Capítulo 02. Te escucho, fratello
Cinco meses antes de llegar a la Estatal de Efren
Verano, segundo viernes de agosto, cuatro y treinta de la tarde
Extrañaba a Efren. Lancé la bola y esta reboto devuelta a mí.
Extrañaba a mamá y papá. Volví a lanzar la bola y la atrapé.
Extrañaba a Mara. Lancé de nuevo y la capturé.
A tres años de la muerte de mi hermana menor, volvió a ser el mismo verano que la vio partir a manos de mi progenitora. Pero, a pesar del suceso, solo podía recordar una cosa en específico mientras golpeaba la pared con la pequeña pelota plástica que retuve en mi mano cuando llegó un nombre a mi cabeza. Apreté el material a la vez que su rostro sonriente, el de aquella maldita española, llegó a mí. La misma que había destruido mi vida, mi familia y mi futuro con solo su presencia en pocos meses.
— Me la pagarás muy caro, Sorní—susurré entre dientes mientras volvía a lanzar la pelota.
— ¿Puedes dejar de arrojar esa estúpida pelota? Intento tomar el compás.
— Vete al diablo calzón.
— Es Cassone. —Colocó el violín en su hombro y el mentón donde acostumbraba, yo seguí con la pelota hasta que un resoplido exhausto salió de él—. Vete al infierno Sayler.
— Lo estoy cada vez que tocas esa mierda—detuve el juego y él se sentó en su cama para dejar el violín en su estuche.
— Eres peor que tener una ex con psicosis.
— Que coincidencia, porque tuve una. Bueno, no es una ex en su totalidad, pero... tú me entiendes.
— Lo digo porque también la tuve.
— ¿Ah sí? ¿Qué te hizo hacer a ti? —Me crucé de brazos acomodándome en el cabezal de mi cama y él me miró para alzar una ceja.
— No sé. Clavarte un tenedor y esas cosas.
— Auch—solté entre el sarcasmo y algo de dolor con solo imaginarlo—. ¿Dónde lo hizo?
— Tú no quieres saberlo.
— ¿En las bolas?
— Gracias a Dios que no—se levantó para estirarse y luego dio unos pasos en la habitación—. Las españolas son locas, pero una española con psicosis es como tener a el diablo como novia.
— ¿Era española? —Sonreí al notar otra nueva casualidad—. Al igual que la que yo conocí. Era de un lugar... ¿Cómo se llamaba? ¿Luminar? ¿Lucía?
— ¿Lucía? ¿Dices Andalucía? —Asentí y él sonrió de manera irónica—. No me jodas, yo soy de allá.
— ¿Eres español? Siempre creí que eras italiano, con el apellido que traes.
— No, no. Mis padres son los italianos, yo nací en Italia, pero me críe gran parte de mi vida en Andalucía, específicamente en Jaén.
— ¿Jaén? Creo que de allá también era la chi-
— Espera, espera, cállate—cerró los ojos mientras me detenía con un gesto de su mano—. ¿Me dices que la chica de la que hablas tenía psicosis y era de Jaén? Es imposible, solo conozco a una-... —Se calló de repente al abrir los ojos y meditó algo para sí mismo, sus ojos grises se movieron por diferentes lugares mientras tanteaba su índice con sus labios—. De casualidad, ¿esa chica tiene un mellizo?
Abrí los ojos, sorprendido, y asentí con la cabeza, él me miró igual de impresionado por tal nivel de similitud, ¿y si...? No, ¿Era posible que sea la misma? ¿Tantas vueltas daba el mundo para que, en todo Estados Unidos, en todo Massachusetts, en toda la zona de Cambridge, en toda a Universidad de Harvard, en todo el complejo universitario, me encontrara de manera específica a alguien que conocía a...
— Kylee—solté yo.
— Cooke—afirmó él mientras yo asentía lentamente.
— ¿Ella te apuñaló con un tenedor?
— ¿Qué te hizo a ti? —Su sonrisa incrédula continuó dibujada en su cara aun de pie. Yo también me levanté para quedar frente al Italiano.
— Convenció a mi madre de matar a mi hermana, rompió todas las reglas del que consideraba mi hogar, hizo que se descubriera la corrupción de mi familia, me hizo estar en prisión por unos meses...
— ¿Eres el Maxwell del caso aquel de la madre que mató a-...?
— Sí—le corté el rollo al tener aun el mal sabor de esa situación.
— Mierda. Y creía que todas las cosas que me hizo hacer eran malas.
— ¿Qué te hizo?
— Maté a mi hermano por ella.
— ¿Qué? —Fruncí el ceño, ahora era yo el que tenía la sonrisa incrédula en mi rostro y cuando él se sentó en su habitación, yo lo hice a su lado para seguir mirándolo sin una pizca de lógica en lo que me dijo, ¿cómo podía decirlo con tanta naturalidad? —. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo...?
— No lo sé. Ella solo... ¡Solo lo hace! —Alessandro pasó sus manos por su cara con frustración—. Mi hermano y ella eran novios, y..., ella me hizo creer muchas cosas, y yo confié ciegamente en ella, tuve que huir a Italia. No he vuelto a España desde eso.
— ¿Cómo lo mataste?
Él me miró extrañado por la pregunta y yo solo me alcé de hombros esperando a que me respondiera.
— Lo... Lo... ¡Eso no te incumbe! —Se levantó de repente—. Ella me hizo pagarle la terapia por la muerte de su abuelo que ella misma mató, me hizo comprarle sus medicinas de manera periódica, yo estaba...
— ¿Perdidamente enamorado?
Alessandro se detuvo de su andar y palabras para mirarme, movió su cabeza de arriba hacia debajo con lentitud para indicar que tenía razón. Suspiré. No sabía si sentirme bien o mal por no ser ni el primero y el único que pasó por aquello.
— Sus planes son los más elaborados que he escuchado en mi vida. Sus juegos son pesados, su sistema es sádico y lleno de sangre, no le importa quién deba quitar de su paso. Ella está mal de la cabeza, pero en serio.
— ¿Por eso son sus medicamentos? ¿Son para bajar su psicosis o su mentalidad cruda?
— Ambas. A ella se le detectó una enfermedad de identidad.
— ¿Es esa enfermedad que suena cómo una puerta? ¿Toc toc? —Empecé a reír y él me miró de mala gana mientras afilaba su mirada con pocas ganas de repetir mi acto.
— ¿Algo peor no se te podía ocurrir?
— Gracias—suspiré con sarcasmo—. Continúa.
— Ella sufre de personalidad múltiple. Su abuelo abusó de ella por un par de meses y lo asesinó de manera sanguinaria.
— ¿A qué te refieres con-...?
— ¿Quieres fumar? —Interrumpió él, buscando la cajetilla en la mesa de noche de su lado y encontrándola al instante al abrir el cajón.
— ¿Tienes?
— Me quedan justamente dos.
Me pasó uno y luego buscó un encendedor en el mismo lugar que los cigarros. Cuando ambos estuvieron ardientes y emanando el leve vapor, nos volvimos a acomodar uno al lado del otro.
— Treinta balazos, dedos cortados, ojo sacado, ¿tu mi capisci?
— ¿Todo eso lo hizo ella?
— Es poco para lo que sabe hacer—refirió antes de dar una calada y exhaló.
— ¿Qué sabe hacer?
— ¿Has tenido sexo con ella? —Levantó sus cejas con una sonrisa llena de jugarreta—. Es una loca contenida bajo todo ese falso control.
— Entiendo a lo que te refieres—la bocanada del cigarro salió de mí ahora imitando el gesto de mi compañero.
Chocamos lo puños al entender a lo que nos referíamos para seguir fumando en silencio. Todo lo dicho por Alessandro me hizo pensar en específico en la estrategia que se usó Kylee para sus planes, al igual que mi madre me había podido confesar cuando la visité en la prisión de Wisconsin hace par de meses. Era cierto que no le creí a lo primero, pero ahora, con todo esto, era justo como lo había explicado mi madre.
— Sabes —dije de repente, llamando la atención del pelinegro a mi lado que tenía el cigarro en sus manos—, se me ocurre que Kylee puede lavarle el cerebro a una persona, específicamente a alguien que no la conoce. Pero ¿crees que lo pueda hacerlo con dos que ya saben sus artimañas y debilidades?
— ¿Qué tienes en mente? —Cuestionó divertido y yo me reí para mis adentros por el plan que se estaba desenmarañando.
— ¿Te interesaría visitar Efren?
Él dio una calada larga mirando a otro lado y soltó el vapor tanto por boca como por nariz para terminar sonriendo con algo, aparentemente, parecido a lo que yo planeaba en su mente.
— Te escucho, fratello.
Italiano
* ¿Tú mi capisci?: ¿Tú me entiendes?
* Fratello: Hermano
O M G
¿Qué tramarán estos dos? ¿Creen que le harán algo a Cooke o tendrán otros planes?
Lo sé, yo no dudaría ni un momento en lo que pudieran hacer, como dice una frase por ahí: "Dos mentes piensan mejor que una". ¡Pero qué mentes, Dios mío!
Yo creo que no le harán anda y solo quieren hablar con ella, ¿quién está conmigo? ¿Nadie? ¿De verdad? Ay, tengo miedo.
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