CAPÍTULO 9
—¡Alguien me escucha! ¡Por favor, necesito ayuda!
Tras varios intentos infructuosos caí en la cama, agotada. Había pasado por varias fases durante mi cautiverio. En algunos momentos, la tristeza me invadía y solo podía llorar hasta caer dormida. En otros, estaba tan enfurecida que me centraba en intentar recordar los pocos entrenamientos que había podido hacer y practicar con mi Don, aunque enseguida tenía que parar, pues la dieta tan pobre que estaba teniendo hacía que mi luz se agotase al momento.
Me encontraba en uno de tantos en los que intentaba llamar la atención gritos y golpes de cualquiera que pudiese escucharme. Sabía que no iba a servir para nada, pero estar tanto tiempo sola conmigo misma no me dejaba muchas opciones ni lucidez.
Lo peor de todo era no saber qué estaba pasando fuera. No tenía ni idea de si les había pasado algo a mis padres, a mi hermano, mis amigos. O a Peter, que ocupaba bastante tiempo en mi mente. La amenaza de Patrick Shein rondaba constantemente mi mente y agradecía que, al menos, todavía no me había dado opción a elegir qué hacer con su proposición.
No había vuelto a visitarme en estas horas desde nuestro encuentro. Estaba segura de que era una estrategia para dejarme pensar en lo que me había dicho. Tenía claro que no iba a rendirme sin luchar, que nunca sería capaz de rendirme ante su chantaje. Pero había momentos en los que tenía muchas ganas de rendirme, por el miedo que sentía a que les hiciese daño a mis padres o a Rob.
—Si al menos supiese algo —dije en voz alta, pues procuraba hacerlo de vez en cuando porque sentía que si no perdería la voz.
La persona que me había traído la comida horas atrás ignoró mis constantes ruegos y preguntas, por lo que no tenía contacto con nadie más. Quería que el tiempo pasase más rápido, aunque me daba miedo que podría esperarme cuando saliese de aquí. En ese momento, el coraje se había apoderado de mi cuerpo y estaba dispuesta a luchar hasta mis últimas fuerzas. Por mucho que el rugido de mis tripas dijese lo contrario.
Me levanté de la cama, decidida a entrenar con las pocas energías que me quedaban, cuando escuché unos gritos que provenían del pasillo. Una voz estridente, acompañada de pasos apresurados, me puso en guardia, hasta que me di cuenta de quién era.
—¡No puedes tratarme así, bruto! ¡Me estás haciendo daño!
La voz de Sonia Lovelane se me clavó en los oídos y comencé a tener una sensación contradictoria dentro de mí. Por un lado, estaba contenta de escuchar a alguien conocido y, por otro, seguía odiándola con casi todos los poros de mi cuerpo.
—Claro que puedo, lo estoy haciendo. —Ese era Lupin. Supe que estaban en la entrada.
—Cuando Patrick se enteré de esto, sufrirás las consecuencias.
—No creas, ha sido idea suya.
La puerta se abrió con demasiada fuerza, pero no bajé la guardia. Tenía varias bolas de luz blanca preparadas para lanzarlas hacia ellos e intentar salir corriendo. Levanté la mano para lanzarlas y, en el último instante, Lupin se dio cuenta de mis intenciones y utilizó a Sonia como escudo. Esta, al darse cuenta, compuso una expresión de terror que me hizo dudar, cosa que Lupin aprovechó para lanzarme una de sus luces azules. La fuerza con la que me impactó en el estómago hizo que retrocediese hasta la pared, llevando mis manos a la zona golpeada mientras intentaba aguantar el dolor.
—Demasiado lenta, Ludwig.
Una carcajada escapó de sus labios mientras empujaba a Sonia hacia la habitación. La rubia trastabilló y cayó al suelo lanzando un pequeño grito de sorpresa. Me fijé en que Lupin llevaba un vendaje en el hombro, seguramente consecuencia de nuestro último encuentro.
—Tu hombro no dice lo mismo, Kenneth. ¿Te duele mucho?
—¿Esto? —preguntó señalándolo con despreocupación—. No es nada, tuviste suerte de pillarme desprevenido.
—¡Vaya! O a lo mejor es que no eres tan buen hechicero como crees.
Compuso una expresión de odio que en vez de asustarme solo me hizo sentirme más segura de mis palabras. Sabía que no iba a hacerme nada sin la aprobación de Patrick Shein, por lo que se tenía que contener. Lo noté cuando me lanzó el ataque, pues estaba segura de que si hubiese querido, podía haberme dejado inconsciente y no lo hizo. Era una marioneta en sus manos.
—Espero que disfrutes de tu nueva compañera de celda —dijo, ignorando mi último comentario.
—¡Kenneth! Por favor, prometo que me portaré bien. —La rubia se levantó con rapidez hacia la puerta—. Díselo a Patrick, puedo ser de ayuda.
—Lo sabemos, pero te quedarás aquí haciendo compañía a tu amiga hasta que te necesitemos. Así, a lo mejor, la próxima vez te lo piensas antes de incomodar a todo el personal de la mansión —respondió el chico mientras cerraba la puerta de un portazo antes de que Sonia pudiese hacer algo para evitarlo.
—¡Es que ninguno sabe hacer bien su trabajo!
Me levanté en silencio, con las manos aún en el estómago intentando calmar el dolor. Sonia no dejaba de golpear el metal, acompañándolo con gritos y llantos que se alargaron durante un tiempo. Cuando se dio cuenta de que no le iban a hacer caso, se giró y me encontró sentada en la cama.
—¿Qué estás mirando? —preguntó con furia mientras se limpiaba las lágrimas.
—No creo que sea el momento para empezar una pelea, Sonia —respondí, cansada.
—¿Y quién dice que quiera pelear contigo? —dijo mientras se cruzaba de brazos.
—Eres imposible.
Me tumbé en la cama, cerrando los ojos. El dolor en mi estómago iba atenuándose poco a poco, aunque era probable que me quedase algún moratón. Me arrepentí, de forma bastante egoísta, de no haber intentado golpear a Lupin con mi Don. Sobre todo después de ver que la actitud de Sonia seguía siendo la misma. A lo mejor ella se hubiese hecho daño, sí, pero podría haber escapado. Tenía que intentar dejar de ser tan idiota y de pensar en el bienestar de las personas que no se habían portado bien conmigo.
Eso me llevó a pensar en Stu. El no haberlo visto durante estos días me hacía pensar en varios motivos. Unos me reconfortaban más que otros. Podía ser que no estuviese de acuerdo con el plan de su padre y sus palabras de arrepentimiento hubiesen sido verdad, pero esto no era nada probable. O también podría estar avergonzado y esperando a mi decisión, como un cobarde. Intenté alejarlo de mis pensamientos, pues todo lo que tuviese que ver con él no hacía sino recordarme lo idiota que había sido por confiar de nuevo en él.
—No creo que tarden mucho en venir a por mí, seguro que es una broma. —Al ver que ignoraba sus palabras, se sentó en la cama y continuó—. Soy muy importante para ellos, ¿sabes? Mucho más que tú. Seguro que mi Don aparece enseguida y no creo que me llevé tanto tiempo dominarlo como a ti.
Sin poder evitarlo, una carcajada escapó de mis labios. No me podía creer que aún siguiese creyendo eso. Era una opción, pero estaba segura de que no era la que barajaban Patrick Shein y sus aliados.
—¿De verdad crees que es por eso? Sonia, ellos piensan que eres la persona de la profecía, no una hechicera.
—Ya, claro. ¿Estás celosa?
—¿Por qué voy a estar celosa? —pregunté, desesperándome antes de lo que esperaba—. Soy la portadora del Don blanco.
—Pues porque soy más guapa, más lista y, dentro de poco tiempo, una hechicera más poderosa que tú.
—¿Y si resulta que no, Sonia? Si ves las luces y resulta que eres humana, te utilizarán para hacer que todo el mundo conozca el poder de los hechiceros y comenzar su batalla política y social. Después, te despreciarán como lo hacen con todos los demás.
—¡Eso no me va a suceder! ¡Soy una hechicera!
Su grito sonó tan desesperado que me encogió un poco el pecho. Puede que hubiese conseguido remover algo en ella o a lo mejor había pensado ya en esa posibilidad. Sus manos apretaban con fuerza las sucias sábanas. Me incorporé, notando su respiración agitada. Por un momento, pensé en tomarle del brazo para reconfortarla, pero sabía que a Sonia no le gustaría ese gesto.
—Al menos, ¿te han hablado de la profecía? —Recordaba la conversación tan caótica que habíamos tenido con el profesor Sanderson y que ninguno de nosotros le había explicado con exactitud qué era lo que estaba pasando.
—No, nadie lo ha hecho —respondió con voz más calmada—, pero les he escuchado. Es fácil enterarse de las cosas en esta casa y estaba harta de que cuchicheasen a mis espaldas. Soy la reina de los chismes, no pueden hacerme eso. Yo soy la que habla de los demás.
Sonreí, pues por un segundo vi a la antigua Sonia. No me agradaba, pero saber que aún mantenía su esencia me hizo sentir menos culpable por haberla metido, indirectamente, en este lío. Decidí intentar que nos llevásemos lo mejor posible. En la situación en la que estábamos, era mejor tener una aliada que una enemiga.
—¿Quieres que te cuente todo lo que sé? Aunque tampoco es mucho —pregunté, intentando ser amable.
—Creo que tengo una idea mejor. —Su tono era suave, por lo que supe que quería pedirme algo—. ¿Puedes enseñarme como hiciste que apareciese tu Don? Nadie ha querido enseñarme y, bueno, así nunca voy a controlarlo.
Tenía la sensación, o más bien el presentimiento, de que no iba a servir para nada. Además, ni yo misma sabía cómo había sucedido. Pero era una buena oportunidad para intentar que me contase lo que había escuchado en la mansión y a lo mejor nos servía para poder escapar o conocer información del exterior. Tenía una oportunidad y necesitaba aprovecharla.
—De acuerdo, te enseñaré.
Formé una pequeña luz blanca entre mis manos y el rostro de Peter acudió a mi mente. Esperaba, con todas mis fuerzas, que estuviese bien.
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