7 Inalcanzable
― No has crecido nada desde la última vez que nos vimos, hermanita.
Adorado hermano mayor... ¿Para qué quieres enemigos teniéndolo a él?
En cuanto mis padres entraron por la puerta, mi hermano acaparó toda mi atención. En esos momentos estaba deshaciendo la maleta en su cuarto mientras me hablaba de lo que había hecho durante el Erasmus. Después de un cuarto de hora escuchando, decidí que al año siguiente me apuntaría yo.
Luego, yo le había explicado que estaba trabajando en un bar de Reus y que tenía pensado, en cuanto tuviera el dinero suficiente, empezar una carrera universitaria de letras. Mi hermano sabía lo mucho que adoraba escribir y todo lo relacionado con la gramática, e incluso la poesía. Así que tenía pensado ser profesora de lengua a la vez que escribía y llevaba a cabo mis propios proyectos. Lo único que me faltaba era dinero.
― No debería haberme marchado, fue egoísta por mi parte ―murmuró mientras sacaba un paquete de la maleta.
― Déjalo, Ares. Has vuelto, es lo que importa ―afirmé entreteniéndome con un trocito de papel que había estado encima del escritorio.
Sí. Sé lo que estáis pensando. ¿Ares? Veréis, mi madre, antes de que la despidieran ―y no hace mucho de eso―, había sido profesora de griego antiguo. Sabe el idioma a la perfección y, por supuesto, conoce toda su cultura. Es aficionada a las leyendas griegas y las adora. Desde pequeños nos ha contado todo tipo de historias de Dioses. Nos ha cantado en griego e incluso hablado en el idioma. Y como cabía esperar, nos puso a ambos nombres de Dioses. Eris, mi nombre, la Diosa de la discordia. Y a mi hermano, Ares, el Dios de la guerra. Y lo pensó de tal modo que incluso entre ellos eran hermanos.
Mi padre, por otro lado, le concedió ese pequeño capricho. No le desagradó el nombre que me eligió para mí, y tampoco demasiado el de mi hermano. Aunque no termino de entender cómo se casó un matemático con una soñadora obsesiva profesora de griego antiguo.
― Bueno, a lo hecho pecho ―exclamó mientras se daba la vuelta y me tendía el paquete que había sacado de la maleta. Lo observé con los ojos más abiertos de lo normal―. Es... un regalo. Un recuerdo de Alemania.
Oh, sí, mi hermano había estado en Alemania. Y me había asegurado que con el tiempo tal vez regresaría para quedarse. Ojalá no lo hiciese, lo había echado mucho de menos.
Cogí el regalo y lo abrí poco a poco. El papel era rojo con motivos dorados, seguramente lo compró en navidades. Terminé de quitar el papel de envolver para quedarme con una cajita de madera artesanal preciosa de color burdeos. Tenía un gravado vegetal en la tapa y se abría con un cierre muy sencillo de color dorado. Miré a mi hermano un instante, intentando ver en sus ojos qué era ese regalo. Él sonrió y empezó a retorcerse las manos, señal de que estaba nervioso e impaciente.
― Vamos, ábrelo ―me instó. Le hice caso. Abrí el cierre y tiré de la tapa para ver qué había en su interior.
Mis ojos se abrieron de par en par, y la sorpresa y la emoción quedaron reflejadas en mi cara. Con manos temblorosas cogí el pequeño objeto que había guardado cuidadosamente en el interior y lo saqué para verlo mejor.
― ¡Dios mío! ¡Un cascanueces! ¡Es un... un cascanueces! ―grité sin poder creérmelo.
― Está hecho a mano, la madera tallada, la pintura, el barniz... Todo. Es... de los tradicionales. ―dijo algo avergonzado.
Lo miré incrédula. Se había acordado. ¡Había visto un cascanueces tradicional y había pensado en mí!
― Quería cogerte un libro con ilustraciones del Cascanueces, o bien la obra completa en un DVD. Pero cuando vi esto... supe que era para ti. ―dijo sonriendo.
Con cuidado dejé el cascanueces dentro de la caja otra vez y la deposité encima de la mesa con más cuidado aún. Luego me tiré encima de mi hermano para darle un fuerte abrazo ―y esto último sin ningún cuidado, ¡por supuesto!―
Él empezó a reír, y a asfixiarse también, pero no iba a soltarle. ¡Me había hecho un regalo perfecto! Adoraba el Cascanueces. Era mi historia favorita, e incluso había ido una vez a Barcelona a ver el ballet en directo. No podía creerme que tuviese una réplica del pequeño muñeco de madera. Estaba realmente emocionada.
― Vaya, deduzco que te ha gustado ―murmuró mientras aceptaba mi abrazo. Yo me separé un poco y le di un beso en la mejilla.
― No me ha gustado. ¡Me ha encantado! ¡Gracias, gracias! ¡Mil gracias! ―grité.
Mi madre apareció entonces y sonrió mientras daba un par de golpes suaves a la puerta abierta.
― Bueno, bueno. Ya es muy tarde. Dejad los mimos para mañana y a la cama los dos ―dijo alegre y orgullosa.
Me separé de Ares con un pequeño mohín y cogí mi cascanueces con cuidado. Mi madre me sonrió y miró el regalo, luego se volvió hacia mi hermano rodando los ojos al comprender mi euforia.
― Esta niña... No hace falta que le des más motivos para quererte, hijo. Te adora sin necesidad de que le regales nada. Ahora será insoportable.
Mi hermano se rió con ganas y dejó la maleta en el suelo mientras se sentaba en la cama.
― Para mi hermanita lo que sea. ―Luego me miró y me tiró un beso de un modo muy cursi que siempre utilizaba cuando quería hacerme reír. Lo logró también entonces―. Buenas noches, bichito.
― Buenas noches ―contesté saliendo de su habitación y dirigiéndome a la mía.
Ares me llamaba bichito desde que era un bebe. No lo recuerdo entonces, pero lo sé desde que tengo memoria. Eso fue porque era un desastre. No paraba de moverme y hacer mil travesuras. Siempre lo metía en problemas y decía que era muy molesta. Así que decidió llamarme bichito, porque era como un bicho pequeño. Secretamente, adoraba que me llamara así.
Llegué a la habitación y encontré a Dylan ―o el hueco en forma de persona― tendido sobre la cama. Le había pedido que esperara en la habitación mientras hablaba con mi hermano mayor. Antes de que llegaran mis padres ya habíamos terminado de cenar y nos habíamos dirigido a mi cuarto. No quería tener que pasar un mal rato intentando guiar a Dylan hacia él sin poder hablarle directamente. O que presenciara el encuentro con mi hermano. Sería algo incómodo saber que me observaba comportarme como una niña, porque con mi hermano era como si no hubiese crecido.
― Ya está. ¿Vamos a dormir?
Me acerqué a la cama al no obtener respuesta. El hueco no se movió ni un milímetro. Estaba en una posición muy relajada y ocupaba prácticamente toda la cama de abajo. Al menos había tenido la consideración de no ocupar la mía. Me senté en un borde y acerqué una mano hasta tocar sus hombros. Estaba estirado boca abajo. Avancé la mano hacia arriba y comprobé que tenía la cara vuelta hacia mí. Su respiración era acompasada y un pequeño murmullo de respiración profunda me confirmó que estaba totalmente dormido. Le acaricié la espalda un poco, intentando despertarlo. Lo llamé un par de veces, pero él ni se inmutó. Cuando dormía parecía ser imposible despertarlo. Sonreí al ver que, después del día que habíamos tenido, el más cansado al fin y al cabo era él. Se había enfadado mucho esas últimas horas, incluso había reaccionado con demasiada brusquedad, pero supongo que fue porque estaba cansado y frustrado. No lo culpaba porque me había sentido muchas veces así, y yo era peor, de eso estaba completamente segura.
― Lo siento mucho, Dyl. Debes estar confuso con todo lo que ha ocurrido hoy. ―murmuré con apenas voz. Pues no quería que se despertara ahora―. Me gustaría poder verte... No sabes cuánto me gustaría. ¿Tú cómo debes verme a mí? ―me atreví a preguntar en voz todavía más baja.
Su respiración seguía siendo acompasada. Retiré la mano y me incorporé de nuevo. Cogí el pijama de mi cama y me cambié de ropa. Miré hacia atrás un segundo, pero la cama seguía hundida del mismo modo, y su respiración seguía escuchándose sin ninguna alteración. Me quité el jersey y el sujetador y me puse el del pijama, uno grueso y calentito. Luego me volví y me subí a la cama de arriba. Apagué las luces y me metí ente las sabanas y mantas. Suspiré. Prácticamente al instante me quedé dormida.
Mientras mi respiración se acompasaba y comenzaba a soñar, recuerdo haber escuchado una voz lejana en la oscuridad. Seguramente si no hubiese estado prácticamente dormida habría caído en la cuenta de que Dylan había escuchado cada palabra que había pronunciado. Y que había visto todos ―Sí, TODOS― mis movimientos.
Si hubiese estado totalmente despierta... Por el contrario, su respuesta solo logró dibujarme una sonrisa en los labios mientras terminaba de perderme en mis sueños.
Su voz, a pesar de estar dormida, sonó cálida cuando contestó a mi pregunta.
― Te veo extrañamente distinta y brillante. Te veo como veo al sol. Inalcanzable.
Barcelona,
Era viernes por la tarde. Los viernes me gustaban más que los sábados o los domingos porque eran mis días libres adicionales en el Green Dog.
Normalmente, cuando trabajas por turnos y te toca trabajar de partido una semana, tienes un día libre. Eso ocurre porque los demás trabajadores que van de mañanas o de tardes trabajan cada día dos horas menos que tú ―excepto el sábado que ellos trabajan dos horas más―. De ese modo, con un día libre, se compensan las horas y todos trabajamos lo mismo. Es un poco extraño, pero no me quejo. En realidad suele gustarme. Excepto esta semana, que por suerte, he podido librarme de un día y una tarde más de lo normal. Aunque como no fue por voluntad propia, el día adicional no ha sido exactamente una suerte.
― ¿Es aquí? ―pregunté deteniéndome delante de un edificio rectangular con un montón de ventanas.
― Sí. Estoy seguro.
Su voz estaba cargada de decisión. El día y medio que había pasado desde el desastroso descubrimiento de su supuesta familia, fue un poco aburrido. Dylan no estaba demasiado hablador, y cuando abría la boca era para protestar, recriminarme por algo o bien para comentarme cualquier detalle importante sobre la excursión de hoy. Ya no era el mismo, y no me refiero a lo evidente; que no era Dylan ―o al menos no el Dylan que él creía que era―. Lo que había cambiado era algo mucho más... esencial. Más profundo. Y fuera lo que fuese ese algo no me gustaba nada en absoluto.
A pesar de todo, no me había retractado de mi propuesta de ir a la universidad de Barcelona para averiguar algo más, pese a las ganas que había tenido. Sabía que cuanto antes solucionara aquello antes me desharía de Dylan y podría seguir con mi vida. No es que Dylan fuera exactamente una molestia, pero quería conservar mi trabajo, y con él en mi vida eso era prácticamente imposible.
― Tienes que pasar con naturalidad. No tienen un control de los alumnos que entran y salen con frecuencia del edificio, así que dudo que te detengan ―me aseguró mientras empezábamos a subir las escaleras que llevaban a la puerta principal―. Yo te guiaré hasta las clases donde normalmente iba.
― No podemos ir a las clases donde Dylan solía ir. Todavía no sabemos de dónde vienen esos recuerdos, pero están firmemente enlazados con los del Dylan visible que me encontré en tu supuesta casa. Si vamos a una de esas clases corremos el riesgo de que me vea...
― No ―afirmó con sequedad―. Recuerdo que este viernes no iba a ir a clases. Por eso te dije que este día era perfecto.
― Eso suponiendo que realmente recuerdes lo que el Dylan visible tenía que hacer. ¿Qué pasará si tus recuerdos los has mezclado con los suyos o algo parecido?
― Que todo lo que hemos hecho se resolverá de un modo más brusco del que habíamos planeado ―comentó como si nada.
En resumen. Si estaba en lo cierto, no me encontraría con Dylan y podría preguntar por él a placer. Y si por el contrario, me cruzaba con él, podría preguntárselo directamente rezando por que no volviera a atacarme... ―Menudo plan... ¡Me encanta desafiar a la muerte!―
Entré en la universidad sin pensarlo mucho más y avancé con una seguridad que no sentía. Dylan me indicó que me dirigiera a las escaleras y subiera hasta el primer piso. Había un par de alumnos más que se paseaban por allí, totalmente ajenos a mí. Mientras subía me crucé con un hombre que seguramente sería un profesor. Llevaba una carpeta enorme y un jersey holgado completamente manchado de algo marrón que debía ser arcilla o algo parecido. El hombre me miró con una sonrisa y me saludó como si nos conociéramos de toda la vida. Ante su gesto no pude evitar devolverle tanto la sonrisa como el saludo.
Seguí caminando hasta llegar a un pasillo largo y estrecho. Dylan me indicó que tenía clase en alguna de aquellas aulas y que probablemente reconocería a alguien. Así que los siguientes minutos los pasamos dando vueltas por el pasillo. Un pasillo prácticamente desierto. Me gustaría poder decir que encontramos a alguien con quien hablar que fuese de utilidad, pero lo cierto fue que me quedé allí plantada prácticamente una hora y Dylan no dio señales de reconocer a nadie. Y eso que por mi lado pasaron por lo menos un centenar de estudiantes con carpetas, libros, lienzos y mochilas llenas de dibujos o pinturas... Nada. Dylan se mantuvo impasible, murmurando alguna que otra maldición que no quiso explicarme.
Después de mucho rato, una mujer mayor con unas gafas más grandes que su cara se detuvo a mi lado.
― ¿Usted no es una estudiante, verdad? ―me preguntó segura de sí misma―. O al menos no tiene clase aquí. Suelo alardear de mí increíble memoria para con mis alumnos.
La miré con una sonrisa incomoda. Me estrujé las manos sin poder evitarlo y esperé que se me ocurriera algo inteligente e ingenioso que decir.
No fue así.
― Esto... no. No soy alumna. En realidad...
― Dile que has quedado con una amiga que estudia aquí para que te enseñe uno de sus trabajos ―se decidió Dylan a ayudarme.
― Tengo... una amiga estudiando aquí. He venido a verla ―dije olvidándome de la mitad de la información. Era un crack dejándome detalles importantes.
La mujer me miró pensativa. Luego avanzó esperando que la siguiera. El gesto fue tan claro y dejaba tan poco espacio a la duda que me vi obligada a obedecer su muda orden.
― ¿Cómo se llama esa amiga suya? ―preguntó―. Tal vez puedo ayudar.
― Emma. Emma Fernandez ―me contestó Dylan inmediatamente. Antes de plantearme si hacerle caso o no, imité su respuesta.
― Emma Fernandez.
La mujer sonrió con orgullo.
― Oh, Emma. Es una buena alumna. De las mejores, en realidad. Ha salido hace unos veinte minutos de mi aula ―dijo dejando escapar una entonación realmente extrañada al final de la frase―. ¿No la ha visto? Debería habérsela cruzado.
Me quedé callada un instante, esperando que Dylan me explicara por qué razón me había dado el nombre de una chica que había pasado por mi lado sin decirme que hablara con ella. Sin embargo, a él tampoco pareció ocurrírsele nada. Así que tuve que improvisar...
― ¿En serio? ―dije de una forma que hasta a mí me sorprendió―. Llevaba rato esperando y han salido todos a la vez. Supongo que habremos pasado una al lado de la otra y ni siquiera nos habremos visto. Había supuesto que estaría en otra clase, en realidad es la primera vez que vengo ―dije con seguridad. Vaya, estaba inspirada. Ahora solo faltaba el toque final para terminar de rematar la mentira―. De no ser por usted aún estaría allí plantada esperando como una tonta ―afirmé dejando escapar una risa demasiado artificial.
La mujer me miró un instante con suspicacia. Pensé que mi mentira debía haber sido demasiado pobre para que se la tragara, estaba a punto de pedir disculpas y arrastrarme como un gusano, avergonzada, cuando la mujer empezó a reír conmigo.
― Tendría que haber preguntado antes. Para eso estamos los profesores, aparte de para volver locos a los alumnos con nuestras clases ―dijo alegre. Luego miró su libreta y asintió con orgullo―. A ver, en estos momentos Emma debe tener su hora libre. Es viernes, suele ir a la cafetería después de mi clase. ―Me quedé estupefacta sin poder evitarlo. La mujer me miró y sonrió―. Yo tengo la misma costumbre. Nos conocemos desde hace años, no es la primera vez que hacemos juntas el descanso. Los alumnos y los profesores somos más cercanos cuando pasan ciertos años. Y allí hacen el mejor chocolate caliente que pueda llegar a probar jamás ―dijo guiñándome un ojo. Luego se detuvo―. Bueno, ha sido un placer. Tengo clase por aquí, espero que tenga suerte.
― Gracias, profesora ―dije educadamente obligándome a no quedarme alucinando como una idiota―. Yo también espero tener suerte.
La vi alejarse poco a poco cuando de repente se me ocurrió que al ser la profesora de Emma, también lo sería de Dylan... Sin pararme a hablarlo con el Dylan invisible, o comentar lo que planeaba en voz alta, corrí para alcanzar a la profesora de nuevo.
― ¡Espere! ¡Un segundo! ―grité. La mujer se detuvo y se dio la vuelta―. ¿Le importa que le haga una pregunta? ―La mujer me miró enarcando una ceja y esperó―. Supongo que conoce a un alumno llamado Dylan Araya ―dije. La mujer hizo un gesto de reconocimiento―. ¿Recuerda que haya actuado de un modo extraño últimamente? Sé que la pregunta puede parecerle rara pero...
― Estas últimas semanas han actuado extraño todos, señorita ―dijo algo tensa―. Es normal, dada la situación.
Al no obtener más información, esperé unos segundos. Pero la mujer no añadió nada más.
― Eh... perdone, ¿qué situación? ―pregunté. La mujer abrió los ojos un poco más y luego adquirió una posición claramente distante.
― Si su amiga Emma no ha creído conveniente informarla sobre el asunto... no voy a ser yo quien me entrometa en sus asuntos personales ―Me mordí el labio―. Si quiere saber algo sobre el novio de su amiga, pregúnteselo a ella.
― ¿Su novio? Creía que Dylan no tenía ninguna novia... ―murmuré. La mujer, que ya se había dado la vuelta, se volvió y me miró con el ceño fruncido.
― Deduzco que usted y Emma no sois amigas desde hace mucho tiempo.
― Lo cierto es...
― No son necesarias las explicaciones. ―Y se volvió para marcharse.
Me quedé quieta un instante observando a la mujer marcharse por el pasillo. Me di la vuelta todavía un poco confusa y con un montón de dudas en la cabeza. No entendía nada. ¿Quién era Emma y qué tenía que ver con Dylan?
No había dado ni dos pasos cuando choqué contra mi invisible compañero. Su mano tapó mi boca con firmeza antes de que pudiera protestar y me obligó a retroceder hasta quedar oculta detrás de una pared.
― Habías terminado muy bien, Lunática. Pero has tenido que joderlo todo ―murmuró. Aunque pensándolo bien no le hacía falta. Nadie podría escucharle―. No hables con nadie más que con Emma.
Aparté la mano invisible y lo empujé un poco. Él no se apartó. Por el contrario, me encerró más contra la pared.
― Esa tal Emma seguramente ha pasado por nuestro lado y no has dicho nada. ¿Cuándo te has acordado de que la conocías? ¿O sólo recuerdas el nombre? ¿Y desde cuando tienes novia? ―pregunté visiblemente enfadada.
― Emma era amiga mía. No te lo he dicho antes porque he tenido... un momento de... ―Se quedó callado, como si no terminara de encontrar las palabras para describirlo.
― ¿Confusión?
― Puede. Algo parecido. Lo había olvidado por un momento ―aceptó―. Pero ahora lo recuerdo. Ella era amiga mía. Pero no... ella no era mi novia. Eso lo sé seguro ―dijo con firmeza.
― Ya, claro. ¿Cómo quieres que te crea? Si hace un momento no recordabas ni siquiera que era tu amiga, tal vez ahora no recuerdes que también es tu novia ―me burlé―. Ni siquiera sabes quién eres.
Dylan apretó mis hombros contra la pared con fuerza. El pequeño impacto me dejó sin aliento y me quedé mirando a la nada, buscándole inconscientemente.
― No me importa lo que creas, Eris. Y supongo que tampoco importa mucho lo que crea yo.
Mi corazón empezó a latir más deprisa. La ira y el resentimiento teñían su voz y sus manos apretaban mis brazos con fuerza y agresividad. Nunca había hecho algo así antes. Sentía su aliento tan cerca que no pude evitar retirar la cara hacia un lado rehuyendo la mirada intensa que seguramente me estaría dedicando.
― ¿Qué te ocurre? ―preguntó burlón―. Espera, no me lo digas. Crees que iba a besarte, ¿no?
Me quedé helada. En realidad, ni se me había pasado por la cabeza. Volví la cara de nuevo e intenté dedicarle una mirada llena de resentimiento.
― No lo he pensado. Pero si ese fuera el caso habría hecho mucho más que retirar la cara ―le dije asqueada―. Nunca dejaría que me besaras.
Dylan retiró las manos de repente, como si le quemara el contacto con mi piel. Su respiración se aceleró. Si lo hubiera visto habría entendido mejor sus intenciones y sentimientos. Se me da bien comprender a las personas. Pero al no poder verlo me resultaba muchísimo más complicado entenderle.
― Vámonos.
Sin añadir nada más escuché sus pasos bajando las escaleras. Lo seguí sin protestar y él me guió hacia la cafetería. Entré sintiéndome una intrusa y pedí un chocolate caliente recordando lo que la profesora me había aconsejado. Caminé entre las mesas con la taza humeante alrededor de mis manos. Dylan me describió dónde estaba Emma.
Era una chica un par de años mayor que yo, o eso me pareció. Era pequeñita, con el cabello pelirrojo cortito y muy rizado. En realidad, nunca había visto un pelo como el suyo, de ese rojo intenso. Su piel era pálida salpicada por un montón de pequitas doradas alrededor de una nariz de gnomo. Sus ojos almendrados de color miel miraban atentos el dibujo que sus manos realizaban encima de una servilleta con un lápiz extremadamente pequeño. Sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa y parpadeó un par de veces con sus largas pestañas pelirrojas. Iba vestida con unos pantalones roídos y pintados con tinta negra y pintura azul. Y a pesar del frío, solo llevaba un jersey de manga larga que dejaba su ombligo al descubierto.
Me acerqué y dejé la taza de chocolate justo delante de ella. La joven apenas se inmutó. Carraspeé un par de veces hasta que finalmente me decidí por llamarla por su nombre.
― ¿Esto... Emma? ¿Emma Fernandez? ― La muchacha alzó los ojos distraídamente sin levantar el lápiz de la servilleta.
― Ay, perdona. No te había oído. ¿Decías? ―dijo con una sonrisa inocente. ¿Qué no me había oído? ¿Esta chica vivía en la tierra?
― ¿Eres Emma Fernandez? ―pregunté de nuevo. Ella asintió y dejó el lápiz encima de la servilleta. Me fijé que en ella había el dibujo de una joven preciosa de cabellos largos y orejas afiladas.
― ¿Te conozco? ―preguntó.
― No. Pero... conozco a alguien que conoces ―dije apresuradamente. Ella dejó escapar una dulce risa, parecida al tintineo de un hada al volar. O al menos eso imaginé yo.
― ¿De quién hablamos? Conozco a mucha gente ―afirmó mientras me señalaba la silla―. Siéntate. Algo me dice que no será una conversación corta.
Me quedé callada un instante y la obedecí. En realidad, no quería que fuese corta, pero sin duda iba a ser incomoda, y tal vez llegaría a ser escueta por culpa mía...
― Estoy aquí por Dylan ―dije por fin. Ella se inclinó sobre la silla y me miró con más atención.
― Dylan... Creo que ya sé por dónde vas ―dijo con una sonrisa―. Pero me temo que no puedo darte muchos consejos. Él y yo sólo hemos sido amigos, nunca ha pensado en mí como nada más que en eso. Así que no puedo decirte cómo puedes llamar su atención.
Enrojecí al comprender qué quería decir. Estaba claro que lo había malinterpretado. Sus palabras me recordaron lo que Dylan me había dicho días atrás, sobre que podía ser que las mujeres lo encontraran atractivo. Entonces comprendí que no debía ser ni la primera ni la última vez que molestaban a esa chica con ese asunto en particular.
De repente, me sentí con la urgente necesidad de sacarla de su error.
― En contra de lo que puedas pensar, no pretendo ni pretendería jamás llamar su atención. Te lo aseguro ―dije intentando contener una risa nerviosa―. Si estoy aquí precisamente para quitármelo de encima... ―murmuré con apenas voz.
― Eres muy amable... ―murmuró Dylan justo detrás de mí.
― Oh ―Emma abrió los ojos como naranjas―. Entonces, por primera vez, estoy... desconcertada.
El modo de hablar de esa chica era tan extraño que me contagiaba. Sonaba como antiguo, como si no perteneciera a esa época. Y curiosamente, me gustaba.
― Verás, las circunstancias en las que he conocido a Dylan... han sido extrañas. ―Y Tan extrañas...―. He descubierto recientemente que ha sufrido... amnesia.
― Oh, sí. Eso... ―murmuró como si tuviera un nudo en la garganta.
― Seguramente te parecerá extraña la pregunta pero... ¿Recuerdas que, antes de que dijera lo de la amnesia, se comportara de un modo... extraño? No sé... como si...
― ¿Cómo si no fuese él mismo? ―terminó por mí. Yo me quedé mirándola esperanzada.
― Exacto...
Emma se retorció las manos y arrugó la servilleta que había estado dibujando. Sus ojos miraron hacia todas partes, intentando retener las lágrimas que amenazaban con salir. Me arrepentí de haberle preguntado nada. Parecía tan frágil...
― Nadie me lo había preguntado antes... Creía que era una pésima amiga por pensar... ―Su voz se quebró. Sin embargo, no pude contenerme. Tenía que preguntar.
― ¿Por pensar qué? ―dije con amabilidad. Ella me miró a los ojos.
― Dylan no parecía el mismo desde que él murió. Todos pensaron que se trataba del dolor por la pérdida, pero yo no lo vi. No... no era eso. Era distinto. Él era distinto ―dijo con dolor―. Era su mejor amigo. Era evidente que su muerte iba a afectarle. Pero Dyaln cambió. Cambió. No era él. Lo conozco, sé que... Lo sé.
― Espera. Un segundo ―dije mientras la tomaba de una mano para que se calmara―. ¿Quién murió? ¿En qué notaste que no era... Dylan?
Ella se mordió el labio y me miró a los ojos.
― ¿Quién eres? ¿De verdad... eres amiga de Dylan? ―me preguntó. Yo sonreí.
― Quiero ayudarle. Recuerda cosas... pero hay algo que no entiende. Hay algo que ha perdido. ―Ella rió con tristeza.
― Entiendo a qué te refieres ―dijo con pesar―. Yo también lo he perdido. Los había perdido a los dos. ―Me quedé callada esperando que continuara. Me miró a los ojos―. Lucas. Se llamaba Lucas. Era su mejor amigo... Y mi novio. A mucha gente no le gustaba Lucas, porque era algo frío y siempre estaba enfadado, pero tenía sus razones. Su vida... no era fácil. Yo era lo único que tenía. Yo y Dylan.
Entonces lo entendí. No se refería a Dylan cuando la profesora habló sobre el novio de Emma... se refería al muchacho que había muerto. Y ese tal Lucas... empezaba a parecerse mucho a cierta persona que conocía...
― ¿Cuándo dices que cambió Dylan? ―le pregunté.
― Cuando Lucas murió. Él... era distinto. No sé exactamente en qué pero... ―Sus palabras se quebraron―. Cuando Lucas murió yo quedé destrozada. Quise apoyarme en Dylan, pero él... él actuaba de un modo distinto.
― Como si su mejor amigo no hubiese muerto, ¿no? Como... si le hubiesen dado una segunda oportunidad.
― Sé por dónde vas ―dijo Dylan detrás de mí junto a mi oído―. Crees que soy Lucas y que me aferré a la vida mediante a mi mejor amigo. Pero te equivocas, no me siento como Lucas. Y ya te he dicho que no estoy muerto.
Lo ignoré.
― No... ―dijo la joven negando con la cabeza―. Actuaba más bien... como si nada le importara. Como si no estuviera acostumbrado a los sentimientos... o como si...
― ¿Como si qué? ―preguntó Dylan a pesar de que sabía que no iba a oírle.
Emma alzó la mirada hacia mí, extrañada de haber encontrado, por fin, la palabra correcta.
― Como si no fuera él. Exacto. Es eso, esta es la sensación que buscaba. Dylan... no era Dylan.
― Espera ―dije confusa―. ¿Querrás decir que, tal vez te recordaba a... otra persona? ―ella frunció el ceño.
― Era indiferente. Conmigo y con todos. Nadie lo notó porque parecía estar triste y dolido por la pérdida de su amigo... ―Dejó el papel y lo alisó con la mano dejando que el dibujo volviera a verse―. Durante esas dos semanas, Dylan desapareció, lo noté. No le importaba nada, y yo no podía importarle menos. Pero... ahora ha vuelto, el otro Dylan lo hacía bien... pero sólo existe un Dylan...
― ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que ahora es el Dylan de verdad?
Ella sonrió con cariño y repasó un cabello de la joven hermosa de orejas afiladas.
― Porque me llamó Campanilla... ―alzó la cabeza y sonrió―. El otro Dylan siempre me llamaba Emma.
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Uno más ^^ cómo ya sabeis, podeis encontrar esta historia completa en amazón :) y si quereis ver algunos de los dibujos de la novela, podeis encontrarlos en mi página de facebook o mi blog (que encontrareis en mi perfil) :)
¡¡Cualquier otra duda o pregunta no dudeis en comentar!! :D
¡¡Graciaaaas!!! ^^
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