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4 (parte2)

Salí corriendo del Green Dog con la carpeta bien sujeta contra el pecho. Miré hacia todas partes, no sé qué exactamente, porque Dylan era invisible. Sin embargo, ilógicamente mis ojos lo buscaban. Caminé unos pocos pasos, alejándome del bar donde trabajaba, y llamé a Dylan en voz baja. No contestó.

Frustrada, seguí caminando. Había perdido a la única persona que no podría encontrar porque no podía ver. ¿Cómo diablos iba a buscarlo y pedirle perdón si no tenía ni remota idea de dónde podía estar? A lo sumo bien podía pasar por mi lado y seguiría sin saberlo.

Mis pasos empezaron a ser desesperados. En realidad, podría irme tranquilamente y olvidarme de todo. Hacer como si Dylan jamás hubiese existido. Por el contrario, y seguramente sin pensarlo mucho, seguí andando y comencé a gritar llamando la atención de todo aquel que paseaba por la calle. Suerte que la palabra vergüenza no estaba en mi diccionario, no al menos como en la mayoría de la gente. De lo contrario, seguramente a esas alturas mi rostro parecería un tomate.

― ¡Dylan! ¡Dylan Araya! ―comencé a gritar―. ¡Joder, Dylan! ¡Lo siento, vale! ―grité resignada―. ¡No eres una carga! ¡Quiero ayudarte! ―la gente comenzó a mirarme mientras pasaban por mi lado. Algunos incluso se burlaron de mí. Y después de todo, Dylan no daba señales―. ¡Maldita sea Dylan! ¿Qué más quieres? ¿Que me arrodille? ―grité. Y justo cuando me giraba para seguir andando me tropecé con un cuerpo sólido.

Para cualquiera sólo habría tropezado. Sin embargo, yo sabía que no era así.

― Eso estaría bien... ―murmuró con el asomo de una risa. Sin pararme a pensar en lo que estaba haciendo, le di un fuerte golpe en el pecho con el puño cerrado.

― ¡Au! ¿A qué viene eso? ―gritó exageradamente.

Por el contrario, apreté todavía más contra mí la carpeta que llevaba en la otra mano y anduve sin volver a prestarle atención. Sus pasos me acompañaron enseguida, y supe que caminaba a mi lado.

― ¿Ahora vas a ignorarme? Hace unos segundos estabas buscándome a voz en grito ―comentó. Yo refunfuñé por lo bajo al mismo tiempo que agachaba la cabeza todo lo que pude―. ¿Cómo? Oye, solo soy invisible. Ese es el único poder extraordinario que poseo. Eres tú la del oído fino, ¿recuerdas?

Con el ceño fruncido proferí un fuerte soplido y saqué el teléfono del bolso, me lo acerqué a la oreja despreocupadamente y sin inmutarme.

― Digo que, para empezar, has sido tú el primero en ignorarme. Llevabas rato siguiéndome, ¿verdad? Seguramente ni siquiera habías salido del bar cuando fui a buscarte ―le reproché en voz alta como si hablara por teléfono.

― A veces me asombra lo lista que eres, Lunática ―comentó fingiendo estar sorprendido. Resoplé.

― Deja de llamarme así, ¡no soy una lunática!

― Si hablaras sin el teléfono sí lo serías ―puntualizó―. ¿Por cierto, por qué ahora te importa lo que piense la gente cuando antes estabas gritando mi nombre en medio de la calle? Lo cual me parece enternecedor, por cierto.

Apreté el teléfono todavía más mientras fruncía el ceño.

― Es una mera formalidad ―dije rechinando los dientes―. Y deja de hablar como si te resultara todo muy gracioso. Podrías haberme ahorrado el tener que gritar tu nombre como si estuviera majareta.

― ¿Y perderme la oportunidad de ver cómo le hablabas al aire esperando que te contestara?

― Al menos podrías intentar fingir que no te resulta tan gracioso.

― Es que me resulta tan gracioso ―corroboró sin avergonzarse de ello.

Mientras discutíamos llegamos hasta donde había aparcado mi coche. Abrí la puerta sin apartar el teléfono de mi mejilla en ningún momento y entré.

― ¿Intentabas vengarte por lo de antes, verdad? ―dije sentándome en el asiento.

― ¿Vengarme? ¿Por qué? ―Y su voz fue tan inocente y desconcertada que supe que realmente no tenía ni idea de lo que le hablaba.

Así que, en realidad, no le había afectado. ¡Al tío no le había importado nada en absoluto! Y yo me había disculpado como una idiota. ¡Maldito Dylan!

― Por nada... ―murmuré incapaz de recordarle por qué debería estar enfadado conmigo―. ¿Por qué lo has hecho? ―dije dejando el teléfono en la guantera del coche. Al fin y al cabo, no estaba permitido hablar por teléfono mientras conduces. Y si alguien me veía hablando sola, tal vez pensase que estaba utilizando el manos libres. Y si no, ¿qué más daba? ―. ¿O es que estabas tan aburrido ahí dentro que aprovechaste para divertirte un poco a mi costa? ―comenté sin apenas pensar.

Dylan se rió un poco a la vez que se hundía en el asiento del copiloto. Vi cómo se ponía el cinturón, algo realmente extraño, y eso me dio una idea de lo alto y corpulento que era. Al parecer sí era alto, y delgado. Era extraño que no me fijara en el detalle del cinturón antes ―Tal vez porque estaba demasiado ocupada manteniendo mi cordura al tener a un tipo invisible en mi coche―.

― Sí ―dijo sencillamente―. ¿Era a eso a lo que te referías con venganza? ¿Por dejarme aburrido como una ostra en el almacén? ―dijo inocentemente. Lo intenté fulminar con la mirada. Aunque lo único que conseguí fue pasear los ojos enfurruñados por todo el coche―. ¿Qué?

Sonreí a mi pesar y antes de darme cuenta ya estaba riéndome. No tengo muy claro si lo hacía expresamente o simplemente era así, pero no podía evitar contagiarme de su despreocupación y alegría. Ojalá todo el mundo se sintiera tan feliz en una situación tan extraña y complicada.

― Nada, Dylan, pero gracias ―dije volviéndome hacia delante y dejando la carpeta con los dibujos encima de él―. Son preciosos...

Aunque no pude verle, por su modo de acomodarse en el asiento y aferrar la carpeta, supe que había conseguido avergonzarle.

― Solo es para que no pueda decirte que los has robado. ―Su voz se escuchó apagada, seguramente había vuelto el rostro hacia la ventanilla del coche.

Sonreí todavía más y encendí el coche para poder emprender la marcha.

― Sea por la razón que sea, de todos modos, gracias.

La carpeta cambió su posición y quedó colocada a unos centímetros por encima del asiento. Su voz sonó suave y sorprendida cuando me contestó.

― De nada, Eris...


El trayecto en coche fue tranquilo. Mientras íbamos hacia el médico, Dylan estuvo explicándome cómo era su casa y quién estaría en ella cuando fuéramos. Veinte minutos más tarde, aparcamos cerca del Hospital Juan XXIII, donde, por suerte, la visita al médico solo se retrasó quince minutos. Mi concentración mientras la visita tenía lugar, dejó mucho que desear. Escuchar a alguien haciendo comentarios que solo yo podía oír no ayudaba a prestar toda la atención posible al pobre hombre que me atendía. Y a no ser que quisiera que me derivaran a psiquiatría, no podía regañar a Dylan por no dejar de molestar.

Una vez recogido el justificante y guardado a buen recaudo en la guantera del coche, insistí en ir a casa de Dylan después de comer. Pasamos por el Mac Auto, pues era más sencillo que entrar en el macdonal's y pedir dos menús cuando solo era una.

Pedí un menú Big Mac y un Happy Meal. Dylan había dejado escapar una risa apenas contenida, y supe que estaba mirándome con verdadero interés ante mi pedido.

― ¿Qué? ¡Son baratos y lo llevan todo! ―le había comunicado frunciendo levemente el ceño. Dylan suspiró pero no hizo ningún comentario al respecto.

No me gustaba especialmente el Macdonal's, pero si alguna vez comía allí, siempre pedía lo mismo. Me parecía una tontería gastar más dinero en un menú que llevase menos cosas. ¡Y además, no traían regalos!

Paré en un descampado apartado de la circulación para comer tranquilamente. De ese modo era menos probable que alguien viera una hamburguesa auto-consumirse sola.

Dylan estuvo burlándose de mí todo el rato, bromeando con la mini hamburguesa que me habían servido y con el petit suisse que había pedido de postre. Luego estuvo jugando ―y digo jugando porque en un principio había intentado reírse de mí, otra vez ― con el regalo, que consistía en un dinosaurio montable. Fue entonces cuando me tocó a mí bromear a su costa. La verdad era que ver un dinosaurio flotando en el aire o caminando solo por el respaldo del sillón del coche era realmente extraño y gracioso. Los ruiditos parecían proceder realmente del muñeco, y no pude dejar de reír intentando atrapar el juguete.

― ¿¡Quieres dejar de mover el dinosaurio!? ―le había gritado entre carcajadas.

― ¡No puedes tocarlo! ¡Es más rápido y se comerá tus patatas! ―decía mientras acercaba el dinosaurio a las patatas.

― ¡Ni hablar! ¡Aparta esa cosa de mi menú! ―Golpeé el dinosaurio y cayó al suelo.

― ¡Oh no! ¡Ha muerto! ¡Has vuelto a extinguir a los dinosaurios! ―gritó exageradamente.

― No lo he matado... ―dije divertida―. Ahora lo rescato.

No recordaba haberlo pasado nunca tan bien. Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie con esa naturalidad. Y como no podía verlo, tampoco me di cuenta de lo que hacía hasta que ya lo había hecho. Él no dijo nada. En realidad, me di cuenta yo sola cuando me apoyé encima de él y sentí su respiración acelerarse. Seguramente estaba demasiado cerca y tendría que haberme quedado en mi sitio. Pero cuando me levanté, aunque parecía que no hubiese nadie delante de mí, era muy consciente de que Dylan estaba allí. A apenas centímetros de mí.

Me aparté de golpe con el dinosaurio en la mano y lo guardé.

― Ya está a salvo... ―murmuré.

― Menos mal... ―Y sin saber muy bien por qué, segundos después ya reíamos de nuevo.

Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien. Me había relajado, disfrutado de unos instantes de paz y despreocupación. No había pensado en que la conversación pudiera decaer, o que él pudiera aburrirse. Era la primera vez que lo pasaba tan bien en compañía de alguien con quién me sentía cómoda.

A las cuatro y media arranqué el coche de nuevo y conduje hasta su casa. Era una calle muy grande y amplia donde pasaban muchos coches, y Dylan vivía en el tercer piso justo delante de la Universidad Rovira y Virgili. A esas horas era difícil encontrar aparcamiento, pero tuve suerte. Después de diez minutos dando vueltas, un Volkswagen nos dejó el aparcamiento libre. Estábamos a un par de calles de su casa, así que no caminamos mucho. Dylan me explicó que a esas horas sólo estaría su madre en casa. Su padre trabajaba todo el día y llegaba tarde, así que tendría que hablar con ella.

― ¿Alguna vez has estado solo en tu casa? ―le pregunté cuando estábamos a punto de llegar.

― ¿Por qué lo preguntas?

― Porque tendré que entrar en tu habitación para coger los bocetos. ―Un modo curioso de referirme al móvil―. Y para ello me tendrás que guiar ―argumenté―. Como tu madre no me ha visto nunca antes, tendré que explicarle cómo sé dónde están.

― Y quieres decirle que has estado antes en mi cuarto cuando ellos no estaban. ―Yo me encogí de hombros.

― Bueno, tampoco sería muy extraño, ¿no? ―Por su modo de ignorar mi apunte supe que sí sería extraño para sus padres.

― Dile, simplemente, que yo te he dicho dónde encontrarlos.

Llegamos a su casa minutos más tarde. Eran las seis en punto. Dylan se tensó a mi lado y me sujetó del hombro un instante.

― Relájate. No te pongas nerviosa. Si algo sale mal... te ayudaré y...

― No estoy nerviosa ―dije conteniendo la risa. En realidad, era él quién estaba más nervioso.

Decidida, toqué el timbre antes de que el mismo Dylan se lo pensara dos veces. Sentí cómo contenía la respiración. Como si pudieran verle...

Así que aquí estamos. Delante de la puerta de su casa, a punto de hablar con su madre. Esperando ver a una mujer preocupada, tal vez un poco triste, y preparada para hablar con todo el tacto posible.

La puerta se abrió, y al otro lado apareció una mujer con una sonrisa de oreja a oreja.


― ¿Quién es?

Me quedé muda un instante. Esperaba a cualquiera, excepto a ella. Era joven y alegre, y parecía que había estado haciendo un pastel, porque llevaba un delantal lleno de harina.

― Eh... ―murmuré. Dylan me dio un pequeño codazo que hizo que reaccionara―. ¡Hola! ―dije demasiado fuerte. La mujer enarcó una ceja―. Perdón... esto...

― Seguramente usted no me conoce, me llamo Eris y soy amiga de su hijo ―me murmuró Dylan cerca de la oreja, como si estuviera chivándome la respuesta en un examen.

― Eh... sí, esto, seguramente no me conoce... me llamo Eris. Soy la no... amiga de su hijo ―dije demasiado nerviosa para decir algo más coherente.

― ¡Oh! ¿Vienes a ver a Dylan? ―preguntó la mujer con una sonrisa. Todo lo contrario a una madre a quien se le ha desaparecido el hijo.

― Sí... Vengo a por unos bocetos que me prometió ―murmuré. Y le mostré la carpeta con los dibujos de Dylan.

La mujer me sonrió y se apartó de la puerta para dejarme pasar. Dylan me empujó para que entrara. Al mismo tiempo, su madre se dio la vuelta y desapareció por una puerta al fondo del pasillo contiguo.

― ¡Claro! Pasa, pasa. Voy a ver qué tal está el bizcocho y enseguida estoy contigo. ¡No sea que se me queme! ―dijo desde lejos.

Terminé de entrar en el comedor y, con las manos entrelazadas, observé la peculiar elegancia de la habitación. Estaba todo ordenado y limpio, de aspecto moderno con tonos blancos y marrones. Un par de sofás con forro de lana color castaño, adornaba el comedor dividido por una mesa de madera con un centro de flores en medio. El tapiz que había debajo estaba hecho a mano y mal bordado. Al ver las revistas de ≪Cómo hacer tu propio centro de mesa≫ supe que debía hacerlos su madre.

― Le gusta hacer manualidades... ―murmuré.

― Sí, se pasa horas probando diferentes cosas. Antes de... desaparecer, se había empeñado con los cuadros de cerámica. ―Contuve la risa.

La mujer entró en el comedor un minuto más tarde. Ya no llevaba el delantal y me señaló el sofá con un ademán.

― ¡Siéntate, mujer! ―exclamó―. No te quedes ahí parada.

― Gracias... ―dije aceptando su oferta.

La mujer me imitó sentándose en el que tenía justo en frente.

― ¿Así que eres una amiga de mi hijo?

― Sí, bueno... En realidad soy algo así como su... novia ―dije fingiendo un poco de vergüenza. La mujer abrió los ojos de par en par.

― ¡Vaya! Eso sí que es una sorpresa. Mi hijo no suele hablarme nunca de chicas. Aunque supongo que es normal, si estaba saliendo contigo no me extraña que quisiera tenerte para él solo ―dijo amablemente. En esa ocasión no hizo falta que fingiera.

― Mamá... ―murmuró Dylan con la voz avergonzada.

― En realidad... no pensaba venir, pero resulta que hace mucho tiempo que no veo a Dylan... y empiezo a preocuparme. ―Su madre suspiró y se recostó más en el sofá.

― Sí... bueno, Dylan suele hacerlo. A veces desaparece durante días.

Así que era por eso que no estaba preocupada. ¿Por qué Dylan no me había informado de ese detalle?

― Pero siendo su novia no deberías permitírselo ―sentenció―. Ven siempre que quieras. Aunque tal vez, conociendo a mi hijo, no debe querer que nos conozcas. Es algo... reservado con su familia. Desde lo de su hermana que no le gusta mucho que nadie lo conozca hasta cierto punto.

Mis ojos se ensancharon al escuchar a la mujer.

― No. Mierda, mamá. No le digas nada ―murmuró Dylan.

― ¿Su hermana? ―pregunté ignorándolo. Ella adoptó una mirada triste.

― Murió. Hace dos años. Desde entonces... suele desaparecer y no decir nada a sus amigos.

― Vaya...

― Cállate... ―dijo él. Lo ignoré de nuevo.

― Lo siento mucho. No lo sabía. Dylan... bueno, no habla nunca de...

― Eso es porque cree que es culpa suya. Pero no te preocupes. Sé que pronto te lo contará. Si ha llegado a confiar en ti tanto como para considerarte su no... ―La mujer se detuvo al ver mi mirada. No había podido evitarlo, no había visto nunca a Dylan y me moría de curiosidad por saber cómo era. Así que, inconscientemente, había estado mirando todas las fotografías que había en el comedor. Sólo una llamó mi atención. La mujer cogió la foto―. Es ella...

En ella había una chica no mucho mayor que yo. Era rubia con el cabello cortito y rizado. Sus ojos eran grises. Sin embargo, lo que llamó mi atención fue el muchacho que estaba a su lado. Era moreno, con el cabello tan negro que contrastaba muchísimo con la joven. Sus ojos, sin embargo, eran del mismo tono que el de la muchacha. ¿Se trataría de Dylan?

Antes de poder verificarlo escuchamos la puerta de entrada. Inmediatamente, miré hacia el recibidor. Su padre no regresaba hasta tarde, ¿no? Bueno, tampoco era extraño. Tal vez esperaba visita.

― ¡Oh, debe haber llegado! ―exclamó su madre. (Sí, era una visita. Qué inoportuna.)

― ¿Ha llegado? ―murmuré confusa, esperando que no me echara, después de todo.

Su madre se levantó de la silla y se acercó hacia el muchacho que acababa de entrar en la habitación. Era alto y moreno. Sus cabellos negros eran más largos de lo normal y sus ojos, grises. Era realmente atractivo, aunque eso no fue lo que más me sorprendió, pues era el muchacho de la fotografía...

― Mamá, ¿por qué huele a quemado? ―murmuró el joven. ¿Dylan tenía un hermano?

Su madre se asustó y corrió hacia la cocina. El muchacho se volvió hacia mí y me dedicó una mirada especulativa. Luego sonrió.

― ¿Eres amiga de mi madre? ―preguntó. La mujer llegó segundos después totalmente agitada.

― Vaya, se me ha quemado el bizcocho ―murmuró apenada. Luego miró a su hijo―. De verdad, Dylan. Tener que conocer a tu novia de este modo... ¡La próxima vez, invítala a cenar!

― ¿Dylan?

― ¿Novia? ―dijimos los dos al mismo tiempo.

Sin embargo, la mujer ya había vuelto hacia la cocina y no pudo ver nuestras caras de desconcierto.

Había ido a esa casa mentalizada de que me encontraría con una mujer preocupada por la desaparición de su hijo. Estaba preparada para cualquier pregunta, y poder así, entrar en el cuarto de mi inquilino y coger su teléfono móvil. Por el contrario, su madre no estaba preocupada. ¡Claro que no estaba preocupada! ¡Su hijo no había desaparecido! ¡Su hijo, Dylan, estaba allí mismo, delante de mí! Y si, según esa mujer, ese era Dylan... ¿Quién era el chico invisible que había estado conmigo los últimos días?

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No me había dado cuenta XD Resulta que este capítulo era más largo U.U Bueno, aquí está de todos modos ^^ ¡Mañana subiré el siguiente! ¡Espero que guste!! ¡¡Besos!!!

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