6 Cambios extraños
Aquél día pasó más deprisa de lo que esperaba.
Me negué a volver a casa hasta que amainara la irritación de la garganta. Podía imaginarme perfectamente lo que mis padres ―o mi madre, dado que a esas horas estaría ella sola― dirían si me vieran entrar con semejante marca. Seguramente empezarían a especular qué me había sucedido. Si estaba en algún lío, porque ya eran dos veces que regresaba a casa magullada. Luego me preguntarían asustados, ―por si todavía no había asegurado que estaba bien las suficientes veces― si los hombres que me habían atacado hacía dos noches me habían seguido otra vez. Más tarde, después de la preocupación, llegaría el enfado. Me regañarían por tener poco cuidado y me obligarían a dejar el trabajo, porque antes estaba la salud. Mis padres eran así. Aunque, pensándolo bien, seguramente todos los padres eran así cuando se trataba de sus hijos. Así que no. No fui a casa después de escapar de la supuesta casa de Dylan.
Por otro lado, el Dylan invisible había estado disculpándose todo el tiempo. Parecía realmente afectado y me había asegurado que no volvería a dejarme hacer semejante idiotez nunca más. Tampoco habló mucho durante el resto de la tarde, pero si lo hacía era para disculparse. Algo que empezó a irritarme pasados unos pocos minutos. Finalmente, terminamos discutiendo dentro del coche como nunca había discutido con nadie. No creía que pudiera llegar a enfadarme tanto, pero me equivocaba. Dylan lo había conseguido. Desde que habíamos entrado en esa casa que el Dylan que había estado conmigo mientras tenía fiebre y el que bromeaba por cualquier cosa... había... desaparecido. Es decir, más o menos seguía siendo él. Se molestaba por ciertas cosas que decía, me tomaba el pelo en ocasiones... Pero tenía cambios de humor que no entendía. Era más reservado, más irritable y menos seguro de sí mismo. No es que antes lo fuera, pero parecía más bien indiferente. Había perdido aquello que tanto me había gustado de él la primera vez que lo vi. Parecía afectarle muchísimo más el ser invisible. Y por esa razón terminamos discutiendo. Frecuentemente.
No obstante, había algo que no había cambiado.
― Estas patatas están realmente buenas. ¿No quieres ninguna? Apenas has comido.
― ¡Ya no quedan, idiota! ¡Te las has acabado tú todas!
Seguía teniendo un morro que se lo pisaba...
Cuando llegamos a mi casa no había nadie. Encima de la mesa reposaba una única nota que rezaba;
Hemos ido al aeropuerto a buscar a tu hermano. Volveremos tarde. Te he dejado la cena preparada.
Besos, mamá y papá.
Claro. Hoy regresaba mi hermano del Erasmus. Lo había olvidado. Aunque después de todo lo que había pasado no me extrañaba.
Arrugué la nota y fui hacia la cocina. En realidad estaba muerta de hambre. Y apostaba cualquier cosa a que Dylan también.
― ¿Qué quieres comer? ―le pregunté mientras sacaba mi plato del microondas.
― No tengo hambre ―contestó. Puse los ojos en blanco y me giré con el plato en la mano.
― Claro, como te has comido todas mis patatas... ―murmuré.
Avancé hacia el comedor con un vaso en la otra mano, pero Dylan no se movió del sitio. Lo supe porque no lo había escuchado apartarse. Me quedé quieta.
― Siento mucho haberte robado las patatas... ―dijo con un claro tono irónico.
― No. No lo sientes ―dije intentando pasar.
― ¡Entonces no me lo repitas más! ―me gritó.
Su brazo me dio un codazo mientras pasaba y logró tirarme el plato con un poco de pasta recalentada al suelo. Me quedé quieta pegada a la pared mirando el plato. Luego miré hacia donde se suponía que estaba Dylan.
― ¿Se puede saber qué narices te pasa? ―le grité a mi vez―. ¡Lamento mucho que no haya ido bien la excursioncita... pero no es motivo para enfadarte conmigo!
― ¡Claro que lo es! ¡Si te hubieses quedado para saber qué le había ocurrido a ese idiota ahora no estaríamos tan perdidos!
Abrí la boca sorprendida. Espera, ¿a qué venía eso?
― Fuiste tú quien quiso que me marchara, tú me obligaste a huir. ¡Y tú le pegaste un puñetazo que lo tumbó al suelo! ―dije histérica―. ¡No me vengas ahora con que es culpa mía!
― Al parecer me he equivocado... ―dijo en un susurro―. Debería haber permitido que te ahogara para saber qué más tenía que decir.
Me quedé quieta en el sitio mientras escuchaba sus pasos pasar por encima del plato haciendo añicos los cristales. Su afirmación no había parecido una recriminación, ni una excusa por lo que había hecho cuando me había visto en peligro. No. Su respuesta había sido sincera. Tan sincera... que me había puesto la piel de gallina. Lo había dicho totalmente en serio...
Me agaché para recoger los cristales mientras intentaba pensar con coherencia. No era la primera vez que discutíamos, pero las dos veces habían sido en las últimas doce horas. Y empezaba a estar cansada de ese Dylan. Terminé de recoger los trozos y los tiré en una bolsa de basura a parte. Unos pasos se detuvieron justo en el marco de la puerta de la cocina cuando me lavé las manos.
― ¿Quieres seguir gritándome? ―le pregunté sin inmutarme.
― No ―contestó―. En realidad... no sé por qué lo he hecho...
Apagué el agua y me volví hacia la puerta.
― Supongo que ha sido un día duro ―dije sin más. Sus pasos se acercaron a mí y me tomó las manos.
Las suyas estaban un poco más frías que las mías, pero eran suaves y duras al mismo tiempo. La clase de manos de alguien que se ha pasado la vida trabajando. Examinó cada trozo de piel, seguramente en busca de algún posible corte. Cuando vio que no lo había, en lugar de soltar mi mano la retuvo unos instantes más.
― No quería hacerte daño. No sé por qué estoy tan enfadado... ―dijo acongojado―. Supongo que como eres la única con la que puedo desahogarme...
― Vaya suerte la mía... ―dije poniendo los ojos en blanco a la vez que esbozaba una sonrisa.
― Lo siento, de verdad.
Apreté sus manos con las mías y le sonreí.
― No importa. ―Luego me aparté y me dirigí a la nevera―. Ahora en serio, ¿tienes hambre o no?
― Comeré lo que tú comas ―comentó.
Comimos un par de sándwiches calientes tranquilamente en el comedor. Después del día que habíamos tenido nos abstuvimos de hablar hasta haber terminado de comer. Hablar de lo sucedido, quiero decir. Porque por todo lo demás no paramos de comentar cualquier cosa. Que si el pan estaba caducado, que si debía ponerle mantequilla en lugar de aceite... Le conté algunas de mis anécdotas favoritas. Me preguntó por alguna fotografía que había colgada y tuve que explicarle cómo fue tomada. Cosas comunes. Nada fuera de lo normal. Sin embargo, antes de que llegaran mis padres, surgió el tema.
― ¿Por qué le seguiste a su habitación? ―me preguntó Dylan de repente. Al ver mi expresión, continuó explicándose―. Es decir, nada de lo ocurrido era como yo te lo había contado. Podrías haber pensado que te había engañado. Al fin y al cabo, no me conoces lo suficiente como para fiarte ciegamente de mí. ¿Por qué decidiste seguir?
Ahí es donde yo tenía que explicar algo que nadie habría hecho en su sano juicio; ir directa a la habitación de un chico que no conoces sabiendo que él desconfía de ti porque le has mentido. Ir directa a la boca del lobo sin ni siquiera plantearse la opción de salir corriendo sin mirar atrás.
― Pensé que en el peor de los casos me habrías engañado y ese chico no tendría nada que ver contigo. Por lo que solo tendría que dar un par de explicaciones y marcharme. Y en el mejor de los casos, tal vez... eras tú y te había salvado.
El silencio que invadió a continuación logró estremecerme. Dylan había dejado lo poco que le quedaba de sándwich en el plato.
― ¿Y no pensaste que podía hacerte daño? ―preguntó en un tono extraño.
― No. Ciertamente ―dije sin más―. Es decir. Ya estaba en la casa, y estaba su madre. ¿Qué daño podría...? ―Pero callé enseguida al comprender la estúpida pregunta que había estado a punto de formular―. No lo pensé.
― Pues tal vez deberías pensar mejor las cosas.
Ya estaba otra vez. Irritado y a punto de empezar otra pelea. ¿Qué narices le ocurría?
― Vale ―dije cortándolo de raíz―. Recapitulemos. El Dylan visible ha notado algo extraño, igual que tú ―comenté―. A ver... dijo que tuvo lagunas. Quiere decir que ha perdido la memoria durante un tiempo o que simplemente no sabe o no era consciente de lo que hacía durante ese tiempo.
― Sinceramente...
― Luego ―lo interrumpí―, también dijo que alguien había intentado manipularle.
― Tal vez estaba loco. Dice que no recuerda ciertos momentos de su vida. ¡Tal vez es porque me la ha robado a mí! ―gritó.
― Pero si me dijiste antes que tú no eras Dylan ―dije confusa.
― ¿Eso dije?
Mi cabeza empezó a dar vueltas. Esa actitud empezaba a molestarme. Respiré hondo.
― A ver, está claro que ese chico era Dylan Araya. Tal vez... no sé... fuerais amigos o algo y te confundieras con su vida.
― ¿Volvemos al tema de que estoy muerto? Pensaba que ya habíamos superado eso.
― Estoy haciendo conjeturas. Tal vez no estés muerto, pero algo te ha ocurrido. Por alguna razón eres, en cierto modo, corpóreo. Lo que significa que tienes un cuerpo. Pero el Dylan que hemos visto hoy...creo que era el verdadero Dylan.
Él suspiró. Cansado, se levantó de la silla y dio un par de vueltas.
― Lo que nos deja de nuevo con el tema de quién narices soy, ¿no?
― No. Creo que la pregunta no es esa ―dije pensativa. Dylan se acercó a mí tan rápido que logró sobresaltarme un poco.
― ¿A no? ¿Entonces cuál es? ―dijo de forma brusca.
― Es evidente, ¿no? ―dije frunciendo el ceño. Él no dijo nada―. Tenemos que saber por qué no recuerdas quién eres.
― ¿Y por donde quieres empezar, Lunática? ―preguntó irritado―. Porque la única pista que teníamos era ese tal Dylan Araya, y es evidente que no puedes volver más a esa casa.
Miré hacia la nada con los ojos abiertos de par en par mientras una sonrisa empezaba a dibujarse en mis labios.
― Su casa no... pero tal vez sí podamos ir a su Universidad...
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