CAPÍTULO 1
—Kevin, deja de hacer el idiota, por favor.
No me podía creer las veces que había tenido que decir esa frase a lo largo de mi corta vida. Estaba intentado transmitir tranquilidad a todos, mantenerme firme y serio como siempre hacía, pero me estaba costando una barbaridad. El tiempo apremiaba y cada vez eran más los días que pasábamos sin saber nada de Anna.
—¡No es mi culpa! —replicó el rubio el rubio mientras levantaba los brazos—. Carol se está pasando, si no salgo corriendo me hubiese fulminado.
—Cuando lleguemos a Hastings para luchar con los seguidores de Patrick nadie se contendrá para no hacerte daño. —Carol le volvió a lanzar una gran bola de luz violeta haciendo que se tuviese que volver a esconder tras las sillas.
—¡No llegaré hasta allí si me matas antes, psicópata!
La voz de Kevin resonó en la sala de entrenamiento mientras me llevaba las manos a la cabeza. Tenía muchas ganas de tirarme del pelo y ponerme a gritar. Me daba la sensación de que casi nadie me estaba tomando en serio, empezando por el profesor Albus Sanderson. Se encontraba en el umbral de la puerta hablando con Lily mientras nos miraba con su característica expresión neutra en el rostro.
—Deja de esconderte, gallina. —El mellizo apareció tras Kevin, haciendo que bajase las escaleras para enfrentarse con Carol—. No es momento para idioteces, Anna está en peligro y cada día que pasa —continuó hablando mientras lo seguía— puede que tengamos menos oportunidades de salvarla.
—Me lo estoy tomando en serio, de verdad. —El rubio se colocó a mi lado y pude sentir como su voz se quebraba—. Te lo prometo, Peter. Estoy nervioso y sabes que suelo hacer tonterías cuando me pongo así.
Puse mi mano en su cabeza y revolví su pelo de forma amistosa. Todos estábamos llegando a nuestro límite y cada uno lo llevaba a su manera. No era su culpa o, al menos, no del todo. Teníamos que enfocarnos en mejorar y de nada servía discutir entre nosotros.
—Ve un rato a entrenar con Lily —dije intentando sonar lo más tranquilo posible—. Tenéis que seguir probando maneras de eliminar los hechizos de las puertas.
Me sonrió mientras se alejaba, no sin antes lanzar una mirada furiosa a los mellizos que estaban juntos, con los brazos cruzados. Conforme me acercaba a ellos noté la tensión que había en sus cuerpos. Se tomaban esto mucho más en serio que los demás, a pesar de que eran los que menos relación tenían con Anna, y se lo agradecía de corazón.
—Si aparecemos en la puerta de la casa de tu padre con este equipo nos van a meter la paliza de nuestras vidas —dijo Oscar en un tono neutro, afirmando lo que todos pensábamos.
—Podemos seguir entrenando —respondí intentando sonar esperanzado.
—Aunque lo hiciésemos todos los días, tardaríamos meses en estar a ese nivel. Incluso teniéndolo a él.
Carol señaló a nuestra nueva incorporación, que se encontraba creando grandes luces negras para lanzarlas hacia unas dianas que habíamos colocado en el escenario. Casi todas acertaban en el centro y las que no se quedaban bastante cerca. Robert Ludwig había mejorado muy rápido con sus habilidades como hechicero desde que pasó lo de su hermana. Era el que se lo estaba tomando más en serio, junto a mí, por obvias razones. Además de que, como bien había señalado el profesor Sanderson cuando empezó con el entrenamiento, tenía un talento natural. Puede que fuese debido a su espíritu competitivo y sus ganas de destacar en todo lo que pudiese. Daba igual por lo que fuera, en ese momento nos venía genial contar con él.
Los mellizos se alejaron para continuar con los ejercicios. Les gustaba practicar entre ellos porque tenían una conexión especial que les hacía prever los movimientos del otro, lo que hacía que todo fuese mucho más emocionante y fructífero. Me acerqué al escenario, donde estaba Rob, y pude ver la concentración en su rostro.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté poniéndole una mano en el hombro que hizo que pegase un respingo.
—Bien, creo que estoy mejorando.
Su voz sonó cansada, mucho más de lo normal. Sus ojos color miel estaban rodeados de unas oscuras ojeras de no haber dormido bien en días. Lo entendía, pues las mías estaban también aún más acentuadas de lo normal. Estaba sudando debido a los movimientos que había estado haciendo y su pelo ondulado se encontraba empapado. Solo lo había visto así en los partidos de fútbol.
—Deberías descansar un poco —dije mientras creaba una luz fucsia y la lanzaba hacia los objetivos.
—Mira quien fue a hablar —respondió con media sonrisa haciendo lo mismo con su Don.
—Tienes razón. Lo necesitamos los dos. De nada le serviremos a Anna si nos dormimos en mitad de la misión.
—¿Qué misión, Peter? Llevamos días entrenando. —Lanzó una bola de luz negra con furia—. No sabéis cómo entrar en ese lugar, no queréis que cuente nada a mis padres, ni a la policía—. Creó otra luz, mucho más grande, que tiró uno de los objetivos al chocar contra él—. Ni siquiera queréis decirme dónde creéis que está mi hermana. ¡Joder!
Las luces del escenario explotaron en miles de fragmentos oscuros, lo que hizo que todos se asustaran, menos Rob y yo. Él porque quería mantener la calma y en mi caso porque me lo esperaba. Con Anna había vivido muchos momentos como este, pues por más que entrenaran sus poderes eran muy nuevos para ellos y no sabían controlarlos con precisión. Los grandes focos de la sala, que habían cambiado hace poco después de nuestra lucha con Stuart y Lupin, ayudaron a que no nos quedáramos en penumbra.
—Rob, lo sé. Te prometo que Anna estará con nosotros lo antes posible —mentí, pues tampoco sabía con exactitud cuándo iba a pasar eso, pero alguien tenía que mantener la compostura.
—Eso espero o me voy a volver loco.
—Yo también —respondí poniendo una mano en su hombro.
—No puedo perderla, Peter. Soy su hermano mayor, tenía que haberla protegido. Sabía lo que estaba pasando, le oculté información solo porque vosotros me lo pedisteis.
—Esa fue otra de nuestras malas decisiones —dije mientras miraba al profesor Sanderson, que aún se encontraba en la puerta con los brazos cruzados—. No es tu culpa.
—Es culpa de todos nosotros.
Se zafó de mi brazo y continuó con el entrenamiento, aunque un poco más calmado. Las luces negras parecían perder un poco de fuerza, pues llevaba demasiado tiempo sin parar y eso estaba haciendo mella en su Don. El cansancio comenzó a invadir mi cuerpo y eso me impedía seguir manteniendo la calma que intentaba aparentar siempre en público. Necesitaba un buen descanso.
Caminé hacia la puerta, donde se encontraba el profesor. Estaba de brazos cruzados y con su mirada clavada en mí. El traje marrón oscuro le daba un aspecto bastante normal, podía haberse hecho pasar por un adjunto cualquiera que daba clases de literatura inglesa. Solo los que lo conocíamos sabíamos que era uno de los hechiceros más poderosos del planeta, pero hacía muchos años que había decidido no utilizar su Don más de lo estrictamente necesario y dedicarse a formar a los nuevos alumnos del Club de Magia, además de sus clases de filosofía que le servían de tapadera.
—Estamos perdiendo demasiado tiempo, profesor —dije con voz seria cuando llegué a su lado—. No sabemos lo que le están haciendo a Anna, tenemos que sacarla de allí antes de que sea demasiado tarde.
—Conoces a tu padre tan bien como yo, Peter. Sabes que sus intereses pasan por mantener a la chica con vida.
—Puede que no llegue a algo tan drástico, pero está haciéndola sufrir. Algo dentro de mí puede sentirla, Albus.
Utilicé su nombre de pila para influir fuerza a mis palabras. Quería que entendiese lo que notaba cada minuto que pasaba con Anna en ese lugar. Era algo extraño, pero sentía como se apagaba poco a poco. Desde el día en el que nos conocimos, cuando nos chocamos por primera vez, noto como algo nos ha unido para siempre.
El profesor me miró con calma. Vi como su semblante cambió. Sabía que estaba sopesando si contarme algo, pues esa era la cara que ponía siempre que tenía dudas sobre qué decir a continuación.
—De acuerdo, sabes que no podemos asaltar la casa. Perderíamos antes de empezar. Aunque convenza a otros hechiceros de lo que está pasando, muchos le tienen miedo a tu padre y, de todas maneras, él tiene un ejército a su disposición.
Tenía razón. Estos días habíamos vigilado la casa desde la lejanía, como si fuéramos espías. No es solo la gente que estaba dentro de la casa, de lo que pudimos deducir que habría unas veinte personas entre amigos y guardaespaldas, sino que todas las mañanas aparecían hechiceros nuevos que pasaban horas en la mansión cuyos propósitos no conocíamos, pero suponíamos que tenían que ver con Anna y Sonia, pues la rubia también continuaba desaparecida.
—Entonces, ¿nos rendimos? No podemos esperar mucho más.
—Puede que tengamos una oportunidad, por eso he venido. He estado dándole vueltas y, aunque es muy precipitado, no creo que nos veamos en otra. —Un brillo de esperanza tuvo que aparecer en mis ojos, pues el profesor prosiguió de forma más prudente—. No es seguro que podamos llevarlo a cabo, Peter.
—¿Cuál es el plan? —pregunté ignorando sus últimas palabras.
—Dentro de cinco días tu padre ha organizado un baile para recaudar fondos en su casa. Irán cientos de invitados, todos hechiceros. Podemos intentar rescatarlas esa noche sin que nos vean.
—Pero ¿podremos entrar? ¿No habrá mucha seguridad?
—Nos ha invitado a todos, Peter. —Me tendió lo que parecían unas tarjetas marrones que suponía eran las invitaciones. Abrí mis ojos con sorpresa—. Puede que esta vez su arrogancia sea su perdición.
Lo pensé con tranquilidad mientras cogía las tarjetas, aunque no las leí. Mi padre era una persona muy soberbia y seguro que para él esto era una forma de decirnos que no nos tenía miedo ninguno, que nos abría las puertas de su casa porque estaba seguro de que nunca podríamos vencerle.
—No podemos dejar escapar esta oportunidad.
—Estoy contigo —respondió el profesor mientras abría la puerta—. Esta noche quedamos todos en mi despacho, empezaremos a organizar el plan.
—¿Por qué no ahora? —pregunté, pues no quería dejar escapar ni un segundo más.
—El baile es el viernes, tenemos tiempo de sobra. Además, los entrenamientos os están resultando extenuantes y tenéis que descansar, sobre todo tú y nuestra nueva incorporación —dijo señalando a Rob, que se encontraba en el escenario sentado con las manos en la cabeza.
Asentí, pues tenía razón. No podíamos seguir así, teníamos que tener todos los sentidos alerta para cuando llegase el momento. Además, el tener al fin una idea clara que me daba un mínimo de esperanza hizo que el sueño inundase mi cuerpo. Sabía que en cuanto llegase a la cama caería totalmente rendido.
—De acuerdo, voy a avisar a los demás.
—Yo me encargo de Lily y Kevin. Espero que ese rubio inquieto no haya vuelto loca a mi hija por los pasillos de la universidad.
—¿Con quién podemos contar? —pregunté.
—Creo que en principio solo vosotros para esta reunión —respondió el profesor—. Cuando comencemos a planear lo que queremos hacer decidiré si aviso a algún aliado. Hay mucha gente que odia a Patrick Shein y que no quiere que siga haciendo lo que quiere fuera de toda norma moral.
—¿Será suficiente?
—Bueno, podéis contar también conmigo —dijo una voz tras la puerta que el profesor aún sostenía entreabierta.
Cuando la silueta apareció delante de mí, no pude contenerme. Era la segunda vez que le daba un puñetazo a Stuart Rogers y, mientras lo hacía, sentí que no sería la última.
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