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CAPÍTULO 11

Stuart siempre se había sentido un extraño dentro de la mansión Hastings. La razón no era algo que desconociese. Su padre siempre le había mantenido alejado de esa faceta de su vida y aunque en algunas ocasiones cuando era pequeño le había llevado cuando no había nadie de su familia, siempre era para mostrarle los entresijos del lugar como si de un entrenamiento se tratase.

Hasta poco tiempo atrás, había sentido muchos celos de Peter. Pensaba que él, como hijo bastardo, solo había conocido la parte dura y severa de su padre. Mientras que su hermanastro había sido criado con el amor de una verdadera familia y sin la presión de heredar un color determinado. Sin embargo, se dio cuenta de su error. La infancia de Peter había sido igual de horrible que la suya. Puede que incluso peor porque, al menos, él aún contaba con su madre.

Mientras recorría el pasillo pensaba en la sensación de malestar que recorría su cuerpo. Podría haberse engañado a sí mismo diciendo que nunca hubiese creído que las cosas llegasen tan lejos, pero conocía a su padre. La situación en la que se encontraba Anna era culpa suya y, por mucho que estuviese de acuerdo con las ideas que comulgaban su padre y seguidores no merecía la pena hacer sufrir a su mejor amigo y la chica a la que quería.

La luz entraba por los ventanales e iluminaba el siniestro pasillo. Toda la oscura decoración destilaba un brillo rojizo que en un pasado le había fascinado, pero en ese momento lo encontraba molesto. Llegó hasta una gran puerta de roble y respiró antes de abrir, intentando ocultar su malestar para evitar preguntas incómodas y comentarios malintencionados.

—Pasa, Stuart. Te estábamos esperando.

La voz de su padre le invitó antes incluso de que pudiese aparecer por el umbral. Se encontraban en uno de los muchos despachos que había en la mansión. Ese era pequeño y bastante austero, comparado con los demás. Estaba reservado para las reuniones más familiares y pocos fuera de su círculo íntimo lo conocían. Así podría estar seguro de que nadie instalaba ningún sistema para espiarle y estaba reservado para los temas más espinosos.

—Pensaba que estaríamos los dos solos —dijo Stu mientras se acomodaba en uno de los sillones que había frente al escritorio.

—Estabas equivocado, otra vez.

El dardo de su padre no pasó desapercibido, pero prefirió no entrar en su juego y saludó a Lupin, que se encontraba sentado en el otro sillón que enfrentaba el escritorio. El chicó le lanzó una sonrisa cómplice, lo que hizo que se tranquilizara. Nunca lo admitiría, pero le gustaba más que hubiese gente presente cuando tenía conversaciones serias con Patrick Shein.

El otro miembro presente en la reunión no le hizo tanta gracia como su amigo. Thomas Crane se encontraba cerca de la ventana mirando hacia el jardín. Desde que tenía uso de razón lo había sentido como una sombra pegada a su padre y lo sentía juzgarle en cada paso que daba. Nunca se acostumbraría a su presencia.

—Entonces —comenzó Stuart dirigíendose a su padre intentando ignorar las miradas del hombre que había junto a la ventana—, ¿cuál es el plan? Porque no creo que pretendas tener a Anna encerrada para siempre. Ya tenemos a Sonia, la persona de la profecía. No la necesitamos.

Intentó que sus palabras sonaran lo más calmadas posibles. En realidad, una sensación de terror invadía su estómago. Había prometido a Anna que estaría a salvo, que no la traicionaría. Y estaba seguro de que ella pensaba que lo había vuelto a hacer. Lo cierto era que él no había estado al corriente de esa parte del plan. Pensaba que ayudar a retener a Sonia sería suficiente para que los planes de su padre tomasen un rumbo que dejaba a su amiga lejos de todo. Pero no había sido así.

—No vayas tan rápido, chico. Todo lo que estamos haciendo tiene una finalidad, pero no tienes por qué estar al tanto de los planes que no te incumben. —Patrick jugueteaba con un bolígrafo mientras decía estas palabras, sonriendo de forma divertida.

—¿Para qué me has traído si no me lo vas a contar? Lupin y yo cumplimos nuestra parte. Si no me necesitas, volveré a clase antes de que la gente se empiece a preguntar qué estoy haciendo. —Su voz intentaba simular una tranquilidad que no tenía en ese momento.

—Es que ahora es cuando te necesitamos, hijo.

Stuart sintió un escalofrío cuando escuchó que le llamaba así. En el fondo, sabía que solo lo hacía cuando quería algo de él, pero no podía evitar sentir que tenía una familia escuchando esa palabra. Era difícil librarse de años y años de manipulaciones.

—Sigo pensando que... —comenzó a decir Thomas mientras se acercaba a el escritorio, ignorando a los dos chicos.

—No te he pedido aún tu opinión —cortó Patrick sin dirigirle la mirada haciendo que su compañero se quedase quieto en el sitio—. Stuart, ¿qué sientes por esa chica?

El aludido se removió incómodo en el asiento. No quería revelar la verdad. Sabía que cualquiera de los que había en esta habitación, incluido Lupin, podrían utilizarlo alguna vez en su contra.

—Es la hermana de mi mejor amigo. La he visto crecer.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Le tengo un poco de cariño, lo normal. —La mentira ensayada salió con naturalidad de sus labios. Esperaba que le creyesen, aunque sabía que su padre lo conocía mejor de lo que intentaba aparentar.

—No es nada atractiva, ¿verdad, Lupin? El encierro le va a venir bien para esos kilos de más. No entiendo como las chicas de hoy en día descuidan tanto su aspecto. ¿Quién va a querer a una gorda que ni siquiera es divertida?

Lupin sonrió, incómodo, y la atención de Patrick se desvió hacia su hijo. Había conseguido lo que pretendía. El chico estaba intentando controlarse apretando los puños y manteniendo una expresión neutra, pero el color granate asomaba a sus ojos dispuesto a destrozar la habitación para defender a la hechicera blanca.

—De acuerdo —continuó Patrick, satisfecho—. Creo que nuestro plan te va a gustar.

—No estoy tan seguro —murmuró Thomas Crane, pero fue ignorado por todos.

—Necesitamos que el don blanco no se vuelva a perder y, bueno, viendo a esta chica lo más probable es que si no le damos un empujoncito, así sea. Además, podemos aprovechar la situación y conseguir que las futuras generaciones de este color estén de nuestra parte. Ahí es dónde tú apareces.

Al darse cuenta de lo que implicaban las palabras de su padre, Stuart volvió a la realidad y dejó de imaginar cómo derrotaría a todos lo de la mansión para sacar a Anna de su cautiverio. No estaba seguro de si había entendido bien, aunque tenía miedo de decirlo en voz alta porque entonces no habría vuelta atrás.

—¿Quieres que tenga hijos con Anna? —preguntó Lupin diciendo lo que los dos pensaban.

—Exacto. Cuantos más, mejor. Es joven, tiene tiempo de sobra. Además, viendo cómo conseguiste engañarla estoy seguro de que estará encantada. No tienes que forzarla, para nada. Utiliza tus dones naturales y caerá rendida a tus brazos. Tú puedes convencerla de que esté de nuestro lado y...

—¡Espera! —gritó Stuart para intentar cortar a su padre y que dejase de decir lo que a él le parecía una barbaridad—. No puedes estar hablando en serio. No lo haré. Esto es demasiado, incluso para ti.

Se levantó a su asiento, dirigiéndose hasta la puerta. No estaba dispuesto a seguir conversando con un hombre que se pensaba que estaba en un libro de fantasía medieval y que podía obligar a la gente a tener hijos en contra de su voluntad. La sola idea de pensar en engañar o forzar a Anna a ello le hacía sentir enfermo y con ganas de vomitar. Justo cuando estaba a punto de salir, la siniestra voz de Thomas Crane le detuvo.

—Te dije que no era buena idea, Patrick.

Sintió un rayo de esperanza al ver que la persona de más confianza de su padre estaba en contra del plan y se dio la vuelta, cambiando de opinión y dispuesto a intentar con todas sus fuerzas sacar esa idea de la cabeza de su padre. Si contaba con ayuda podrían conseguirlo.

—¿Ves? Hasta tus compañeros ven que esto es una locura —dijo acercándose de nuevo, pero su esperanza se vio truncada cuando vio la sonrisa de su padre.

—Puede que Thomas tenga razón y deba hacerle caso. —Sus ojos se tiñeron de rojo con diversión—. Verás, su propuesta es que sea yo mismo el que lo haga. No es mala idea. Últimamente parece que si quiero que alga salga bien tengo que hacerlo yo mismo, hijo.

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