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CAPÍTULO 4

—No me lo puedo creer, Peter. ¿De verdad es el único que tienes?

Levanté los brazos, estaba empezando a hartarme de esto. Rob me miraba sentado en la silla de mi habitación, con cara de cansancio y la mano en su mejilla. Tenía el pelo castaño desordenado, cosa bastante rara en él, y sus ojos estaban apagados. Todo este tiempo tan estresante estaba haciendo mella en todos y, a pesar de que el día anterior habíamos visto un pequeño rayo de luz con el plan de la fiesta, no habíamos conseguido descansar.

—Tengo otro de color rosa.

Señalé a la cama para acompañar mis palabras. Allí se acumulaban mis prendas de ropa, que había ido sacando del armario esperando encontrar un conjunto que poder ponerme en la fiesta que organizaba mi padre. Tenía bastante claro, desde el principio, que no iba a encontrar nada, pero todos tenemos esa pequeña esperanza de encontrar algo entre los recovecos de nuestro armario que no sabíamos que teníamos. Por supuesto, no fue así. Lo único parecido a un traje para llevar a una reunión formal eran los que utilizaba para los eventos del club de magia, y eran demasiado estrambóticos. Incluso el negro que llevaba puesto parecía ser más propio de una fiesta de disfraces.

—Creo que tendremos que descartar el rosa. Este que llevas tampoco está tan mal, si te lo pones con una camisa normal —contestó Rob mientras se levantaba y comenzaba a buscar entre el montón de ropa.

—Parece un payaso.

La voz de Stuart se me clavó en el cerebro y me puso de peor humor. Llevaba tanto tiempo en silencio que casi había olvidado que se encontraba en la habitación. Había pasado la noche con nosotros, durmiendo en el sofá. Eso hizo que no pudiese descansar tanto como mi cuerpo me pedía, pues estaba tan alerta que no podía evitar salir de vez en cuando para comprobar que no estaba maquinando como traicionarnos de nuevo. En ese momento, se encontraba en una de las esquinas de mi habitación, apoyado en la pared con los brazos cruzados y mirándome con condescendencia. Había tanto de mi padre en él, en su pose y actitud, que me maldije por no haberlo visto antes.

—Ya somos dos —respondí con furia mientras me desabrochaba la chaqueta.

—Si no fueses un gigante, podría dejarte alguno de mis trajes —dijo, sonriendo.

—Querrás decir si tú no fueses un maldito enano.

—Vamos, chicos. —Rob levantó las manos y se colocó entre nosotros—. No os pido que os llevéis bien, pero necesitamos estar en sintonía. Estos piques innecesarios no nos hacen bien a nadie. Y menos, a Anna.

Nos quedamos en silencio, desafiándonos con la mirada. Había estado de acuerdo con la propuesta de Rob de vigilar entre los dos a Stuart. Pensamos que quedarnos en mi habitación, ya que Lupin hacía tiempo que no aparecía por aquí, era la mejor idea. Me estaba arrepintiendo de tenerlo cerca, pero sabiendo que todos pensaban que nuestra mejor opción para llevar a cabo el plan era utilizarlo no podía hacer otra cosa. A pesar de que mi cuerpo me pedía constantemente estamparlo contra la pared con mi Don.

—Puedo ir de incógnito, colarme en la casa. No hace falta que haga el paripé como todos vosotros —dije, haciendo caso de Rob y manteniendo la fiesta en paz.

—No funcionará —contestó Stuart con un tono de voz conciliador mientras se sentaba en la silla donde antes había estado Rob—. Tu ausencia despertará todas las alarmas. Lo mejor es intentar hacerlo desde dentro.

Asentí, estaba de acuerdo. Mi propuesta había sido a la desesperada, pues estaba claro que tendríamos que ir a comprar y era algo que odiaba. Con mi altura y la forma de mi cuerpo era muy difícil encontrar ropa que no me quedase corta, lo que me frustraba porque no era algo que necesitara. Era feliz con mis vaqueros y camisetas básicas, no quería nada más.

—¡De acuerdo! Tendremos que ir esta tarde a comprar algo.

—Esa es la actitud, más o menos —respondió Rob.

—Podemos ir a mi sastre, seguro que podrá tener algo en un par de días que te quede medio bien —continuó Stuart mirando a su amigo.

Su frase hizo que me pusiese alerta. No sabía si fue su tono, su manera de evitar mirarme mientras lo hacía o las horas de sueño que me faltaban, pero mi cuerpo se tensó al momento.

—¿Qué sastre? —pregunté—. ¿No será el de nuestro padre?

—Sí, es el mismo —respondió Stuart poniéndose a la defensiva—. ¿Qué problema hay?

—Pues el problema es que resulta demasiado sospechoso tu ofrecimiento. ¿Es parte de tu plan? ¿Nos vas a tender una emboscada? ¿Un micrófono escondido?

—Peter...

Rob se colocó delante de mí, aunque con su altura no podía evitar que siguiese mirando, desafiante, a mi hermanastro. Notaba como el fucsia comenzaba a recorrer mi cuerpo, apretando los puños para controlarlo.

—Me estoy cansando de esto, tío —reclamó Stuart mientras se levantaba—. Es la única manera de que puedas conseguir un traje que te quede bien con tan poco tiempo. Si conoces a otro sastre, adelante. No tengo nada que esconder.

—Eso es porque te he pillado las intenciones, Rogers —respondí, poniendo énfasis en su apellido—. Estás aquí para ayudar el día de la fiesta. Mientras, espero que no intentes manipular a nadie. Al menos, conmigo no te va a funcionar.

—Ya lo sé, tienes experiencia en ignorar los consejos de los demás.. Si no, que se lo pregunten a Anna.

Pude ver como Rob cerró los ojos con resignación en el mismo momento que salía de mi mano una bola de luz fucsia que se estrellaba contra su antiguo amigo. Tampoco pilló de improviso a Stuart, que la paró con un pequeño escudo rojo, aunque la fuerza con la que la había lanzado lo empujo un poco hacia atrás.

—Chicos, por favor, parad.

Stuart ignoró las palabras de Rob, al igual que yo, y con su mano libre lanzó varias bolas de luz roja que pude parar, aunque una de ellas me golpeó en el hombro, haciendo que trastabillarse. El castaño se sentó en la cama, alejándose de la línea de fuego y mirándonos a los dos en el estrecho espacio que comprendía mi habitación.

Iniciamos una pelea de desgaste. No podíamos esquivar con facilidad debido a los obstáculos, y los dos utilizábamos nuestras luces para cubrirnos y atacar al mismo tiempo. Dejé sacar toda la rabia que llevaba dentro, estaba cegado por todo lo que había pasado estos días y culpaba a Stuart de muchas cosas: de lo de Anna, de mi padre...

Solo pasaron unos segundos, pero en ellos me pude dar cuenta de que mi hermanastro se estaba conteniendo. Sus movimientos iban más encaminados a protegerse y sabía que, al haber sido entrenado por mi padre, era mucho más poderoso de lo que estaba mostrando. Eso hizo que me enfureciese aún más.

—¿Qué haces? —pregunté mientras esquivaba una de sus luces con demasiada facilidad.

—Defenderme, idiota.

—¿Por qué te estás conteniendo? —Lancé dos luces, una golpeó en su escudo y la otra le golpeó en el estómago con fuerza, haciendo que se doblase por la mitad—. Sé que me tienes ganas, Rogers. Deja de fingir que eres bueno, que has cambiado.

—¿Y tú? Para de pretender que eres el héroe de esta historia. Lo tenías todo y lo echaste a perder por tu estupidez. Tenías a nuestro padre, podrías haber tenido una vida feliz. Hasta conseguiste quitarme a Anna. No pretendas ser abanderado de la moralidad.

Formé una gran luz en la palma de mi mano. Notaba como mis ojos estaban llenos de color, sintiéndolo desde lo más profundo de mi ser. Más adelante, me arrepentiría de haber sentido todo eso, pero en ese momento lo único que quería era hacerle daño de verdad. Que desapareciese de mi vida.

No sabía si la conciencia, en el último instante, se apoderó de mis acciones, pero no saqué todo mi potencial cuando lancé mi luz contra él. Puede que fuese porque me di cuenta de que no se estaba protegiendo o porque supe que no quería que el odio moviese mis acciones. Menos mal que lo hice, porque Rob se interpuso entre nosotros, llevándose todo el impacto de mi luz fucsia.

—¡Rob!

Escuché la voz de Stuart lejana, como si no estuviese en la misma habitación. Dejé escapar mi Don por la punta de los dedos, sintiéndome exhausto mientras lo hacía. Kevin entró en la habitación, parecía que se acababa de despertar, y cuando vio la escena cogió el teléfono y comenzó a llamar, seguramente al profesor.

Horrorizado por lo que había hecho, me acerqué a mi amigo, que se encontraba en el suelo con los ojos cerrados. Stuart estaba agachado a su lado, palpándole el cuello con los dedos. Me miró y, a pesar de lo que pudiese pensar, no vio odio ni rencor en sus ojos, sino miedo.

—No respira, Peter.

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