3. COLE
Un solo chico es inofensivo, ¿cierto? ¡¿CIERTO?!
M A R Z O
Viernes
2:22
— ¡Madre quiero tragar ahora! —bromeo. Ella sabe que bromear es parte de mi encanto.
Dejo la mochila abandonada en la entrada de la puerta de mi casa.
— ¡Madre! —me paseo por la casa hasta llegar a la cocina—. ¿Mamá? —digo/pregunto.
Me sirvo un vaso de agua, directo del grifo, y miro a través de la ventana de la cocina familiar, hacia el exterior donde el patio trasero recibe a la primavera como todos los veinte de Marzo de todos los años. Las Hortensias de mamá están seguras en el invernadero. Hay plagas de conejos.
— Cole —la voz demoniaca de mi hermana, susurrando mi nombre en mi oído derecho, me sobresalta.
— Jesús María y José —suelto una oración y un disgusto en la expresión cuando la miro—. Ya te dije que no hagas eso, Rebecca —la regaño, pero mi hermana (la de en medio), no entiende de razones. Cree que es divertido matar de sustos a sus hermanos.
Bec ríe con gusto, taladrando las preciosas hortensias de mamá y el papel tapiz de la cocina. Su risa es gaznápira y ruidosa, de melodiosa no tiene nada. Eso lo heredó de madre.
Y... hablando de ella...
— ¿En dónde está madre? —le pregunto a la hiena que usa lápiz labial.
— El director de Daniel la mando a llamar. Mencionó algo sobre su educación en peligro o agresividad o yo qué sé. Dijo que se metió en problemas y ahora papi va a tener que sacarlo.
— Espero que no de la cárcel —digo.
— Eso estaría de pelos.
— Rebecca —le advierto.
— No mames, Cole, si lo meten al bote qué, vale madres —dijo al comer de bocado en bocado su mandarina y reírse como la hiena que es.
Le pongo mala cara a esta extraña feminista que viste como puta y se pinta la boca excesivamente.
Una voz y un ruido proveniente del patio delantero (como de camión de mudanza), nos extraña a los dos. Nos miramos compartiendo ojos de "¿Qué pasa?", y... ambos salimos disparados al ventanal de la sala para enterarnos de lo que se trata, o... de quién se trata.
Corremos las persianas, y vemos a los trabajadores de la mudanza meter y sacar cajas vacías y llenas a la propiedad de enfrente, donde antes había un anuncio con las palabras «Se Vende», y después hubo un cartel de bienes raíces con la amigable cara de la señorita Smith (la única vendedora del amigable vecindario en donde residimos mi familia y yo).
— ¿Quiénes son?, ¿quiénes creen que sean? —pregunta mi hermana con la boca llena de mandarinas. Le pasa cuando ve una de sus series, se mete toda la comida a la boca.
— Deben de ser ricos —digo/pienso—. Mira ese televisor y ese sofá.
— Sí, deben tener dinero.
La puerta principal se abre, con una energía propia de mi hermano mayor Daniel. Está furioso como nuestra madre.
— ¡Daniel, no te vayas cuando te estoy hablando! —le grita nuestra madre, pero éste no le hace caso y sube escaleras arriba para encerrase en su cuarto, brindándonos ese clásico portazo al que ya estamos acostumbrados.
Madre se lleva las manos a las caderas —suspirando y pellizcándose el puente de la nariz—, gira sobre sus talones (tacones), para mirar al resto de sus hijos (nosotros), sentados en el sofá blanco de la sala como retrato familiar.
Parecemos niños bien portados en esta posición.
— ¿Qué hacen ahí como un par de ratas? —nos pregunta.
— Espiamos a los nuevos vecinos —responde Becca con una sonrisa optimista y de oreja a oreja.
Yo, le hubiera respondido como mi hermana, pero... mi atención se quedó en ver los nudillos magullados de mi madre. Será mejor no preguntar lo que estuvo haciendo, o... a quién le estuvo haciendo qué para que sus nudillos terminaran así porque ya sé cómo se pone.
— Genial —dijo moviendo su mano y cruzándose de brazos—, esperemos que no sean tan desagradables como los anteriores.
Mi hermana sufre un escalofrío cuando nuestra madre los menciona, —Ay, no me los recuerdes.
— Les daremos la bienvenida después. Ahora tengo que preparar la cena.
— Está bien —decimos al unísono.
Se marcha con una sonrisa de madre cariñosa en los labios, dejándonos a los dos solos en el sofá de la sala.
Rebecca y yo nos movemos a la velocidad de la luz, apoyando nuestras rodillas en el sofá para seguir mirando a través del ventanal. Vemos al camión de mudanzas irse, y... al final de la calle llegar una minivan de pintura blanca (casi nueva), y estacionar justo en la entrada de la casa que, ya no está en venta.
— Esos deben ser —dice Bec.
Aminoran al llegar a la entrada, y... disparados por un rayo descienden dos niños (una niña y un niño de ocho años de edad... más o menos), gritando y corriendo como harían dos pequeños con casa nueva. Del lado del copiloto y el conductor bajan dos muchachos (de la edad de Daniel, creo), una chica de pelo rubio en trenza desecha y lentes de botella con ropas de granjera. Y un chico... ¿afroamericano?
Tanto mi hermana como yo fruncimos el ceño.
— ¿Serán hermanos?, o... ¿hermanastros?
— No lo sé —me encojo de hombros.
De las puertas de ambos lados de los pasajeros descienden dos chicas de pelo rizado y... ¡también afroamericanas!
Mi hermana y yo abrimos los ojos de par en par y, nuestras mandíbulas rozan la moqueta de la sala. Pero no porque sean precisamente dos chicas que, además de bajar del vehículo y tomarse de la mano (como una pareja de enamorados), también es por lo que están haciendo. Porque son dos chicas que... ¡SE ESTÁN BESANDO!
Sí, dos chicas que pensamos que eran hermanas se están comiendo la boca justo enfrente de la cerca de la casa. Se reparten besos en la frente y el rostro, como si no les importara el qué dirán o las consecuencias de besarse en público.
— ¿What that fuck?
Concuerdo con ella.
— En definitiva no son hermanos —dice y vuelvo a asentir.
Vemos como la chica de rizos caídos —a la altura de los pechos—, arrastra a su... ¿novia?, dentro de la casa para hacer quién sabe qué. Aunque, por las risas y jugueteos ya me puedo imaginar lo que harán en su nueva habitación. ¿Dormirán juntas?
— Oh, por Dios...
— Sí...
Pero el golpe final, lo que en definitiva nos descoloca, es el beso apasionante que ese chico le da en los labios a su... ¿novia? ¡Creí que eran hermanos! Bueno, hermanastros. Rebecca y yo creímos que eran parientes. No es por ser racista, pero no me esperé que fueran novios.
— ¿Qué mierda es esto, Cole? —dice Becca.
— No lo sé.
— No vi a ningún padre. No hay padres, ¿no te diste cuenta de eso? Es raro —comenta algo alarmada. Honestamente yo también lo estoy, pero no sirve de nada que ambos nos pongamos como una cabra—. ¿Esos cuatro calenturientos van a vivir bajo el mismo techo y con esos dos niños? ¿No se supone que es ilegal vivir sin la supervisión de un adulto? Y... ¿que no es incesto hacerlo con tu propia sangre? Porque esas dos chicas se parecen a morir, eh. ¿No te diste cuenta de eso? Y, ¿qué con esos dos "enamorados" besándose a la vista de todos?, ¿cómo se conocieron?, ¿serán hermanastros por eso se conocen? —dijo al poner comillas en la palabra «enamorados».
— No lo sé.
— Ay, Cole tú nunca sabes nada —me dijo antes de salir disparada a la cocina, y contarle el chisme a nuestra madre.
— ¡Mamá! —grita mientras corre—. ¡Mamá, tienes que saber algo de los nuevos vecinos!
Dejo a mi hermana sola en esto de contarle a nuestra madre lo que sabe de los extraños de enfrente. No es de mi incumbencia la especie de urgía o culto que tenga esa... ¿familia? Creo que al final son familia porque se nota que entre ellos se entienden y se cuidan los unos a los otros. ¿No es eso una familia como la nuestra?
Porque... entre nosotros nos protegemos y cuidamos la espalda. Papá haría lo que fuera por madre, y madre haría lo que fuera por nosotros —incluso por Daniel—. Yo diría que Daniel es el punto débil de nuestra madre. Es su primogénito a fin de cuentas.
— ¿Puedes creerlo?... Todos esos chicos viviendo bajo el mismo techo —oigo los berridos de mi hermana.
No sé por qué se queja tanto, cuando ella lee y mira cosas peores en la red y con sus amigas. ¿No que es feminista y va de libertad a la mujer?
Hipócrita.
Mi celular vibra. Lo saco de mis pantalones y veo mis notificaciones en Instagram. Alguien que yo conozco ha subido varías fotos de un chico con la nariz rota y marcas en el cuello, como si hubieran querido estrangularlo. «¿Qué diablos?». En la descripción de la imagen exigen justicia y que juzguen como adulto al responsable. Otra notificación aparece en mi bandeja, en ésta etiquetan a mi hermano en un video. Le pongo «Play», y... mi hermano aparece partiéndole la cara al mismo sujeto de las fotografías en su foro de Instagram.
Ay, Daniel. Por eso madre está tan furiosa.
— Hola, idiota —me saluda Daniel sentándose a mi lado en el sofá y tomando el mando del control—. ¿Cómo te fue hoy?
— Bien... ¿Y a ti, perro desgraciado? —le pregunto. Entre nosotros hay demasiada confianza.
— Bien —se limita a responder.
— Ya me enteré lo que hiciste.
Deja el mando del control.
— ¿Ah, sí?... ¿Cómo? —me presta atención.
— Mira —le enseño el video en donde lo etiquetan.
— Oh, maldito Hunter —dice y empieza a reírse.
— ¿No estás enojado?
— ¿Con esa pequeña mierda?
Asiento y él responde que no. Vuelve a tomar el mando del control y a cambiar canales al azar. Todavía está un poco enojado por la pelea con ese tipo y con madre, lo noto.
— ¿Viste a los nuevos vecinos? —me pregunta.
— Sí.
— ¿Los espiaste con Bec?
— Sí.
— ¿Y qué tal?
Le dedico una mirada de esas...
— Como si no los hubieras espiado y tomado fotos desde tu ventana.
Sonríe a sus anchas.
— Sí —dijo.
Observamos la televisión en silencio hasta que...
— Son raros, ¿verdad? —mi curiosidad por saber su opinión me sobrepasa.
Pone una de sus mil muecas antes de hablar, —Nosotros también.
— Sí, pero ellos son pareja y viven juntos, por eso es raro.
— A mí me parecen simpáticos.
Lo miro.
— ¿Simpáticos? Ni siquiera los conoces.
— Hay que verle el lado positivo a los nuevos, hermanito. No parecen la clase de sujetos que vayan a darnos problemas como los anteriores.
Se detiene en las noticias nacionales. Unos buzos están sacando un cadáver de un lago en una bolsa negra. La imagen de la víctima es un hombre de cuarenta y cinco años llamado Bob.
— Eso espero yo también —respondo.
Le sube el volumen a las noticias nacionales. Parece que la víctima estaba muerta cuando cayó al lago, creen que se trata de un ataque al corazón.
Suspiro, —Pobre Bob.
— Se lo merecía —dijo al apagar la televisión.
— • — • — • — • — •
Oh... 😱😱😱
¿Qué opinan de los hermanos...? Alto, ¿no hay apellido? Bueno, no importa... aún.
Díganme qué opinan de la madre y... los ¿extraños?
Y perdón si está un poco largo el capítulo, es que me emocioné.
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