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CAPÍTULO 6

Desde pequeño, siempre he odiado practicar deporte. Puede que fuese por mi constitución, pues ser tan alto y desgarbado hacía que en cualquier disciplina destacase demasiado, aunque no por los motivos adecuados, pues mi coordinación física siempre ha sido nula. Tuve una temporada en la que no me sentía demasiado cómodo con mi cuerpo, pero tras una semana de dieta y salir a correr todas las mañanas mi mente prefirió conservar mi tripa flácida antes de hacer algo que no me gustaba.

Todo esto tenía mucho que ver, como la mayoría de cosas que habían pasado a lo largo de mi vida, con mi padre. Siempre había querido tener un hijo fuerte, que practicase deportes rudos y masculinos, como el fútbol. Cuando era solo un niño, intentaba contentarle, pero gracias a mi madre me di cuenta de que no tenía por qué hacerlo si no me hacía feliz y, después de que ella muriese, para mi padre fue imposible volverme a llevar por lo que el creía que era el buen camino.

Estos recuerdos pasaron rápidamente por mi mente mientras corría, intentando encontrar a Paula. Tras la revelación de Carol, la dejé con la palabra en la boca y salí del bar como una exhalación. Me di cuenta de que no sabía a donde dirigirme cuando ya era demasiado tarde, pues la chica se había perdido entre la muchedumbre y estaba comportándome como un idiota dando vueltas por el paseo. Paré para tomar aire, pues el agobio y el esfuerzo me estaban asfixiando.

—Peter, estate quieto —dijo la voz de Carol a mi espalda—. No le he contado lo de la magia, he omitido ese detalle.

—Eso es peor —contesté, sintiendo como se me encogía el estómago—. Si le hubieses dicho lo de nuestros dones pensaría que estás loca, pero de esta manera seguro que va a contárselo a la policía o a los padres de Anna.

—¿Qué está pasando?

La voz de Rob sonó preocupada. Había llegado, junto a Stuart, donde estábamos nosotros. Ver a mi hermanastro fresco como una rosa después de la carrera desde el bar me hizo sentir un pinchazo de envidia. Por mi mente pasó, de forma fugaz, el pensamiento de que era normal que mi padre hubiese puesto atención en él. Era todo lo que hubiese querido que yo llegase a ser.

—Le he contado a Paula que Anna está secuestrada —respondió Carol, que parecía más preocupada que antes después de mis palabras—. Lo siento, estaba demasiado nerviosa. Desde que todo esto empezó no nos han ido bien las cosas, sabe que le estoy ocultando algo y no dejamos de discutir. Cuando Anna desapareció, Lucille la presionaba todo el rato y Paula es demasiado intuitiva. Sospechó que sabía algo... me he derrumbado, lo siento de verdad.

Justo en el momento en el que Carol empezaba a llorar, algo que nunca había visto en ella tantas veces como en las últimas semanas, Kevin llegó hasta donde estábamos. Puede que estuviesen todo el día discutiendo y sus personalidades fuesen muy distintas, pero su amistad era más fuerte que lo que podía apreciarse a simple vista. El rubio la rodeó con sus brazos, dejando que se desahogara.

—Tenemos que encontrarla antes de que avise a alguien —dijo Rob, preocupado, dejando espacio a los otros dos para que estuviesen más cómodos mientras Carol se desahogaba.

—Eso si no lo ha hecho ya. Y, además ¿qué le contamos? ¿Que todo ha sido una broma de Carol? —preguntó Stuart con las manos sobre la cabeza.

Fruncí el ceño, pues parecía demasiado preocupado. Las dudas volvieron a mi mente. No sabía si lo hacía porque, si aparecía la policía, mi padre tendría que cambiar sus planes, o porque pudiesen hacerle daño a Anna de verdad. Cambié el rumbo de mis pensamientos, no era momento de ponerse a discutir. Teníamos que actuar con rapidez.

—Lo decidiremos sobre la marcha. Vamos a buscarla.

—¿Dónde puede haber ido? ¿A la policía? —preguntó Rob.

—Entonces no la alcanzaremos —respondió Stuart, preocupado.

—Iba a buscar a Luci a su habitación. —La voz de Carol sonó tenue y derrotada bajo el abrazo de Kevin.

—Perfecto. Puede que no sea demasiado tarde —contestó Rob mientras comenzaba a andar—. Rápido, conozco un atajo.

Stuart lo siguió sin mirar atrás. Me quedé un segundo sin saber qué hacer, porque aunque tenía claro que me iban a necesitar, un impulso protector me decía que tenía que ayudar a Carol. Aún sollozaba en los brazos de Kevin, que acariciaba con movimientos lentos su espalda en silencio.

—Tranquilo, yo me quedo con ella —respondió Kevin, como si estuviese leyéndome la mente.

—No, quiero ir —dijo Carol entre sollozos.

—Después, primero tienes que tranquilizarte —comenté mientras acariciaba levemente su cabeza—. Kevin te acompañará más tarde.

No le di tiempo a responder, pues salí corriendo hacia el coche, donde ya me estaban esperando Stuart y Rob. Maldije, por segunda vez en el día, mi mala forma física, pues esa corta distancia había hecho que, de nuevo, me quedase sin respiración. Aunque, por vanidad, fingí estar sereno, las gotas de sudor que caían por mi frente me dejaron en evidencia.

El coche aceleró en cuanto cerré la puerta. El viaje fue corto y los volantazos de Rob revolvieron mi estómago. Me encontraba en la parte de atrás, con las piernas aprisionadas por mi altura, y el brazo agarrotado sujetando el agarradero de la tensión. Nos saltamos más semáforos de los que puedo recordar. Rob estaba concentrado, Stuart sopesando las opciones que teníamos en voz alta y yo intentando no vomitar.

En cuanto llegamos a la habitación de las chicas vimos que la puerta estaba abierta. Entramos y vimos a Paula dando vueltas en la habitación con el teléfono en la mano. Seguramente se había olvidado de cerrarla debido a la situación.

—Vamos, Luci, termina ya el maldito entrenamiento y mira el teléfono —dijo en voz alta sin darse cuenta de que habíamos entrado.

—Paula.

Mi voz llamó su atención, sobresaltándola. Por instinto, se acercó a la pared, colocándose lo más lejos posible de nosotros y comenzó a mirar alrededor con cara de pocos amigos. Seguro que estaba pensando en cómo escapar de la habitación, aunque era imposible con tres tíos como nosotros en la puerta.

—¿A qué se debe esta inesperada visita? —preguntó con indiferencia fingida.

—Carol nos ha dicho lo que te ha contado —tomé la iniciativa mientras me acercaba a ella, dejando a Stuart y Rob en la puerta—. No puedes decírselo a nadie, Paula.

—¿Estáis locos? —preguntó, escandalizada y levantando las manos—. Tu padre. —Me señaló—. Ha secuestrado a tu novia. Y, Rob ¡es tu hermana! ¿En qué estáis pensando? ¿Por qué nadie ha llamado a la policía?

La lógica de sus preguntas nos hizo quedarnos en silencio. Miré a los chicos, esperando que alguno tuviese una respuesta lógica para todo eso que no implicase revelar nuestro secreto, ya que no nos iba a creer y todo se enrevesaría más.

—Es mucho más complicado de lo que piensas. —Rob se adelantó, haciendo que Paula retrocediese un poco más—. Por favor, necesito que confíes en nosotros. Estamos intentando solucionarlo, de verdad.

—¿Os vais a hacer los héroes? —La voz de la chica parecía menos firme, puede que escuchar al hermano de Anna le estuviese haciendo dudar—. Esto es una locura. ¿Qué pasa? ¿Tu padre es un capo de la mafia?

—Algo así... —respondió Stuart, hablando por primera vez en toda la conversación.

—Eso es otro tema. —Señaló a mi hermanastro con furia—. ¿Por qué este imbécil lo sabe y nosotras no? No sé que le hizo a Anna, pero tuvo que ser grave para que cortase toda relación con él.

—Es hijo de mi padre, Paula.

Abrió la boca con expresión de sorpresa. Un impulso fuerte me hizo confesar la verdad, pues ya había demasiadas mentiras que teníamos que ocultar. Si le íbamos dando breves retazos de lo que iba pasando, puede que nos entendiese un poco más. Una carcajada fuerte y nerviosa escapó de sus labios.

—Entonces todo queda en familia —contestó mientras se cruzaba de brazos y, de repente, pareció que una idea llegó a su mente—. ¿Lucille sabe algo de todo esto?

—¿Qué es lo que tengo que saber?

La voz de la morena resonó en la habitación, haciendo que todos nos girasemos hacia la puerta. Estaba seguro de que la habíamos cerrado, pero con la tensión de la conversación no nos dimos cuenta de que había entrado en silencio. Nadie supo qué contestar mientras las chicas esperaban una respuesta.

Comenzó a dolerme el pecho al pensar que nuestro plan corría cada vez más peligro. Significaba que Anna podría resultar herida y eso era algo que nunca me perdonaría.

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