Capítulo 2
Capítulo 2
No fue una pesadilla
Isabela
Desde ese día, mis días fueron de mal en peor. Estaba desanimada, no tenía buen humor, todo me enfurecía y me irritaba. Habían pasado un par de días desde la fiesta de mi abuelo, y casi todo había vuelto a la normalidad. No obstante, un día bajé
a desayunar sin ganas y con el peor humor posible. Cuando llegué a la mesa, noté que no era la única con problemas de genio: mi abuelo también estaba algo molesto, según dijo se le habían perdido unos documentos muy importantes. Toda la mañana pasó renegando, y yo me sentía más asfixiada.
Soporté y soporté... Hasta que exploté.
Olvidé hacer mis tareas de la mañana después del desayuno y mi abuelo se molestó demasiado. Y aunque sabía que precisamente no estaba enojado por mí, me sentí mal y ambos discutimos. Él se fue al sótano y yo me salí de casa abrumada y sintiéndome culpable.
Caminé y caminé, creí que así despejaría mi mente. Luego fui a casa de Támara, quería conversar con ella, pero no estaba, por lo que preferí seguir caminando sin rumbo hasta que estuviera más animada a volver a mi casa. Fue entonces cuando creí conveniente nadar un rato, por lo que me dirigí al arroyo Grasshopper que se une al condado del río Beaverhead.
Me senté en el monte a pensar, y luego a llorar por horas. Quería muchas cosas, como que mis padres estuvieran conmigo, que Lucas ya no se fuera, y que mi abuelo perdonara mi mal comportamiento. Pero no tenía nada para hacer mis sueños realidad.
Pasé el medio día entre el remordimiento y la serenidad. Una extraña confusión. Tomé un poco de agua en mis manos y me enjuagué la cara. Era débil, pero aun así tenía que volver, así que cuando vi muchos colores cálidos en el cielo, me levanté del suelo y me eché a andar.
Durante mi recorrido fui pensando en cómo pedirle disculpas a mi abuelo, y en si tal vez él perdonaría o no mi insolencia. Aunque una parte de mí temía, la otra estaba segura de que lo haría. John me amaba mucho. Y yo a él, aunque creo que eso no era suficiente, porque cuando llegué, a lo no muy lejos de mi casa, mucha gente, una ambulancia, murmullos y llantos.
Me asusté mucho, pero tenía que saber que estaba pasando, así que corrí lo más rápido que pude y cuando me detuve a pedir paso, le vi. Era mi abuelo el que llamaba la atención de todas las personas en una camilla de ambulancia, con una expresión llena de tristeza y dolor.
Su tiempo se detuvo y el mío con él. Sentía que una parte de mi se iba otra vez. Me lancé al piso y lloré sin importarme que los demás me viesen tendida en medio de la lastima. A mi lado estaba mi abuela, ella tan destrozada como yo. La abracé y le pregunté qué había pasado. Ella no puso qué decirme y se echó a los brazos del llanto.
La conciencia me decía que yo era la culpable. «¡Estúpida Isa, mil veces estúpida!» pensé con desesperación «¡Todo esto es culpa tuya! ¿Vez lo que provocas? ¡Eres la hierba mala que nunca muerte y vive en su pasto».
Támara y Lucas estaban conmigo desde lo lejos. Yo no quería hablar con nadie, me sentía fallecer a la vista de todos, veía sus caras llenas de molestia y reproche. Todos apuntándome con el dedo y diciéndome cuan mala nieta había sido.
Lo único que hice fue correr y tenderme en el suelo de mi habitación. Por la noche no pude dormir, sentí mucha impotencia y enojo conmigo misma, por ser mala y egoísta. Sabía que no
podría quedarme allí más tiempo, pero también que tenía un lugar en el que podía desahogarme.
A la media noche, cuando los padres de mis amigos yacían acompañando a mi abuela en su dolor en la sala de estar, salí de mi habitación con una mochila llena de ropa y una foto de mi abuelo. Entré a la cocina y tomé algo de galletas y pan para guardarlas en ella y luego irme sigilosa... y tal vez para siempre. Pero cuando quise perderme en la oscuridad de mi exterior, mi buen amigo Liu vino tras de mí.
—Volveré —lo abracé y mentí—. Te quiero mucho, Liu.
Lo dejé en la cocina y partí antes de que avisara a todo mundo de mi huida. Corrí y me escabullí en el monte, lejos de las casas, adentrándome al bosque en medio de la fría soledad y el tétrico silbido que oía del viento. No veía nada más que la luna frente a mí, ella era mi única compañera y testigo.
La única ventaja que tenía era conocer el bosque, o parte de él. Pero las desventajas eran más grandes todavía: no era la única que lo conocía, no tenía otro lugar y sabía perfectamente que mis amigos podrían encontrarme a mí. Y dicho y hecho, uno de ellos me seguía. Sus me pusieron alerta, así que busqué los árboles más grandes para cubrirme hasta que se marchara.
—¡Isabela, no te vayas! ¿Podemos hablar? —su voz se oía preocupada—. Hay que regresar.
Tenía muchas ganas de ir corriendo a sus brazos y decirle lo mal que me sentía, que todo esto pasó por mi culpa, pero solo me quedé allí detrás, hasta que él creyera que me había ido.
Lucas
Siempre me pregunté por qué la gente buena muere en pésimas condiciones, sabiendo que siempre será un enigma. No conocía este dolor, nunca lo había percibido antes, y por eso no sabía cómo podía ayudarle a Isabela.
—Hijo, ve a mirar cómo se encuentra Isa —dijo mamá, mientras consolaba a la abuela de mi amiga.
Obedecí y me dirigí a su habitación, pero al instante escuché el llanto de Liu, por lo que primero me decidí pasar por él. Su llanto provenía de la cocina, y por ello pensé que tenía hambre. Pero, al acercarme y verle muy triste supe que no era la comida lo que le afectaba.
—Lo sé amigo, esto también me pone mal a mí.
Creí que un par de juegos le subirían el ánimo, y por ello lo saqué por la puerta de la cocina. No obstante, cuando lo hice no creí encontrarme con una Isabela corriendo hacia el bosque y perdiéndose a su vez en medio de la oscuridad.
Me tallé los ojos y volví a mirar hacia el bosque, ya la había perdido. Sin embargo, eso no fue impedimento para mí, y la fui a buscar, aunque eso conllevara a perderme un poco.
—Seguramente está desecha.
Corrí hacia su dirección y el frío me atrapó desde que abandoné su hogar. No podía negar que tenía miedo, por mí y por ella, pero era mi amiga y la tenía que ayudar. Así que, sin importarme cuan sólido esté el bosque me adentré más y más, eso sí, sin descuidarme del camino.
Y mientras la buscaba, gritaba su regreso.
—¡Isabela, no te vayas! ¿Podemos hablar? —estaba muy preocupado—. Hay que regresar.
Pero no obtuve respuesta. Ella se había ido.
Sin más, tuve que regresar a casa y verificar si ella realmente no se encontraba. De ser así, anunciaría a todos el hecho para realizar una búsqueda.
—Todo estará mejor... Ya lo verás, Isa.
Isabela
Cuando dejó de verme y se fue, seguí con mi camino perdido entre lechuzas y búhos que me observaban en sigilo. También oí sonidos extraños por las hojas secas que pisaba, el revoloteo de las aves y nuevamente el silbido del viento.
Pensé que dormiría en el suelo hasta que hallé frente a mí una roca grande sosteniendo a otra y formando un pequeño fuerte.
—Está en el suelo, pero al menos no me mojaré.
No me quejé más. Prometí no volver a hacerlo.
Entré y me escondí lo más al fondo que pude. Saqué de mi mochila una de mis colchas favoritas y me abracé a ella, mientras me desplomaba en el suelo para vivir y sufrir mi duelo sin que nadie me viera. Quería olvidarme de todo lo que mortificaba mi alma y corazón. Tenerle de nuevo, de vuelta conmigo sería el deseo más sincero que pediría... sin tan solo tuviese oportunidad.
¡Hola, de nuevo!
Les dejo el segundo capítulo.
Melany V. Muñoz
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