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Llegué a mi casa después de un día difícil en la escuela. Me encontraba comiendo sola en la cocina, cuando recibí el mensaje. Todo se quebró dentro de mí. Mi corazón se detuvo. Mis pulmones se achicaron. Ni siquiera puedo escribirlo, no puedo, no quiero. Ya no estabas más en este mundo. ¿Pero cómo? no podía ser posible, no me mientas. Es verdad. Ya no estabas. No, no, no, no es cierto. No quería creerlo.
Al principio fue difícil de creer, no lo asimilaba, sabía que ya no estabas más, pero mi cerebro no razonaba el significado exacto de ya no estar.
Fue hasta el día siguiente, cuando fui a la escuela, que la realidad me golpeó con fuerza. Mi mente giraba alrededor tuyo, me hablaban, pero realmente no estaba ahí. Estaba distante del mundo real. La escuela era un mar de personas vestidas de negro, algunas sólo lo hicieron por respeto, pero no entendían nada, no entendían el dolor que nos invadía a algunos. Veía los letreros, anuncios de la escuela. Lo más difícil no era ver a las personas con los ojos rojos, recibir abrazos o escuchar sollozos, no. No más difícil fue dirigir mi mirada a aquel muro con fotos, tarjetas y flores, era la prueba tangible de que en verdad ya no estabas, ni estarías.
Ella me ayudó a despejarme, fuimos lejos por flores, caminamos y caminamos en silencio, y, de vez en cuando, le hablaba de ti. Compré dos flores. Dos rosas. Rosas amarillas. Eran bonitas. Eran amarillas. El color de las flores era como aquellas cosas intangibles e invisibles, como el sonido particular que se producía en mi mente al ver una calcomanía, como el sonido que emitías al tocar mi nariz, como el título de aquella canción y lo que significaba. Todo eso era un campo semántico que sólo tú y yo entendíamos.
Al volver de la escuela me coloqué frente al muro, guardé la carta que te había hecho en la mañana antes de salir de mi casa dentro del pequeño arreglo de flores y las coloqué junto a las demás. Aguardé unos momentos y me alejé.
Y luego, mientras estaba sentada en una jardinera junto a mis amigos, pasó volando a lo alto una pequeña mariposa amarilla. Salieron un par de lágrimas. Tenía algo atascado dentro de mí, pero no podía salir.
Le dije a ella si podía acompañarme a Pastos de Parque, accedió. Fuimos, caminamos por los mismos pasos que habíamos cruzado hacía algunas semanas. Mientras caminaba por el pasto vi que las hojas de los árboles habían caído, el suelo estaba cubierto de hojas secas. Tomé asiento, en el mismo lugar, me recosté y miré hacia arriba. El cielo ya no era azul, como aquella vez. Era gris, como todo. No era azul. Ya no estabas. Era gris. Las lágrimas comenzaron a salir y el llanto me venció. Lloré, lloré mientras cubría mi rostro con mi brazo. Sentía el viento frío contra mi cara. Podía verte a mi lado, leyendo mi mano, sonriéndome. Pero ya no estabas, ni te volvería a ver. Entonces puse una canción, esa canción que tanto me gustaba, pero que ahora tiene un difícil y doloroso significado, el cual entendí de verdad en ese momento. Terminó la canción, y, en ese momento, me sentí mejor.
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