Capitulo 13. Ruinas
No volveré al sepulcro,
pues el bosque es frío.
Reuniré toda la alegría
que mis manos puedan abarcar.
—Buried Love; Sara Teasdale
El día se había pasado fugaz como en la fracción de segundos que cerramos los ojos y de pronto el veinticuatro de diciembre estaba en la puerta de las casas, dejando a todos con la emoción típica de las fiestas, donde la bondad nace en los lugares más inesperados y un aura de alegría rodeaba a las personas, solo para que después de un día todo se desmoronara y volvieran a sus vidas con guerras y conflictos, la blanca Navidad era como un intervalo pequeño de paz.
Hayley y sus padres estaban llegando a Naos, para pasar con toda la familia y durante todo el trayecto la mente de Hayley no se despejó en ningún momento.
Ella no había vuelto a ver a Fire porque ambos se evitaron toda la tarde y gran parte de la mañana, también no quería hablar con Camille, Leyla o Nate. Quería huir y despejarse de todo, y a pesar de que en ese momento tuviera sentimientos contradictorios sobre sus padres, decidió darles una Navidad feliz para luego echarles en cara sus culpas, eso era lo mejor que podía hacer esa Navidad y no se exigió más. Y también estaba su culpa propia, un fantasma en su pensamiento e imaginar el rostro de dolor de Leyla en su mente hacía que ese sentimiento no saliera de ella y a pesar de eso no quería hacer nada para obtener su perdón, al menos no por ahora.
Claire tampoco le dirigió la palabra después de regañarla por un rato y Paul estaba tan desanimado por la perspectiva de ver a Aissa, —una de las pocas cosas que tenían en común—que no era gran compañía.
Ambos no soportaban la idea de pasar la noche entera oyendo sus reclamos y exagerando en última instancia cuán difícil era, y si otra persona que no la conociera se guiará sobre las "torturas que debía pasar en su trabajo" pensaría que debía sacar en frente un país en rebelión, pero lo único que Aissa hacía era encargarse de los diseños de interiores de los cuartos de los hoteles.
También la idea de Katherine rondando a su alrededor no era demasiado agradable, pero tenía a Ahren y palabras que necesitaban ser dichas.
Además estaban su abuela, su tios y las parejas de sus familiares: más manos que apretar, más mejillas que besar, más sonrisas que fingir.
Su madre estaba radiante cuando entró al hotel, una sonrisa se ensanchó en sus labios y su cabello llameante pareció encenderse, por el contrario Paul y ella no podían estar más alejados a la emoción y estaban encorvados arrastrando sus maletas desanimadamente a sus espaldas, como sombras a la luz de Claire. Tras unos parloteos entre los funcionarios y sus padres, todos se dirigieron a la puerta trasera. Al contrario que en Pleiade, aquí sus abuelos construyeron una casa completamente independiente y una vez más deseo poder vivir en la tranquilidad que ellos disponían, a pesar de que de alguna manera extrañaría el bullicio al que estaba acostumbrada.
Al llegar a la casa los recibieron con abrazos y besos, variaciones entre: ¡Qué mucho has crecido! Y ¡Estás tan hermosa hoy! A lo que ella respondía con una risa tonta o un simple gracias. Sus familiares eran demasiados que ella ni siquiera era capaz de recordar sus nombre algunas veces, pero sabía que si los necesitaba para algo allí ellos estarían y también sabía que jamás recurriría a su ayuda.
Por estar tan ocupada saludando y felicitando a sus familiares no se había fijado en cuán maravillosa estaba la decoración ese año, su tía Aissa realmente se superó
¡Y pensar que estaba criticando su trabajo hace algunos minutos!—pensó—.
Flores rojas, telas doradas y luces eran el centro de la decoración. Los retazos de telas brillantes se entrecruzaban elegantemente entre las paredes y las flores se habían puesto estratégicamente entre ellas, también las luces estaban en todos los huecos haciendo que el ambiente pareciera mágico y el árbol de Navidad tenía salpicones de nieve en algunas ramas, su copo podía tocar el techo, sin duda su decoración llenaba todo el ambiente y atrás de ella una cascada de luces dividía la sala en la sección de los niños y la de los adultos. Todo era tan exuberante que perdió el aliento por un segundo.
Su mirada seguía recorriendo el salón hasta que vio a su abuela discutiendo con un pariente —de la manera más amable que era posible discutir—sobre qué vino era mejor para esa noche. Se pregunto como debio haber sido cuando su abuelo estaba vivo. El padre de Claire había muerto cuando ella era joven, muchos anos antes que Hayley naciera y por lo general a nadie le gustaba hablar de el. Lo poco que sabia eran trozos que Claire soltaba cuando estaba melancólica, somo sus ojos eran de un azul profundo, como era estricto pero era la luz en los ojos de su abuela. Podía notar que tras su muerte había un gran dolor que nadie en la familia había superado aun.
Saludó a ambos con un abrazo y su abuela la llevo cariñosamente hasta la cocina, según ella estaba demasiado flaca y puso sobre la mesa larga platillos de flanes, pudines y tortas magníficas, ni en un millón de años todo eso entraría en su estómago pero lo más probable era que su abuela la tire a los renos de Santa para que la lleven antes de que no terminará de comer.
—¡Niña como es eso de que no estas comiendo! Te lo digo siempre y nunca me haces caso, esos huesos no te llevarán a ningún lado. Tienes que ser robusta como tu abuela. —gruño e hizo una flexión con sus brazos para que de alguna manera probara que ser robusta era la mejor cosa en el universo.
Luego de la muerte de Elizabeth —la primera muerte de la que supo—, mirar a su abuela fue lo más difícil que tuvo que hacer. Porque cuando la miraba sabía que no estaba pensando en ella, sino en su hermana y hasta incluso cuando confundía los nombres dolía, pero nunca la contradijo porque pensar que Elizabeth estaba viva era cien veces mejor que pensar que estaba muerta. Cien veces sufriría si tenía que darle ese pequeño placer a su abuela, ese placer que ella no podía disponer.
—Estoy bien abuela, solo tengo los músculos bien escondidos.
Se sostuvieron las miradas, agudas y filosas. Los ojos siempre tenían el peculiar poder de delatarnos cuando mentimos, nunca serán un buen cómplice.
—No me mientas niña. Tú y Ahren quieren ser los modelos reyes del universo pero eso es tan estúpido. Y ahora, el nene llega de Italia con todos esos... bultos con forma de ravioles en su pecho,y Ahren ya cree que es el dios Apolo en persona. Y tú mi niña, parece que estás cada vez más flaca, ¿Estás enferma? —la emoción de la voz de su abuela fue disminuyendo hasta convertirse en preocupación y tristeza. La verdad era que no había probado bocado desde que salió del hospital y él hambre quedo en algún lugar apartado de donde debería estar.
—Estoy bien abuela, no me va pasar lo mismo que a ella. Soy demasiado terca como para irme de aquí tan rápido.
—Ah mi niña—dijo con la tristeza consumiendo sus ojos—, siempre tan fuerte. Hayley siempre fuiste una persona tan independiente, inteligente y segura de si misma que aveces tengo miedo que nadie logre conocerte. ¿Cómo lo harán si tu construyes muros a tu alrededor? Y la vida es tan dura como para que la pases sola. No dejes que la marea te hunda, niña.
—Gracias, abuela. Siempre escucho tus consejos, sabes que son importantes para mí. —dijo con dificultad— Pero llevarlos a la práctica no es algo que me nazca naturalmente.
Cuando se disponía a salir de allí luego de comer a grandes cucharadas de un flan magnífico de chocolate, una voz enojada se filtró desde la habitación continua y al escuchar algunas palabras no pudo evitar que lagrimillas por tanto reír se le formasen en los ojos.
—¡Ahren no se te puede pedir nada! Te pedí que cargaras el azucarero y el salero de azúcar y sal. ¡Y cambiaste todo! —la voz chillona de Aissa regañaba a una figura de un enmarañado pelo rubio que reconoció como Ahren—. Fui a endulzar mi jugo y quedo salado.
—Ah, puse sal en el azucarero y me olvide de avisar. —dijo él sin más, encogiéndose de hombros lo que hizo rabiar a su tía.
—¡¿Para qué?!
—Para engañar a las hormigas.
La madre de Ahren murió hace algunos años por causa de una enfermedad lo que dejó a su padre completamente abatido. Luego de ese incidente Ahren llegó a pasar aún más tiempo con su abuela y Aissa mientras que su padre se ocupó enteramente a negocios, dejándolo solo.
A él también no le caía demasiado bien Aissa por lo que acostumbraba hacer este tipo de bromas para hacerla rabiar, solían hacerlo juntos como una tradición pero este año no dio tiempo de planear algo y Ahren tuvo que adelantarse, no le molesto demasiado, realmente tenía otras cosas en mente.
Ahren tenía 16 años y aún así pasaba por varios centímetros a Hayley, ambos tenían los mismos mechones rubios rebeldes y nariz respingona, cualquier persona que los veía juntos siempre imaginaba que debían ser hermanos.
Se dirigió hacia él y lo abrazó por la espalda sobresaltándolo, hasta que se relajó en una abrazo.
—¡Hayley! —exclamó él.
—¿Como está mi primo menor favorito? —dijo con la voz genuinamente alegre.
—¿Qué? —lloriqueo Katherine que había pasado desapercibida escondida debajo de la mesa, su boca llena de glasé la delataron infraganti.
—Tu también eres mi prima menor favorita. —dijo guiñándole un ojo a Ahren y Katherine se acercó violentamente echándose sobre él.
—Uff—remusgó al sentir su peso.
Hayley alborotó su pelo mientras que Katherine lo cubría de besos y la cara de Ahren quedó cubierta de glaseado rojo.
Cuando finalmente Katherine se separó de Ahren, él se levanto y rodeó a Hayley con sus brazos.
—Te extrañe, imbécil. —dijo ella con la voz apagada por el suéter navideño de su primo.
—Yo también, idiota.
Ambos se sonrieron y fueron junto a Aissa, que olvido la transferencia de sal-azúcar y charlaba con Claire. De paso Hayley robo un gorro de Navidad y se lo puso en la cabeza, esta noche no sería ningún grinch verde y feo.
Navidad de lejos era su feriado favorito. Nieve blanca, rojo y el toque perfecto de las luces centelleantes. Navidad le traía los mejores sentimientos y hacia querer olvidar los errores, una Navidad con rencores sería la peor que podría vivir por lo que una noche con toda su familia fue un gran regalo, sin importar tantas diferencias.
La noche transcurrió tranquila y las carcajadas estallaban sin ser planeadas. En un momento dado Hayley preguntó a Ahren sobre Cassey y él olvido completamente la forma de articular palabra, una prima despistada hizo sonar una melodía de rock pesada que hizo que todos callaran y luego de un incómodo silencio Hayley comenzó a cantar la música y todos aplaudieron riéndose a carcajadas, pidiendo por más. Melodías clásicas de Navidad pasaban por sus labios, unas tras otras hasta que la garganta no pudo permitir más. Katherine y ella robaban a segundos la comida que Ahren traía para sí mismo, haciendo que tuviera que volver a pedirla y él les hacía caretas de molestia haciéndolas estallar en carcajadas hasta que dolía estar tanto tiempo con los labios estirados.
Ahora estaban todos en la terraza junto con los finos copos de nieve destacando en las ropas rojas de la mayoría, contando los segundos para la Navidad y esperando que los fuegos artificiales comenzarán.
Todo eso dejo el corazón de Hayley con la sensación de infinito bienestar y no se podía imaginar en algún otro lugar en el que quisiera estar.
Al unísono gritaron "Uno" y puntualmente el show comenzó en todo su resplandor, brillantes y eléctricos colores dejaban una estela de fuego, unos tras otros cada vez más impresionantes, resonando constantemente.
Los brazos de Claire la rodearon y a pesar de que no estuviera acostumbrada a abrazarla lo hizo, pronto su padre se le unió y Hayley percibió el destello de una lágrima en la mejilla de Claire, Elizabeth estaba de nuevo allí como una fantasma perturbando su alegría.
Arruinando momentos desde tiempos inmemorables.
Al instante se sintió culpable por pensar de esa manera y se aferró aún más a Claire.
¿Momentos felices? No duraban para siempre con o sin la ayuda de Elizabeth. Es verdad que no es bonito decir que la felicidad se va, pero no existe una que sea tan plena que dure para siempre; pero todo es un ciclo y de la misma manera en la que los momentos buenos se van, los malos también lo hacen.
Cuando finalmente todos entraron al comedor, Aissa estaba radiante porque este año se otorgo a si misma el "honor" de cortar el pavo como si fuera acción de gracias, Hayley solo podía poner cara de aburrida y robar unas cuantas uvas pasas del plato que tenía enfrente; lo que en realidad llamaba su atención era el precioso bombón travessa gigante que estaba en la mesa continúa, demasiado lejos de sus tácticas de robo de comida a tamaños de hormiga. Suspiró lánguidamente resignándose a comerse las uvas.
Ahren le dio unos pinchazos con uno de los tantos tenedores y señaló al bombón travessa, ignorando por completo a Aissa que estaba dando un discurso sobre lo afortunada y maravillada que se sentía al poder cortar el pollo.
—Ya le echaste el ojo, eh.—una sonrisa traviesa cruzo sus labios.
—Es mío —dijo tajantemente, cortando el aire de travesura en el tono de voz de Ahren.
—¿Cómo es que no engordas? Por la cantidad de chocolates que comes deberías estar como una ballena. Tampoco tienes demasiado acné siendo que deberías tener un volcán de granitos feos y rojos.
Giró los ojos exageradamente lento, como si fuera obvio el motivo.
—No puedo tener acné ni engordar porque cada fibra, cada molécula, cada célula de mi cuerpo ama el chocolate y no puede tener una reacción a eso. ¿Entiendes Apolo? —finalizó con una carcajada contagiosa que ciertamente a Ahren no se le pego, otro más que pensaba que sus chistes eran pésimos y claramente eso tenía muy poco sentido.
—Eres rara.
Hayley le guiñó un ojo para seguir en su trabajo de sacar frutas hasta que su mirada se encontró con la reprobación de Claire y quito una más solo para molestarla hasta que posó sus manos en su regazo.
Aissa estaba radiante en una de sus horribles ropas de floreados del tamaño del mundo, especialmente rojos esa noche y ella finalmente cerró la boca para cumplir con su sueño que le nació hacia medio minuto atrás.
Se dispuso a cortar patéticamente, errando el lugar y tuvo que mover el cuchillo al no poder cortar. Al notar que no lo conseguía puso sus dedos lo más superficialmente como apoyo y aún así sus uñas se clavaron en la carne dejando pequeñas media lunas.
Hayley se dijo a sí misma que no probaría ni un bocado de pavo esa Navidad.
En uno de sus fuertes intentos el pavo se deslizó por la mesa y fue directo al otro lado de la mesa. No hubo tiempo de reírse de Aissa porque un puñado de niños atacaron como bestias salvajes la mesa.
¿De qué jungla de escaparon?
Y lo único que pudo pensar mientras asaltaban los platos en un pandemónium de gritos era en el bombón travessa. Corrió hacia él y vio que uno de sus primos metía su mano para comer directamente del pires.
—Dame eso Georgie o vas a sufrir.—dijo amenazadora con un poco de drama adicional.
—No. Es mío.—dijo el niño metiéndose a la boca un pedazo lleno de chocolate.
Pelearon por el bandeja, cada uno estirando de su lado.
Claro que conseguiría comer su postre, solo quitaría la parte donde la mano de Georgie estaba y todos estarían felices.
¿Por qué no lo soltaba? Somos primos la solidaridad debe ser ejercida, claro que por respeto a la mayor Georgie tiene que ser el que suelte la bandeja.
Pero Georgie solo seguía tragando siempre que un estirón lento le permitía llevar un puñado de chocolate a la boca.
En una de sus riñas su mejilla quedo manchada de chocolate y estiro con más fuerza aún. Hasta que Katherine vino para ayudar a Georgie en la revolución contra adultos que comían salados primero, ¿Acaso no veían que Hayley estaba de su lado?
Con la fuerza de Katherine añadida se obligó a soltar la bandeja lo que los tiro a los dos hacia atras y la bandeja voló por los aires hasta llegar a al suelo, derrumbada junto con una Navidad feliz.
Adiós bombón travessa. Gracias por nuestro diminuto e inexistente pequeño infinito.
Georgie comenzó a llorar y se retiró estratégicamente del lugar antes de que algún adulto decidiera culparla y al parecer Katherine pensó lo mismo.
Niña astuta.
El pobre Georgie quedó haciendo su berrinche junto con el bombón derrumbado.
Hayley se dirigió al pasillo menos concurrido que daba a las habitaciones y recordó la época que solía vivir en una casa como aquella, en un pueblo remoto de Naos.
Antes de que Elizabeth muriera acostumbraban a vivir todos en Naos, pero luego de su muerte todo fue demasiado para su madre y decidieron mudarse a Pleiade, lejos de las sombras que rodeaban al pasado.
Eso al destruyo en parte, porque su mayor apoyo al verse separa de Elizabeth siempre fue Az. Y ahora sabía quién era realmente Az, cuánto había cambiado y no podía volver a confiar en él porque hacia tiempo ambos dejaron de ser solo Az y Hay, dejaron de ser niños y ahora solo eran Fuego y oro.
***
Naos, 2009
Al entrar en el hotel automáticamente sus ojos lagrimearon por los estornudos provocados por el polvo. Se dirigió lentamente a la biblioteca tratando de evitar los escombros y telas rasgadas.
Elizabeth. Sus padres estaban empeñados en seguir pretendiendo que nada le había pasado, pero lo sentía en el corazón todas las veces que los miraba a los ojos. Seguían queriéndola llamar Elizabeth en algunas ocasiones, no entendía el porque. Desde que era aún más pequeña siempre prefirió Hayley, era su nombre y no lo cambiaría por Elizabeth.
Se escapó de su casa otra vez. Vivían en un lugar un poco apartado pero a su madre le gustaba por ser un vecindario muy pintoresco. Las calles eran de un antiguo adoquinado y las casas de alegres colores llamativos, pero lo que a Hayley más le gustaba era el hotel. Un hotel en ruinas que alguna vez perteneció a su familia.
Desde pequeña venía aquí para investigar todo lo que le causaba curiosidad. En esos años descubrió cómo tocar el piano en el viejo instrumento de la sala de una persona que alguna vez vivió ahí, descubrió donde guardaban sus cartas cuando no querían ser descubiertos, descubrió lo increíble que sonaban las cosas en un toca discos. Era completamente fascinante y no se preocupada por los insectos y artimañas, la dejaban en paz mientras que ella no se metiera en su sitio y nunca lo hacía.
Sus lugares favoritos en el mundo estaban ahí.
El cuarto principal por los presuntuosos vestidos que podía encontrar allí, porque incluso con los años encontró las joyas de una señora elegante que vivió allí. Y tal vez algunas personas pensarían que era mórbido querer estar en un lugar donde había cosas de personas muertas pero no para ella, se sentía protegida. No había razón para que quisieran hacerle daño y no había manera de que gente tan genial deseara hacer algún mal, o al menos eso pensaba. Y luego estaba la biblioteca. Se había encargado de organizarla; limpió todo el cuarto, sacudió los muebles y ordenó los libros por sus preferidos, hasta trajo con mucho esfuerzo el piano hasta allí. Era un escondite perfecto y tenía una ventana con vista al vasto mar y sus profundidades.
Era su lugar favorito en el mundo.
Se dirigió hasta ahí y se acurrucó entre el sofá y el piano.
Empezó a pensar en tantas cosas que le sucedían. Sus padres peleaban todo el tiempo y sin duda siempre sentía como si algo le faltara. Como una pieza incompleta en un juego de rompecabezas. No era justo tener que estar en el borde de ambos lados y tener que vivir de esa manera. Sus ojos se llenaron de lágrimas súbitamente y sus manos sin darse cuenta ya pasaban ligeras a través de las teclas tocando piezas simples pero con mucho significado.
La tristeza era mucho más bonita con la música.
—Hola.
Dio un chillido y giró su cabeza hacia la voz.
Un niño estaba junto a la ventana abierta. Paró de tocar automáticamente y lo miro asustada. Tenía una camiseta sobre "los zombies también necesitan amor" de un verde desgastado y una mancha de arena en su mejilla.
—Hola. —dijo ella.
—Te asustaste. —declaró con una sonrisita astuta.
Inteligentemente, Hayley alzó una ceja hacia el niño y prosiguió con voz presumida.
—Claro que no. Un niño no puede asustarme.
Estaba apoyando los codos en el piano con el cuidado de no apretar las teclas sin intención.
El niño apuntó con el dedo índice hacia el piano.
—¿Estás aporreando al piano? Podría ayudarte.
Él fingió hacer un home-run en el aire con un bate de béisbol hecho de aire.
—Estoy tocando el piano.
Toco unas notas dulces como para probar que el piano no merecía ser golpeado.
—Tocas muy bonito. Por cierto me llamo Az, y tú ¿Cómo te llamas?
—Últimamente Elizabeth, pero llámame Hayley.
Él sonrió y se sentó cuidadosamente en uno de los sofás antiguos, como si tuviera miedo que cobrará vida y tentáculos nacieran de las telas raídas.
—Te diré Hay. No quiero ser el único con un apodo.
Ella asintió, acomodando la silla para poder mirarlo a los ojos.
—Está bien. ¿Porque entraste aquí? Nadie quiere venir conmigo, tienen miedo, pero yo no lo hago. Creo que es bonito. —dijo orgullosamente—.
—Mi tío quería que vaya al hospital con él, no quería ir, escape y luego escuche el piano y tuve que venir.
—No era obligatorio.
—Quería hacerlo.
Ambos se observaron en la tenue luz que daban las cortinas y finalmente se sonrieron.
—Te he visto por aquí más veces de las que puedo contar —continuó Az—, A veces comías el néctar de las plantas de mi casa. Eso es asqueroso, ¿Cómo lo haces?
—¡No es asqueroso! Saben a azúcar, miel y agua. —dijo ella, exaltándose en el pequeño asiento.
La charla se demoró hasta que se hizo de noche y los días que siguieron se encontraban en el mismo lugar, descubriendo ruinas juntos.
Ambos se apoyaban, ambos crecían juntos, pero la vida decidió que debían separarse, porque nada dura para siempre.
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