Capítulo 50: Preparativos
El eco del departamento 1202 se hace angustiante. Macarena ha regresado a su hogar y todo parece extraño y solitario. Michu maúlla y rasca la puerta de entrada con la pata.
—¿Qué pasa, cosita peluda? ¿Extrañas a Gonza? —le pregunta Macarena, alzándola en brazos y suspirando.
Disfrutar de la independencia y del silencio, ver películas en solitario y perderse en libros durante tardes enteras suena genial... en otro momento. Ahora, en realidad, solo extraña las bromas interminables con Estefanía, las carcajadas de Maximiliano, el aroma delicioso de la cocina cuando cocinaban juntos, las tertulias post-películas, las noches de juegos de mesa hasta la madrugada, esa mirada tierna de Maximiliano, su voz diciendo "buenos días" y el beso en la mejilla para desearle buenas noches. Hasta el aroma de su perfume al salir para el trabajo le falta.
«Cómo te extraño», murmura para sí misma.
Deja a Michu en el suelo y toma su teléfono. Sin saber qué escribir, empieza a teclear frases que luego borra, repitiendo el proceso como si estuviera intentando hacer desaparecer un mensaje equivocado.
Al cabo de unos minutos se decide a escribir:
«Maxi, tengo algo que decirte. ¿Crees que podamos vernos?»
Envía el mensaje. El teléfono vibra poco después con una llamada de Maximiliano de vuelta.
—Hola, Maca. ¿Pasa algo? —dice Maximiliano al otro lado de la línea.
—¿Podemos vernos?—pregunta algo nerviosa.
—Estoy en casa de mis papás con Estefy, ayudando con los preparativos para la fiesta.
—Oh, lo había olvidado. Eso es en dos días —dice Macarena, mordiéndose el labio inferior.
—Sí, pero mi mamá está histérica y vinimos a ayudar.
—Entonces nos vemos allá.
—Llega a almorzar ese día. Aquí todos te echan de menos.
—Es que me voy en el auto con Gonza.
—Ven con Gonza a almorzar.
—Es que él tiene sombra ahora.
—Que venga con su sombra entonces.
—¿Y tu mamá no se molestará con tantos invitados a almorzar o con que Gonza tenga pareja? —pregunta bajando la vista, ya que Michu se pasea entre sus piernas.
—Mi mamá es la mujer más anticuada, desagradable y prejuiciosa del planeta, pero la menos homofóbica.
—Bueno, le diré a Gonza y nos dejamos caer todos juntos allá.
—Claro. Maca, tengo que colgar, Estefi me hace señas con cara de angustia.
—Bueno... Maxi...—dice, haciendo una pausa.
—¿Sí?
—Te extraño. ¿Me extrañas?
—Sabes que siempre.
—¿Por qué no me lo dices?
—Porque no quiero agobiarte. Maca, Estefi me matará si no cuelgo en este momento.
—Está bien, nos vemos el sábado —responde ella, resignada.
Maximiliano corta la llamada y se dirige hacia Estefanía, que está de pie, inmóvil como una estatua, con el citófono en la mano. Al acercarse, le pregunta curioso:
—¿Qué pasa, princesa?
—Maxi, el conserje dice que Jennifer Larach está en la portería.
Maximiliano se detiene en seco y su rostro se torna lúgubre.
—¿Jenny?
—La misma.
—Pero... pero... —Maximiliano tartamudea, sin creer lo que acaba de escuchar.
—¿Qué le digo al conserje? —pregunta Estefanía, buscando una respuesta.
—Hazla pasar —ordena.
Sale por la puerta principal y ve a Jennifer acercándose con su cabello pelirrojo y ojos azules que parecen tan cautivadores como antes. Se queda paralizado al verla.
—Hola, Maxi —saluda Jenny, amistosamente—. Estás tan... distinto —dice, mirándolo de arriba abajo.
—Jenny, ¿qué haces aquí? —pregunta Maximiliano, desconcertado.
—Supe que tu familia organiza una fiesta para fin de año y pensé que podría encontrarte aquí.
—Eso no responde mi pregunta. ¿Qué haces aquí?
—Maxi, ¿por qué me guardas rencor por algo que pasó cuando éramos casi niños?
—No volveré a preguntarlo. Dime qué quieres.
—Solo quería verte. Pedirte disculpas.
—Me valen tus disculpas. Apareces después de nueve años para disculparte por algo que pasó «cuando éramos casi niños» —dice Maximiliano, usando los dedos para señalar las comillas.
—Pero Maxi —dice Jenny, tomándole el rostro con ambas manos.
Maximiliano titubea, pero se aleja de sus manos.
—No te aparezcas más por la casa de mis padres ni en mi vida.
—Maxi, al menos acepta mis disculpas.
—No estoy obligado a hacerlo y no quiero hacerlo. Hace nueve años me trataste como un don nadie y me comparaste con ese imbécil deportista del que terminaste divorciándote. Destruiste mi confianza y me hiciste creer que no podría amar a nadie como te amé a ti. ¿Crees que tus disculpas son suficientes? No las quiero, no las necesito y no las acepto.
—Pero Maxi...
—El Maxi que conociste ya no existe. No vuelvas a buscarme. No vuelvas a aparecer ni intentes siquiera que te perdone. Ya sabes dónde está la puerta —dice Maximiliano, molesto.
Entra en la casa, da un portazo y ve que Estefanía lo está esperando, muy preocupada.
—Hermano, ¿estás bien? —pregunta ella.
—Sí, no te preocupes, princesa —responde, aunque no suena del todo convencido—. Voy a estar en el estudio. Si alguien pregunta por mí, diles que estoy allí —añade, mientras se dirige al estudio, dejando a su hermana atrás.
Estefanía lo sigue e ingresa tras él a aquella habitación. Lo ve buscando los audífonos y conectando su música.
—Hermano —dice Estefanía.
—Estefy, necesito estar solo.
—No te dejaré solo.
—Princesa, estoy bien, no te preocupes —dice Maximiliano, tratando de convencerla.
—No te dejaré solo. Sé lo que hizo Jenny, y no quiero que vuelvas a sentirte así. Estoy aquí contigo, como siempre.
—A ver, ¿qué sabes tú, princesa entrometida? —intenta bromear Maximiliano.
Estefanía lo mira y sus ojos se llenan de lágrimas al recordar lo que su hermano le contó hace años en una de las borracheras fenomenales de su juventud.
—Princesa, no llores, por favor —le dice Maximiliano, angustiado.
—Maxi, intentaste matarte —dice ella entre sollozos.
—Estefy, ¿de dónde sacas eso? —pregunta preocupado, ya que solo a Macarena le había revelado esa información.
—Una vez —comienza Estefanía, sorbiendo su nariz— llegaste borracho a casa. Yo tenía once años y estaba durmiendo. Me despertaste lanzando piedras a mi ventana. Entraste por allí y te recostaste conmigo. Apestabas a alcohol. Te pregunté por qué te habías emborrachado tanto y me dijiste que querías olvidarte de lo miserable que te sentías.
—Estefy, no recuerdo nada de eso.
—Claro que no recuerdas, estabas completamente borracho. Te arropé y te pasé mi cama. Yo me quedé en el suelo, acariciándote para que pudieras dormir. Justo antes de quedarte dormido, me pediste perdón.
—¿Perdón por qué?
—Porque habías intentado suicidarte.
Maximiliano queda sin palabras ante la confesión de su hermana y Estefanía vuelve a sollozar, recordando aquella noche.
—Princesa —le dice Maximiliano, abrazándola.
—Yo nunca te dije nada —dice Estefanía—, pero desde esa noche, dejamos una abertura secreta en mi ventana. Siempre que llegabas de noche y no querías que te vieran, te metías por allí, ¿recuerdas?
—Sí, princesa, pero pensé que tú me lo habías pedido porque te daba miedo dormir sola algunas veces.
—Te lo pedí porque no quería que volvieras a intentar matarte. Y si te servía de algo que te acariciara el cabello hasta que te durmieras, pues que mi ventana siempre estuviera abierta para ti.
Maximiliano se le llenan los ojos de lágrimas y abraza aún más fuerte a Estefanía.
—Princesa, mi muñequita de porcelana. Nunca debiste escucharme decir eso. Jamás debí haberte provocado esa preocupación. Soy tu hermano mayor y debo protegerte, no angustiarte. Perdóname.
—Te equivocas, Maxi. Yo también puedo protegerte.
—Princesa —le dice Maximiliano, abrazándola con ternura—. Nunca debiste escucharme.
Maximiliano seca las lágrimas de los bellos ojos azules de su hermana, besa su frente y vuelve a abrazarla con toda la ternura que tiene.
Es treinta y uno de diciembre y Macarena se levanta temprano, lista para la fiesta. Empaca sus cosas, incluyendo sus dos disfraces: el que mandó confeccionar con tanto esmero y el que su amigo le consiguió con la promesa de convertirla en una diosa a los ojos de Maximiliano.
Se dirige al departamento de Gonzalo, quien la espera junto a Rafael para llevarlos en auto a la casa de los Fuentealba y disfrutar del almuerzo previo al festejo de fin de año.
Al llegar, Gonzalo estaciona el auto, se baja y, con un gesto dramático, se quita los lentes de sol y exclama, mirando a su alrededor con asombro:
—¡No puedo creerlo! Really parece la mansión Wayne.
—Qué bella casa tienen tus suegros —dice Rafael, admirado
—Sí, es muy linda —responde Macarena—. Gonza, intenta disimular tu pobreza antes de que vengan a saludarnos —le advierte, divertida.
El grupo es recibido cordialmente por todos en la casa. Macarena, al ver a Maximiliano en medio del bullicio, no puede evitar sonreír. Se acerca a él y lo abraza cálidamente.
—Dios, qué cariñosa te vuelves cuando no me ves en días —le dice Maximiliano, sonriente.
—No tienes idea —responde Macarena de manera seductora, sorprendiéndolo.
Cuando finalmente se sueltan, Macarena se dirige a saludar al resto de la familia. Sin embargo, Maximiliano, le toma el brazo y la guía a un rincón tranquilo.
—¿Eso qué fue? —pregunta con curiosidad.
—¿¿Eso qué?? —responde Macarena, haciéndose la desentendida.
—Conozco perfectamente ese tono de voz, señorita Ansaldi.
—No sé de qué hablas. Iré a saludar a tu mamá —responde riendo ligeramente.
Mientras Macarena se aleja, Maximiliano la observa partir con una sonrisa traviesa.
El almuerzo transcurre de manera animada. Macarena no puede evitar recordar su primer almuerzo en la casa de los Fuentealba, cuando Clara, la madre de Maximiliano, apenas la conocía. Ahora, Clara la trata como una más de la familia, y es incluso más afectuosa con ella que con sus propias hijas, lo que hace que Macarena se sienta verdaderamente bienvenida.
Después del almuerzo, la casa empieza a transformarse para la gran fiesta. Todos se apresuran a ayudar con los preparativos. Macarena, curiosa, observa cómo trasladan los instrumentos desde el estudio hasta la sala principal, donde se celebrará la fiesta. Al preguntar por qué el cambio, le explican que la familia ha decidido sorprender a los invitados tocando esa noche. La idea de ver el talento de los Fuentealba es emocionante, y Macarena no puede evitar sentirse ansiosa.
En la gran sala, acondicionada como salón de fiesta, Maximiliano, Martín y Estefanía están ajustando el piano. Maximiliano observa el rostro de su hermana con atención.
—Princesa, ¿por qué esa cara? —le dice al verla sin su habitual sonrisa traviesa.
—Le pedí a Noah que me ayudara con la previa de la fiesta y no quiso.
—Ese idiota, me las va a pagar. Lo dejaré más estúpido de lo que ya es.
—Maxi, no le hagas nada.
—No le haré nada, si ya es estúpido. Debe ser que toda la hierba que se fuma le afecta su capacidad cerebral —dice Maximiliano, mientras Martín no para de reír.
—¡Maxi! ¡Deja de burlarte! —reclama Estefanía.
—Pa, ¿le podrías aplicar un test para medir su IQ? —le dice Maximiliano a Martín.
—¡Deja de burlarte! —le repite Estefanía y se sube a su espalda, golpeándole la cabeza con las palmas de sus manos.
Maximiliano ve entrar a Macarena a la sala con una bandeja con copas en sus manos y la sigue con la mirada mientras aún sostiene a Estefanía en su espalda.
—Se te cae la baba, hermanito —se burla Estefanía—. ¡Disimula un poco!
—Oye, petiza, ahora sí me las pagas —dice Maximiliano y se inclina hacia adelante, logrando que su hermana resbale de su agarre.
Martín se sienta en el banco del piano a ver la divertida escena.
—¡Maxi, me caigo! —dice Estefanía agarrándose del cabello de su hermano—: ¡Protégeme, soy tu hermana menor!
Maximiliano hace un movimiento ágil y cambia la postura de Estefanía, quien ahora cuelga de él como un koala.
—Cuando quieres andar besuqueando a ese imbécil, eres toda una adulta, pero cuando te conviene, quieres ser mi hermana menor —la reprende.
—Sabes que tú ocupas el primer lugar en mi corazón, hermanito hermoso, precioso, el más guapo de todo el mundo —dice Estefanía con voz infantil, haciéndole cosquillas para que la suelte.
Maximiliano ríe y ve pasar nuevamente a Macarena que sale de la sala. Estefanía le toma el mentón a su hermano y se lo empuja hacia arriba.
—Cierra la boca —dice burlándose nuevamente.
—Ahora ruega para que alguien te salve —dice Maximiliano y comienza a perseguirla mientras ella escapa y se esconde detrás de Martín.
—¡Sálvame, papi! —le pide Estefanía.
Martín la toma en brazos y se la lleva, huyendo de Maximiliano, quien está acostumbrado a jugar en esa dinámica.
—No sé quién es más niño —dice Clara a Gonzalo y Rafael, quienes miran sorprendidos la escena, acomodando las copas que ha traído Macarena.
—Pensé que su esposo era alguien serio, todo un señor médico —dice Gonzalo.
—Tiene de serio lo que yo tengo de fea —dice Clara alardeando de su atractivo físico.
—Usted no es nada fea —le dice Rafael.
—Él no es nada serio —responde Clara sonriendo.
Macarena ingresa nuevamente a la sala y se acerca a ellos.
—Clara, llegaron los encargados del bar —le avisa—. ¿Los hago pasar?
—Sí, gracias, Maquita —responde Clara.
—Te acompaño, amiga —dice Gonzalo y se une a Macarena en la labor, siguiéndole el apresurado paso—. No puedo mas del chisme. Tienes a tu ex suegra en la palma de tu mano —comenta.
—Clara es agradable, solo hay que saber tratarla.
—Es una señora muy distinguida y bella. Y sabe muy bien que lo es. Me parece estar escuchando a Maxi cuando habla de ella misma —dice Gonzalo, y Macarena sonríe—. ¿Qué tienes planeado hoy, amiga? De esta noche no pasa esa reconquista.
—Me siento una colegiala cuando paso al lado de Maxi. Me sudan las manos y me da taquicardia. Me siento ridícula. No sé qué me pasa, como que perdí toda mi seguridad —confiesa Macarena.
—Amiga, cuando te pasan cosas así, acuérdate siempre de tu Nona. Imagina el consejo que te daría. Por otro lado, Maxi está loco por ti, es solo cosa de mirarlo.
—Bien —suspira Macarena—. No debe pasar de esta noche. Ese disfraz que me conseguiste, Gonza, se me ve hasta el alma.
—Pues disfrútalo, serás la envidia de toda víbora que venga a esta fiesta a mirar a tu hombre.
—Bueno, pues ahora Maxi sabrá quién es Macarena Ansaldi.
—¡Así se habla, amiga! —la alienta Gonzalo—. Iré a ver a mi bombón porque esta mansión es inmensa y no quiero que me lo secuestren los marcianos —dice, haciendo reír a Macarena.
Macarena sale por la puerta principal de la casa y deja pasar a los encargados del bar. Estefanía la sigue.
—Mi mamá está histérica porque el aire acondicionado no funciona, y todavía no llegan ni el chef, ni la torta, ni las uvas —dice Estefanía, exhalando con frustración—. Creo que por eso no le gusta organizar fiestas. Vine a tomar aire, o te juro que me contagia el estrés.
—Yo la noto relajada —responde Macarena con una sonrisa, mientras acompaña a Estefanía en el portal de entrada.
—¡Porque contigo es una seda!
—¡Estefanía Fuentealba, ¿dónde estás?! —se escucha la voz de Clara desde dentro de la casa.
—Aquí en la entrada —responde Estefanía.
—Recibe al chef y la torta. Esta gente no tiene reloj, debieron llegar hace una hora —dice Clara, asomándose a la puerta.
—¿Necesitas ayuda, Clara? —pregunta Macarena.
—Maquita, vienen los técnicos del aire acondicionado en diez minutos. ¿Puedes esperarlos? Me costó una enormidad que vinieran.
—Claro, no te preocupes. Yo me hago cargo.
—Gracias, Maquita. ¡¡Estefanía, el chef!! —ordena Clara.
—¡¡Ya voy, mamá!! —responde Estefanía, resoplando.
Macarena sonríe al ver el alboroto y el estrés de su ex suegra. Le parece tierno, una experiencia nueva para ella en esta familia.
Estefanía pasa por su lado sosteniendo la torta, la sigue el chef que han contratado y al segundo después Macarena ve que le cierran la puerta de entrada, dejándola afuera.
—¡Estefy! —dice, conteniéndose para no reír mientras apoya la espalda en la puerta. Saca su celular para avisarle a Gonza que le abra la puerta. Está tecleando el mensaje cuando siente que la puerta se abre y ella cae de espaldas al suelo, hacia el interior. Mira hacia arriba y ve a Maximiliano mirándola sorprendido.
—¿Siempre harás esto para reconquistarme? —le pregunta Maximiliano, sonriendo mientras extiende una mano para ayudarla a levantarse.
Macarena se ríe, recordando que es la segunda vez que cae así a los pies de Maximiliano. Toma su mano, levantándose lentamente.
—Estaba esperando una oportunidad para hacerte sonreír —responde Macarena, coquetamente
—¡Epa, señorita! No juegues con fuego que el galán aquí soy yo —dice Maximiliano, siguiendo el juego.
—Entonces, ¿me vas a mostrar cómo se hace o solo te vas a quedar de brazos cruzados? —dice, desafiándolo mientras se acerca y mira sus labios.
—Macarena Ansaldi, ¿tomaste té con yumbina o estás tratando de seducirme? —le pregunta Maximiliano, divertido.
—¿Qué crees tú, galán? —responde ella, acercándose aún más, pasando los brazos alrededor de su cuello.
—Maca, no juegues —dice él, tomándola de la cintura y alternando la mirada entre sus ojos y sus labios.
—No estoy jugando —responde ella, con la misma intensidad.
De repente, aparece Clara, asomada en la puerta de entrada.
—¡Maximiliano, necesito que vayas a comprar uvas! —le ordena
—¡Mamá! —exclama Maximiliano—. Acabas de interrumpir un beso que estaba esperando hace semanas.
—No hay tiempo para besos, necesito esas uvas.
—Ya voy, espérame.
Pero Clara se cruza de brazos en el portal de la puerta.
—Mamá, ¿quieres ver cómo beso a Maca o qué? ¿Por qué te quedas ahí parada?
—Necesito las uvas, ¡YA!
—¡Agg, eres una arruina reconciliaciones de lo peor! —dice Maximiliano—. Recibo al DJ y al de iluminación y voy.
—Yo los recibo —ofrece Macarena—. Además, debo esperar a los técnicos.
—Esto no se queda así —le dice Maximiliano a Macarena, sonriendo ampliamente mientras emprende el camino y su mamá ingresa a la casa.
Para suerte de Maximiliano, justo en ese momento viene llegando Laura que detiene su auto para estacionar.
—Puck, detente, llevame al supermercado —pide Maximiliano antes de que ella logre aparcar.
—Olvidalo Justin. Sal de mi camino porque con gusto te atropello.
—Mamá necesita uvas.
—¿Y las que encargó?
—No llegaron, genio —responde Maximiliano, burlándose.
—No soy adivina, subnormal.
—Ocupa tu magia de duende para hacer aparecer algunas —bromea Maximiliano.
Laura levanta el dedo del medio y le hace un gesto con la cabeza para que suba al auto.
Macarena se ríe por la reciente charla ridícula, los ve alejarse en el auto de Laura mientras divisa la aparición de dos vehículos mas. El DJ y el encargado de la iluminación llegan junto a los técnicos del aire acondicionado, dando un respiro muy necesario a Clara.
A medida que avanza la tarde, los preparativos para la fiesta se intensifican. La casa se transforma con luces festivas y la música empieza a sonar, anticipando lo que promete ser una fiesta memorable.
La familia Fuentealba hace su entrada triunfal en la sala, todos disfrazados de personajes de Star Wars. Mientras los primeros invitados comienzan a llegar, Estefanía se fija en un joven apuesto que entra con una túnica negra adornada en el pecho con un emblema escarlata y dorado en forma de león. Lleva pantalones negros y una camisa blanca que resalta bajo la túnica, con una corbata a rayas en tonos escarlata y dorado. Sus gafas de marco negro y una cicatriz en forma de rayo en la frente completan el look. Estefanía sonríe al reconocer a su profesor.
—¡Profe, qué puntual! —exclama emocionada.
—Claro, la invitación tenía hora, y yo soy de cumplirla.
—¡Profe, te has disfrazado de uno de los personajes de mi saga favorita! —dice Estefanía, entusiasmada.
—¿También te gusta Harry Potter?
—¡Claro que sí! Me encanta y me gusta mucho tu disfraz.
—A mí me gusta el tuyo, Ray.
—Somos la familia Star Wars. Ese que ves de Han Solo es mi papá, se llama Martín. La Princesa Leia es mi mamá, Clara. Obi-Wan Kenobi es mi hermano, Maximiliano, y Darth Vader es mi hermana, Laura.
—¡Wow, se ven geniales!
—¿Cierto? —dice entusiasmada—. Profe, ¿viniste en auto? Porque puedes estacionarlo en cualquier lugar dentro del condominio, no lo dejes afuera. Mi mamá me obligó a repartir pasteles y sonrisas a los vecinos para que nos dejaran ocupar todos los espacios que quisiéramos.
—¿Pasteles y sonrisas?, eso suena divertido.
—Agotador, diría yo. Y, ¿dónde estacionaste?
—Afuera. Pero no vine en auto, vine en mi noble corcel.
—¿Mi profesor está bromeando? —pregunta Estefanía, divertida—. ¿El caballero medieval, lord de la corrección, acaba de bromear?
—Creo que tu energía es contagiosa —responde Gabriel, sonriendo.
—Gabriel, por favor, no le menciones a mi hermano que me subí a... tu noble corcel.
—Lo siento, no quise meterte en problemas con él.
—No es eso. Mi hermano es muy sobreprotector. Pero, sinceramente, no me hubiera perdido la oportunidad de aferrarme a tu espalda, montada en una moto, con el viento en el cabello y el motor rugiendo en mis oídos.
—Eres muy divertida, es solo una moto.
—Contigo, deja de ser solo una moto —le dice Estefanía, coqueteando.
Gabriel sonríe y baja la mirada, visiblemente afectado.
—Estefi, iré a estacionar mi moto donde me indicaste —dice Gabriel para desviar la conversación.
—Sí, es lo mejor. ¿Te acompaño? —ofrece Estefanía.
—Te lo agradezco, Estefi —responde Gabriel, agradecido.
Ambos salen de la sala de la fiesta y se dirigen al lugar donde Gabriel ha estacionado su moto.
Por otro lado, Macarena se prepara en la habitación de invitados. Se viste, se maquilla y se peina. Su disfraz se ajusta perfectamente a sus curvas, resaltando su figura. Su cabello cae en cascada sobre sus hombros, una tiara dorada adorna su frente y dos brazaletes cubren sus antebrazos. Botas rojas hasta la rodilla, un body rojo con tirantes finos y delgados, una falda azul muy corta y un cinturón dorado del cual cuelga el lazo de la verdad completan su disfraz.
Mira su reflejo en el espejo de la habitación y dice para sí:
«Nona, si esto es lo que quieres para mí, ayúdame, por favor»
Sale y se dirige al salón de la fiesta pero antes de ingresar, se encuentra con sus amigos Gonzalo y Rafael, disfrazados de Hombres de Negro con smoking y anteojos oscuros. Gonzalo se quita los anteojos y se los coloca en la punta de su nariz.
—¡OMG! —exclama Gonzalo al verla—. Cada centímetro de tu cuerpo está gritando: "Maxi, fóllame" —dice haciéndola reír a carcajadas—. Era cierto que se te ve hasta el alma, amiga, pero estás que echas llamas.
—Te ves muy bonita y nada vulgar. Estás elegante y sexy —le dice Rafael.
—Gracias, Rafa, eres un amor.
—Tú también, Maca —responde Rafael cortésmente.
—Ambos se ven muy guapos. Vamos, que debe haber llegado ya algo de gente —les dice ella, invitándolos a caminar hacia la sala.
Macarena no puede evitar sentirse nerviosa. Sabe que este es su momento para aclararle sus sentimientos a Maximiliano. Con el corazón acelerado y una última sonrisa, avanza hacia el salón, pensando que debe hacer todo lo posible para recuperarlo.
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