Capítulo 15. Detrás del anzuelo
Primavera había llegado a Efren y no podía mentir con decir que esa temporada me daba nostalgia el recordarla. Me traía a la memoria a mi hermosa hermana menor, la misma que ya no estaba conmigo por un injusto arrebato del destino.
Tenía ese agridulce sabor en el paladar de solo recordar a mi niña rubia jugar con las flores del jardín que con tanta dedicación mamá arreglaba y cuidaba, el como ella no las arrancaba de su lugar y las olía con cautela para percibir el aroma que expedían estas de manera natural. Sus ojos azules brillaban con fuerza ante el tiempo asomado por nuestra ventana. Ese era su día favorito del año.
Era veintiuno de marzo. La llegada de la primavera. El cumpleaños de Mara.
Aun se me clavaba ese nudo en la garganta por más imperturbable que quisiera estar. Ni siquiera el cigarrillo en mis dedos funcionaba con el sentimiento que me abarcaba el recordar a Mara tres años después de su muerte, y parecía que nunca podría superarlo de igual manera, no hasta que obtuviera mi venganza y dejara tras las rejas a esa española de mala raza que tenía por enemiga jurada desde que supe la verdad.
— Muy bien, ya hablé con Kylee. Debe estar más paranoica de lo normal después de lo que te dije.—Habló Alessandro mientras arrojaba al lago una pequeña piedra que había tomado hace unos minutos del piso para jugar con ella. Ambos estábamos apoyados de mi auto a la vez que conversábamos del plan que seguíamos al pie de la letra—. ¿Qué se supone que sigue?
— Debemos envolverla más. Hacer que pierda la cordura hasta un punto grave.
— ¿Y qué te hace creer que ella la perderá? De seguro debe estar pensando muchos planes para sacarnos del lado. —El italiano se volvió a agachar para tomar otra piedra, pero de color blanco, la sostuvo en dos dedos y la miró con detenimiento—. Quisiera saber lo que está pensando ahora.
— Créeme, la he visto hacerlo—llevé el cigarro a mi boca e inhalé de la nicotina—. Sé que puedo volverlo a hacer.
— ¿Pero qué sentido tiene eso? Si hacemos que pierda la cordura solo nos afectará a nosotros, es posible que nos tome más odio y quiera acabarnos con más propiedad.
— Sé que tú y yo conocimos a la misma Cooke, Aless —tomé la piedra que estaba en sus dedos y la acaricié con el pulgar ya teniéndola en mano—. Pero a la Cooke que yo enfrenté es la misma que puede caer por locura como por soberbia.
— ¿Te refieres a...?
— No, aun no—le corté a mi compañero alzando la piedra—. Hay que esperar, ser muy pacientes. Encontrar el momento adecuado para ambos. Y cuando eso pase—miré la piedra blanca por última vez y sin pensarlo dos veces la arrojé con bastante fuerza hacia el agua de El Trazo—, la hundiremos a lo más profundo de nuestro océano. Hasta que se ahogue.
Nos compartimos una sonrisa con la idea entre líneas, considerando desde ahora lo dulce que sería acabar con aquella joven que nos había destruido con solo un chasquido de sus dedos.
El sol comenzó a ponerse en el horizonte y nos dio el indicio de volver a casa, o a lo que podía decir que se le llamaba así. Ahora los dos vivíamos en los recintos de la universidad, uno al lado del otro por aparente coincidencia. Pero no, no podía volver a vivir a mi casa de hace tres años atrás. De alguna manera, no sabía si papá o quién, la había vendido a otras personas. Así que no tenía nada por así decir en ese lugar.
Me subí en el lugar del piloto del carro mientras que mi amigo pelinegro se ubicó a mi lado en el asiento del copiloto. De alguna forma nos convertimos en casi inseparables, ya sea por las vivencias pasadas en Harvard o por el deseo de venganza que nos unía, pero era difícil no convivir mucho tiempo sin el otro.
Encendí el motor y conduje fuera del parqueo del mirador de El Trazo que hace poco habían construido. En mi separación de la ciudad hubo muchas transformaciones que me hicieron tragar en seco y verla de otra forma muy distinta a lo acostumbrado, ahora veía a Efren no como un hogar, sino como una ciudad provisional. Sin embargo, no importaba, eso sería hasta que llevara a cabo el plan, luego me iría de allí como ave en invierno.
— Por cierto, Max —hice un sonido para prestarle atención al llamado de Aless—, ¿de dónde sacaste el auto?
Intenté no reírme por la pregunta del pelinegro con perforaciones que miraba a la calle con tranquilidad. No sé por qué tenía la sensación de que Alessandro me subestimaba en sobremanera de mis condiciones. De seguro aun creía que habría tenido una beca en la anterior universidad a la que estábamos y no era tan o más pudiente que él y su familia.
— Fue un pequeño regalo que me hice, por mi cumpleaños.
— ¿Tu cumpleaños no es en julio?
— ¿Qué eres? ¿Policía? —Me reí y él me imitó.
— No, soy tu abuela.
— Es muy maduro de tu parte introducir a esa señora en esta conversación.
— No es necesario que me agradezcas. —Contestó con ironía mientras las sonrisas permanecían en nuestros rostros.
Hubo un silencio cómodo de unos segundos hasta que mi acompañante decidió encender la radio y llenar el espacio de una música no tan reconocida, hasta que llegó el coro de esta—:
Don't you give me up,
Please don't give up.
Honey, I belong, with you
And only you, baby.
Only you, my girl,
Only you, babe.
Only you, darling,
Only you, babe.
— ¡Agh! —Soltó de repente Alessandro con la cara constipada en el asco que pude distinguir de reojo—. De todas las canciones, tenía que ser exactamente esta.
— ¿Qué tiene de malo? A mí me agrada—él me observó como si dijera la peor blasfemia de todos los tiempos. Y claro, ahora recordaba, ya tarde, que el señor a mi lado era estudiante de música y todo que fuera un simple sonido le molestaba.
— ¿Sabes que es un "Si menor"? ¿Un "La"?
— No.
— ¿Sabes que es un sostenido por lo menos?
— Sí Alessandro, un sostenido será lo que tendrá tu boca si no te callas ahora.
Justo me detuve frente al semáforo, detrás de un auto que me dio pinta de conocerlo en algún lado, le resté importancia cuando no lograba recordar de dónde. Pero cuando Aless me iba a responder en la pequeña discusión, mis ojos se abrieron al reconocer la placa que portaba. ¡Demonios! Ya me había olvidado de que existía Lohan, tenía mucho tiempo sin verlo.
Y justo en ese momento, mi cabeza comenzó a trabajar en un plan rápido en el que mi antiguo amigo y excuñado se viera involucrado. Cuando el semáforo se puso en verde y el auto arrancó, yo no giré hacia la universidad, sino que seguí el rumbo que tomaba el auto negro del frente a velocidad moderada.
— Debes entender que la música es un mundo básico Max, es un... un... Espera, ¿a dónde vas? Debimos girar, ¿no?
— Solo quiero hacer una visita, a un viejo amigo—sonreí con algo de malicia hacia mis adentros. Pero ya el pelinegro estaba muy bien entrenado como para no entender mis mañas.
— ¿Cuál es tu plan?
— ¿Recuerdas que te conté alguna vez del ex de mi hermana?
— Creo que sí, el chico que era muy idiota y siempre le perdonaba.
Asentí.
— Digamos que me debe un gran favor, y creo que no podrá negarse.
— ¿Crees que nos ayude en el plan?
— O me dejo de llamar Maxwell Sayler—contesté acelerando lentamente al ver que el auto del frente se iba alejando con tranquilidad. Sí sabía dónde vivía Lohan, pero tampoco quería perderlo de vista por si tomaba otro rumbo que no fuera su casa.
Quizá y su amabilidad constante me sirva de algo al final.
Luego de cinco minutos de ruta discreta del castaño de ojos azules, él se detuvo frente a su casa y yo seguí el paso hasta detenerme un poco más adelante, al paralelo de su casa. Tuve suerte de que la noche ya había caído y no se veía muchas cosas además de lo que era reflejado por la lampara de la calle. Eso me traía muchos recuerdos a El Haro.
— Creo que va con alguien más.—Dijo Alessandro mirando en dirección del carro que estaba detenido frente a aquella casa, yo miré igual al inclinarme más adelante. Este se desmontó con una gran sonrisa que era típica de él. Lohan no había cambiado absolutamente en nada, solo que parecía estar haciendo ejercicio.
— Iré a hablar con él.
— Espera—me detuvo el italiano—, creo que está con alguien más.
Volví a ver hacia la dirección y, efectivamente, alguien más salía del carro. No lo reconocí a la primera, pero Alessandro me ayudó a identificarlo.
— ¿Es Karter? —Susurró con asombro—. ¿Qué hace él aquí?
— No lo sé. Pero tampoco lo sabremos si nos quedamos aquí.
— Si nos acercamos no es como si recibiéramos la bienvenida a DisneyLand.
De nuevo concentramos la mirada hacia los otros dos que estaban hablando con entusiasmo alrededor del auto. Ni siquiera estaba reconociendo del todo a Karter, era muy poco de lo que había dejado antes de huir de la justicia. Ahora era casi más alto que Lohan, no tan fuerte como él, pero sí con una característica muy atractivas y destacables de su parte. Seguía pareciéndose a su melliza, pero con la testosterona como fuente de diferencia.
Luego ambos chicos empezaron a sacar algo del maletero del auto de Lohan, eso era... ¿Maletas? ¿Acaso se iban de viaje? ¿O se estaban mudando? Era muy confuso el asunto.
— ¿Acaso se van de viaje? —Susurró mi amigo cruzándose de brazos, con intenciones de ver a más detalle el suceso.
— Es eso o se están mudando a la casa de Lohan.
— Eso es imposible, ¿quién se mudaría? ¿Karter? Es indudable, nunca dejaría a Cooke sola.
— ¿Y si sí lo hizo?
Él me miró con sorpresa cuando yo le observé con cautela, no sabíamos si era eso, sin embargo, teníamos el presentimiento de no equivocarnos del todo. Aun así, seguía siendo especulaciones, debíamos esperar para ver si era cierta nuestras dudas.
De ser así, no sabían lo fácil que nos las estaban poniendo el acabar a Kylee.
Ay Dios, lo que se está cocinando con Maxwell y Alessandro, el plan va a ser muy bueno que de verdad hundirán a Cooke, ¿o creen que Cooke se saldrá con la suya?
Tengo miedo. 7-7
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¡Besitos suspensivos! Nos vemos en el próximo capítulo: «Capítulo 16. La mudanza».
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