5 Cuerpo equivocado
Fueron exactamente tres minutos. Tres minutos que tuve para volver a serenarme y pensar con claridad. Por desgracia, mi mente era un papel en blanco. No sabía qué pensar. Dylan, o quien yo creía que era Dylan, me había descrito una familia que seguramente no era la suya. Y el Dylan real, el de carne y hueso, el físicamente visible, se encontraba delante de mí.
Mi cerebro empezó a hacer mil conjeturas; que me había confundido de casa y había dado la casualidad de que en ella vivía un muchacho con el mismo nombre que Dylan ―algo poco probable porque Dylan ya había afirmado que esa era su madre y aquella su casa― o que alguien le había robado el cuerpo al verdadero Dylan ―a cuál más absurda...―. Tal vez se había confundido con su identidad. Al fin y al cabo, ser invisible no era normal. Tal vez pensase que era Dylan cuando en realidad era otro chico. Tal vez ese Dylan era su mejor amigo... o su enemigo. Tal vez sí estaba muerto y se aferraba a la vida de otro muchacho...
Así continué hasta que no pude seguir pensando. A parte de porque era inútil, la madre de Dylan acababa de regresar de la cocina. ¿Cómo iba a salir ahora de ese atolladero? Ese Dylan no me conocía de nada. En cuanto empezara a decir su madre más cosas sobre mí, él la detendría y le diría lo evidente; que yo era una extraña y que, por supuesto, no era su novia. En tal caso, su madre se asustaría y me echaría a patadas de su casa. Eso si no llamaba a la policía.
Me puse blanca. Tan blanca que el Dylan físico me miró alzando una ceja, tal vez algo alarmado por la posibilidad de que me desplomara allí mismo. Seguramente no me desmayaría, pero iba a empezar a hiperventilar dentro de muy poco, de eso estaba segura.
― Bueno, no quiero molestaros más ―comentó su madre―. Estaré en la cocina intentando arreglar lo que queda del bizcocho... ―murmuró mientras no paraba de ir de un lado a otro.
Jamás había visto una mujer más inquieta. Apenas se detenía un segundo que tenía que hacer otra cosa. Antes de regresar a la cocina se volvió hacia Dylan, el cual no había apartado la mirada de mí.
― ¿Se quedará a cenar? ―preguntó.
Me mordí el labio. Estaba a punto de salir de esa casa a patadas, estaba segura. ¡Y el Dylan invisible no había vuelto a abrir la maldita boca! ¿A qué esperaba? ¿O es que su plan era dejarme en esa situación incómoda expresamente? ¡Dios, tal vez era un espíritu de esos bromistas! ¿Me habría tomado el pelo?
Observé al Dylan físico con el miedo teñido en la mirada. Él me estudió de arriba abajo, escudriñando cada milímetro de mí con mesurada precisión. Como si intentara adivinar quién era y qué hacía allí ―buena pregunta―. De repente, sonrió y me miró directamente a los ojos.
― Sí. Supongo que ya es hora de que os presente a mi... novia... ―dijo sin apartar la mirada. Su madre sonrió satisfecha.
― ¡Entonces será mejor que mire de preparar algo realmente bueno! ―dijo entusiasmada―. ¡Dios... no puedo creerlo! ―seguía diciendo realmente feliz mientras se dirigía a la cocina.
― Mamá... ―murmuró el Dylan físico con los ojos en blanco ante el entusiasmo de su madre.
En cuanto despareció de nuestra vista, comprobó que no iba a regresar y se acercó a mí. Di un par de pasos hacia atrás sin saber muy bien qué querría. Estaba un poco asustada, porque no tenía ni la más remota idea de dónde me había metido. Y todo por ese... Dylan invisible...
― Creo que me debes una buena explicación. ¿Qué tal si me acompañas para que mi madre no pueda... escuchar tus mentiras?
Debo decir que si, por una parte, la idea de irme con él era una verdadera locura, que comentara mis mentiras fue suficiente para que reconociera que no quería ponerme más en ridículo. Cualquiera habría cogido la puerta y se habría marchado sin mirar atrás. ¿Qué más daba? Seguramente no volvería a ver a esa familia en toda mi vida. Cualquier chica prudente lo habría hecho. Tal vez debería haber actuado como una chica prudente.
Alcé la cabeza, me volví un segundo hacia atrás con una mirada asesina esperando que el Dylan invisible pudiera verla, y di un par de pasos hacia delante para aceptar el ofrecimiento del Dylan físico. Sin decir nada me guió hacia su habitación y cerró la puerta detrás de mí.
Estaba enfadada. Enfadada con la situación, con Dylan, conmigo misma... No sabía exactamente con qué estaba más enfadada, pero lo estaba. Y mucho.
Miré la habitación sin poder evitarlo. Era pequeña, pero acogedora. Tenía una única ventana, la cual ahora estaba abierta de par en par. La cama estaba justo debajo. Al lado había una mesita de noche con un par de libros en ella. También disponía de una mesa de trabajo llena de hojas, lápices, pinceles y pinturas de todo tipo. Tenía un cajón grande descubierto donde guardaba todas sus obras, justo al lado de la mesa y elevado por dos taburetes. A parte de todo eso, sólo había un mueble más. Un armario. Las paredes estaban desnudas, en blanco, como si se tratara de un lienzo esperando ser pintado.
― ¿Quién diablos eres tú y por qué le has dicho a mi madre que eres mi novia? ―preguntó sin esperar un segundo más. Para variar un poco, esperaba esa pregunta. Por suerte, por ahora no había mayores sorpresas...
― Soy... Eris ―dije con cierta firmeza.
― ¿Eris? ¿La Diosa de la discordia? ―preguntó enarcando una ceja. Lo imité.
― Eh... bueno, sí. Me pusieron el nombre por ella... mi madre es una fanática de la mitología... ―murmuré desconcertada―. Pero eso no tiene ninguna importan...
El Dylan visible se acercó a mí de golpe y cogió mis manos. Asombrada, me quedé paralizada un instante, incapaz de moverme. Sus manos estaban heladas.
― No eres de la universidad.
― ¿Qué? ―pregunté confusa. Él alzó la mirada y sonrió.
― Si fueras artista tendrías marcas de pintura en las manos, y de lo contrario, en el dedo anular tendrías un callo y las uñas cortas. Y tienes la mano impecable ―razonó―. Además, no tienes pinta de artista.
La última afirmación me recordó tanto al Dylan que yo conocía que me arrancó un escalofrío. No había escuchado su voz desde que el Dylan visible había aparecido. Era como si se hubiera esfumado... ¿Habría desaparecido? ¿Sería todo solo producto de mi imaginación? En tal caso, ¿qué hacía allí? Nerviosa por tantas preguntas sin respuesta, aparté las manos de golpe y volví a alejarme.
― ¿Eres... Dylan Araya? ―pregunté intentando controlar la situación.
Sus manos se quedaron un instante suspendidas en el aire y me miró desconcertado.
― ¿De qué me cono...?
― Puede que te parezca algo extraña la pregunta pero... ―seguí sin dejarle tiempo a que siguiera preguntando―. ¿Recuerdas que te haya ocurrido algo extraño... en las últimas semanas?
Dylan abrió la boca dos veces y las dos las volvió a cerrar. No me extrañaba que estuviera desconcertado, pero su mirada guardaba algo más. Un reconocimiento. Aunque no lo había pensado hasta ahora, era muy extraño que el Dylan invisible hubiese dejado de hablar justo cuando el Dylan visible había aparecido. Tal vez no había dos Dylans.
― ¿Algo... extraño?
― Sí. ¿Recuerdas... no sé... haber estado... como ausente durante un par de semanas? ―cuestioné. (¿¡Recuerdas haber sido... no sé... invisible, por ejemplo!?)
― ¿Cómo... cómo sabes eso?
La pregunta me hizo sonreír. Había sido sólo una conjetura, pero al parecer había dado en el clavo. Al menos eso demostraba que Dylan no me había abandonado. ¡Simplemente se había vuelto visible! ¡Eso me dejaba libre! Ya le había ayudado. No había nada más que pudiese hacer. Después de todo, era aquí donde nos separábamos. Volvería a mi vida como si nada hubiese pasado. ¡Podría volver a la normalidad!
― Por eso he venido... ―le expliqué―. No te preocupes, ahora ya estás bien. No hace falta que me lo agradezcas, está claro que no me recuerdas...
Mi voz se apagó mientras hablaba. Su mirada se había oscurecido, como si estuviera enfadado. Y de repente se abalanzó sobre mí como un depredador ante su presa. Me quedé paralizada. No había esperado que Dylan reaccionara de ese modo. Su rostro estaba crispado, alterado. Nervioso.
― ¿Cómo sabes lo que me ha pasado? ―preguntó histérico―. ¿Fuiste tú? ¿Cómo lo conseguiste?
― Dy... Dylan... Yo... Tú me pediste que te ayudara...
― ¿Yo te lo pedí?
Estaba ahogándome. Sus manos temblaban al igual que su voz. Algo había dicho que lo había alterado. Y de repente, antes de que pudiera decir nada más, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Pero nadie entró por ella.
― ¡Eris! ¡Apártate de él! ¡No soy yo! ―gritó... ¡Dylan! ¡Ese era Dylan! ¡Mi Dylan! (¿Desde cuándo es mío?) ¡El Dylan invisible!
― Pasé semanas... semanas sin poder hacer nada. Como inconsciente... ―murmuró el Dylan visible―. ¿Sabes lo que es despertar y descubrir que tienes una laguna de semanas? ¿Qué durante ese... tiempo no recuerdas lo que has hecho?
― ¿Qué? ―susurré. ¿Qué estaba diciendo?
― Pensé que me había vuelto loco... Mis padres creyeron que había sufrido amnesia. Pero el día que me liberé, ese día supe que alguien había intentado manipularme. ―Su frustración logró que sus manos se cerraran todavía más alrededor de mi cuello.
― Espera... Dylan, no te muevas. Podemos descubrir... ―murmuré. Sin embargo, lo que decía no era para el Dylan que intentaba ahogarme, sino para el que no podía ver.
― ¿Descubrir? ¡No quiero saberlo! ―gritó confundiendo mis palabras―. Eras tú. Ahora lo veo. ¡Tú querías robarme la vida! Pero al parecer el alcohol te fastidió los planes, ¿verdad?
― ¿El... alcohol?
Espera, ¿estaba hablando de la fiesta en la que Dylan se dio cuenta de que era invisible?
― Sí. Pensaba que estaba volviéndome loco... Pero no fue eso, ¿verdad? ―dijo ahogándome todavía más―. ¿Qué hiciste? ¿Drogarme?
― Yo no...
― ¿Cómo lograste apoderarte de...? ―Pero su voz quedó amortiguada por un fuerte golpe que lo apartó de mí al instante.
Empecé a toser furiosamente a la vez que miraba al Dylan visible tirado en el suelo con un fuerte golpe en la mejilla. El muchacho miró hacia todas partes asustado. Y se acurrucó en un rincón de la habitación.
― No... otra vez no... por favor... ―murmuraba.
Las manos del Dylan invisible me sujetaron para que no me cayera. Me temblaban las piernas, y tenía la garganta irritada. ¡Había estado a punto de morir asfixiada! ―Bueno, tal vez no era para tanto―
― Tenemos que salir de aquí... ―murmuró entre dientes.
― Dy... ―pero mi voz no terminó de salir.
Dylan tiró de mí ayudándome a salir de la habitación. La madre del Dylan visible aún estaba en la cocina y llevaba la música puesta. Gracias a Dios, no tuve que explicarle por qué me marchaba o por qué su hijo me había atacado...
Dylan y yo salimos de la casa en silencio, luego me instó a correr alejándome de allí. Su mano estaba muy fría, y su forma de jadear mientras corría me confirmó que estaba nervioso y confuso. Tan confuso como yo. Llegamos al coche corriendo y me ayudó a sentarme dentro. Sus manos recorrieron mi garganta con sumo cuidado y el frío alivió la irritación. Sonreí.
― ¿Sabes? Nunca me había alegrado tanto de no ver a alguien... ―murmuré con apenas voz. Dylan dejó escapar una pequeña risa cargada de preocupación.
― Lo... yo... lo siento. No quería dejarte sola. ―Estaba tan nervioso y angustiado que apenas le salían las palabras―. Pero cuando he visto a ese...
Su voz se quebró antes de terminar, pero no quise decir nada más mientras seguía examinándome. Cerré los ojos un poco mientras su voz volvía a relajarme.
― No entiendo cómo pude saberlo, pero al instante me di cuenta de que él no tenía nada que ver... conmigo...
Abrí los ojos.
― ¿Quién es...?
― No lo sé. No tengo la menor idea de lo que ha pasado. Sabía que aquella era mi familia. Tenía sus recuerdos. Todo. Pero... yo no era ese muchacho. Creía que sí... hasta que lo he visto...
Frustrada por no poder verle en esos instantes, alcé la mano y toqué su rostro. Tenía la cara fina, con una incipiente barba que apenas rascaba la palma de mi mano. Los pómulos eran marcados, con una mandíbula fuerte. Su nariz era pequeña y sus cejas abundantes. Su cabello era muy fino y un poco ondulado, llevaba el flequillo largo y le caían algunos mechones por delante de la cara. Seguí el recorrido y noté que le llegaban hasta el cuello. Sus orejas eran también pequeñas, y llevaba un aro pequeño en la izquierda.
― ¿Cómo eres... entonces? ―pregunté con apenas voz.
Las manos de Dylan recorrieron mis hombros y llegaron hasta mi cintura. Allí se detuvieron y apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello. Me quedé quieta, pero no me sentí perturbada. En realidad, era un gesto natural. O tal vez estaba tan aturdida que no lograba pensar con coherencia.
― ¿Cómo me imaginas? ―preguntó.
― ¿Tal vez... rubio? ―pregunté. El negó con la cabeza―. ¿Moreno? ¿Tienes el pelo castaño? ―volvió a negar.
― Negro.
― Oh... ―sonreí―. Piel morena... ―asintió―. Y ojos... ¿Cómo son tus ojos? Son grandes, eso lo sé... ¿De color oscuro?
― Son de tu color favorito ―murmuró. Yo abrí los ojos de par en par―. Azul...
Sorprendida, me incorporé de golpe. Él no protestó. Se quedó quieto, seguramente mirándome.
― ¿Cómo sabes cuál es mi color favorito? ―pregunté atónita. Él no contestó. Entrecerré los ojos―. Si tú no eres Dylan... ―murmuré―. ¿Quién eres entonces...?
Su respiración se aceleró por un segundo para luego dejar escapar un fuerte suspiro. Se apartó de mi lado y se hundió en el sillón del copiloto.
Me volví en su dirección aunque no podía verlo. Ahora no sabía si podía confiar en él. No después de todo lo que había ocurrido... Sin embargo, había algo que sabía con certeza; fue sincero cuando me contesto:
― No lo sé.
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Otro más!! ^^
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¡¡Gracias por leer!!! *-*
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