09
—¿No vas a esperar a llegar a tu trabajo para leer la carta? —preguntó Dayoung, asomándose sobre el hombro de Hoseok, sus ojos brillando de picardía mientras intentaba descifrar el contenido—. ¿Qué dice? No alcanzo a leer.
Hoseok cerró la hoja rápidamente, con un leve sonrojo en las mejillas, y la guardó en el bolsillo interior de su blazer rojo antes de que Dayoung pudiera robarle un vistazo.
—¿Me prestas tu libreta? —pidió, curvando sus labios en una sonrisa apenada que no pasó desapercibida para ella. Dayoung, con una ceja en alto y una expresión divertida, le pasó la libretita sin hacer preguntas. Hoseok garabateó un par de números, dibujó un pequeño conejito al lado y arrancó la hoja—. Toma, por favor entrégasela.
Dayoung tomó la nota, y su expresión pasó de la sorpresa a una emoción desbordante al leer el mensaje. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que fueran a salirse de sus órbitas. En su entusiasmo, soltó la jarra de vidrio con jugo de naranja que sostenía, provocando un estruendoso choque al estrellarse contra el suelo. El líquido se esparció por todas partes, creando un desastre pegajoso y brillante bajo la luz del salón.
—¡No puede ser! —exclamó ella, llevándose las manos a la boca mientras miraba el desastre a sus pies—. ¡Mira lo que me hiciste hacer, Shin Hoseok!
Hoseok enarcó una ceja, una risa burlona asomándose en la comisura de sus labios al ver cómo Dayoung intentaba culparlo por el accidente. Sin embargo, se levantó con calma, rodeó la mesa y se acercó a su amiga para asegurarse de que no hubiera trozos de vidrio bajo sus zapatos.
—No sé quién tuvo la culpa aquí—murmuró, dejando salir un tono sarcástico mientras ayudaba a despejar la zona—, pero más nos vale limpiar antes de que haya un herido.
Dayoung asintió rápidamente, aún con las mejillas sonrojadas por la emoción, y salió corriendo hacia la cocina. Hoseok la vio desaparecer, con su larga coleta rebotando tras ella, y suspiró. Sabía bien que el cuarto de aseo no estaba tan lejos del salón —después de todo, había acompañado a Dayoung algunas veces hasta el cierre y le había ayudado a limpiar—, así que, ¿por qué estaba tardando tanto esta vez?
Después de lo que parecieron cinco eternos minutos, Dayoung regresó, pero lo hizo con una expresión traviesa, una sonrisa que iba de oreja a oreja y que solo podía significar una cosa: peligro. Hoseok sintió cómo un pequeño nudo se formaba en su estómago al verla acercarse tan campante, con la mirada chispeante y esa actitud que siempre lo dejaba sin saber qué esperar.
—¿Qué hiciste ahora? —le preguntó cuando la tuvo cerca, tratando de sonar severo, aunque la preocupación le daba un matiz casi tierno a su voz.
—Envié tu recado —respondió ella, con un tono cantarín que hizo que a Hoseok se le acelerara el corazón, y luego se agachó para comenzar a recoger los vidrios esparcidos por el suelo como si nada hubiera pasado.
Mientras los clientes del café seguían inmersos en sus propias conversaciones, ajenos a la pequeña escena que se desarrollaba ante ellos, Hoseok sintió el calor subir a sus mejillas, sus pensamientos zumbando de anticipación. La sonrisa que había intentado contener finalmente se escapó, iluminando su rostro con una mezcla de nerviosismo y felicidad.
—Y-yo tengo que irme —balbuceó, su voz apenas un murmullo mientras daba un paso hacia la puerta, todavía sonriendo como un niño que acaba de recibir una gran sorpresa.
Una semana. Siete largos días de espera para conocer el rostro de quién se robó su corazón a través de palabras dulces y sinceras. No podía dejar de sonreír mientras se recostaba en su silla frente al escritorio. Los pétalos de las peonías rosadas bailaban en su mente, combinándose con el misterioso rostro de su admirador secreto, un rostro que aún no conocía pero que ya le había tomado cariño. Cada palabra escrita en las cartas había resonado en su corazón, haciendo que su día a día estuviera teñido de una cálida expectación. La idea de conocer finalmente a esa persona en tan solo una semana lo llenaba de emoción, pero también lo aterraba un poco.
—¿Y si lo arruinaba? —cuando se ponía demasiado nervioso su lengua y mente no conectaban y terminaba en una situación demasiado vergonzosa. De ninguna manera, todo saldría bien.
Con los dedos temblorosos, buscó en su teléfono la mejor florería de la ciudad. No podía dejar ningún detalle al azar. Quería que todo fuera perfecto, que el ramo de peonías rosadas hablara por él, que transmitiera la gratitud y el cariño que había acumulado durante todo ese tiempo. El aroma suave y el color delicado de las flores siempre le habían recordado algo romántico y puro, justo como las cartas que recibió.
Después de revisar varias opciones, se decidió por una florería que ofrecía el ramo de mejor calidad. No escatimó en gastos; pidió uno grande, cuidadosamente arreglado, envuelto en un papel sencillo pero elegante. Mientras confirmaba la entrega para el día de la cita, su corazón dio un vuelco. El reloj parecía moverse con lentitud, y cada segundo que pasaba lo acercaba más al momento que tanto ansiaba y aún no llegaba.
La semana se le hizo eterna y tortuosa sin ninguna nueva carta de él. Intentó concentrarse en su trabajo, pero su mente volvía una y otra vez al café, a las cartas, a las flores. Las noches eran aún peores; se quedaba despierto pensando en cómo sería la persona detrás de esas palabras tan tiernas. ¿Sería alguien que ya había visto? ¿El jefe de Dayoung? ¿O alguien que había pasado desapercibido hasta ahora? Cada posibilidad lo hacía sonreír.
Finalmente, el día llegó. Hoseok apenas había dormido la noche anterior, su mente creando un millar de escenarios posibles, uno más emocionante que el anterior. Despertó temprano, sintiendo las mariposas en el estómago. Se vistió con esmero, eligiendo una camisa de lino clara y unos pantalones ajustados que sabía que le quedaban bien, peinó su cabello hacia arriba despejando su frente. Era el peinado que mejor le favorecía a sus facciones, o eso era lo que Dayoung y sus compañeras decían. Antes de salir, miró el ramo de peonías rosadas que había llegado esa mañana y lo sostuvo con cuidado, respirando su dulce fragancia como si eso pudiera calmar sus nervios.
Cuando llegó al café, su corazón latía con fuerza en su pecho, todos los días lo visitaba pero hoy era diferente. Estaba ahí para encontrarse con el misterioso hombre de las cartas. Miró a su alrededor, buscando entre los rostros conocidos y desconocidos. Se sentó en una mesa cerca de la ventana, el ramo de flores descansando sobre la mesa, y esperó.
No había pensado con claridad cuando empezó a escribir las cartas. Ni siquiera entendía de dónde había sacado el valor para pedirle a Dayoung que fuera la portadora de su ingenua declaración de amor. A pesar de no esperar, ni realmente desear, una respuesta, las sonrisas que iluminaban el rostro de Hoseok lo motivaban a seguir. Cada día, después de hornear y antes de abrir las puertas de la cafetería, escribía sus sentimientos con la esperanza de ver un leve rubor en las preciosas mejillas de él.
Y así fue.
Durante siete meses, le envió cartas a quién le gustaba llamar “su otra mitad”. Porque, aunque nunca había tenido una conversación directa con él, en más de una ocasión se había escondido detrás de la puerta de la cocina para escuchar las charlas entre Dayoung y Hoseok. Así descubrió que su jefe solía dejarle demasiado trabajo y, en consecuencia, dormía poco. Se propuso entonces darle un poco de paz y energía a través de sus coqueteos. Una noche, mientras limpiaba las mesas para el cierre, lo vio entrar con una sonrisa, la más hermosa que jamás había visto. Le habían ofrecido un ascenso. Tuvo que contenerse para no correr hacia él, abrazarlo y felicitarlo por la gran oportunidad que lo hacía tan feliz. En su lugar, aprovechó para motivarlo a través de una nueva carta.
Poco a poco, se acostumbró a verlo de lejos y a plasmar en el papel sus más profundos pensamientos. Pero cuando Hoseok comenzó a sospechar, sintió que desfallecía. Amaba la sonrisa que compartía con todos y la amabilidad con la que trataba a quienes lo rodeaban, pero a Hyungwon se permitía fantasear con que ese trato era exclusivo para él. Cada vez que lo veía entrar en la cafetería, huía avergonzado hacia la cocina y no salía hasta que él se marchaba. Era demasiado cobarde en comparación del descaro con el que escribía.
Su rostro se sonrojó por completo, la vista se le nubló y las manos le temblaban mientras recibía un sobre verde pastel con la firma de Hoseok. Su precioso Bunny.
—Esto es para ti. Sospecho que ahí adentro hay algo que te hará eternamente feliz —dijo Dayoung, palmeándole el hombro antes de salir por la puerta.
Estuvo tentado de correr y recuperar la carta que le había entregado a Dayoung esa misma mañana, pero no lo hizo. Sin embargo, tenía otra preocupación: la respuesta de Hoseok.
Esperó a llegar a casa para abrirla. Se apresuró a llegar tan pronto cerró la cafetería. Hora y media después y aún no encontraba el valor para abrir el sobre que estaba frente a él. ¿Y si Hoseok le escribió para rogarle que lo dejara en paz? O quizás le explicaba que no estaba disponible.
La incertidumbre amenazaba por consumirlo. Tamborileaba sus dedos en la mesa tratando de calmarse, mientras intercalaba miradas entre la carta y el suelo. Finalmente, cerró los ojos, respiró hondo y rompió el sello del sobre. El suave desliz del papel resonó en el silencio de su departamento. Dentro encontró una hoja cuidadosamente doblada, que desprendía un perfume varonil amaderado y fresco. Hyungwon inhaló profundamente mientras reconocía la caligrafía pulcra y elegante.
Cada palabra se clavó en lo profundo de su corazón. “Querido, extraño adorable” Solo esa primera línea aceleró su corazón a tal ritmo que no lo creyó saludable. Mientras continuaba leyendo se cuestionó si podía enamorarse aún más de Hoseok, porque ya lo estaba haciendo.
“...tus palabras se han vuelto algo muy especial para mí”. ¿Estaba soñando o era parte de una broma? Hoseok había dicho que era especial. Mientras más leía, más confirmaba que terminaría teniendo un paro cardíaco. Y como si no fuera suficiente, leyó la última parte:
“¿Te gustaría que nos encontráramos en el café?”
Hyungwon dejó caer la carta sobre la mesa y retrocedió como si el papel estuviera ardiendo. ¿Había leído bien? Hoseok quería verlo. El caos de emociones que lo invadió lo dejó paralizado por un momento, pero una sonrisa nerviosa se extendió lentamente por su rostro.
Se llevó las manos al rostro, tratando de asimilar lo que acababa de leer. Luego, sin pensarlo demasiado, volvió a mirar la carta. Sí, no había duda. Hoseok esperaba encontrarse con él.
—¿Y si arruino todo? —susurró al aire, con la ansiedad revolviendo su estómago. Pero otra voz más cálida, más segura, respondió en su mente: "¿Y si no?"
Se levantó de golpe, dispuesto a preparar su respuesta. El miedo seguía ahí, latiendo junto con la emoción, pero por primera vez sintió una chispa de valentía. Dayoung le había dicho que no podía seguir escondido detrás de las cartas, si de verdad quería conocer a Hoseok y decirle todas las cursilerías que pensaba, debía hacerlo de frente. Cuando terminó de escribir la carta, la echó en su bolso y deseo con todas sus fuerzas no arrepentirse
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