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08

La duda dio vueltas en su cabeza por el resto de la tarde y durante la noche. Las cajas se amontonaban vacías en un rincón de su departamento y aunque usó la excusa de ordenar, sus inquietudes continuaban con la misma intensidad.

Su mente y corazón estaban confundidos, los versos valientes y la elocuencia de cada palabra hacían vibrar su cuerpo, pero la timidez y belleza del dueño del café le provocaba un remolino de emoción en su estómago. Sin embargo, no descartaba la posibilidad de que su admirador y el dueño del café fueran la misma persona. Sería maravilloso.

Con la mirada en el cielo del departamento y suspirando soñadoramente, Hoseok deseó al universo una señal. Un pequeño empujón que guiara sus futuras acciones.

"Si escribes esa carta, tal vez lo puedes conocer antes de tiempo."

Pensó en lo último que Dayoung le dijo. Había agotado casi todas las opciones para descubrir de quién se trataba, pero jamás contempló la posibilidad de responder.

—¿Y si..? —Hoseok restregó su cara con ambas manos y lanzó un poderoso grito al aire. Abandonó la silla y caminó hacia su cama, antes de siquiera recostarse volvió inmediatamente al escritorio. Con papel y pluma en mano, miró la última carta y asintió—. Lo haré.

Para cuando terminar de escribir, su frente brillaba de sudor, a pesar de estar a 15°C, y la mano que sostenía la pluma no dejaba de temblar. Con mucho cuidado dobló la hoja y la guardó en un sobre azul. Firmó el sobre y terminó su "obra maestra" con su sello. A diferencia de su admirador, no buscaba mantener la línea de confidencialidad. Él deseaba conocerlo.

Al día siguiente, cuando la alarma sonó, Hoseok miraba el techo y jugaba con sus pulgares ansioso porque la hora de apertura de la cafetería llegara. Los nervios apenas le permitieron probar su desayuno improvisado de huevos y arroz frito, pero no fueron motivo para perder el cuidado en la elección de su traje, y Dayoung lo notó.

—¡Vaya! Parece que hoy te esmeraste —bromeó Dayoung, deslizando una taza de humeante chocolate—. ¿Qué haces aquí? No deberías llegar hasta dentro de dos horas, no tengo nada para ti. 

Hoseok sonrió mientras se acomodaba en el taburete de madera. Repasó el lugar con la mirada buscando la cabecita del dueño, pero como lo esperaba, no estaba a la vista.

—Hoy no vengo por una carta —hizo una pausa para contener la respiración y sacar el sobre de su bolso—, sino para entregar una.

La expresión de sorpresa de la chica fue una imagen tan graciosa de ver que Hoseok casi olvidó lo nervioso que estaba.

—¡Wow! En realidad, no pensé que lo harías.

Como si se trata de la joya más importante y delicada, Dayoung recibió la carta y la guardó en el bolsillo delantero de su delantal verde pastel.

—¿Qué te motivó a hacerlo? Debes estar desesperado por conocer a tu admirador —dijo con una risita traviesa.

Hoseok encogió los hombros y acercó la taza a sus labios para amortiguar sus siguientes palabras.

—Solo tengo curiosidad.

—Espero que no lo estés contactando para rechazarlo ¡No le rompas el corazón!

Arrugando la nariz sacudió la cabeza.

—No. Tengo una corazonada —susurró mirando con atención el logo en la taza. Una tortuga verde y dos iniciales: C y W.

—Dayoung, ¿me puedes ayudar a traer la otra bandeja con brownies?

El precioso jefe apareció con dos bandejas con hermosos pastelitos de diferentes sabores, pero todos con una figurita comestible de tortuga. Hoseok se limitó a guardar silencio y a observarlo acomodar los postres en la vitrina. Contrario a las actitudes de días anteriores, Wonnie no salió corriendo a la cocina y mucho menos se sonrojó. Probablemente porque aún no lo descubría.

—¡Aquí están! —gritó la chica, con un curioso baile de felicidad.

Wonnie asintió e intercambió las bandejas vacías con la nueva. Entrecerró los ojos y mordió la esquina de su labio inferior mientras se concentraba en alinear cada trozo de brownie, y Hoseok sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

—Wonnie, ¿puedo tener un poco del pastel de calabaza? —Dayoung le guiñó un ojo a Hoseok—, tengo un cliente interesado en el postre del día.

—Lo siento, Young. No he terminado de decorarlo.

—Oh...

Entonces, Hoseok pensó que esa era su señal.

—No hay problema, con cualquier otro postre me conformo —miró la vitrina con el corazón saltando en su pecho—. Todo se mira delicioso. Quizá el pastel de crema y frutos rojos.

Por el rabillo del ojo vio a Wonnie tensarse y lentamente bajó la cabeza, seguramente para ocultar su rostro sonrojado, arrugando el delantal entre sus manos.

—E-el pay de limón es refrescante, le r-recomiendo probarlo. —Y con eso, pasó a lado de la chica corriendo hacia la cocina.

Hoseok suspiró.

—Empácame una rebana, debo ir a trabajar —dijo Hoseok, la resignación abrazando sus palabras.

Young frunció los labios y le apretó la mano.

—No te sientas mal, él es tímido.

Con una sonrisa que nada tenía de sincera, asintió.

—Estás bien, no hay problema.

Dayoung se había convertido en maga, no recuerda haber perdido detalle cuando empacaba su pedido. Pero al llegar a la oficina y abrir la bolsa de papel, en el interior esperaba la carta de todos los días. 

Actualidad

El café le sabía insípido, hacía mucho que su paladar no probaba el delicioso sabor de la felicidad. Comer se había convertido en una rutina por la supervivencia, simplemente porque prometió estar presente cuando los hermosos ojos volvieran a abrirse.

Desvió la mirada hacia la calle, la lluvia cayendo sin cesar. Recordó la tarde que llegó a la cafetería empapado hasta las pestañas y Hyungwon le llevó una taza de café y una toalla a su mesa. No cruzaron palabras más allá de un gracias y una sonrisa. Pero el sentimiento estaba ahí.

Nunca pensó que su vida cambiaría tanto por no hablar con el corazón en la mano. En vez de estar en su cafetería favorita, disfrutando de una cálida taza de té o degustando cualquier pastelillo, estaba a varios kilómetros de casa. La ansiedad de conocer los primeros resultados del tratamiento lo habían llevado a salir del hospital en busca de aire. Guardaba el miedo de que los doctores no encontraran ni una mejoría y que el viaje fuera un desperdicio de tiempo.

—Él es fuerte —se repitió.

Al final, Hyungwon siempre había sido el valiente entre ellos dos. Solo él se atrevió a expresar sus sentimientos, aunque bajo una firma misteriosa y lo había plasmado en papel.

El nombre de Jooheon iluminando la pantalla de su celular lo trajo de vuelta de sus dolorosos pensamientos. Se apresuró a contestar, abrazando la pequeña distracción.

—Hoseok, tenemos un problema.

Las palabras de Jooheon lo desconcertaron, pero mantuvo la calma.

—¿Todo bien?

Escuchó la pesada respiración de su compañero y entonces se preocupó.

—El jefe te quiere aquí. Y-yo traté de explicarle la situación, pero fue muy claro —dijo con voz suave, probablemente temiendo por su reacción—. En serio te necesitamos aquí.

—Jooheon, el tratamiento de Hyungwon está en proceso. No puedo irme y dejarlo solo aquí.

Hoseok dejó un par de billetes en la mesa y salió hacia la calle. Frunció el ceño con las primeras gotas de lluvia que golpearon su rostro y se encogió en su abrigo. Tenía que regresar al hospital.

—El proyecto que hiciste fue aprobado, pero los inversionistas piden que seas tú quién lo presente.

Maldición. ¿Por qué había hecho un buen trabajo?

—¿Qué hay de una videollamada?

Había cambiado la mayor parte de su trabajo a la modalidad virtual para poder estar de tiempo completo con Hyungwon. La cafetería apenas funcionaba con un menú limitado, sin el maestro repostero nada podían hacer, y él no podía permitirse dejar su trabajo.

—¿Cuándo debo estar ahí?

—Mañana. El director Lee quiere revisar unos puntos antes de presentarlo a la junta.

Sus pies se detuvieron en la entrada del hospital. A lo lejos, vio a una de las enfermeras que atendían a Hyungwon, buscando entre el jardín. Cuando cruzaron miradas, ella le sonrió.

—Estaré ahí.

—Señor Shin, el doctor Son tiene noticias para usted.

Hoseok asintió y la siguió en silencio al interior del hospital. Sin importar los resultados, él tenía que comprar un boleto de avión, y luego de varios meses, dejar solo a Hyungwon.

El doctor Son y el doctor Yoo lo esperaban de pie junto a la cama de Hyungwon. Sus rostros ya no mostraban la tensión que Hoseok había visto antes de marcharse. Aunque no sonreía, Hoseok sospechaba que no estaba ahí para recibir malas noticias.

—¿Está todo bien?

El doctor Yoo asintió y lo invitó a acercarse.

—Por favor, tome la mano del paciente —pidió el segundo doctor, girando una pluma entre sus dedos morenos—. Hable con él e indíquenos si percibe algún movimiento. Por mínimo que sea, es importante tomarlo en cuenta.

Rápidamente obedeció y levantó la mano de Wonnie, que estaba fría y demasiado delgada. Ignoró la punzada de dolor en el pecho y dejó un beso en el dorso.

—Hola, bonito. Hoy salí a caminar un poco por las calles de Busan, espero que no te haya molestado haberte quedado solo —guardó silencio y esperó por una respuesta. No hubo nada—. ¿Sabes? Probé un café mezclado con cristales de azúcar, estaba delicioso. Despierta pronto para que puedas probarlo.

Ahí estaba.

Un pequeño movimiento en sus dedos, como si quisiera cerrar la mano. Hoseok levantó la mirada a su rostro y vio un ligero movimiento bajo los párpados.

—É-Él movió los dedos. F-fue sutil ¡pero lo sentí!

El doctor Son se acercó con pasos medidos, el susurro de sus zapatos sobre el suelo apenas perceptible en la tensión cargada del ambiente. Tomó el tensiómetro, sus movimientos rápidos pero meticulosos, mientras verificaba los signos vitales de Hyungwon una vez más. Sus ojos, entrenados por años de experiencia, se posaron con atención en la pantalla del monitor, buscando cualquier anomalía. Satisfecho, levantó la vista y le pidió a Hoseok que repitiera el gesto para asegurarse de que el movimiento de los dedos no fuera solo un reflejo involuntario. Hoseok tragó saliva, una mezcla de miedo y esperanza agolpándose en su pecho, mientras sostenía de nuevo la mano fría y frágil de Wonnie.

Hyungwon volvió a mover los dedos.

—El doctor Yoo me informó que antes no había respuesta, pero me alegra comprobar que tenemos signos mínimos de conciencia y de comprender cuando le habla.

Hoseok asintió sin apartar la mirada del rostro pálido de Hyungwon.

—¿Eso significa que el tratamiento funcionará?

Son Hyunwoo lo miró y le sonrió ligeramente.

—Así es. Esperamos tener respuestas más favorables el día de mañana—explicó con cautela—. El último paciente que probó esta técnica mostró signos de recuperación en una semana y media, y llevaba más de un año en coma. Cada caso es único, pero estamos siendo optimistas.

La esperanza iluminó los ojos de Hoseok y aceleró los latidos de su corazón. Con lágrimas en los ojos, tocó la mejilla de Hyungwon.

—¿Oíste eso, Wonnie? —susurró Hoseok con la voz entrecortada—. Tienes que ser fuerte, ¿vale? Solo un poco más.

Pero esta vez, no hubo respuesta. El cuerpo de Hyungwon permanecía inerte, en esa quietud que le había sido tan dolorosamente familiar durante los últimos meses. Aun así, Hoseok sabía, en lo más profundo de su ser, que Hyungwon estaba luchando. Desde algún lugar lejano, se aferraba a la vida con todas sus fuerzas. Hoseok tenía que creerlo.

—Este es solo el principio —dijo en un tono suave, usando la confianza y amistad que habían creado en los últimos meses—. A partir de aquí, su apoyo será crucial para su recuperación. No deje de hablarle.

Hoseok mordió el interior de su mejilla, la llamada de Jooheon seguía taladrando su mente, grabándole sus responsabilidades en Seúl. Sabía que debía volver a su trabajo, pero el solo pensamiento de dejar a Hyungwon, aunque solo fuera por unas horas, le resultaba insoportable.

—Volveré mañana por la mañana para monitorear su evolución —continuó el doctor Son, guardando su equipo y mirando a Hoseok con una mezcla de profesionalismo y empatía—. Mientras tanto, descanse un poco también, por favor.

—Sí...—murmuró, sin soltar la mano de Hyungwon.

Cuando el doctor Yoo hizo un ademán para salir de la habitación, Hoseok lo detuvo con un gesto vacilante.

—Doctor Yoo... —dijo en voz baja, casi con timidez—. Necesito pedirle un favor.

El doctor Yoo murmuró una disculpa a Son Hyunwoo y cerró la puerta detrás de él antes de acercarse nuevamente a la cama, metiendo las manos en los bolsillos de su bata blanca.

—Dime, Hoseok —respondió con suavidad.

Hoseok respiró hondo, como si necesitara reunir el valor suficiente para decir lo que seguía.

—Necesito volver a Seúl... mañana.

Yoo alzó las cejas, sorprendido.

—Oh... —respondió, lanzando una rápida mirada al cuerpo inmóvil de Hyungwon—. Hyungwon estará bien aquí, no tienes de qué preocuparte. ¿Todo está bien en tu trabajo?

Hoseok frunció los labios y se obligó a asentir.

—Mi jefe quiere que esté ahí para presentarle mi proyecto a la junta directiva. No tengo opción —suspiró profundamente—. Me iré mañana temprano y espero estar pronto en la noche. No quiero estar mucho tiempo lejos de Wonnie. No quiero estar lejos de Wonnie más tiempo del necesario. Sé que probablemente necesitarás más días, pero viajaré de ida y vuelta. No quiero perderme su despertar.

Yoo observó el conflicto en los ojos de Hoseok, sintiendo la necesidad de aliviar algo de su carga.

—No te preocupes —dijo en tono tranquilizador—. Las sesiones comenzarán sin problemas. Hyungwon estará en buenas manos, y aunque no estés presente todo el tiempo, lo importante es que sigas siendo parte de su proceso de recuperación. Verás los avances cuando vuelvas.

Hoseok estaba entusiasmado con la gratitud, aunque la tristeza seguía pesando en sus facciones.

—Gracias, Kihyun. Has hecho tanto por nosotros... no sé cómo podré agradecértelo.

El doctor Yoo sacudió la cabeza, riendo suavemente.

—No necesitas agradecerme. Solo te pido una cosa: cuando Hyungwon se despierte, sé sincero con él.

Hoseok se acercó con una mezcla de alivio y tristeza.

—Lo haré.

Después de una última inclinación de cabeza, el médico salió de la habitación, dejándolo solo. Hoseok volvió su atención a Hyungwon, sus dedos aún entrelazados. El mundo exterior parecía desvanecerse, y todo lo que importaba era el leve ritmo de la respiración de Hyungwon y la débil esperanza que ahora latía con más fuerza en el pecho de Hoseok.

Se inclinó hacia él, dejando que sus labios rozaran los dedos frágiles de Hyungwon una vez más.

—Volverás, ¿verdad? —susurró, su voz quebrándose en el silencio—. Porque yo... yo no sé qué haría sin ti.

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