a Isabela durante el viaje. Marisol no estaba segura de que su nieta fuese a salir de casa en su estado, pero tampoco quiso desilusionar a su amiga, por lo que solo sonrió. No obstante, se sorprendió mucho al girar y encontrar a su nieta con una bolsa de ropa y cosas personales. A veces solo era ella y su sentir.
—¿Nos vamos? —inquirió, en el marco de la puerta.
Támara asintió.
—Abuela, tía Mai, nos veremos dentro de dos semanas —se acercó para abrazarlas—, cuídense, y no beban café muy tarde. Las amo.
—Hasta luego —se despidió la morena—, traeré a Isabela sana y salva. Lo prometo.
—Adiós, chicas. Con cuidado. Las amamos —dijeron las ancianas.
Juntas, con distintas emociones y sensaciones, se fueron adentrando al bosque, bajo el tenue silencio que emanaba el mismo. Yendo sumidas en sus pensamientos, una de ellas no notó que iba a pisar a una pequeña palomita que se había lastimado el ala. No obstante, el desesperante movimiento de los árboles llamó su atención, provocando un gritillo de espanto.
—¡Es una palomita!
—Está lastimada —su ala izquierda estaba rota.
Isabela la tomó en sus manos y la acarició, sintiendo el miedo de la palomita.
—Tranquila, no te haré daño —murmuró—. ¿Qué haremos con ella?
—No lo sé. No podemos llevarla —contestó la otra—. ¿Y si la dejamos en casa?
—Liu jugaría tanto con ella, que la mataría —rio—. Lo mejor será llevarla.
Tamara suspiró y dijo:
—Si así lo quieres.
Sin más intromisiones, se dirigieron a la escuela.
Un año había transcurrido desde que se desmoronó en los brazos de su amigo, desde que dejó de ser una niña. Había adoptado un comportamiento más maduro, y los llantos y ruegos ya la habían abandonado hace mucho. Aún no superaba su perdida y realmente no sabía si lo haría algún día, pero ya no lloraba.
Su mente había cambiado, y ahora le preocupaban otras cosas más cercanas y futuras, propias y ajenas; Támara, por ejemplo. Aún recordaba la conversación que tuvieron en días anteriores, la misma que estrujó su corazón por no saber cómo ayudarla. Se sintió tan impotente e inútil.
—«Haz estado muy distraída últimamente» —le dijo, viendo las avecillas volar.
—«Alex ha estado evitándome durante las últimas semanas y eso es muy cruel» —comentó un tono melancólico.
—«Tranquila, seguramente existe una buena razón» —se acercó y poso su mano en su hombro—. «No te desanimes ¿Bien?»
—«Gracias» —susurró y luego le abrazó.
No quería que ella sufriera, no por el amor de un chico. Ella mantenía muy cerrado su corazón en ese aspecto. No le hacía falta el amor de alguien más que el de su familia y amigos. O al menos, eso decía siempre que tocaban el tema. Sin embargo, no había podido evitar percatarse de ciertos comportamientos inusuales Lucas, quien parecía estar todo el tiempo preocupado y atento; y Esteban, siendo más cariñoso y detallista.
A veces la confundían. Pero prefería hacerse la ciega. No quería discutir.
Tanto fue el tiempo en que se sumió en sus recuerdos y pensamientos, que en un abrir y cerrar de ojos notó que ya estaba dentro del instituto, observando a muchos de sus amigos con grandes maletas como si se fueran de viaje por un mes, mientras que ella solo llevaba su bolsa con cosas personales y un poco de ropa.
El viaje no era para holgazanear, sin embargo, eso no les quitaría el permiso de darse un respiro y divertirse. Servía para un proyecto que harían al final del trimestre, y tenía mucho que ver con relación a la naturaleza. Entre tanto ajetreo ambas se encontraron con la presencia de Lucas y su mochila casi a explotar.
—Santo Dios, ni siquiera yo soy así —se asombró la morena.
—Mamá insistió en ello —Lucas se quejó.
—Y después se quejan de nosotras —rio Isabela.
—Jamás volveré a dudar de tu gran don de convicción —confesó él—. Te has superado.
Lucas estiró su mano para entregarle lo acordado en la apuesta.
—Nunca me subestimes —sonrió altiva—. No, mejor hazlo. Quiero volverte a ganarte.
Isabela los observó confundida.
—¿Apuesta? ¿Ustedes apostaron mi asistencia? —reclamó.
—Cálmate, Isa... Nos...
—¡Me hubiera podido quedar en casa!
—Lo siento —se disculpó Lucas—. No creímos que...
—También lo siento. Pero no fue solo por la apuesta que te busqué. Realmente no sería lo mismo sin ti. ¡Son dos semanas!
Isabela fijó la mirada a su costado.
—Ya no importa... —chasqueó la lengua—. ¿Entramos al salón? —asintieron.
Una vez estando dentro notaron al resto de compañeros charlando amenamente. Isabela buscó. Isabela buscó con impaciente aquella mirada graciosa y alegre, encontrándola al fondo de la multitud, como la primera vez. Ambos se miraron, se sonrieron y se acercaron.
—Esteban —susurró.
Él se levantó de la silla que lo sostenía y se apartó de todas, llegando frente a ella.
—Creí que no vendrías —dijo, algo desconcertado.
—Así era —suspiró, moviendo sus ojos a la dirección en donde se encontraba Támara—. ¿También te obligaron a venir? —soltó un par de risas.
—Algo así —miró a Alex charlar gustosamente con Támara—. ¿Cómo has estado?
La última vez que se vieron fue hace un par de días. La llegada del visitante logró endurecer muy temprano a Isabela, que, aunque no quisiera, se desquitaba con todos los que se encontraban a su alrededor. La furia, el orgullo y la prepotencia de ambos los llevó a distanciarse por varios días. Y hasta el momento ellos se habían dirigido la palabra, y aunque sus mirabas delataron cuanto se necesitaban, ninguno dio su brazo a torcer.
—He estado bien —contestó—. Esteban... lamento mucho lo que dije la última vez —estaba apenada.
—También yo —confesó cabizbajo—, siento haber dicho tonterías, es sólo que tuve un mal día y.... me desquité contigo —fijó sus bellos ojos grises en ella.
—Gran parte fue mi culpa. Estos días he estado de mal humor y siento que no puedo ni conmigo misma y... —fue interrumpida.
—Bruja, tranquila —sonrió, tomando su mano izquierda—. Me hiciste mucha falta.
—También te extrañé —confesó aliviada, para luego abrazarlo.
Sus compañeros comenzaron a mofarse, otros a aplaudir y algunos ni siquiera siguieron viendo la escena. Su amistad era envidiable, pero también apoyada por muchos. Al rato se separaron y se acercaron a sus puestos.
—¿Todos están listos? —preguntó Gisella muy feliz.
—¡Estamos listos! —exclamaron, ansiosos de partir.
—¡Muy bien! —alentó feliz.
Todo el grupo de estudiantes se encaminó al bus escolar que los dejaría en el campamento. Cuando subieron, cada uno escogió el asiento que ocuparía y el de sus parejas y amistades, como Támara, quién se sentó junto a su mejor amiga; como Mía, que le guardó un puesto a Lucas y Esteban, quien no tuvo problemas de sentarse con Alex.
La emoción era más notable en unos que otros. Y en el caso de Isabela, sería una mentira decir que rebosaba de felicidad por el viaje, pues sólo quería su hogar. Pero tratando de no poner mala cara, se dispuso observar su panorama través de la ventana. Y mientras lo hacía, esbozó una pequeña sonrisa al recordar su última plática. Ahora podía estar más tranquila, ya había arreglado las cosas con su amigo y eso significaba un peso menos encima.
Se afirmó a la ventana para tomar una siesta, mientras sentía el sol calentar su cara. Sus párpados fueron cayendo lentamente. Quería dormir. Pero como si de una patada en el estómago de tratase, un fuerte dolor vino a su vientre, causándole fruncir sus facciones. Sintió una gran molestia, como si hubiese una gran explosión dentro de ella. Una lágrima cayó de su mejilla. Deseaba con todas sus fuerzas que sus días tormentosos acabaran cuanto antes. Aliviando su dolor, cayó en un profundo sueño; mismo que la desprendía de la realidad en la que vivía.
Hola, querido/a lector/a. ¿Cómo estás? ¿Qué tal todo?
Este es el primer capítulo de Isabela: decisión. Y como ya dije antes, para entender un poco más esta historia, se debe leer la parte 1 y la 2.
Melany V. Muñoz.
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