Capitulo 5. Cúpulas y Palacios
¡Mira! La muerte ha levantado su trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos en el Oeste sombrío,
donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
han ido a un reposo eterno.
—The city in the sea, Edgar Allan Poe
El alba había llegado con una brisa fresca y con el silencio tranquilo después de una noche lluviosa. Por un momento Hayley pensó que estaba en su cuarto, con vista al mar y sábanas blancas. Abrió los ojos y se encontró de cara con la realidad; solo el tapiz de madera y el papel de pared de alegres flores amarillas la recibían. Abrió sus ojos cristalinos completamente y de un tirón arrojo el edredón al suelo.
Fire no se encontraba a su lado. A la luz del día todo parecía mas real por lo que su nerviosismo comenzó a escalar rápidamente. Se olía su olor por todas las sabanas, una mezcla de jabón, menta y perfume caro. Había perdido su oportunidad de huir, aunque siempre quedaba el maltrecho, desfigurado y totalmente improvisado plan B. Se acercó a la puerta y vio que estaba trancada, sin notas, sin desayuno de buenos dias.
Ya con la creciente sensación de desesperación, pensó en otra alternativa. Estaban a dos pisos de altura y caer por la ventana no sería una buena idea, ni siquiera la nieve ayudaría demasiado y echar la puerta ni siquiera era una opción. Golpeo y lo llamó aunque nadie respondió, sus ojos se escocieron de frustración, los nudillos le empezaron a doler y a penas sentía el dolor de los cortes que había producido la madera. Empezó a morderse las uñas y caminar por la habitación, no podía haber sido tan estúpida como para meterse a si misma en esa situación.
Minutos después de alaridos continuos un silbido alegre se hacía cada vez más fuerte. La puerta se destrabo y podía jurar que los ojos de Fire chispearon al abrirla. El impulso por su seguridad la hizo arañarle la cara, lo que no mejoró el ánimo de Fire y su sonrisa pícara rápidamente se ofuscó para transformarse en una mueca de rencor.
Sin al menos tener tiempo de intentar leer sus pensamientos o medir su actuar, la tomo con fuerza por el hombro, llevándole con paso firme hacia el primer piso. Hayley comenzó a sudar nerviosa y asustada, en los ojos de él no cabían rastro de las bromas y serenidad de la noche pasada. Y aceptándolo vio que en ella tampoco quedaban rastro de bromas que solo habian llegado al arrullo de la oscuridad.
—¿A donde me llevas? —dijo sin titubear, la firmeza en la voz no le faltaba, y conocer en cierto grado por mínimo que fuese a Fire no la dejaba tan asustada, si no preocupada.
Él no mencionó palabra alguna al terminar de descender las escaleras, ni al bajar hacia el sótano. Mantuvo los brazos sujetos a ella y el semblante serio. La dejo trancada en un cuarto donde solían descansar las empleadas del hotel, polvoriento y húmedo.
—¿Porque haces esto? }No me respondiste ninguna pregunta ayer. Sabes que lo quiero saber tanto como yo sé que tu eres un idiota. —dijo a través de la puerta.
—Deberías considerar que no sabes nada. Me encontré a tu pequeño secreto Hayley. El oficial de seguridad llego esta mañana antes de que amaneciera. Ahora entiendo por qué querías venir aquí y no estoy de humor para tus juegos.
—Si, sabía que vendría, por eso no intente huir antes. — Hayley había olvidado por completo al guardia de seguridad, creyó que por la nevasca nadie vendría y no lo había considerado siquiera.
Él le devolvió la mirada de manera indescifrable.
Hayley solo pensaba en que eso terminará pronto y pudiera irse ya, estaba cansada de los juegos y secretos, pero una preocupación creciente le cosquilleo en las venas.
—¿Qué le hiciste al pobre de Frank, el guardia? O a Andy, no lo recuerdo bien.
—Lo siento corazón, te quedarás aquí hasta nuevo aviso.—anuncio sobriamente. Podía ver las ojeras profundas que indicaban que probablemente el no concilio el sueño la noche anterior. Fire no estaba para nada relajado, su cuerpo se tensaba como un arco, tenia el semblante serio y los labios tensos.
—¿Lo mataste? —Gritó pero su voz se desgarro en la mitad de la frase, sintiendo asco de haber hablado con un asesino—¿Cómo te atreviste? Eres la persona más repugnante que he conocido.
Fire se abstuvo a responder, cerro la puerta bloqueándola por fuera quien sabe como y se marchó dejándola sola, con escalofríos, dudas y miedos.
No se volvieron a hablar por horas. Hayley no soportaba estar tan atada de manos, mirando las horribles cuatro paredes insípidas, sin saber que pasaría de ella, ni por que estaba allí. Algo malo iba a pasar si no se escapaba.
Hayley escuchó el frágil sonido de un tono de llamada, captó algunas pocas palabras que dieron a entender que Eddy vendría tan pronto como limpiaran las avenidas principales. Ella sabía que las cosas se empeorarían si él venía, el poco respeto que tenía por ellos dos se esfumó por completo al saber que no eran simples maleantes, eran asesinos.
Una manera de salir de allí era el único pensamiento que tenía. Tratando de hacer el mínimo ruido posible abrió el pequeño ropero. En el cual colgaban antiguos trajes de empleadas devorados casi por completo por polillas y ratas.
La percha de metal, quizás y fuera su salvación; sabía que solo las películas conseguían esas cosas pero no perdía nada con intentar.
No funcionó.
Necesitaba un segundo plan. Rápidamente surgió una idea, tan ridícula como la anterior aunque se dijo a si misma que de todas maneras no le quedaban opciones.
—¡Fire! Tengo mucha hambre, por favor, ¡Necesito proteínas! No funcionó solo a base de belleza por más asombroso que parezca.
Él no dio respuesta alguna y ella siguió berreando cosas así, hasta fingió lloriquear. Luego de las incesantes súplicas escuchó ruidos.
Cuando por fin sus ojos se encontraron, él le pasó una pequeña porción de huevos revueltos y bacon.
Lo comió todo y en un momento de distracción, disimuladamente escondió el cuchillo.
Él se fue y comenzó a cortar la madera del picaporte; no le fue muy difícil porque estaba mohosa y débil, devorada ya por las termitas lo que incluso ayudó a no hacer mucho ruido. Nunca estuvo tan agradecida por el descuido del lugar.
Hasta que un estruendo surgió del piso ambiguo sobresaltándola. Apresuradamente jalo más el cuchillo y finalmente logró separar la parte de metal de la de madera. La puerta chirrió al abrirse y se deslizó con gracia por la abertura.
El corazón se le salía desbocado por la boca, su ruido era tan fuerte que no le permitía escuchar ni su propia respiración. Ocultándose entre las sombras inconstantes había subido las escaleras sin mucho problema. Hayley vio a Fire inverosímil en la sala, alicaído en una de las sillas junto al calor del fuego. De lejos ella distinguió un resplandor de una pulsera bastante elaborada. Hayley se detuvo, le pareció conocer esos dijes, el delicado entrelazado y los dijes elegantes. Conocía cada detalle de esa joya. Camille y ella la habían comprado juntas hace algunos años. Tenía la misma pero con dijes dorados. Quería detenerse y ver más de cerca para confirmar sus dudas pero no podía bajo ninguna circunstancia. Saber cómo Fire había conseguido la pulsera de Camille era un misterio que resolvería luego.
Su desconcierto solo le advirtió que no era buena idea permanecer más tiempo allí.
Salió por la puerta de servicio y el frío aire le dio contra las mejillas, su torso, sus piernas.
Corrió hacia la parte más boscosa hasta que vio la carretera, cada paso que dio se sentía como miles de cuchillas entraban en sus poros, pero continuó porque así funcionaba el mundo, nadie nunca gano nada por rendirse, a menos el título de perdedor y Hayley no se consideraba una perdedora.
Un auto paró, sus rodillas cedieron, la camisa fina que se había puesto solo denotaban la falta del abrigo aún más.
No pudo perder la sensacion de que todo había sido demasiado fácil, como si Fire quisiera que se fuera, como si hubiera permitido que se fuera.
Se estremeció por dentro, pues ya sentía los huesos fríos y las manos sin movilidad. Vio un destello de rojo y cayó a la nieve fría.
***
Olor a flor de coco, imperial blanco y el mar. Fue lo primero que vio al abrir sus ojos. Al intentar incorporarse el mundo giró un poco y una puntada le martilleo la cabeza. Al lograr incorporarse se recostó en la cabecera de una cama, a segundo vistazo percibió que su nariz estaba constipada y un leve olor antiséptico en el aire.
Desconcertada Hayley buscó a su alrededor señales de familiaridad. Leyla estaba en una esquina revisando algo en su tablet, pronto vio que estaba en el hotel y la tontura se disipo. Al notar su mirada en ella, Leyla alzó la vista y su maraña de cabellos pelirrojos se deslizaron hacia enfrente.
— ¡Hayley! —exclamó y ella supo que Leyla quería correr a abrazarla allí mismo pero no quería lastimarla—, ¿Estás mejor?
Ella asintió, frotándose las sienes con sus dedos helados.
—Me siento extraña, creo que tragué toda la neblina de afuera.
La suave risa de Leyla como un murmullo de hojas, hizo que Hayley sonriera. Pero su amiga pronto cambio de actitud y sus ojos centellaron en preocupación.
—¿Hayley dónde estabas? — su voz sonó dulce, pero demandaba una respuesta. Hayley aún lo lograba comprender cómo ella lograba ese efecto en todos y arrugó la nariz por ello y la molesta pregunta.
—Por aquí, por allá, en cualquier lugar a cualquier momento, ¿quién sabe?
Leyla apagó su tablet y se acercó a la cama, sentándose junto a ella.
—No me lo dirás, ¿verdad?
—No. —Leyla soltó un suspiro resignado y parecía estar a punto de añadir algo, pero titubeo.
De ninguna manera comprometería a su amiga en eso, Leyla era tan pequeña, tan insegura, tan vulnerable. Eso hacía que Hayley no pudiera controlar sus ganas de protegerla como una hermana mayor.
Unas manitas pintadas por un desgastado rosa chicle aparecieron en la puerta, Katherine entro dudosa y Hayley no pudo evitar sonreír, sabía que a pesar de ser extremadamente mandona y llorona, amaba a su prima.
Ella se tiró en la cama con Hayley y la abrazó. Era bueno sentir el calor después de estar tanto tiempo en un lugar frío; el hecho de que Fire estuviera ahí no calentaba nada, literalmente. Pensar en él le dio un escalofrío en la espalda, pero en ese momento no quería recordarlo. No quería recordar nada de la noche y la mañana que vivió, incluso.
La mirada intensa de Leyla parecía quemar sus movimientos a medida que la ignoraba decididamente y concentraba su atención en Katherine.
—Hayley mi mami llegó, ¿le dirás lo que te dije que le digas? —la voz chillona de Katherine rompió el abrazo.
Hayley aguantó un gruñido y asintió hacia la niña.
—Cuando comamos algo, porque me muero de hambre. —añadió como condición final.
La porción que Fire le había dado no había ayudado en nada. Leyla y Katherine salieron afuera y la dejaron sola para cambiarse. Notó brillando en el joyero una pulsera con dijes de oro y lo prendió en su muñeca. Hace un tiempo Camille y ella la compraron en una tienda de empeños. Se preguntó una vez más que hacía Fire con el de Camille.
El comedor privado del hotel era un poco más pequeño que el de Pleiade, pero aún así era igual de lujoso. Una telaraña arrojaba una tenue luz amarillenta a la mesa, había floreros con girasoles en su mayoría y una que otra gardenia marchita por el sol, su tía los amaba.
El celeste de las paredes relucía como el océano que se veía en las ventanas de cristal y a lo lejos la tenue luz del sol filtrándose por las ventanas y dejando sombras en las paredes.
Katherine estaba sentada junto a Leyla mientras se reían de algo en la tablet.
Hayley cruzó el salón y vio el menú de la cocina del hotel. Acabó pidiendo lo primero que vio en la lista y un café recargado, pensando que quizás eso la animara un poco y calmara el terrible dolor de garganta que estaba teniendo. Eran pasadas las tres de la tarde, debió perder toda la mañana o dormido gran parte de ella.
Las tres se sentaron y comenzaron a hablar de temas triviales, con Katherine robándole a Hayley una que otras frutillas que había pedido luego, hasta que llegó Aissa. Ella entró y pareció desentonarse con toda la habitación pulcra, con su ropa de grandes estampados coloridos y sus cabellos ondulados, teñidos por un rubio cintilante encima de su rubio natural.
—Hola cielo y hola chicas —dijo—Mientras dejaba su bolsa sobre la mesa. Saludó con dos besos a Katherine, luego a Leyla y finalmente a Hayley.
—¿Por donde andabas, tía? —preguntó con la boca llena de frutillas. Quería actuar lo más normal posible.
—Lo mismo debería decir yo de ti, Hayley. Katherine me dijo que llegaste ayer tarde y saliste de nuevo.
Miro furiosa a Katherine, quien se encogió de hombros y siguió tragando frutillas a diestra y siniestra.
Hayley irguió la cabeza hacia Aissa, teniendo ya en mente que decir.
—No creo que tenga que responder eso, pero, me impresiona tu nuevo bolso, ¿De que modelo es? Creo que querré uno así por Navidad.
Al instante se le iluminó el rostro y se le ensanchó una sonrisa en el rostro, dejando en el olvido la antigua pregunta.
—Oh, no no no Hayley, querida, ¡No es tu color! Te quedan más los azules, verdes, dorados y tal vez rojo, pero, ¿rosa? ¡No, jamás!
Asintió como si entendiera la importancia sumamente vital de usar los colores correctos. Por el rabillo del ojo vio como Leyla se tapaba los labios para no reír.
—Claro, tía y recuerda que la piel de Katherine se estropearía para siempre si se maquillara, mejor espera que tenga 17 o 20. Mejor 30.
Su tía la miro como si en verdad eso la hubiera puesto a reflexionar. Finalmente asintió dándole la razón.
—Si querida, tienes razón, las niñas de hoy ya son señoritas muy pronto.
Hayley hizo enojar a Katherine que salió hecha una furia a su habitación, no sin antes sacarle la lengua y dar un portazo. Su prima era pequeña pero amaba hacerse de grande, solo tenía ocho años y su mayor felicidad era pintarse las uñas y ponerse labial oscuro. Le había hecho un favor rompiendo en trizas sus ilusiones.
—Ya se le olvidara, sabes que te adora.¿Qué pasó con ese novio tuyo? Recuerda que no quiero sobrinos todavía.
—¿Novio? —parpadeo confundida, hacia meses que no tenía novio.
Leyla la miro alarmada y sonriendo, mientras que Aissa tomaba asiento frente a ella como si tuviera todo el tiempo del mundo—cosa probable— para chismorrear.
—Si. Aquel de cabello arenoso, alto y guapo.
—¿Hablas de Nate?
Leyla elevó una mano a su boca y esta vez no pudo evitar soltar una carcajada. Lastimó a Hayley que le parecía tan absurdo así que ella "estuviera" saliendo con Nate.
—No es mi novio, es mi mejor amigo.
Su tía soltó un suspiro, como si hubiera acabado de perder a su mascota favorita.
—Ya decía yo que los chicos lindos tienen que ser gays.
—Nate no es gay —señaló Leyla con una voz dulce y Aissa pareció confundida.
—¿No? ¿Y porque no sale con Hayley si es más que bella?
—Eso mismo me pregunto yo, ¿Hayley? ¿Porque no lo hace?
Ambas la miraron expectantes y Hayley sintió la quemazón del enojo con ambas por sacar ese tema a colación, tan abrumador que quiso gritarles. Se contuvo lo máximo que pudo y sonrió de forma asustadora.
—Ah, eso te lastima. Niña no te debes preocupar así son todos estos adolescentes patéticos, de seguro te adora. —dijo Aissa confundiendo su enojo por tristeza, lo que obviamente la molesto más. No era tan estúpida como paga quedarse triste por eso y que lo creyeran era un agujero en su ego.
El recuerdo de Nate en un beso con Camille le vino a la mente, inevitablemente. Y el verlo de nuevo la golpeó como un balde de agua fría.
Y ahí estaba de nuevo el motivo por el que encontraba a su tía Aissa molesta, se metía en toda la vida de Hayley y luego la comentaba por entero con su madre, como si ella fuera su revista preferida de chismes.
—No quiero hablar de eso.
Lo dijo con firmeza por lo que Leyla no se atrevió a molestarla. Aissa, en cambio parecía dispuesta a continuar su monólogo por lo que Leyla dio un respingo y cambio rápidamente de tema.
—Señora Miller, Hayley me mencionó el "baile" —dijo la dulce Leyla usando una palabra tan novelesca para un simple brindis– ¡Estoy muy emocionada! ¿Cómo será? No tengo idea qué ropa ponerme.
.El maldito "baile", como Leyla decidía romantizar, sería a un acto lujoso que estaría bien de no ser que se realizaría en el hotel. En el hotel donde estuvo toda la noche anterior y casi la secuestran. El hotel se reformó y se inauguraría la víspera de Navidad con una fiesta, donde por supuesto Hayley debería asistir.
Hablaron unos minutos más pero luego Hayley insistio en volver a casa con la ropa oliendo ligeramente a un agradable aroma a flor de coco.
***
Los Ángeles, Julio de 1998
La brisa que llevaba el olor del mar consigo despeinaba los perfectos rizos recién hechos de Claire mientras ella balanceaba sus manos recién pintadas cerca del ventilador.
Regresó de audicionar para un papel, pero nadie la contrató porque estaba embarazada y sabía que no lo harían, a pesar de que quedaron en llamarla.
Una patada hizo que soltara el barniz rojo y se le cayera al piso, hizo un gran esfuerzo en recuperarla.
Sus dos niñas serían como ella, hermosas, tenía en su mente sus caritas. Quería que sean rubias pues ella era rubia y quería que tengan ojos azules como Paul, el padre de ambas y sería como el mar con sus ondas tranquilas y a veces con ondas fieras que destruían todo, pero de una belleza innegable.
Sintió fuertes dolores y contracciones, su respiración se agitó y todo pareció un borrón en aquel momento, se recordaba de haber llamado a Paul y gritado al personal del hotel para que la atendiera. Irían a un sanatorio privado en la fecha prevista pero las niñas se adelantaron un mes. Claire no aguantaba y Paul la cargo entre sus brazos y la llevó hasta el puesto medico de la playa. Allí nacieron sus niñas. La primera pataleo y lloró fuerte y Claire vio un flash de una pequeña muestra de cabello dorado al sol. Poco tiempo tuvo de descanso hasta la siguiente onda de dolor. La otra niña no pataleaba tanto y no lloro en absoluto. Eso preocupo a Paul y a Claire, aunque algunos bebes no lloraban pronto, ella estaba viva y sana, solo no lloraba.
Le trajeron vestida de una ropita blanca a su niña, mientras llevaban a la otra. Claire la miro y tuvo una descarga desenfrenada de alegría. Sus ojos eran azules, oscuros como el mar profundo, reflejaban en ellos toda la inocencia de un niño, pero cuando creciera serían ojos envolvedores, atrapándote hasta lo más profundo, al contemplarla también notó pequeñas salpicaduras de un casi imperceptible dorado en el iris, era aún más bella de lo que había soñado, porque, ¿qué madre no sueña con el rostro de su criatura? Claire se perdió en esos ojos que la miraban distraídos con el nuevo mundo y el mar, y ya la amaba. Decidió en esa fracción de segundo su nombre, Hayley, porque ella interpretó una vez a una mujer con ese nombre, ella era valiente y osada, capitana de un barco pirata y navegaba los mares más peligrosos buscando tierra y tesoros, con los rayos dorados del sol quemándole la frente ella seguía adelante y luchaba como si la sangre le indicara que hacer, a Claire le costó interpretarla, pero al final lo consiguió al pensar en su abuela, que ella creía en su infancia ser una heroina.
—Hola Hayley.—le dijo y sonrío.
La pequeña parpadeo confundida con la sonrisa y intento imitarla sin lograrlo y eso hizo que a Claire se le escaparan lagrimillas de felicidad lo que hizo a la niña llorar a gritos y patalear.
Luego le trajeron a su otra niña y ella tenía el cabello aún más claro que el de Hayley, tanto que parecía plata al contrario del oro en los de la otra niña. La miro y la niña también la miro, la miraba solo a ella. Sus ojos eran celestes, celestes hasta el infinito y solo veía un punto negro dentro de ellos en un contraste amargo. Ella le pareció a Claire una joya rara, preciosa. Pero no quería que todo en ella sea inusual, le dio el nombre de Elizabeth porque ella era el cielo calmo y Hayley era el mar fiero. Las amaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro