8 Donde todo empezó
― ¿Dyl?
Intenté alcanzarle con las manos extendidas hacia delante. Dylan había reprimido el grito enseguida, pero no había podido evitar doblarse de dolor. Me agaché a su altura, intuyéndolo por las marcas de sus rodillas en el suelo, pero no sabía qué hacer para ayudarlo.
― ¿Qué ocurre? ¿Qué te duele? ¿Por qué te duele? ¿No se supone que no puedes sentir dolor? ―dije nerviosa. Él dejó escapar una risa divertida cargada de angustia, seguramente por intentar reprimir el dolor.
― ¿Sabías que... cuando quieres saber algo o estás nerviosa sueles hacer muchas... preguntas al mismo tiempo?
Mis manos temblaron levemente sobre su espalda ―o al menos creo que era su espalda―.
― ¿Y eso... qué tiene que ver? ―dije contagiándome de su risa. Dylan volvió a doblarse más sobre sí mismo. Escuché cómo apretaba los dientes. Fuera lo que fuese, tenía que ser horrible―. Mierda... ¿Qué... qué puedo hacer?
Dylan dejó escapar un suspiro irónico.
― No puedes... hacer nada... ―murmuró―. Catrina quiere darme... una lección. Soy una Parca. Según ella... la muerte no pude sentir compasión por la vida. Dice que no tiene sentido. Así que cuando nos pasamos de la raya... nos hace sentir lo que hemos reprimido durante... siglos ―afirmó con apenas voz―. Y créeme, no es agradable...
― Pero... ¿No es la primera vez que...?
― No... Pero... esta es la peor, sin duda ―murmuró―. Me preguntó por qué será... o cuánto durará...
― ¿Cuánto te duró la última vez? ¿Por qué te lo hizo la última vez? ―pregunté asustada.
― Creo... que fueron un par de días... Cometí un pequeño error... Me pasé del tiempo en uno de los cuerpos. Me aferré... a la vida demasiado tiempo ―murmuró.
Contuve el aliento cuando fui consciente de la magnitud de lo ocurrido. Y con ello las consecuencias. Podía lidiar con mi muerte... pero que Dylan sufriera por mi culpa...
― ¡Oh, Dios! ¿Dos días por eso? ¿Cuánto tiempo puede durar si salvas a alguien? ―grité asustada. Dylan posó una mano sobre mí al ver que empezaba a ponerme demasiado nerviosa.
― No te preocupes. Estoy bien. Al fin y al cabo, ya estoy muerto. No pude hacerme nada más que esto. La única que puede morir eres tú ―murmuró. Yo reí con escepticismo.
― ¿Y eso sería tan malo? ―Dylan se dobló de nuevo y ya no pudo retener el grito de dolor. Al parecer, esta vez había sido más fuerte―. ¡Mierda, Dyl! ¡No me pidas que esté quieta sin hacer nada mientras tú te retuerces de dolor! ¿Qué podemos hacer? ¿Tiene que haber algún modo de...?
― No puedes hacer nada... Así que no tienes por qué preocuparte. Estoy... bien... ―murmuró. Yo empezaba a perder los nervios. No soportaba saber que estaba pasándolo mal porque intentaba protegerme.
― ¿Preocupada? ¿Yo? ―dije entre angustiada, enfurecida y nerviosa―. ¿Por qué tendría que estarlo? ¿Porque estoy enamorada de ti?
Abrí los ojos de par en par al descubrir que era precisamente eso lo que me pasaba. Mis manos se apartaron un poco de él. Por suerte no podía verle, porque de lo contrario no habría podido soportarlo. ¿Qué narices había dicho? ¿Por qué mis labios habían pronunciado unas palabras que no habían pasado por mi cerebro? Ni siquiera había tenido tiempo de pensar en esa posibilidad... ¿Por qué lo había dicho? ¿Por qué había dicho aquello con tanta naturalidad? Cuando era pequeña había pensado que de mayor sentiría cómo mi corazón se detenía al ver a mi príncipe azul. Que con sólo una mirada podría saber lo que él sentía, lo que yo misma sentía. Sí, tenía el amor idealizado. Pero era así como lo imaginaba. No obstante, con Dylan no podía parárseme el corazón al verle. Básicamente, porque no podía verle. Así que mi cerebro no había reflexionado. Lo había dicho... pero no lo había pensado. Ni siquiera lo había tenido en cuenta. Dylan... era Dylan... ¿Cómo pensar que podía... que yo podría enamorarme...?
― Ah... ―murmuró entre pequeños gemidos de dolor como si de repente hubiese descubierto la respuesta a un gran enigma―. Así que es por eso...
Mis manos volvieron hacia donde él estaba. Su cuerpo temblaba de dolor y no sabía qué hacer para ayudarlo. Tenía que encontrar una solución. Cualquiera.
― Dyl... ―murmuré―. Tiene que haber un modo... tienes que decirme cómo...
― No puedes... hacer nada... ―afirmó apretando los dientes con fuerza―. No puedes... cambiarlo... Lo hecho, hecho está... ―Pero no estaba dispuesta a aceptarlo. No iba a quedarme allí plantada, sujetando su espalda o dejando que se apoyara en mí sin hacer nada. Algo habría que pudiera hacer, sólo tenía que encontrar el modo de...
Espera. En realidad... ¡Claro! Por supuesto que había un modo. Era Catrina quien le había hecho eso, tal vez si hacía un trato con ella me concedería mi deseo a cambio. A Edahi le había concedido el olvido. ¿Podría concederme a mí su libertad? Mi muerte por su alma... ¿No sería mucho pedir, no? Así mi destino terminaría y Catrina no seguiría persiguiéndolo para llegar hasta mi final. Ella tenía las de ganar.
Con decisión me levanté con Dylan y lo ayudé a recostarse contra el muro de la cueva. Allí donde separaba los pasillos oscuros del precioso paisaje de montaña.
― ¿Dónde ha ido Catrina? ―pregunté intentando aparentar naturalidad. No funcionó.
― Ni se te ocurra... ―murmuró―. No irás... a pedirle nada... ―afirmó.
― ¿Qué? Claro que no. ¿Estás loco? Es una pequeña psicópata ―murmuré.
― Ya... Te conozco, Eris. Sé cómo piensa tu cabecita ―afirmó forzando una risa.
Cansada de dar tantos rodeos, opté por dejar de mentir. Pues era evidente que no conseguiría nada con ello.
― Me has salvado la vida desde que te conocí. Has intentado evitar mi muerte todo este tiempo. Eres mi Parca, y sin embargo... ―Mi voz se quebró―. Tú tenías que llevarte mi alma, en cambio quisiste que viviera. Me enseñaste a vivir...
― Eris... No... Créeme, tienes que vivir... ―dijo con apenas voz.
― ¿Vivir? ―dije con ironía―. Nunca me he sentido viva hasta que te conocí ―dije con seguridad―. Me he limitado a hacer las cosas que se suponía que debía hacer, pero tú me mostraste hasta donde podía llegar. Me diste valor para hacer todo lo que nunca pensé que podría hacer. Pensaba que la vida tenía límites. Que podías desear cosas, pero que sólo eran eso, deseos. Pero a tu lado, contigo, he hecho cosas que jamás pensé que haría. Sobrevivir, luchar por mi vida, divertirme, reír sin pensar antes que debía hacerlo... Ver sin ver...
― Puedes seguir viva para seguir sintiendo todo esto. Vale la pena ―afirmó.
― ¿Por qué quieres que viva? ¿Por qué te empeñas en mantenerme con vida? ―pregunté confusa. Dylan reprimió un gemido de dolor.
― Porque la vida es lo único real y autentico que tenemos. Tienes la oportunidad de disfrutar de un regalo precioso. Catrina no lo valora porque nunca lo ha experimentado. Pero a veces lo efímero... es mucho más intenso ―su voz era débil. Estaba sufriendo y eso me dolía más que cualquier otra cosa.Mi mano acarició su rostro con ternura. Sus pómulos, su nariz recta, sus labios carnosos, sus cejas, su cabello...
― Nunca había vivido intensamente... Y no lo haré nunca sin ti ―le aseguré―. Querías salvarme... pero tal vez no eras tú quien debía salvarme a mí, sino yo a ti.
≪Mmm... sí, es posible que logre salvar su alma... Su sonrisa... es sincera.≫
Las palabras de Ayax, el hombre que había hablado con Dylan en la granja, vinieron a mi memoria en ese instante. Fue entonces cuando entendí el significado de sus palabras. No se refería a que Dylan pudiera salvarme porque mi sonrisa fuese sincera, sino que yo podía salvarle a él porque podía hacerlo. No era mi salvación a la que se refería... sino a la de Dylan.
― Eris... ―murmuró.
Me levanté y le sonreí. Ahora sabía por qué lo había conocido. Sabía cuál era mi destino. Y estaba dispuesta a cumplirlo.
― Sea lo que sea que estés pensando... Eris, piénsalo más. No puedes... hacer nada. Se le pasará. Catrina terminará por cansarse. Es una prueba, tengo que superarla y...
― No es una prueba para ti. ―Retrocedí un par de pasos y apreté los puños―. Tal vez... algún día volvamos a vernos...
Sin añadir nada más salí corriendo. Escuché cómo Dylan gritaba mi nombre desesperado por que me quedara, pero yo seguí adelante. Avancé por los túneles hasta que dejé de escuchar sus gritos. Aunque intentara seguirme, con el dolor no podría alcanzarme. Eso Catrina lo sabía, y había confiado en que yo lo entendiera y actuara. Tal vez estaba dirigiéndome directamente a una trampa, pero peor sería quedarme con él sin poder hacer nada. Si Ayax tenía aunque fuese un poco de razón en sus incoherentes palabras... podría ser que...
La luz que antes iluminaba los túneles empezó a desaparecer a medida que avanzaba. Al principio únicamente mis pasos retumbaban contra las paredes rocosas de la cueva, pero pronto se oyeron murmullos y risas sordas. Era un rumor lejano, casi inaudible. No se entendía, pero conocía las voces. Eran las Parcas, como en la granja. Era el mismo sonido escalofriante y hueco.Aunque no me detuve, me vi obligada a reducir el paso y palpar las paredes estrechas de la cueva. No veía absolutamente nada, pero seguí andando a pesar de todo. Tenía que encontrar a Catrina, aunque no tuviese ni la más ligera idea de dónde se encontraba.Las voces fueron alzándose, persiguiéndome a paso lento disfrutando de mi desesperación. Así debía sentirse el ratón cuando el gato lo persigue únicamente para divertirse, pensé. Las Parcas me daban la ventaja necesaria para poder seguir con el juego.Apreté el paso inconscientemente a medida que avanzaba y no encontraba nada. No había luz, no había nada más que rocas y más rocas. ¿Cuándo se terminaría?
― No escaparas... ―dijo una voz cantarina más clara que las demás ―. Te hemos encontrado...
― No quiero escapar ―dije en voz alta. Mis pies seguían andando, incapaces de detenerse―. No quiero huir...
Un montón de risas en coro acompañaron mis palabras. Las Parcas estaban prácticamente detrás de mí, pero yo no quería encontrarme con ellas, sino con Catrina. Ella era la única que podía ofrecerme un trato.
― ¿Dónde está vuestra señora? ¿Y la Muerte, Catrina? ―dije hacia la nada. Las risas continuaron.
― ¿Qué quieres de la Muerte? ―preguntó la misma voz burlona―. Estando tan lejos de tu Parca ella no va a escucharte... Conocer a la Muerte no te ayudará en esta ocasión...
Frustrada y sintiendo el aliento de las Parcas prácticamente encima de mí me di la vuelta para encararlas. Estuviesen donde estuviesen no iba a seguir su juego, sobre todo cuando ya estaba decidida.
― ¡No quiero escapar! ¡Lo que quiero es hacer un trato! ―grité―. ¡¿Me oyes, Catrina?!
El sonido de las risas se apagó de golpe, y el silencio más horrible y pesado invadió los túneles como una manta espesa de nube negra. En realidad, si no fuese porque me dolía todo y me costaba respirar, pensaría que ya estaba muerta. No podía ver, ni escuchar nada.Entonces dejé de sentir el suelo bajo mis pies. La oscuridad era tan espesa que no pude saber cuánto tiempo estuve cayendo ni a cuanta profundidad. Tampoco si el suelo simplemente había desaparecido o bien había andado demasiado y me había tropezado con el final de la cueva. No importaba. Pues pronto aterricé sobre un suelo liso y frío. Pronto me percaté que no veía nada porque mis ojos seguían cerrados por la caída. Me levanté poco a poco y enseguida supe dónde estaba. Era el bar donde había trabajado el último mes; Green Dog.
― Bienvenida a... Donde todo empezó...
Catrina se había acercado por detrás y me había dado la mano tranquilamente, como una niña pequeña le da la mano a su madre. Su mirada observaba la puerta abierta del bar vacío. Entonces lo comprendí. Ayax había hablado incoherentemente todo el tiempo, pero de un modo totalmente literal. Cuando dijo "Donde todo empezó" no se había referido a Dylan, sino a todo el mundo. Esa cueva era el donde todo empezó de Edahi y se había convertido en el donde todo empezó de todos. Las Parcas podían jugar con los recuerdos, y Catrina me había mostrado mi propio final. Mi Donde todo empezó...
Mi destino había empezado a cambiar desde que entré en ese bar a trabajar. Allí mi vida tomó rumbo hacia mi muerte. Ese era el lugar... donde empezó todo.
Catrina tiró de mi mano y ambas entramos en el Green Dog. Todo estaba ordenado, como la primera vez que lo vi. Incluso el olor era el mismo. Aunque claro, en esta ocasión estaba vacío. La pequeña me miraba sin expresión alguna. De repente me sonrió.
― ¿Sabes por qué estamos aquí? ―me preguntó con voz dulce.
― Donde todo empezó... ―dije seria―. Supongo que aquí empezó mi rumbo hacia ti... hacia la Muerte.
― Chica lista ―afirmó con alegría.
La mano cálida de Catrina era extraña bajo mi piel. La Muerte... tendría que ser fría, pero esa niña era muy cálida. Tal vez era yo quien estaba fría y por esa razón notaba su mano caliente.
La pequeña me guió por el bar poco a poco, observándolo todo. Aunque me moría por pasar la mano por la barra del bar o por las mesas, me contuve. No tenía muy claro cuanta verdad y cuanta mentira escondía aquel lugar.
― ¿Sabes? Eres la segunda persona en toda mi existencia a la que tengo que llevar a Donde todo empezó ―comentó Catrina.
― Edahi... ―murmuré. La pequeña dio un pequeño saltito y sonrió contenta.
― Normalmente las almas no lo necesitan. Saben cuál es su problema. Y, o bien pasan al otro lado, o se quedan... conmigo. Edy fue distinto ―Sus ojos claros se volvieron hacia mí con expresión astuta―. Oh, pero tú no. No te confundas. No eres especial. Lo que te hace especial es lo que sientes y por quién lo sientes. Únicamente ―aclaró―. Pero no te preocupes. Por eso estamos aquí. Quiero mostrártelo para que lo entiendas...
El Green Dog empezó a cambiar en ese preciso instante. No el bar en sí, sino lo que había en el interior. Siluetas apenas distinguibles de personas que pasaban, gente sentada hablando... Vi a Aina con una bandeja caminando de una mesa a otra. Alex haciendo cafés detrás de la barra. Rebeca mirando una libreta, seguramente de las cuentas, y con el teléfono en la oreja. Y... yo misma caminando hacia el almacén en busca de alguna cosa.
Recordaba ese día. Fue dos días después de empezar a trabajar en el Green Dog. Siempre me mandaban al almacén a por algo, fue un inicio difícil. La primera semana siempre es horrible.
― Cuando vives unas circunstancias... difíciles, supongo que esto es lo más parecido a la suerte, ¿verdad? ―comentó.
Sí. Era cierto. Tener trabajo después de lo que había tenido que pasar mi familia era un golpe de suerte. Habría estado bien poder seguir trabajando y regresar a casa todos los días...
― Además, nunca has tenido amigos de verdad. No en los que puedas confiar. Y nunca has llegado a entender por qué siempre la gente termina alejándose de ti ―continuó Catrina. Agaché la cabeza un poco avergonzada por sus palabras―. Pero... yo sí sé por qué.
― ¿De verdad? ―dije sin ganas. Catrina apretó mi mano un poco.
― En realidad, a mucha gente le ocurre. Es una especie... de sistema de defensa. Bastante comprensible, debo decir ―prosiguió como si no hubiese dicho nada―. Cuando eras pequeña, confiabas demasiado en todo el mundo. Tenías muchos amigos, se te daba bien. Pero los amigos... a veces pueden llegar a traicionar.
Sí. Muchas veces así era. Nunca cuentes nada que no puedas decir a todo el mundo. Ese fue el gran consejo que me dio mi madre hace mucho tiempo. Y lo había seguido al pie de la letra.
― Así que, cuando a base de palos te diste cuenta de que no se pude confiar nunca del todo en un amigo, empezaste a acostumbrarte a no dar nunca todo de ti en una amistad. Y eso... la gente lo nota. ¿Por qué tendrían que confiar en ti si tú no confías en ellos?
Me habría gustado poder callar a la Muerte. No me gustaba esa conversación, hacía que recordara mi época en la escuela. Lo había pasado bastante mal por culpa de malos amigos. A veces, ser confiado es el peor defecto que puedes tener. Así que había empezado a apartarme de todo el mundo. En ocasiones lo intentaban, como Aina, pero al final todos se daban cuenta de que nunca terminaban de conocerme. Así que era por eso que siempre estaba alerta y nunca era yo misma con nadie. A veces ni si quiera con mi propia familia.
― Pero eso te protegió del engaño. Había mucha gente que podría haber tenido la oportunidad. Como tus compañeras de instituto... ―prosiguió―. Pero tú nunca las dejaste entrar... nunca. Y claro, eso también te pasaba con los chicos. Por eso no llegó a durarte ninguna relación.
Apreté el puño derecho dejando inerte la mano que Catrina tenía cogida. No quería escucharla. Odiaba lo que estaba diciendo.
― Pero siempre hubo gente que siguió intentándolo. Tal vez porque veían algo más en ti ―murmuró―. Como Aina... o...
― ¿Qué hago aquí? ―pregunté cortando su frase por la mitad―. Yo he venido para hacer un trato. No a que me digas lo que ya sé.
La pequeña dirigió su cabecita al frente sin inmutarse. Si la había ofendido, no lo demostró. Pocos instantes más tarde, delante de mí empezaron a aparecer imágenes de gente. Rebeca era una de ellas, Alex también... y Emma, la chica de Bellas Artes. Y muy, muy difusa... Aina.
― ¿Qué significa esto? ―dije un poco enfadada. Catrina sonrió con inocencia.
― ¿Recuerdas lo que te dije? ¿Sobre lo de que al salvarte tú... cambiaste el destino de otros?
Mi rostro perdió el color mientras volvía a mirar las imágenes. Mis labios temblaron, incapaces de decir nada ante lo que la Muerte estaba insinuando.
― Ellos... no. No es posible...
― Rebeca murió la semana pasada. Un accidente de coche mientras regresaba del trabajo, como hacía tu turno además del suyo mientras no encontraban a nadie... Estaba muy cansada cuando cogió el coche. Pero como has estado desaparecida no había forma de que te enteraras. Y Aina no iba a contarte eso en tan sólo dos minutos que le concediste para hablar contigo ―murmuró sin apartar la vista de las imágenes delante de nosotras―. Alex lo ingresaron hace un par de días por intoxicación. Si hubieses ido a trabajar aquel día, el destino te tenía preparado ese pequeño regalo, y pasó a otro al estar protegida... por una Parca ―continuó―. Emma... ―Y la imagen de la pequeña chica se materializó todavía más delante de mí―. Se suicidó a principios de semana. Se volvió loca porque creyó sentir al ser que ocupó el cuerpo de su amigo durante semanas cerca de ella. ―La mirada de Catrina me escudriñó con una ceja alzada. Por su gesto deducía que me preguntaba si sabía a qué me refería― Y bueno, Aina...
― No... Ella no... ―murmuré volviéndome hacia la muerte. Ella sonrió.
― No está muerta... aún. Pero morirá hoy en el Green Dog cuando unos chicos entren por la puerta para robar y ella se resista.
Al ver la pequeña futura escena en la imagen mis manos empezaron a temblar. No... Era imposible. No podía haber provocado todo aquello sólo porque no morí cuando tuve que hacerlo. Pero si eso era cierto, todo aquello era por mi culpa. Rebeca había muerto porque yo no había estado trabajando... Y Alex... si hubiese ido habría sido yo quien se habría envenenado en su lugar. Y si no hubiese ido a Barcelona aquel día, Emma tal vez seguiría viva.
― Todo... es por mi culpa... ―murmuré. Catrina estaba mirándome a los ojos cuando me volví hacia ella. Mis labios temblaron una última vez―. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo salvarla? ―pregunté nerviosa.
Catrina sonrió con tristeza y se volvió hacia una de las mesas del bar. En ella, justo en el centro, había una pequeña botellita con un líquido transparente en su interior.
― Si pudiera devolverte al Green Dog en este instante... esa sería la solución perfecta. Pero soy la muerte... no tengo poderes extraordinarios ―dijo con una sonrisa irónica―. Yo no puedo matarte... Sólo el destino puede.
Mis manos se cerraron con fuerza cuando Catrina avanzó hacia la mesa y me soltó para que decidiera mi propio destino. Yo la miré un instante y luego a la pequeña botellita.
― Veneno... ―murmuré―. Sencillo, ¿eh? ―Catrina sonrió y se encogió de hombros.
― Es la muerte más fácil.
Mis manos cogieron el pequeño recipiente y el frasco tembló sobre mis dedos.
¿Así que allí terminaba todo? Había vivido más de lo que debía, había muerto gente por mi culpa. Y Aina moriría esa misma noche si no hacía algo.
― Si me bebo esto... si muero... ¿Aina cambiará su destino? ¿No... morirá? ―pregunté.
― El destino es el que es. Nadie puede cambiarlo. Pero si mueres, tal vez haya una llamada antes de que aparezcan los hombres. Tal vez su madre diciéndole que has muerto. Tal vez se marche del bar... Todo depende de su destino.
Volví a mirar el frasco. Si me bebía aquello... todo terminaría. Habían muerto demasiados por mi culpa. Si seguía con vida, muchos otros los seguirían. En realidad, ya tendría que estar muerta.
Con las manos temblorosas destapé el frasco. No tenía olor. En realidad, parecía agua. Me lo acerqué a los labios con cuidado. Las imágenes que había visto seguían apareciendo en mi cabeza, atormentándome. No obstante, hubo algo más aparte de eso. Una única imagen que empezaba a eclipsarlo todo. Unos pequeños gritos de dolor que todavía me dañaban. ―Dylan― pensé. Y recordé algo más. Unas débiles palabras en el fondo de mi mente ―En realidad todo esto es culpa mía... Toda esta gente está en peligro por mí culpa, no por la tuya. Quiero que tengas eso en cuenta al menos, Eris.― Dylan me había dicho eso la vez que me confesó que yo debería estar muerta. Hizo que tuviera en cuenta ese detalle porque en el fondo todo lo que había ocurrido había sido porque él había intentado salvarme. Catrina lo sabía. Sabía que era él el verdadero culpable de alterar mi destino. Entonces, ¿por qué quería hacerme creer que era yo?
Mis manos se detuvieron antes de que el líquido tocara mis labios. Dylan había arriesgado su existencia como parca para salvar mi vida porque quería que viviese. No había abandonado a Dylan para matarme por aquellos que ya no podía salvar. Había venido para hacer un trato. Para salvarle como él me había salvado a mí. Estábamos aquí porque él quería hablar con Catrina y suplicar por mi vida...
Y yo había estado a punto de...
Aparté el pequeño frasco y lo miré con el ceño fruncido. Mis manos se cerraron con fuerza alrededor del veneno, pero no lo solté.
― No ―dije con firmeza.
― ¿Qué? ―murmuró Catrina desconcertada.
― No he venido aquí para lamentarme. Sé que han ocurrido cosas que no deberían haber pasado... o quizás sí. Tú misma dijiste que la muerte es natural, inevitable. Así que, ¿por qué tendría que lamentar la muerte de alguien sólo porque estén relacionadas conmigo? ―dije con cierta frialdad. En realidad, no pensaba eso ni lo más mínimo. Pero a pesar de lo mucho que pueda conocerme la Muerte, no podía saber cuánta verdad y cuanta mentira había en esa afirmación. Y eso lo vi reflejado en sus ojos―. El único motivo por el que Edahi no está aquí... ¡es porque tú estás haciéndole daño!
Catrina, aunque al principio había parecido sorprendida, cerró los ojos y esbozó una sonrisa resignada y divertida al mismo tiempo.
― ¿Y qué pretendes hacer? ―dijo con curiosidad.
― Quiero hacer un trato ―afirmé―. Te entrego mi alma. Dejaré que mi destino me alcance... Pero a cambio quiero que liberes a Edahi. Quiero un favor como el que le ofreciste a él.
Catrina esbozó una sonrisa extraña. Sus pequeñas manos se entrelazaron detrás de su pequeño cuerpecito e hizo desaparecer el bar. La cueva detrás de la ilusión no me sorprendió. Pero el frasco seguía en mis manos.
― ¿Sabes que nunca podrás estar con él, verdad? ―me aseguró.
― Lo sé ―coincidí.
― ¿Entonces, por qué quieres salvarlo? ¿Sólo porque él te salvó a ti? ¿Es una especie... de código humano o algo así? ―murmuró con ironía.
Yo negué con la cabeza. Mis manos seguían aferradas al frasco del veneno.
― No. No me gustan los códigos humanos... Eso del honor lo encuentro un poco inútil. Nunca haría algo por otra persona sólo porque debo hacerlo. Si no lo sientes, no lo hagas ―murmuré.
― ¿Entonces, por qué? ¿Por qué quieres liberar a una de mis parcas? ¿Sabes lo que es ser una mensajera de la muerte? ¿Te das cuenta del precio de tu trato?
― A Edahi le ofreciste el olvido a cambio de ser una parca, yo quiero su libertad a cambio.
― Se lo ofrecí a cambio de su ayuda, ser una parca es una especie de... castigo... ¿Qué puedes ofrecerme a parte de tu vida?
En el fondo sabía que no sería tan fácil, pero había albergado la esperanza de que pudiera convencer a la muerte si le ofrecía lo único que podía ofrecer.
― No puedo darte más que mi propia vida. Pero si no aceptas... seguiré luchando por sobrevivir. Y cuando muera me quedaré. No avanzaré, pero tampoco seré una parca. No te serviré nunca si Edahi sigue a tus órdenes. Libéralo, y seré tu mejor parca. Haré todo lo que me pidas. Renunciaré al pequeño respiro que les ofreces a las demás. Sino... tendrás que seguir buscando mi destino, porque yo no pienso ir a su encuentro.
La Muerte me miró con severidad. Estaba claro que no le gustaban las amenazas. Catrina era una niña, pero solo en apariencia. Sus pequeñas manos quedaron inertes a lado y lado de su cuerpecito y me miró con ojos enfurecidos.
― ¿Vas a hacer todo esto... sólo para que deje a Edahi libre? ¡Qué honorable! ―se burló.
― Ya te he dicho que no soy honorable. Mis razones son puramente egoístas. ―afirmé―. Le quiero. Y deseo que sea libre.
Catrina suspiró. No parecía enfadada como hacía apenas unos segundos, pero sus manos seguían sin moverse. Estaba en tensión. Y de repente, su gesto se relajó y sus pequeños hombros se alzaron un poco con indiferencia.
― Muy bien ―dijo con cierta resignación―. Sólo hay un problema. ―prosiguió―. Para que yo pueda concederte este favor, tienes que convertirte en una de mis parcas. Me entregas tu vida a cambio de la libertad de Edahi.
― Eso es lo que te he ofre...
― No me interrumpas ―me cortó. Mi boca se cerró de golpe con un pequeño chasquido―. Pero... para ser una parca... tienes que ser una asesina.
― Pero Edahi no era...
― Edahi eliminó a muchas de mis parcas en vida, y le ofrecí el trato por su servicio. Tú no has matado a nadie. Y consideraré un favor que tu vida termine y me liberes de este dolor de cabeza ―afirmó mientras se masajeaba el puente de la pequeña nariz con el índice y el pulgar―. Sin embargo... sigue habiendo el problema de que no puedo convertirte en una mensajera de la Muerte... si no eres una asesina... ―Pero al terminar la frase Catrina esbozó una sonrisa algo espeluznante―. ¿...o sí?
― Yo no he matado a nadie ―dije asustada―. Rebeca... y Alex... o Emma... Sus muertes...
― Lo sé. No puedo atribuirte esas muertes, al fin y al cabo no es lo mismo observar como alguien apuñala a una víctima que ser tú quien sostiene el cuchillo. A pesar de que la culpa sigue vigente ―comentó―. Solo existe un modo de hacerlo.
Sus ojos volvieron hacia el frasco en mi mano. Lo alcé para mirarlo a mi vez y entendí al instante lo que quería decir con aquello.
― ¿Tengo que matarme? ¿Suicidio? ―murmuré. Catrina asintió lentamente.
― El suicidio es incluso más cobarde que el asesinato. Un alma condenada por el suicidio... es también una asesina. No puedo pedirte que mates a alguien para convertirte en una parca... pero puedes morir por voluntad propia. Tú decides.
Mis ojos observaron el veneno. No tenía muchas posibilidades más. Catrina tenía razón. Dylan me lo había dicho. Las parcas fueron asesinos en vida. Si yo no había matado directamente a nadie, no podía convertirme en una. Así que mi única opción era...
Apreté los labios asustada y decidida al mismo tiempo. Observé a Catrina por última vez.
― Si me mato... Edahi quedará libre ―dije con firmeza. Catrina sonrió.
― Te lo prometo. Soy la Muerte, siempre cumplo con mi palabra. Lo hice con Edy. Lo haré contigo ―afirmó con solemnidad.
― ¿Sin trucos?
Catrina se llevó una mano al corazón.
― Juro que si mueres, Edahi quedará libre.
Con esa última afirmación miré el frasco entre mis manos. A lo lejos escuché que alguien gritaba mi nombre. Alcé el rostro, pero no vi a nadie... Nunca había podido verle, y sin embargo jamás había visto a nadie tan bien como a él. No había mirado con los ojos, sino con el corazón. Estaba dispuesta a todo para liberar su alma. A pesar de oír sus gritos todavía más cerca diciéndome que me detuviera, ya me había acercado el frasco a los labios, y de un sólo trago me bebí todo el contenido.
El veneno empezó a hacer efecto prácticamente al instante. Mis piernas me fallaron y caí. O lo habría hecho de haber estado sola, pues noté las manos de Dylan impidiendo que me golpeara contra el suelo. A pesar del dolor que debía sentir todavía, había llegado hasta mí. Bueno― pensé―, eso era mejor que no volver a estar con él nunca más. Al menos... podría morir a su lado.
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