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4 El viaje

A la mañana siguiente apenas tuve tiempo de levantarme con calma y desayunar. Dylan me había despertado incorporándose de golpe en la cama y empezando a ir de un lado para otro sin tener en cuenta el ruido que hacía. Un ruido que, evidentemente, solo escuchaba yo. Al principio no supe si su desasosiego era porque teníamos que ponernos en marcha cuanto antes o porque nos habían encontrado... otra vez. De todos modos, mi tranquilidad a primera hora de la mañana no se alteró ni un ápice por mucho ruido o por mucha inquietud que presentara. Ya podía arder el hostal entero que cuando me levantaba por las mañanas siempre estaba grogui. Necesitaba una ducha y algo que llevarme a la boca antes de despertarme del todo.

Me levanté tranquila mientras Dylan no paraba de ir de arriba para abajo diciendo... emm... algo. Y con la misma tranquilidad me dirigí al baño y me duché. Creo que escuché a Dylan protestar, e incluso me parece que entró en el baño. Pero tan pronto como lo hizo volvió a salir murmurando algo parecido a una disculpa. Aunque la verdad; no lo sé, no lo recuerdo bien. Apuesto a que él sí lo recuerda.

Después de ducharme y vestirme nos dirigimos, abandonando la habitación del hostal, hacia el bar a pie de carretera. Me pedí un café cargado con doble de azúcar y una pasta de chocolate que no pude identificar muy bien qué era. Dylan estuvo presionándome todo el rato, y yo le dije en un par de ocasiones que se relajara. Como consecuencia me llevé más de una mirada interrogante y confusa por parte del camarero y de algún que otro rezagado que había parado a desayunar.

Una vez despierta y completamente consciente, Dylan me instó a coger el coche y me indicó que me dirigiera al aeropuerto más cercano. Ante esa afirmación, mi reciente encontrada curiosidad me obligó a preguntar.

― ¿Recuerdas lo que dijo Ayax? ―dijo a modo de respuesta.

― ¿Donde todo empezó?

― Allí nos dirigimos ―afirmó―. Donde descubrí quién era y lo que podía hacer. Y también el lugar donde conocí a Catrina y donde me convertí... en lo que soy ahora.

― ¿Iremos a México? ―pregunté sorprendida.

― Más o menos ―murmuró con el asomo de una risa―. Conduce.

El resto del viaje transcurrió sin incidentes. Dylan me explicó lo que tenía que hacer y hacia donde tenía que ir. Él era mi mapa. Había pasado una semana y pocos días desde que le dije a mi hermano que me marchaba. Lo había llamado en cuanto llegué a un lugar seguro, pero nunca le dije cuándo regresaría o si lo haría. Me hubiese gustado poder llamarlo una última vez, pero si lo hacía era posible que no encontrara el valor para seguir adelante. Además, no podía arriesgarme a que las Parcas me localizaran justo ahora. Incluso utilizando la tarjeta de crédito podrían hacerlo. Así que primero tenía que encontrar un cajero apartado para sacar todo el dinero necesario para poder pagar el billete de avión que me llevara a México lo antes posible. Por no hablar del cambio de moneda... Las últimas veces había utilizado la tarjeta que mi hermano me había dado junto con su cartera, pero para marcharme del país no podía utilizar su tarjeta. Y por supuesto, tampoco la mía.

No os aburriré contándoos los problemas que tuve para conseguir el dinero y mi pasaporte ―el cual estaba en mi casa―.Fue un pequeño viaje tedioso y asfixiante. Sobre todo cuando un hijo de... intentó robarme todo el dinero que había sacado del cajero automático. Por suerte, tenía un ángel de la guarda que me protegía. Por no decir; una Parca que intentaba salvarme la vida... El pasaporte fue mucho más sencillo de conseguir. Dylan decidió aguantar un pequeño dolor de cabeza para robarlo de mi casa mientras yo vigilaba que nadie pasara por la calle. Pues sería un poco raro ver una libretita pequeña volando a sus anchas.

Con el dinero bien protegido en el pantalón ―pues a veces el sitio más sencillo es el más seguro― y el pasaporte en uno de los bolsillos de mi chaqueta, nos dirigimos al aeropuerto y pregunté por el siguiente vuelo hacia México. Reus era el más cercano, pero por desgracia no había vuelos. Así que tuvimos que ir hasta Barcelona. No tenía claro si lograría encontrar uno antes de que terminara la semana...

Para variar tuve suerte. Salía uno en cinco horas, a las ocho de la tarde. Como era un único billete ―pues no podía coger uno para mi Parca― no hubo muchos problemas para colarme en un sitio libre. Y aunque tuve un poco de miedo al dar mi pasaporte por si mis padres habían denunciado mi desaparición a la policía, descubrí que mi hermano había hecho un buen trabajo y seguramente habría conseguido tranquilizarlos. Mientras me entregaban el billete de avión no pude evitar preguntarme dónde iría sentado Dylan. O si iría sentado...

― Oye, Dyl... ―murmuré―. Si se supone que estoy destinada a morir... ¿No es tentar mucho la suerte subirme en un avión? ―pregunté en cambio. Me pareció que la pregunta que tenía en mente antes que esta era algo superflua.

― Recuerda que vas acompañada de una Parca. Y yo no reclamaré tu alma. ―me recordó―. No te preocupes, Eris, estás a salvo conmigo.

Eso ya lo sabía. Dylan, o más bien Edhai, la Parca, no iba a matarme. Quien me preocupaba era esa tal Catrina... Ella era la muerte. Si quería podía matarme y Dylan no podría hacer absolutamente nada para impedírselo. Y aun así, íbamos a hacerle una visita.

Las cinco horas pasaron más deprisa de lo que esperaba, y durante el tiempo que tuve me ocupé de los posibles problemas que pudiera tener al llegar allí. También comí un poco, aunque no mucho por culpa de los nervios, y compré un par de cosas para picar y bebida para el viaje. Todo lo guardé en mi bolsa, aquella que siempre llevaba conmigo.

Una vez en el avión, descubrí que Dylan no tenía ningún problema en encontrar cualquier hueco donde sentarse. Lo escuché cerca del respaldo de la silla y de la ventanilla, pero finalmente se decidió por sentarse en medio del pasillo. Como yo era la única que podía tocarlo inconscientemente, por mucho que pasaran los carritos de las azafatas por encima de él no podrían atropellarle.

Debo confesar que nunca me ha gustado mucho volar. He ido en avión sólo una vez antes y no fue una experiencia agradable. Tenía un poco de miedo al ascenso y al descenso. Así que mientras el avión subía, apenas escuché lo que Dylan me decía.

― Estás pálida... ¿Te encuentras bien? ―me preguntó durante el trayecto. Yo negué con la cabeza con más intensidad de la necesaria.

― Señorita, ¿Quiere que le traiga algo? ―me preguntó al mismo tiempo una azafata que se había acercado algo preocupada. ¿Tan mal aspecto tenía? ― ¿Está segura?

Al comprender que habría pensado que el no iba dirigido a ella, la miré al instante con gesto mecánico.

― ¿Perdona? ―murmuré. La mujer sonrió un poco.

― Puedo traerle algo para el mareo, si quiere ―repitió. Yo sonreí y negué con la cabeza.

― No se preocupe, pero gracias.

La verdad era que no tenía ni idea de cuánto iba a cobrarme por "algo para el mareo". Y necesitaba todo el dinero posible, pues no podría conseguir más. La azafata se alejó con una sonrisa en el rostro y Dylan se convirtió en el sustituto de ese "algo para el mareo". Empezó a explicarme dónde íbamos exactamente. Me comentó que en cuanto llegásemos a Ciudad de México nos dirigiríamos a San Luis Potosí, al norte-noroeste de la ciudad. Tendríamos que coger un autobús. Como nunca había ido antes a México no tenía ni idea de cómo encontrar uno que me llevara hasta allí. Dylan nunca había necesitado algo así, de modo que me decidí por preguntar en el aeropuerto cuando el avión aterrizara.

El recepcionista me explicó dónde debía coger el camión, que era como ellos llamaban a los autobuses, y cómo hacerlo. Incluso me dieron un mapa para poder llegar a la estación de autobuses sin que me perdiera por el camino. Finalmente, como de todos modos me perdí, decidí coger un táxi que me llevara directamente a la parada. Total, no iba necesitar el dinero si moría, ¿verdad?

Dylan había estado allí una sola vez desde que se convirtió en una Parca. No tenía buenos recuerdos de ese lugar a pesar de haber vivido allí toda su vida, y no lo culpaba. Si hubiese perdido a mi hermano allí, yo tampoco querría regresar...

Una vez en la estación de autobuses gracias a la ayuda del taxista, pedí un pasaje para ir hacia San Luis Potosí. Pregunté también hacia dónde tenía que ir para esperar el vehículo y me indicó que saliera fuera. Allí encontraría un cartel que indicaba hacia dónde se dirigía.

Con Dylan pegado a mis talones todo el tiempo, empecé a caminar hacia fuera mientras él comentaba lo complicado que se lo montaba la gente para ir de un sitio a otro. Claro que como él no lo necesitaba... Estuve tentada de contestarle, pero preferí intentar descifrar el famoso cartel para no equivocarme de destino. A los pocos minutos, mi transporte directo hacia mi posible muerte llegó a la estación.

Llevábamos tres horas en el autobús y lo único que había visto era la carretera y un difuso paisaje que apenas podía ver a través de la ventana vieja del vehículo. Hacía un calor asfixiante, y empezaba a desear salir de allí cuanto antes. Me habría encantado poder ver San Luis Potosí, hacer un poco de turismo ya que estaba allí, pero Dylan tenía otros planes. Un poco antes de llegar, en una de las veces que el autobús se detuvo, me pidió que me bajara. Intenté protestar y decirle que todavía no habíamos llegado, que allí solo había un pequeño pueblecito a lo lejos y una extensión de tierra con pequeñas montañas. Finalmente, me vi obedeciendo ante su insistencia y deliberados empujones, asegurándome que ese era el lugar que debíamos ir.

Así fue como llegué a "Donde todo empezó". Allí era donde Dylan... no, allí era donde Edahi había nacido y vivido los primero años de su vida, y donde se convirtió en una Parca.

Permanecí quieta mientras escuchaba los pasos sigilosos de mi acompañante, examinando cada rincón con suma precaución.

― Así que... aquí naciste ―dije mirando el paisaje. Aunque no es que viese mucho más de lo que había observado desde la ventanilla del autobús.

― Bueno, no exactamente aquí. Estaba un poco más al norte. Ahora ya no existe el asentamiento donde vivía, pero el lago sigue estando allí. O al menos eso creo. ―murmuró. El ambiente no distaba mucho del que había en el autobús y empezaba a tener mucho calor.

― ¿Iremos a tu antiguo poblado? ―pregunté emocionada.

― No sé si se puede llamar un poblado. Éramos pocos. Como ya te dije, fui uno de los que se reveló contra el afán de conquista de los nuestros. Nos gustaba vivir en tranquilidad. Y aquí no se estaba mal ―murmuró―. No éramos los únicos, y como no intentamos quitarles sus tierras, los Mayas no nos echaron.

La afirmación logró desconcertarme. No sabía mucho de las civilizaciones de esa parte del mundo y estaba un poco confundida.

― ¿Los Mayas? ―pregunté.

― Sí, en esta zona había un poblado. Nosotros fuimos los rezagados que permanecimos ocultos de nuestra propia civilización ―dijo como si, en lugar de avergonzarse de ello se sintiera orgulloso―. Nos llevábamos bien, o al menos lo que yo recuerdo. Luego, bueno...yo me fui. ―Al escuchar la melancolía en su tono de voz me quedé callada un rato hasta que ya no pude más.

― ¿Quieres... que te deje a solas con el paisaje? ―pregunté intentando contener la risa.

Supe que Dylan se había dado la vuelta cuando escuché que cambiaba la posición de sus pies sobre la tierra, podía imaginarme su expresión a pesar de no haberla visto nunca.

― Muy graciosa ―refunfuñó―. Vamos, es por aquí.

Lo seguí por un pequeño sendero que se abría paso hacia el extenso campo. Era algo difícil con tantos arbustos y piedras, pero me las apañé bastante bien. Mientras andamos, Dylan intentó entretenerme con alguna información que olvidé al instante. Como por ejemplo, el extraño nombre indígena de Ciudad Valles, una ciudad que se hallaba cerca de donde nos habíamos detenido. Era algo como ≪tamoko bicho≫ ―en realidad era bastante diferente, pero soy malísima para los nombres― Sin embargo, no olvidé su significado: Pueblo del lugar de nubes. A saber por qué lo llamarían así.

Cuando no nos faltaba mucho para llegar, una idea empezó a formarse en mi cabeza. En realidad, más que una idea fue un pensamiento. Hacía rato que nos paseábamos por allí y todavía no habíamos tenido ningún accidente o contratiempo. No es que quisiera tenerlo, ni mucho menos, pero era extraño.

Llegamos al lago que Dylan dijo que había cerca de su antiguo poblado. Este se encontraba al lado de unas rocas enormes que lo ocultaban parcialmente del sol. Cansada, me senté en la sombra que estas proporcionaban.

― Esto ha cambiado muchísimo. ―comentó como si le extrañara. ¡Claro que había cambiado! Después seis siglos, ¿qué quería? ―. Si mal no recuerdo, estaba detrás de esas rocas.

― ¿Estaba? ¿El qué?

― El lugar donde murió mi hermana.

No supe qué decir ante tal afirmación. Nunca lo había sabido en situaciones así. Así que en lugar de contestar o decir algo reconfortante, miré hacia el tranquilo lago. Era precioso, pero me ponía nerviosa. Había algo en él que no me gustaba. Tal vez era cierto que la muerte estaba allí.

Después de unos minutos, llegamos al otro lado de las rocas que Dylan había señalado. Delante de nosotros había una cueva oscura y poco atrayente. Es decir, no entraría ni aunque me pagaran. Y sin embargo, allí estaba, a puntito de entrar.

― Dyl... ―El hizo un pequeño ruidito para hacerme saber que estaba escuchando―. Tal vez ya lo has tenido en cuenta, pero... ¿No es extraño que no nos hayan interceptado aún?

Dylan me cogió de la mano con firmeza, intentando que me relajara. Algo simplemente imposible.

― Lo han hecho ―murmuró―, pero allí no era donde querían jugar.

― ¿Qué quieres decir? ¿Que querían que viniéramos aquí? ―pregunté perpleja.

― Si hubiésemos huido a cualquier otro sitio habrían intentado matarte de nuevo ―afirmó―. Si no lo han hecho aún es porque vamos exactamente donde quieren que vayamos.

― ¿Estás diciendo que eres totalmente consciente de que vamos hacia una trampa y que nos esperan? ―él afirmó con otro ruidito―. ¿Entonces por qué vamos tan campantes?

― Porque yo también los espero a ellos. ―Apretó más mi mano, como si necesitara un poco de valor para seguir hablando o para entrar en la cueva―. Y porque esta... es la única forma de salvarte.

Entrar en la cueva resultó ser demasiado sencillo. Dylan había dicho que allí era donde había visto morir a su hermana. Es decir, que en esa cueva descubrió lo que podía hacer. Allí dentro decidió enseñar a las Parcas a meterse en un cuerpo. Y lo llevó a condenarlas y juzgarlas cuando su vida terminó y se convirtió él también en una Parca. Dylan había matado a una estando vivo. ¿Qué era lo que habrían hecho para merecer ser castigadas? Tal vez poseer un cuerpo inadecuado o matar a alguien que no debían. Como bien había dicho Dylan, no todos los cuerpos servían. Tal vez cuando una Parca está demasiado tiempo sin encontrar un cuerpo adecuado decide poseer uno cualquiera. O tal vez encontrara uno y lo poseyera estuviera o no destinado a morir.

Seguíamos avanzando por la cueva mientras mi cabeza daba vueltas a cada una de las dudas que tenía. Reflexionándolas todas minuciosamente para mantener mi miedo ocupado. Probablemente, tener la mano de Dylan sujeta a la mía era lo único que lograba que siguiera adelante. Además, la oscuridad de la cueva me daba una pequeña ventaja. Como no podía ver, la presencia de Dylan aumentaba y lo sentía todavía más a mi lado. En realidad, nunca había sido más consciente de su presencia. Su mano aferrada a la mía no era fría. Tal vez la muerte, o en su caso un ayudante de esta, tendría que ser fría y oscura. Dyaln, Edahi, no lo era. Su mano lo corroboraba. En realidad, tanto él como su propio carácter eran cálidos. Él era cálido. Finalmente, decidí que avanzar por la cueva no había resultado ser tan terrible.

No sabía hacia dónde iba, ni lo profunda que era. Tal vez Dylan se había confundido, porque en esa cueva no pasaba nada extraño.

― Dyl... ―dije en un susurro―. ¿Es mucho más profunda esta cueva? ―pregunté.

Su mano apretó suavemente la mía. Escuché el pequeño murmullo de una frase que no pude oír, pero me pareció temblorosa y reflejaban una duda considerable. Tal vez avanzásemos dentro de la cueva con soltura, pero Dylan no estaba tranquilo. Esperaba la emboscada. A veces esperar una trampa podía llegar a ser peor que la propia trampa.

Estuvimos prácticamente una hora andando, o al menos a mí me lo pareció, sin poder ver absolutamente nada. La maldita cueva parecía no tener fin. ¿Acaso era esa la trampa? ¿Andar y andar por una cueva a oscuras? Antes de poder hacer esa pregunta en voz alta u otras tantas que tenía reservadas, divisé una luz al final del túnel ―Esa frase va genial con la situación, ¿a que sí?― Sonreí un poco al ver la luz a pesar de que, tal vez, se tratara de la tan esperada trampa. Sin embargo, llevaba tanto rato andando sin ver nada, que ver algo ya era suficiente para esbozar una sonrisa. Apreté todavía más la mano que tenía entrelazada con la de Dylan, y me volví para sonreírle. Ya esperaba no verle, así que me llevé una sorpresa cuando vi su mano sobre la mía... Sólo su mano.

La extremidad había sido substituida por una de tierra que comenzó a descomponerse en cuanto la luz la tocó. En realidad, había estado unida a un cuerpo más grande, pero había ido deshaciéndose a medida que avanzábamos hacia la luz. Y para cuando yo me había dado cuenta, solo quedaba su mano.

Abrí los ojos de par en par al ver la tierra sobre el oscuro suelo formando un pequeño montículo. Me miré las manos asustada. Tenía arena resbalando entre mis dedos. Mis labios temblaron un instante al darme cuenta de que, en lugar de mi chico invisible, tenía un montoncito de arena en el suelo...

― ¿Dyl? ―murmuré con apenas voz. Me agaché un poco y toqué con la punta de los dedos la tierra. Era cálida y suave ―. ¿Qué...? ¿Dylan... Edahi? No me digas que... ―Sin poder evitarlo dejé escapar un pequeño puchero y cogí un puñado de arena para poder verla mejor de cerca―. Oh, Dios mío... No debería haberte dejado que me ayudaras.

Mis manos temblaron alrededor de la arena y la apreté con fuerza, esperando que volviera a recomponerse y se convirtiera en Dylan. ¡Lo prefería mil veces antes invisible que en forma de tierra! ¿Qué había ocurrido? ¿Qué...?

― ¿Estás bien? ―dijo una voz ruda detrás de mí.

Del susto, dejé escapar toda la arena de mis manos formando una pequeña nube de polvo. Me volví con algunas lágrimas en los ojos, esperando que fuese Dylan. Pero pronto mi sonrisa se desvaneció. Aunque solo fuese su silueta, pues estaba justo al final de la cueva y la luz bordeaba su cuerpo, supe al instante que ese no podía ser Dylan. Pude comprobar, a pesar de no ver sus rasgos, que era alto y fuerte. Tenía una posición firme y segura, y esperaba que contestara a su pregunta.

― ¡Papi! ¡Aquí hay más!

Una voz dulce de niña llegó desde fuera de la cueva llamando la atención del hombre plantado delante de mí. Su rostro se volvió hacia el exterior y pude ver su perfil contorneado por la luz del sol. Tenía una nariz recta y arrogante. Sus labios eran gruesos y sus ojos completamente oscuros. Sus cabellos negros solo hacían que agravar su expresión feroz. Era un hombre de apariencia agresiva, y me arrancó un escalofrío al pensar lo que podía llegar a hacer alguien así. Sin embargo, había escuchado la voz de una niña que lo había llamado papi. Si ese hombre era padre no podía ser tan malo como parecía, ¿verdad?

― ¡Enseguida voy, chiquitina! ―dijo el hombre con cierto tono dulce.

Escuché a la niña reír, pero mis ojos estaban pendientes de los movimientos del hombre que tenía en frente. Su rostro se volvió para mirarme de nuevo, ya no había rastro de cariño en sus facciones.

― Llévate tu querida arena si quieres, pero yo de ti me marcharía de aquí. No es un sitio seguro ―El hombre se dio la vuelta y salió de la cueva.

Confundida y desorientada, me levanté poco a poco del suelo y dejé la arena donde estaba. No sabía lo que estaba ocurriendo, tal vez había muerto o Dylan había desaparecido, pero fuera una cosa u otra no iba a solucionar nada quedándome al lado de esa arena lamentándome y llorando. Decidida, me dirigí hacia el borde de la cueva y miré hacia afuera. Me sorprendí al ver que el supuesto final era en realidad el principio.

― No puede ser... ¿Tanto andar para llegar a ninguna parte? ―me lamenté en voz baja.

En realidad, aunque el lugar parecía el mismo, había cosas que antes no estaban. Incluso cosas que podría jurar que había visto antes de entrar en la cueva y habían desaparecido.

Divisé al hombre a unos metros de mí, y a la niña pequeña de no más de cinco años correteando cerca del lago. Llevaba un par de trencitas oscuras y vestía telas tradicionales. El hombre, el cual caminaba tranquilo a su lado, se volvió un instante para mirarme con una sonrisa irónica. Al parecer, que lo siguiera no había sido una sorpresa para él. Ni para mí. ¿Y qué otra cosa iba a hacer? No tenía ni idea de dónde estaba Dylan, y me había perdido a pesar de encontrarme en el mismo lugar que al principio. Allí no iba a encontrar un taxi que me llevara de vuelta al aeropuerto si se daba el caso de que no podía encontrar a Dylan de nuevo.

Con cuidado, bajé por las rocas intentando no caerme. Para ello tuve que sentarme, y fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba del todo bien. Ya no llevaba puestas mis bambas, ni mi pantalón negro del mercadillo dos tallas más grande, ni mi pelo era cortito y rubio. Por el contrario, mis pies iban descalzos y llevaba un vestido con unas telas finas y cómodas con cenefas. En mi tobillo izquierdo llevaba un aro de metal y mis cabellos se habían vuelto oscuros, rizados y largos. Sorprendida, me dije que tal vez, me había desmayado después de tanto andar sin haber bebido ni comido nada desde hacía horas. O las Parcas nos habían encontrado y estaba muerta.

― ¿Papi? ―dijo la pequeña con los ojos llenos de curiosidad―. ¿Quién es? ―preguntó mirándome.

― No creo ni que ella misma lo sepa ―dijo con seguridad―. Vamos, tal vez quiera venir con nosotros ―comentó hablando con la niña como si yo fuese una especie de animal asustadizo que debían tratar de no ahuyentar.

La niña asintió y empezó a corretear de nuevo. El hombre me miró un instante y luego siguió a la niña sin volver a prestarme atención. No sé qué hubieseis hecho en mi situación, pero aunque me gustaría poder decir que se me ocurrió un plan extraordinario e inteligente, en realidad me limité a seguir el guión y anduve detrás del padre con la pequeña para ver hacia dónde iban. No era un gran plan, pero como no sabía si tenía que tener alguno, por el momento me servía ese. Por suerte, no tuve que caminar mucho más. Llegamos a un poblado a los pocos minutos. Pero la imagen delante de mí me dejó completamente petrificada. Ya había empezado a sospechar que me encontraba en un lugar muy distinto del que venía, pero no pensé que sería tan distinto.

El poblado estaba concentrado en pequeñas casitas con tejados de paja. Había mujeres transportando jarrones con agua y cestas con frutas o verduras. Los niños jugueteaban con troncos que sus padres habían estado recolectando para encender las hogueras. Había barcas de madera y huertos, y cerca del rio había utensilios de pesca y cestas llenas de pescado que, poco después, eran transportados por la gente del pueblo. Todo era rústico y tradicional. La vestimenta, el modo de vivir... todo. Lo que me hizo pensar que no era el sitio el que había cambiado de lugar, sino yo.

Saliendo de mi estupor, vi a la pequeña dirigirse a un pequeño grupo de muchachos de catorce o quince años que peleaban entre ellos. El hombre se volvió un instante hacia mí y me indicó con la cabeza que me acercara. Como no sabía qué otra cosa hacer, obedecí. Mi rostro debía reflejar mi incertidumbre y asombro.

― Te ves perdida ―murmuró―. Ven, mi mujer te preparará algo para comer, pareces hambrienta.

No estaba muy segura de por qué estaba siendo tan amable. Tampoco si debía o no seguirle. Volví a mirar a la pequeña. Esta se detuvo a hablar un instante con los muchachos y luego se dirigió al río. Allí había otro joven con los pies en el agua intentando pescar un pez.

― ¡Sugey, no te alejes del poblado! ―gritó el padre de la niña a mi lado―. ¿Me has oído?

Me sorprendí al escuchar ese nombre. Por un instante, lo primero que pensé fue que me resultaba impresionantemente familiar. Había escuchado ese nombre antes, en alguna parte. Lo tenía en la punta de la lengua... ―Oh. Claro― pensé de repente ―Era la hermana de Dylan...de Edahi

― ¿Y si voy con Edahi? ―gritó la pequeña. El hombre dejó escapar un suspiro apesadumbrado.

― No os alejéis ninguno de los dos ―sentenció.

Me giré bruscamente hacia el río. El muchacho en el agua seguía de espaldas, así que solo pude ver su cabello negro y su espalda bronceada. Llevaba la misma ropa que los otros muchachos, pero era evidente que era completamente distinto a ellos. Aunque no lo supiera ya, lo habría percibido al instante.

Seguía asombrada y, dicho de un modo coloquial, alucinando pepinillos, cuando el hombre volvió a llamar mi atención.

― ¿Vienes?

Y no sé qué hubieseis hecho vosotros, pero yo lo tenía muy claro.

― Sí ―murmuré. Y mi voz no pareció la mía en absoluto.

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