CAPÍTULO 5
Todo se volvió oscuro en un momento. Lo único que podía pensar era en intentar que Robert volviese a respirar. No me podía creer que me hubiese dejado cegar tanto por la ira como para acabar dañando a alguien, sobre todo a una persona que me importaba. Estaba comenzando a replantearme cada cosa que me había llevado a ese momento.
Tras varios minutos, que parecieron una eternidad, Rob abrió los ojos y miró alrededor, desorientado pero sano. Me senté a su lado, con los brazos doloridos por la intensidad de la reanimación, mientras se incorporaba. Casi había olvidado la presencia de Stuart, que lo ayudaba sosteniendo su espalda y observándolo con cara de preocupación.
—Tranquilo, amigo. Has recibido un buen golpe —dijo mientras Rob se llevaba una mano a la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, desconcertado.
—Que somos idiotas.
Stuart me lanzó una mirada que, sorprendentemente, no estaba cargada de reproche. Parecía buscar un entendimiento entre ambos y aunque en un principio mi primer impulso fue mandarlo a freír espárragos, recapacité. Asentí con la cabeza, intentando corresponder su gesto, y algo entre nosotros quedó claro a pesar del odio que nos profesábamos: tendríamos que empezar a colaborar para no echar todo por tierra.
—¡Joder! Menudo poder tienes, tío —dijo Rob mientras se sentaba en la cama con la ayuda de mi hermanastro—. Siento como si me hubiese pasado un tren por encima.
—Y eso que se ha contenido —respondió Stuart, sorprendiéndome. No imaginaba que se hubiese dado cuenta—. Discúlpanos, Rob, nos hemos comportado como unos críos.
—No te preocupes —contestó mirándonos a los dos—. Estoy bien. Por lo menos, eso creo. ¿Esto tiene algún efecto secundario? ¿Ahora tendré luces fucsias dentro de mí?
Comencé a reír, nervioso, ante su ocurrencia. Los entrenamientos de Rob habían sido bastante exhaustivos y, además de su don innato para controlar cualquier faceta de su vida, siempre había estado muy concentrado en mejorar. Se notaba su espíritu competitivo. Aún así, nuestro mundo era demasiado complejo y entendía sus dudas ante algo tan nuevo.
—Serías el primero al que le pasase eso —respondí intentando serenarme, pues estaba todavía un poco nervioso con lo que había sucedido—. Te sentirás débil durante unas horas, te ha dado de lleno y no has tenido tiempo de protegerte, pero después estarás bien.
—¡Menos mal! Me daba un poco de mal rollo pensar en tener algo tuyo dentro de mi cuerpo.
Los tres comenzamos a reírnos, haciendo que la tensión desapareciese un poco en la habitación. Decidí, de forma definitiva, que comenzaría a estar más centrado en nuestra misión. Eso no quería decir que comenzase a intentar retomar la relación con mi hermano perdido, había demasiado rencor y cuentas pendientes entre nosotros que no creía que se saldaran nunca, pero no podía comenzar a lanzarle luces cada vez que me sacaba de quicio si queríamos salvar a Anna.
—¿Qué os parece?
Kevin, que nos hablaba desde el umbral de la puerta, llevaba puesto un traje de chaqueta de un color tan amarillo que hacía daño a los ojos. Eso, sumado a su pelo rubio, hacía que pareciese un plátano gigante. Su cara de desconcierto, ante el caos que reinaba en la habitación con mis pocas pertenencias destrozadas o por el suelo debido a la pelea, hizo que nuestras risas se incrementasen.
—Creo que tendremos que ir ahora mismo a tu sastre, Stu. Va a tener el doble de trabajo y esperemos que pueda tenerlo para la fiesta —comentó Rob mientras se levantaba con dificultad, apoyándose en mi hombro.
Stuart me lanzó una mirada con la que imaginaba que estaba esperando mi aprobación. Asentí, pues imaginaba que el comentario de Rob era imperativo. Ya había decidido que ese era nuestro siguiente paso y, a pesar de que aún tenía reticencia ante la idea de seguir las indicaciones de mi hermanastro, era justo que después del golpe que había recibido por mi parte le hiciese caso a mi amigo. Tendría que estar pendiente en el proceso, para no caer en ninguna trampa, pues aún estaba seguro de que las intenciones de Stuart no eran todo los puras que nos quería hacer entender.
Me cambié de ropa, colocándome mis vaqueros y camiseta blanca, y esperamos a que Kevin hiciese lo propio. No comprendía que había de malo en su traje para la fiesta, pero Rob acabó convenciéndole con el argumento de que llamaría demasiado la atención y eso era algo que ninguno queríamos que sucediese.
El sastre se encontraba en la ciudad, por lo que tuvimos que coger el coche para llegar. El camino lo hicimos en un incómodo silencio, cada uno por un motivo. El único que parecía querer romperlo constantemente era Kevin. No sabía por qué, pero parecía no haberse enterado de lo que sucedió en la habitación, probablemente porque se encontraba con los cascos puestos a todo volumen como acostumbraba. Estaba todo el rato intentando iniciar conversaciones que eran cortadas con monosílabos por nuestra parte y, como siempre, parecía no darse cuenta de que ninguno de nosotros quería hablar o, en caso de que lo hiciese, no estaba cómodo con ello e intentaba cambiarlo.
La visita no duró más de media hora. Se notaba que el hombre sabía hacer su trabajo con presteza y estuve atento de cada gesto de mi hermanastro, intentando ver si se hacían algún tipo de seña o intentaban quedarse a solas, pero no vi nada extraño. Aún así, no acabé muy convencido, porque el cansancio cada vez hacía más mella en mis capacidades y se me podía haber pasado por alto.
Tras tomarnos las medidas y elegir los dos un corte sencillo y tradicional para un traje negro, a pesar de la insistencia de Kevin que quería el más estrambótico posible, volvimos al coche.
—¿Por qué estás empeñado en ir llamando la atención a la fiesta? No te ofendas, pero tu ropa habitual es lo más básico que existe —preguntó Stuart en la calle mientras miraba su sudadera azul, a pesar del clima templado del verano, y sus vaqueros azules.
—No sé, siempre me he visto como un Bruce Wayne rubio—contestó Kevin mientras se encogía de hombros—. Solo me faltan los millones.
—Y la altura —repliqué.
—Y las mujeres —continuó Rob.
—Y el aire misterioso y siniestro...
—Creo que deberíamos tomarnos un pequeño descanso. ¿Nos vamos a tomar algo? —cortó Kevin mientras se subía a la parte de atrás del coche, un poco malhumorado.
—Es una buena idea —contestó Rob, colocándose en el asiento delantero—. No creo que ninguno podamos dormir ahora mismo, aunque es lo que necesitamos.
Stuart no respondió, pero me daba un poco igual su respuesta. Durante estos días me iba a convertir en su sombra, así que si a los demás nos apetecía tomar algo no tendría otra opción. Y, en mi caso, aunque no tenía muchas ganas, sabía que si no me despejaba acabaría cometiendo alguna estupidez, como entrar en casa de mi padre como un vendaval, así que me dejé llevar. Esperaba que, al menos, consiguiésemos encontrar alguna información en el bar Darts, pues era donde iban casi todos los universitarios y puede que, si teníamos suerte, nos encontráramos con Sonia o Lupin, con los que tenía muchas ganas de hablar.
Bueno, quien dice hablar, dice obligarlos a contarnos cuales son sus planes.
Llegamos al lugar, que estaba lleno de gente a pesar de la hora, y los tres se dirigieron a la barra para pedir. Yo me quedé un poco rezagado mirando alrededor. Me di cuenta de que, en una de las esquinas, estaba Carol manteniendo una conversación que parecía acalorada con Paula. A pesar de que la hechicera era una persona seria y formal, que lograba mantener la compostura en casi todas las situaciones, se le notaba azorada. No era de extrañar, hasta a mí me imponía bastante la del pelo negro. Desprendía un aura intimidante que la perseguía en todo momento.
—¡Peter! ¿Qué vas a tomar? —preguntó a gritos Kevin en la distancia—. ¿Cerveza? ¿Vino? ¿Alguna bebida energética?
Le hice una seña que significaba que me daba igual, pues en ese momento decidí acercarme a donde estaba mi compañera. Paula se había marchado, dejándola sola y con cara de preocupación mientras daba un trago a su vaso. Cuando llegué, se sorprendió de verme, y comenzó a recomponerse poniendo una expresión neutra en su rostro.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
—Hemos venido a tomar algo —respondí señalando a los chicos—. ¿Ha pasado algo? —Quise ir directo al grano y señalé en dirección a la puerta, por donde sospechaba que se había ido Paula, era una estupidez fingir que no les había visto.
—Creo que tenemos un problema —dijo, tras sopesar unos segundos que contestar—. Paula y Lucille están haciendo preguntas. No se creen que Anna esté en un retiro para estudiar.
Me llevé la mano a la cabeza con preocupación. Con los padres de Anna había sido fácil, pues tampoco es que estuviesen a diario en contacto y con la ayuda de Rob estaba seguro de que no sospechaban nada. Pero con sus amigas era distinto. Su hermano les había contado que se había marchado a un retiro de estudios, pues los finales estaban demasiado cerca y había encontrado un programa gratuito en el que varios estudiantes se juntaban y pasaban unos días sin contacto con el exterior para centrarse en los exámenes.
—Lucille no deja de decir que es imposible que Anna se hubiese ido sin decir nada. Está todo el rato convenciendo a Paula de ello y, aunque al principio ella pensaba que su amiga era una exagerada, ha acabado teniendo dudas. Me ha estado preguntado durante estos días, sabiendo que tengo relación contigo y que Anna había estado muy rara los últimos días. Acabamos de discutir.
—¿Por qué? —pregunté, animándola a continuar.
—Creo que la he cagado, Peter, pero le he contado la verdad.
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