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TAG#1: El aroma del hogar

El sentido del olfato es sin duda uno de los que más podemos apreciar. Desde que comenzamos a crecer, aún sin ser conscientes de ello, los olores se convierten en parte de la memoria indeleble que puede ser la existencia humana.

Castañas recién nacidas, yerba cortada en la mañana, tierra que se humedece antes del aluvión de una tormenta, asfalto quemado por un Sol al mediodía, grasa del motor de un coche en el taller, clavos de canela mezclándose con otra especia en la cocina. Sinfonía de aromas y sabores que se unen al recuerdo de voces y el palpitar de un corazón igual de anhelante.

Así los sonidos se sobreponen a los aromas hasta crear imágenes, imágenes de una pista profesional para patinadores sobre hielo y el regusto metálico de la sangre manchando el inmaculado piso donde solo deberían estar la huellas de los patines y los agasajos para el triunfador del Gran Prix de Skate destinado a menores de veinticinco años.

Un año de esfuerzos y una vida de promesas que se desliza entre los dedos mientras la total oscuridad engulle a Kim Taehyung y las sensaciones quedan encerradas en el mismo cajón de los recuerdos, a donde suele ir uno cuando el cansancio y las heridas parecen ser demasiado pesadas para soportar.

Han pasado siete meses desde que pisara una pista de patinaje. Sin embargo, en su mente sigue repitiendo la secuencia de movimientos que lo llevaron a dónde está hoy.

En su mente los flashes de las cámaras aún iluminan su iris color turquesa y la multitud corea su nombre cuando sale a dar el tradicional recorrido de calentamiento. En su mente Taehyung vuela, renace de su desfavorable posición y vuelve a ser el chico de las sonrisas tiernas o las bromas sin sentido.

Este extraño, este frío desconocido que acaba de despertar en el asiento del copiloto de un Range Rover con destino a Daegu, es solo el cascarón vacío del joven que solía ser.

Hasta este punto diríamos que todo está perdido, que pasar de ser una celebridad con una carrera prometedora al pobre chico que se quedó ciego es hasta cierto punto un drama cliché.

Taehyung también lo ha pensado. Hasta la obsesividad agotadora y si es honesto consigo mismo, hasta casi cerca de infligirse daño. Una de las razones por las que no lo ha hecho va al volante del Rover y tiene un carácter más templado que el suyo cuando se requiere.

Min Yoongi estudió Administración Empresarial en la Universidad de Seúl pero en cuanto su primo Taehyung fue captado para formar parte del club de patinadores profesionales candidatos a la selección nacional, pues la necesidad de que el más joven tuviera un mánager y que este fuera de su entera confianza, fue la guinda del pastel.

Así que desde los últimos seis años, el equipo Kim-Min estaba en boca de todos los que llevaban el contador de lo que podría ser lucrativo en un deportista.

Solo Yuyeong, el entrenador de Tae, y el propio Yoongi sabían de la ansiedad y las noches de desvelo detrás de cada competencia. Solo ellos conocían del esfuerzo y las lágrimas detrás de cada medalla y agasajo, por eso el mayor había decidido que era tiempo de regresar a casa y eso era exactamente lo que se proponía.

Una temporada en Daegu debería traer un poco de calidez al corazón del patinador. Al menos esas eran las expectativas de Yoongi antes de reconocer el cartel de bienvenida a la ciudad natal de los dos.

—Ya sé que despertaste. Bajaré la ventana, el aroma a pinos y fresas siempre me recuerda a casa.

Comenta Yoongi en su tono más perezoso y Taehyung responde con una mueca. Sabe que tiene razón y por increíble que pueda parecerle no necesita ver para recordar cada detalle de esa carretera.

Ha llovido la noche anterior, la tierra sigue húmeda y el sol es un tibio recuerdo sobre la piel que dejan disponible los lentes en su rostro. Taehyung inspira y los sonidos del antiguo centro de su mundo lo llenan como un abrigo conocido.

El crujido de las vigas de un puente antes de que la autopista serpentee en dirección a la tienda de la señora Choi, el tumulto frente a la gasolinera y el taller de mecánica de los Kang.

La llamada alterada de alguna madre al pasar frente a la escuela primaria del pueblo o el preludio de estar entrando en el camino custodiado por alerces de la casa de sus abuelos, el lugar donde él y Yoongi solían organizar excursiones a la montaña de Palgong y fingirse altos generales del imperio de Silla.

Taehyung recuerda todo. Su mente es un caleidoscopio de colores aún cuando sus ojos no pueden mirar. La desesperación parece alejarse como la más fiera de las tormentas mientras el Rover circula por el último tramo de carretera antes que el arco de la mansión Kim sea visible.

—Sabía que regresar nos haría bien. No ha cambiado mucho desde la última vez.

Admite la voz grave de su primo por encima de los sonidos del claro donde descansa la propiedad de los Kim y un sarcillo de casas que han construido en los últimos años.

Es cerca del camino que marca el inicio de los campos donde el servicio continúa dedicándose a la cría de ganado y caballos que el coche frena bruscamente. Taehyung contiene el aliento cuando escucha la maldición del hombre a su lado.

—¿Qué pasa, Yoon? ¿Por qué...?

El portazo del otro lado lo interrumpe. Yoongi rodea el auto antes que el de lentes de sol pueda bajar la ventanilla e intentar captar cuál es el motivo de la abrupta parada.

—Quédate en el coche, solo son dos que no saben aparcar en una vía donde es común que pase el ganado.

—Les habrá pasado algo. Sé tolerante, esto es Palgong no Gangnam.

Le recordó el castaño pero su primo ya no estaba allí para ser testigo de esa declaración. Fuera del vehículo, hacia el extremo izquierdo de la carretera, un Jeep en tonos platino era inspeccionado por dos chicos que parecían inmersos en una pelea.

Uno era pelinegro, el más irritado a juicio de Yoongi, y del otro solo podía declarar a favor del uso de unos pantalones con las rodillas afuera porque era todo lo que veía de él al estar bajo el coche.

De pronto el pelinegro reparó en la presencia ajena y su rostro se iluminó casi con alivio.

—¡Gracias a Dios! Disculpe el atrevimiento pero... ¿no tendrá un neumático extra en su coche?

Era el colmo de los colmos. Yoongi estaba a punto de negarse y echarle una diatriba sobre la irresponsabilidad de estacionar al borde la sinuosa carretera donde lo común era que las reses deambularan cuando el chico que estaba debajo de coche emergió como una extraña visión en medio de la ira.

—Te he dicho que no necesitamos cambiar el neumático. Si tu jefe fuera más responsable estas cosas no sucedieran. Solo es empujar...

El desconocido parpadeó al encontrarse con un hombre de estatura similar a la suya y una piel semejante a la de un maniquí. Una inmaculada piel envuelta en ropas de diseñador, aún cuando solo podía reconocer la comodidad de los almacenes de Tommy Hilfiger en el suéter y las deportivas blancas, sabía que probablemente estaba en presencia de un empresario o del heredero de los Kim.

Algo que media localidad comentaba con suma discreción, pero lo suficientemente en alto para que llegara a los oídos indicados.

Su propio primo había sido seducido por esos rumores y dada su profesión, el valor especulativo también le confería renovado interés en sacar conclusiones detectivescas.

—Eh... creo que nos estamos precipitando... disculpe a mi primo. Soy jefe de un taller de mecánica y este coche solo tenía un cable suelto.

Fue lo que dijo Jimin, el extraño de cabello color naranja y abultadas mejillas que también era motivo de evaluación por parte de Yoongi. A su lado el pelinegro que había salido a su encuentro carraspeó.

—De todas formas necesitamos ayuda. Disculpe, Jeon Jungkook...

Extendió una mano en dirección de Yoongi. Este correspondió por inercia, percatándose de que aún seguía inspeccionando al de hebras naranjas.

—Min Yoon Gi, y aunque quiera no traigo un neumático extra. Pero puedo ayudarlos a empujar.

—Eso sería práctico. Voy a encender el coche mientras ustedes prueban.

Jimin palmeó el capó del auto antes de hacer lo que había sugerido. Jungkook se vio en la necesidad de presentar a su primo mientras él y Yoongi intentaban poner en marcha la camioneta. Minutos después el auto salía del arcén para estar en condiciones nuevamente.

—Te lo dije—afirmó Jimin antes de echarle una mirada suspicaz a Jungkook. Luego encaminándose a Yoongi compuso una media sonrisa—Gracias por la ayuda, supongo que no es de por aquí.

El más pálido enarcó una ceja. No sabía por qué aquel ademán se le insinuaba tan cínico, aún cuando iluminaba los espejos avellana de los ojos ajenos.

—No, la verdad yo crecí en estos rumbos. Esta propiedad—rodeó con sus brazos el basto césped que flanqueaba la carretera— pertence a mi familia materna.

—Ah...Volviendo a casa entonces.

—Jiminnie, a veces olvidas que el periodista soy yo. Gracias por ayudarnos señor Min y bienvenido de nuevo a Palgong.

Yoongi contuvo el deseo de quejarse. "Señor" ni que tener veintinueve fuera la edad para considerarse como tal un viejo en toda regla. Hubiera rumiando más aquella impertinencia si los pasos de otra persona no fueran perceptibles sobre el asfalto de la carretera.

Rápidamente reparó en la figura esbelta que se materializó ante él y sus curiosos acompañantes. El sol del mediodía arrancaba destellos dorados del cabello castaño de Taehyung mientras su apuesto rostro era acariciado por la brisa estival.

—Te dije que te quedaras en el auto.

Fue lo que masculló Yoongi pero el castaño no le prestó atención. Jimin intercambió una mirada con su primo antes de retomar el camino al piloto del Jeep.

—Te demorabas demasiado. Abuela llamó y le dije que estábamos por llegar.

El tono suave de aquella voz solo aumentó la curiosidad en el único asistente además de Yoongi a la escena. Jungkook casi alcanzaba a presentarse cuando aquel etéreo chico dio media vuelta.

—Tengan cuidado la próxima vez. Las reses aparecen en medio del camino para complicarle la vida a cualquiera.

Fue la abrupta despedida de Yoongi antes de alcanzar al castaño de regreso al Range Rover. Jungkook construyó un suspiro de resignación antes de incorporarse al asiento del copiloto. La mirada suspicaz de Jimin sobre su rostro no necesitaba explicación.

—Antes que me regañes, te voy advirtiendo que lo intentaré...

Un resoplido proveniente del peli naranja lo hizo encararlo en el espejo retrovisor.

—Es obvio que quiere alejarse de todo por un tiempo. Medio país le ha hecho la vida imposible después del accidente. Dime cómo se tomará que un reportero local quiera acosarlo con más preguntas. Debe ser espantoso estar... bueno ya sabes...

—La discapacidad solo existe en la mente de las personas. Kim Taehyung sigue siendo ese brillante patinador sobre hielo, aún cuando todos quieren satanizar su carrera.

Lo cortó Jungkook y no supo por qué salir en defensa de aquel desconocido le había irritado tanto. Jimin dobló en la última curva que lo separaba del camino de acceso al pueblo. El Rover los había adelantado minutos antes hacia lo que el tal Min Yoon Gi llamaba "su propiedad."

—Sea como sea, nosotros estamos en otro nivel. El tipo ese que acompaña a tu patinador tiene aires de niño bonito. Por mucho que te haya ayudado a empujar, parecía un profesor de matemáticas enfurruñado porque nos saltamos una regla.

El pelinegro a bordo del Jeep negó. Su primo era un caso evaluando a la gente. Él, por otra parte, seguía atrapado en la presencia elegante que a pesar de todo le seguía perteneciendo a Kim Taehyung.

La carretera dejó de serpentear para otro par de chicos que se movían en dirección opuesta. Los alerces techaban con sus ramas el inicio de la gravilla de una casona remodelada con estilo europeo. Yoongi exhaló antes de abandonar el Rover.

Taehyung lo siguió con pasos inseguros hasta que el ruido de unos tacones en la cercanía lo hizo esbozar una mueca. Ese era el equivalente a las sonrisas. La señora de la casa, Kim Chae Rim, no perdió tiempo para abrazar a sus nietos.

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