Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo único

Muchas gracias por aceptar la invitación, bienvenido/a.

XII

Cientos de mariposas con distintos colores en vestido danzaban sobre una rayada laguna de luces y sombras. Los candelabros sonrosados se dejaban acunar por el piano, apenas perturbados por la temporada de otoño. Las columnas altas y robustas daban altiveza a tu salón de baile y sostenían el abovedado cielo con ángeles pintados por florentinos del siglo pasado. Algunos querubines se miraban entre ellos como escondiendo un secreto a tus espaldas.

Los arreglos florales en donde rebosaban y se derramaban por las mesas los dulces lirios, los orgullosos jacintos, las tiernas amapolas, las tristes begonias, todas ostentando una primavera muerta afuera de tus puertas. No parecía ser un día de octubre sino uno de marzo.

Las mariposas variopintas revoloteaban con sus frufrús mientras el pianista seguía levantando notas y tú dejabas pasar el tierno vino por el paladar.

Pero había algo que desentonaba dentro del cuadro pictórico y victoriano, un superfluo detalle que había pasado por alto el artista, pero no para ti.

Tú tenías un buen ojo para los errores insignificantes, pero que tenían un efecto desastroso a largo plazo. No por nada estabas allí sentado en tu mueble rojizo mirando el baile que organizaste dentro de la generosa mansión que tus familiares vivos no pudieron echar mano.

A tu lado descansaba la copa de vino a medio acabar que habías dejado por desgano y más allá, la máscara que habías abandonado después de la última pieza. Mientras te colocabas el pálido antifaz mirando a las mariposas y los pingüinos bailar frente a ti, una idea tambaleó tus sentidos. Era la primera vez que asistías a una mascarada, pero quizás por lo manoseada que estaba la palabra y por estar en boga de todos, no te resultaba desconocido el escenario desplegado.

Notaste cómo unos ojos celestes casi cristalinos no parecían tener pudor en mordisquearte con su escrutinio. Su uniforme de pingüino y su porte lo delataron.

—¿Cuál es tu nombre? —Te dirigiste al criado que se había quedado parado a tu lado mirándote de manera atontada—. No recuerdo haberte contratado.

—¡Oh! Em...mil disculpas, mi señor. Mi nombre es Anubis. Estoy para servirle. La Sra. De' Ath me contrató hace una semana para ayudar en la cocina —Enseguida inclinó la cabeza como un pingüino nervioso—. Con su permiso-

—Espera —Tras tus palabras, se quedó quieto—. No te vayas todavía.

En tanto las parejas seguían bailando y se armaba la algarabía entre música y risas, el única ajeno a la fiesta parecía ser el propio anfitrión con una familiar molestia socavando. El joven de ojos celestes y rizos claros seguía de pie esperando tu próxima orden.

—Hay algo que no está bien aquí. No deberían estar tantas personas. —El sentimiento que nacía en la boca de tu estómago no te era desconocido. Podías sentir a las pesadillas trepar por tus manos con sus patas hechas de agujas de araña—, ¿no tienes un mal presentimiento, tú?

—¿Disculpe, mi Señor?

Solo había una cosa que lograba perturbarte incluso cuando la luz de los candelabros intentaba esclarecer la habitación.

—Pásame el listado de invitados. Necesito revisar algo.

—Um...—El chico seguía demasiado inquieto mientras apartaba la mirada—. Espéreme aquí por favor.

Tus ojos ámbar navegaron por todo el salón en busca de ese indicio que te estaba perturbando y no te dejaba disfrutar la noche que habías planeado. Supiste entonces que no fue buena idea dejarse llevar por lo que había dicho tu buen amigo, Francesco. Las mascaradas no tenían nada de divertido.

No poder distinguir los rostros de tus invitados te estaba arañando los nervios.

Anubis llegó con la lista de personas que habían entrado y la dejó sobre la mesa con miedo, como si lo fueras a comer de un bocado. Fuiste recorriendo los nombres. Solo debían constar amigos cercanos. No deberían existir más de quince personas en aquella sala disfrutando contigo. Al constatar todos los nombres de tus familiares, la polilla hecha de miedo revoloteó lejos un poco.

—Gracias. Ahora puedes retirarte.

El piano seguía practicando, como si intentara tocar una canción de cuna para calmar tus nervios. Te reclinaste sobre tu asiento mirando la copa medio vacía. Había una nota al lado de tu máscara abandonada.

Tu expresión se rayó sabiendo que esa nota no estaba allí la última vez que miraste la mesa adyacente a tu mueble.

"Te sorprendería ver el disfraz que llevo"

Tu corazón se caldeó mientras el frío empezaba a arañarte la espalda y soplar en tu nuca. Por un momento la sangre abandonó tu rostro. Sabías que él o ella podría estar cerca mirando tus reacciones por lo que te negaste a exteriorizar ese pánico que sacudió tus entrañas.

No querías dejarle saber que sus cartas anónimas, durante todos esos meses, habían logrado perturbar tus noches y atentaban con terminar tu buena fiesta. El mundo no te esperó y la música siguió sonando mientras las risas seguían haciendo jirones por el aire en todo sitio como telarañas plateadas.

Miraste a las personas, ninguna parecía estar interesada en ti, pero sabías por la nota que había alguien al acecho. Alguien, quien, a pesar de tus intentos por desvelar su correspondencia, parecía no existir para las oficinas de correos ni los oficiales. Nadie parecía recobrar el peligro que era, solo tú sabías de la existencia de esa sombra que parecía seguirte incluso a un lugar tan tumultuado como ese. Solamente tú podías percibir el peligro jugueteando contigo.

Y por un momento habías pensado que con esa mascarada estarías libre de las pesadillas de ese enemigo, qué equivocado estabas, mi pobre y dulce Charlie.

El piano ya no tocaba de la misma manera ni el cuadro tenía los mismos colores. Podías ver como el gris y la oscuridad empezaba despintar tus óleos. Entre ellos había alguien a quien no habías invitado. Alguien se estaba haciendo pasar por uno de tus conocidos y había entrado con otras intenciones.

Con las máscaras era complicado, pero sabías que no resultaría imposible. Por ejemplo, con tu tía Katherine, de un violeta apagado, era imposible no saber que era ella porque llevaba su vestido cargado de adornos con ese abanico pasado de moda y de mal gusto. Tampoco podías confundir a tu sobrina Marina, de un amarillo cegador, con su risa ruidosa y su manera amena de desenvolverse con cualquiera. No parecía tener problemas buscando acompañante para la velada.

Pero ¿y si ese impostor solamente fingía comportarse como una de ellas? Después de todo, había logrado entrar allí y falsificar una identidad engañándote por un momento. Oh, pero entonces ya estabas asumiendo que aquel impostor era una mujer, ¿y si se tratara de un hombre? Más de uno quería ver tu cabeza como trofeo en su pared y tú lo sabías.

Entre los cuerpos, observaste uno en especial por ser grotesco y poco agraciado. Era tu primo Godofredo, un fangoso verde, asaltando los bocadillos al criado con el que habías hablado hace un momento. Anubis, dijo llamarse. Tal vez tuviste un atisbo de sospecha en él o miraste el terror del joven, pero te acercaste a tu empleado una vez que tu familiar había cumplido su cometido y ahora iba a por más en la cocina.

—¿Qué te pidió él? —le preguntaste a Anubis.

El chico parecía avergonzado bajo tus ojos descarado, no lo culpo, tu color era un ámbar fosilizado.

—Me pidió vino...le dije que se había terminado, pero podría yo ir a buscarlo en la cocina. Él dijo que iría por su cuenta. Y...eso fue todo. —resumió Anubis de manera breve su conversación.

—¿Vino? —repetiste. Sabías que tu primo Godofredo odiaba el vino, y más si era francés. Solo un farsante podría pedirlo fingiendo ser él.

—Acompáñame a la cocina.

Con Anubis detrás, llegaste al área de cocina donde los aromas de diferentes comidas exóticas se mezclaban formando un caldo denso que te resultó un poco asfixiante. Por una olla se asomaba a saludar el tentáculo de ese pulpo que prometí en la invitación. Las criadas pasaban de aquí para allá con ollas humeantes como calderas de brujas, demasiado ocupadas para reparar en tu presencia.

Tu mirada estaba centrada en el hombre que intentaba descorchar una botella de vino al final de la mesa donde las sombras lo acobijaban. Estaba de espaldas mostrando la contextura ancha y sus omóplatos separándose. Sin dejar ver su rostro. Su máscara blanca expresando una expresión trágico-cómica descansaba en su mano.

Si él realmente era aquella sombra que llevaba perturbándote desde el anterior año, ¿cómo lo enfrentarías? Esa fue la primera pregunta que te surgió. Hasta ese momento habías colocado distintos rostros en tu enemigo, pero todavía lo desconocías y temías que tu realidad superara a tu imaginación.

Estiraste la mano que resultaba pesada intentando levantarla fuera del fango de una ciénaga. El puño de tu camisa manchado por tinta seca y tus dedos estirados como ramas largas de un árbol muerto.

—¡Godofredo, por el rostro de Cristo! ¿Qué haces aquí escarbando en la cocina como un ratón? —Tu mano se arrugó y se replegó mientras tu tía de un negro podrido, asomaba con su larga nariz de bruja y su estatura de duende. No me culpes por mi descripción querido, tú sabes que yo describo según como lo veo.

—Por favor madre, baja la voz —le pidió el de mejillas sonrosadas agrietando las arrugas. Su bigote se movía casi como sus pupilas buscando testigos—, aquí todos te escuchan.

—Si no quieres que nadie escuche como tu madre te reprende será mejor que vayas ya por tu abrigo. El carruaje está afuera esperándonos.

Sin dejar que su hijo probara bocado del pastelillo, lo arrastró del brazo fuera de la cocina. Notaste entonces que no era vino francés, la razón por la que se había escabullido a la cocina, era un pastelillo, la golosina de un niño, disfrazado de un buen vino.

Descartado tu primo, volviste a hundirte en la ciénaga de la ignorancia y la duda. Notaste al insulso Anubis todavía de pie detrás de ti.

—¿Qué haces aquí? —le preguntaste.

—Um, usted me pidió que lo acompañara... ¿Desea que me retire?

Trataste de recordarlo, pero tu mente se asemejaba a una casa desamueblada, pero llena de fantasmas.

—No, en realidad, no importa...

Bajo la tenue luz amarillenta de la cocina, lo viste. Una sombra husmeaba con ojos grandes por el umbral con curiosidad y deleite. Parecía contenta de no haber sido descubierta todavía.

Retrocediste boqueando un aire que no podías o necesitabas respirar. Anubis te miró extrañado mientras tú meneabas la cabeza y volvías a intentar enfocar la mirada en la puerta esta vez sin el tinte de tus pesadillas.

La figura de un hombre ocupaba la sombra con su traje y un antifaz que a penas cubría parte de su rostro. Fue suficiente aquel retazo para saberlo.

Te acercaste con intenciones de desvelar su rostro y acabar con esa sinfonía macabra con la que latía tu corazón inexistente, pero entonces alguien jaló de tu saco y cuando te volteaste, los ojos celestes de Anubis te miraban desesperados.

—¡No intentes desvelar su rostro, por favor! —te imploró. Algo había cambiado en su tono—. ¡No vayas con él! Por favor, al menos esta-

—Así que tú tienes algo que ver con esto —No fue una pregunta.

Bajó la mirada sin ser capaz de responder, de repente, apabullado.

—Posiblemente tú lo encubriste y por eso logró entrar—razonaste.

El silencio dentro de tu cabeza te contestó. Te soltaste de él despacio y avanzaste hasta llegar a la puerta donde el hombre con antifaz bebía de su copa sosegado.

Las mariposas seguían bailando con los pies adoloridos y las alas marchitas de estar tanto tiempo repitiendo la misma pieza, una y otra vez. El pianista lucía cabizbajo con los dedos tan flacos y chupados que sobresalían como los de una calavera de dedos finos.

Cuando estabas por alcanzar al hombre de antifaz, de repente fuiste detenido por varias personas sin color ni son que buscaban tu atención como peces drogadictos y desesperados, pintados en blanco y negro, en busca de aquella sustancia que les faltaba para sentirse vivos. Al verte atiborrado por todos esos antifaces que escondían rostros familiares, sentiste tu estómago revolverte.

Fue el mismo hombre que deseabas alcanzar, el que te salvó de la muchedumbre jalando de tu mano. Los peces se alejaron como pirañas que habían visto su plan truncado.

—¿Me concedes esta pieza?

Aunque tu rostro no se perturbó, tus ojos se entrecerraron y la miel fundida dentro de ellos intentó quizás desvelar porqué te estaba pidiendo algo así. Miraste su mano extendida y luego sus ojos negros que buscaban tu aprobación.

Si era una partida, no había otra opción que avanzar y ganar.

—Si acepto, ¿me vas a decir quién eres y por qué me has estado enviando esas cartas? ¿Anubis te ayudó a entrar a esta fiesta? —sostuviste.

El joven frente a ti agachó la mirada con una sonrisa tímida floreciendo.

—Son demasiadas preguntas. Podría contestarlas después del baile. Solo esta pieza, por favor. —volvió a pedirte.

Sabías que no era una sensata idea, pero aun así continuaste. No parecía existir otra opción. Y si existía no parecías conocerla. Era como un único sendero a penas iluminado pero rodeado por una densa neblina que no te dejaba ver más allá. El pianista volvió a entonar un vals y las mariposas empezaron de nuevo a revolotear con sus vestidos.

Tomaste su mano y lo guiaste al cielo abovedado por querubines chismosos y ángeles señalando al cielo del más allá. Sus dedos eran finos y gráciles, suaves como el vals que se entonaba de nuevo en ese momento y como la voz hecha de miel que te había pedido bailar solo esa pieza. Su cabello lejos de parecer el de un monstruo se asemejaba al de un ángel con tiernos rizos cayendo sobre sus hombros y pareciendo tan cálidos como el nacimiento de un sol. Te preguntaste si debería ser tan agradable bailar con el monstruo que tanto tiempo te estuvo atormentando, que tantas noches te estuve susurrando que irías al infierno por no preferir a las damas.

Tus manos recorrían como expertas su cuerpo que parecía ser el de un joven apenas empezando a esculpirse. No era correcto, pero no se sentía como algo erróneo, que él encajara en tus brazos y su dulce aromas a flores muertas te atontara de esa manera. Estabas tan embrujado por él que fuiste incapaz de apartarte. Ahora que lo escribo me doy cuenta lo tonto que fuiste en ese momento. Tonto e ingenuo.

Fue cuando sus dedos se encajaron con los tuyos que volviste a sentirte vivo de nuevo por un instante. O eso reflejó el color en tu rostro y tu manera tan cínica de empezar a desnudarlo con los ojos a aquel joven que parecía ser un ángel caído con su cabello color del sol y sus ojos hechos de la noche.

Los óleos pintaban a las parejas bailando el vals y al pianista disfrutar de su sinfonía. Las flores recién decapitadas todavía olían a vida, a romero, a lirios, a la dulce rosa.

Lo guiaste por el salón disfrutando su cálida compañía, deleitándote por la manera en que tu cuerpo encajaba perfectamente con el suyo. Entonces el punto de quiebre se flexionó y dejó de importarte. Apartaste el antifaz con la prisa de un amante sosteniendo su rostro, desordenando sus rizos, buscando los labios de un pecado. Y al hallarlos, tu frenesí por fundirte en ellos no te dio tiempo ni a respirar o a pensar.

—¡No lo hagas! —Un lamento quiso quebrar el hechizo y antes de que tus labios hubieran tocado los de él, te apartaste y miraste de reojo a Anubis. El terror había hecho del celeste un cristal opaco.

—Si te dejas llevar por él, conocerás cosas peores que la muerte. Por favor, ven conmigo, aún no es-

Ibas a preguntar, pero entonces un grito agudo corrió por la estancia como una dama escandalizada rompiendo la danza y el fuelle. La tranquilidad se quebró como un cristal igual que el vals. Miraste al joven de antifaz como si este tuviera algo que ver, pero no podía saberlo bajo esa máscara. Sus ojos de noche no parecían ser culpables. Junto con Anubis, caminaste apresurado hacia el gentío que empezaba a cuchichear.

—Hay...Hay un cadáver en el mueble...—musitó un hombre lívido sosteniendo a su rechoncha mujer que había caído desmayada presa del pánico.

Por un momento todo se tornó blanco y etéreo. Fue como si estuvieras mirando la escena desde muy lejos y las sensaciones de la realidad no te alcanzaran por completo. Volviste a ser envuelto por esa sensación del comienzo. Tú ya habías vivido ese momento.

—¿Mi señor? —musitó el joven a tu lado.

—¡Que nadie salga de aquí hasta que llegue la policía! —vociferaste y tu criado fue el primero en asentir de un salto como un conejo asustado.

Intentaste calmarte. Intentaste culpar a la copa de vino que habías tomado de esa inestabilidad en tu mente de ser incapaz de discernir.

El miedo ya no era el único instalado en tu pecho también empezaba a echar chispas la incertidumbre porque entre tus invitados y en una fiesta que habías asegurado a tus amigos, no había un monstruo creado por ti. Había un asesino de carne y hueso.

Te encaminaste hacia la puerta principal, fuiste por el pasillo con prisa, ¿siempre había sido tan largo? Sin esperar a nadie y cuando estuviste por salir a buscar a tu caballo e ir por la policía, la puerta no quiso colaborar. Intentaste un par de veces más, pero parecía ser un niño quisquilloso.

—Señor.

—Anubis tráeme la llave de esta puerta. —dijiste olvidando la deslealtad contigo de la que lo acusaste. Últimamente olvidabas muchas cosas.

—No está con llave, mi señor.

—¿Cómo que no? No hay como abrirla. Dame la llave. —dijiste empezando a desesperar.

—No está con llave, mi señor—repitió él.

— ¡¿Entonces por qué no puedo abrir la puerta?! —Tu voz sonaba igual que un violín desentonaste y desesperado que buscaba y buscaba respuestas en un mar donde no existía ninguna.

Su cuerpo se sobrecogió y tus manos fueron cayendo del pomo de la puerta. Tu mente todavía seguía con espasmos de lo que había sucedido.

—Señor...

—Discúlpame. No debí gritarte. Solo dame la llave. Tengo que-

—Encontraron su cadáver, mi señor—interrumpió. Su rostro reflejaba el dolor de dar esa noticia una vez más—. Usted todo este tiempo tuvo razón. Un invitado no bienvenido llegó y acabó con su vida un treinta y uno de octubre de mil ochocientos noventa y seis.

Estiré la mano dentro del reloj y volvió a ser treinta y uno de octubre. El vals empezó una vez más, aunque no lo deseaba, aunque ninguno de nosotros lo deseara, teníamos que repetir una vez más el baile hasta que sea perfecto y pueda alcanzar a ese secreto que cuchicheaban los querubines del techo.

Discúlpame por no ser capaz de describir de nuevo la manera en la que tu rostro se fue trasformando poco a poco en esa máscara de horror que habías comprado. Por ser incapaz de contar como de nuevo se te arrancó la experiencia para que no aprendas de ella. Espero de todo corazón que, para la próxima vez, siempre habrá una próxima vez para nosotros, no aceptes bailar conmigo.

FIN

Nota de Autora:

La historia tiene más de una interpretación, y hay muchas cosas escondidas por ahí, me encantaría leer sus opiniones al respecto sobre lo qué creen que pasó jsjs.

Como detalles les puedo contar que mariposa significa alma y Anubis es el nombre de un dios de cierta mitología. ¿Puede saber saber quién fue el asesino o quién estaba narrando?

Muchas gracias por aceptar la invitación a la fiesta, espero que haya sido de su agrado la velada <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro