5. El inicio de la guerra
Angelina Death
Crucé las salas enormes de la mansión de papá en ciudad subterránea. Evocaba a un castillo antiguo y quedaba justo debajo de la ciudad de los humanos. Era de lo más oscuro, pero la luz artificial evocaba la luz del sol para que los vampiros no extrañaran tanto su vida humana.
Era una porquería, si me preguntan. No había luz artificial que evocara la luz del sol en un amanecer tibio, además que nada haría lucir una ciudad peor que estar bajo tierra. Si miraran las enormes paredes y la cantidad de murciélagos que habían allí entenderían lo que digo.
En la casa de mi padre, el conde Death, siempre me trataban con mucho cariño, porque yo era la más amable de las princesas. Pero lo cierto es que prefería pasar el día enrollada en mis sábanas en un departamento en la ciudad de los humanos que un minuto en este bendito castillo.
—Dichosos los ojos que se deleitan con la presencia de mi muñeca —dijo mi padre mirándome al levantarse de su silla de estudio.
—¿Dónde está la chica, papá? —le pregunté sin rodeos mirándolo de frente. Mi padre tenía 45 años cuando fue convertido. Es un hombre alto, acuerpado y con el cabello negro siempre engominado hacia atrás. Sus cejas gruesas y sus ojos rojos pequeños lo hacían lucir intimidante, y su aspecto vivaz no lo hacía lucir como el vampiro de 350 años de edad que era.
—¿Qué chica, mi princesa? —inquirió caminando hacia mí para abrazarme. Yo respiré profundo y le dejé terminar su abrazo para que me mirara de arriba abajo-. Estás bellísima.
—Estoy igual que hace seis meses —le aseguré y él me tomó del brazo.
—Deberías venir más a menudo, o podría olvidarme de tu rostro —dijo trazando una línea por mi cabello con el dedo.
—Sabes que no soporto que me controles, así que me quedaré viviendo afuera por el momento —le aclaré. Desde luego esta no era una visita amistosa, yo no tenía intención de volver a ser la princesa guardiana del conde Death, el Rey de Noirtown.
—¿De qué chica estás hablando? —me preguntó para evadir mi rechazo. Mi padre odiaba en exceso que se le dijera que no podía tener algo que quería.
—La cazadora que nuestra guardia del bosque encontró y secuestró —le repliqué entre dientes, pero por su mirada yo podría decir que ya sabía de quién le estaba hablando.
—¿La cazadora de sangre? —yo fruncí el ceño. Pensé detenidamente y ni el hijo ni el clan de León eran cazadores de sangre. ¿De qué estaba hablando?
—Era una cazadora común y corriente —expliqué.
—Entonces no tengo idea —replicó él.
—La cazadora que atraparon en los bosques es la hija de León, el cazador de la tercera guerra —le acaré y él asintió.
—La cazadora de sangre que atraparon tus hermanos se llama Danna, y estaba con un tipo tratando de robarse a un joven de Noirtown —yo fruncí el ceño, no podía ser ella, los del clan de León detestaban a los cazadores de sangre.
—No son mis hermanos —aclaré primero. Porque de verdad yo no volvería a formar parte de la guardia del rey-. A quien busco estaba en los bosques — repetí.
—¿Por qué vienes hasta aquí a buscar a una cazadora de sangre, Angelina? ¿Cuál es tu interés? —me preguntó mirándome a los ojos mientras yo trataba de entender.
—Porque si secuestramos a la hija de un cazador, se acaba la tregua y empezamos a vivir en guerra nuevamente —le expliqué y él negó.
—Si hay que culpar a alguien de eso, es a los cazadores que se metieron en Noirtown a robarse a ese jovencito... Henry —me narró mi papá y yo respiré profundo.
—¿Cómo sabes que es una cazadora de sangre? —interrogué. Mi papá chistó y comenzó a marcar botones en el teclado de su ordenador. A los segundos entró uno de los guardianes del rey.
—Por favor, ve con el guardia —me pidió. Yo me detuve frente a él.
—Solicito permiso para llevarme a la cautiva —le dije con firmeza y mi papá negó con la cabeza.
—Es muy serio lo que esos cazadores intentaron hacer en Noirtown —yo negué.
—Debe tratarse de un malentendido. Conozco a estos cazadores, no se dedican a la sangre vampírica —mi papá soltó una carcajada que me interrumpió.
—¿Tú confiando en los humanos, Angelina? —inquirió con una media burla.
—Déjame hacerme cargo —le volví a pedir y él soltó otra carcajada-. Yo firmé la paz con esos humanos, déjame manejarlo —añadí con seriedad.
—Está bien, espero que no se te salga de las manos —yo negué rápidamente.
—No te preocupes, yo siempre recojo mis propios desórdenes —le recordé antes de ir tras el guardia para que me llevara al edificio donde mantenían a los cautivos.
Andamos rápidamente y en silencio por los espacios de la cárcel hasta llegar a la última estancia donde solíamos guardar a los cazadores de sangre.
—¿Por qué está ella aquí? —le pregunté al guardia que se paró de frente a mí y tocó un botón en la pared lateral a la puerta. Una especie de cajetín salió de ella y el guardia sacó de la caja una bolsa de plástico con una serie de dagas que en la base tenían ajustados tubos de ensayo, pero todos ellos vacíos.
—Estas eran sus armas —me dijo y yo sentí un pánico profundo en el estómago.
—Regrésame a mi hermana —recordé de la voz del cazadorcito neófito y sentí un vacío en el estómago. Yo entendí como se sentía, pero en esto parecía que me había equivocado, esta no podía ser su hermana.
Conocía a la familia León hasta su padre, el hombre con el que firmamos el pacto con los cazadores. Todos eran muy correctos y parecían genuinamente querer acabar con esta guerra de una buena vez. Si bien la guerra no había terminado bien, todos parecían estar de acuerdo con la tregua y que sus hijos fuesen cazadores de sangre no tenía ningún sentido para mí.
—Entraré a verla —le dije. Él asintió y me abrió la puerta.
Cuando vi el cabello castaño oscuro y los ojos verdes de esa mujer, supe que ella era la hija de Marlene, la cazadora que más me había robado cosas en toda mi vida. Era la esposa de León, una mujer imponente, insensible y con sed de sangre por los vampiros. Lo único que su ser entendía era muerte y destrucción del reino vampírico y por eso la única forma de acabar con la guerra fue acabar con ella.
Danna, nuestra prisionera, lucía exactamente igual a su madre. Me miró a los ojos y sonrió.
—¿A qué debo el honor? —me preguntó fingiendo una reverencia y yo respiré profundo.
—¿Danna León? —ella casi escupió.
—Jamás llevaría el nombre de ese hombre —se quejó.
—¿Eres una cazadora de sangre? —ella negó.
—Mi novio lo es, yo solo lo acompañé a dar una vuelta —me crucé de brazos y la miré medir sus movimientos tanto como los míos. Seguramente creía que yo había venido a alimentarme de ella, y para ser honestos, nada me daba más asco que esta idea.
—¿Entonces? ¿Te libero a ti y me traes a tu novio? —Danna soltó una carcajada exagerada para mi mala broma de humor negro.
—¿Me vas a matar, princesa? —yo me encogí de hombros.
—Tengo razones para hacerlo, rompiste el pacto de tu padre —ella se enfureció nuevamente.
—Ese viejo no es mi padre —yo me encogi de hombros.
—Pero también es el pacto de tu hermano, y lo rompiste —le aseguré. Danna bajó a guardia unos instantes y me miró.
—¿Qué sabes de mi hermano? —inquirió con sencillez.
—Te está buscando —le dije y ella suspiró.
—Bueno, si vienes a matarme, dile que a él si lo amé genuinamente —suspiró alborotándose el cabello. Yo sentí simpatía por la cazadora, más que nada porque entendía su posición de estar constantemente en una mala situación y tener a alguien a quien no quisieras abandonar.
—Muéstrame las manos —le pedí. Danna frunció el ceño y me mostró sus dedos rotos, debía usar armas de cuero y entrenar constantemente para tener las manos tan maltratadas. Me acerqué y le tomé ambas muñecas poniendo los dedos sobre sus venas. Entonces sentí la tibieza de su cuerpo y el simple sonido del flujo de su sangre por sus venas me hizo sentir una sed profunda. Respiré profundo retomando el control y ella retiró sus manos con miedo.
—Si me vas a matar, mátame primero y después comes —me pidió-. Mi madre nunca me perdonaría... —pero esta vez fui yo quien la interrumpí con una risita.
—Ni en un millón de años —le dije con asco. Jamás bebería de su sangre.
—¿Y entonces? —yo me encogí de hombros.
—No quiero que termine el pacto, por lo que te llevaré a tu campamento ahora mismo —le dije.
—Suéltame, yo llego sola —solicitó y yo negué acercándome a ella.
—Necesito llevar yo misma este mensaje —le dije con claridad y Danna se retrajo con temor-. No te preocupes, no te vas a enterar de nada —añadí antes de sostener su cuello con tanta fuerza que corté el flujo de su sangre unos instantes y la dejé totalmente inconsciente.
Le pedí a un guardia que la atara y que la cargara. Juntos corrimos hacia el campamento y una vez que estuvimos ahí seguí el aroma del hijo de León hasta una tienda en la parte central del campamento.
Me escondí entre las tiendas pasando inadvertida, porque no había tantos cazadores como creí que habrían. De hecho, la mayoría estaban dormidos, y los que hacían guardia eran todos novatos.
Entré a la tienda y vi al cazadorcito neófito caminar de un lado a otro sin camisa y tratando de secarse la sangre de la cabeza. La sed hizo tantos estragos en mí que no supe qué era más tentador, si su físico bien formado o la sangre que resbalaba por sus dedos hasta el suelo.
—¿Interrumpo? —le pregunté logrando que él tomara un arma de la mesa y me apuntara-. Tranquilo —le pedí levantando ambas manos.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó.
—Vine a darte una respuesta, leoncito —susurré y él no bajó el arma.
—Gabriel —soltó.
—¿Qué?
—Mi nombre es Gabriel —dijo con rabia.
—Está bien, Gabriel. Vine a cumplir con mi parte del trato —él me miraba con muchísima rabia y yo no entendía de dónde salía su postura defensiva. Creí que habíamos quedado en buenos términos.
—No confío en ti —yo le di algo de crédito, yo tampoco confiaría en ningún vampiro.
—No necesitas hacerlo —le aseguré cuando abrí la puerta de la tienda y el guardia dejó a la hermana de Gabriel en el suelo.
—Danna —exclamó olvidándose de su arma y corriendo para soltarla.
—Tu hermana es una cazadora de sangre —le aclaré-. La hallaron en Noirtown con esto —le dije tirándole las armas de este tipo de carroñeros.
—¿Y por qué la trajiste entonces? —me preguntó con desconfianza.
—Porque soy una mujer de palabra, y quiero honrar el pacto. Pero no tendremos más concesiones, otro de sus cazadores de sangre se cruza en Noirtown y recibirán su cabeza —le dije con toda la firmeza que tenía en el pecho.
Gabriel se levantó y asintió mirándome de frente.
—Gracias —me dijo tendiéndome la mano, como reafirmando el pacto, como si fuésemos iguales. Yo extendí mi mano para estrechársela cuando escuché un silbido a lo lejos. Y otro, y luego otro más. Entonces mis sentidos entraron en pánico y yo tragué grueso.
—Princesa —dijo el guardia con cierto pánico cuando yo saqué mi silbato y soplé con demasiada fuerza logrando que Gabriel se retrajera y volviera a ponerse en guardia.
—ANGGIE —escuché a lo lejos y sentí tanto peligro en el ambiente que saqué mis dagas de la parte trasera de mi pantalón.
—¿Maia? —inquirí y pude verla correr hacia mí con una velocidad increíble.
—Atacaron a los chicos—me aseguró y yo sentí que se me vació el estómago-. Mataron a Jack y a los otros.
—¿Qué? —exclamé volteando a mirar a Gabriel quien estaba totalmente pálido.
—Maldito —le dije sin poder creer lo que estaba escuchando, lo que había sucedido. Este cazador había jugado conmigo, me había engañado y me alejó de proteger a los míos para regresarle a su hermana que merecía morir, y no Jack. Di un solo paso y ya tenía sus manos entre mi cuello.
—Princesa, nos rodean —dijo el guardia y yo escuché a todos moverse por el campamento. Vi la mirada fiera de Gabriel mientras trataba de sostenerse de mi brazo.
—Me las vas a pagar con creces —le aseguré-. Este es el inicio de la guerra.
Lo solté y corrí detrás del guardia junto a mi hermana quien me esperaba en los bosques para ayudarme a escapar. Eran unos malditos y nunca debí confiar en ellos. La sed de sangre me embargaba a tal punto que me dolía en los huesos no poder saciarla. Pero era estúpido hacerlo de esta manera, era morir en vano, como Jack.
Lo dije entonces y lo reiteraba con cada paso que daba de vuelta a Noirtown. Este es el inicio de la guerra.
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