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2 Miedo

La habitación se quedó en silencio unos instantes. El hombre al que había llamado Ayax, sonrió de un modo escalofriante hacia donde yo estaba y me guiñó un ojo con descaro. Yo compuse una pequeña mueca que finalmente se convirtió en el asomo de una sonrisa. Por alguna extraña razón, ese hombre ―o lo que fuese― parecía tener el tipo de simpatía que tenemos la gente como yo: algo atrofiada.

― Tu amiguita tiene agallas, ¿eh? ―comentó hacia Edahi―. Tenerte como amigo no es... una buena idea.

No tuve muy claro si eso último se lo decía a Edahi o al aire. Su expresión cambió un poco y se acercó a trompicones hacia la ventana abierta. Miró a lo lejos y empezó a reír escandalosamente. Alguna tos se mezcló con su risa mientras Edahi también se acercaba.

― Vaya... esto sí que no lo esperaba ―murmuró Ayax con franqueza.

― Mierda... ―murmuró Edahi. Quise preguntar qué ocurría, pero en el fondo ya lo sabía. Ellos nos habían encontrado―. Podrías haberme advertido que podían estar por aquí, ¿no? ―comentó enfadado. Ayax se encogió de hombros y se apoyó en el marco de la ventana.

― ¿Cómo iba a saberlo? ―dijo de forma desenfadada―. Estoy acostumbrado a encontrármelos por donde voy. Exactamente como tú. Pero a diferencia de ti, yo no estoy pendiente de si me siguen o no.

Edahi se volvió y se dirigió a mí apresuradamente. Cogió mi brazo con aspereza. Sus manos temblaban levemente y supe que estábamos en peligro. Rectifico: estaba en peligro.

― Supongo que es culpa mía, debí suponer que sabrían que acudiría a ti. ―Su voz se dirigió a Ayax cuando continuó hablando―. Siento mucho si te he puesto en problemas. Nos marchamos. Y muchas gracias.

― No te preocupes. No pueden hacerme más de lo que ya me han hecho. Eres tú el que, de repente, tiene algo que perder. Te deseo suerte. Aunque sea una completa locura. ―Luego se echó a reír―. Joder, después de esto tendré que cortarme la lengua pero... me alegro de verte Edy. Estas igual de idiota que siempre.

― Yo también me alegro de verte, viejo.

Edahi me empujó hacia fuera sin separarse de mí. Dirigí una pequeña mirada hacia el hombre y le dediqué una última sonrisa sin saber muy bien por qué.

― Mmm... sí, es posible que logre salvar su alma. Su sonrisa... ―Y ensanchó la suya de un modo extraño―. ...es sincera.

Entonces lo entendí. El hombre hablaba conmigo, aunque por alguna razón no lo hacía directamente. ¿En tal caso, hablaba de mi alma? ¿Creía que Edahi... podría salvarme? ¿Era un acto de fe? De todos modos, por alguna razón su tono me dijo que sus palabras tenían algo escondido. Un significado más profundo que no pude analizar porque... ¡Dios! ¡Estábamos intentando bajar unas escaleras que no dejaban de descomponerse!

Mi pie tropezó varias veces con algunos trozos de madera mientras intentaba mantenerme en pie. Edahi aferró mi brazo todavía más fuerte, impidiendo que cayera por el borde de la escalera o que algún tronco me atravesara el pie. En cuanto llegamos abajo, vi cómo una lámpara rústica enorme unida a un trozo de techo caía sobre mí. Edahi me apartó tirando de mi brazo y choqué contra él cerrando los ojos. Al abrirlos pude ver una pared a pocos centímetros de mí. Alcé la cabeza consciente de qué había amortiguado el impacto, o más bien dicho, quién.

Edahi me separó de él con cuidado y empezó a correr de nuevo para salir por una de las ventanas laterales que llegaban hasta el suelo. Unos gritos ensordecedores se escuchaban a lo lejos y sentí la presencia de algo que me ponía los pelos de punta. Lo peor de todo era que no podía ver nada. Y saber que Edahi sí podía no ayudaba.

¡No huirás muy lejos! ―escuché que decía una voz chillona.

Una risa desgarbada siguió a algunas voces más, y un tronco de... ¡No! Un maldito árbol entero salió despedido hacia nosotros. Edahi me empujó y caí al suelo de bruces. Me incorporé enseguida intentando encontrar el núcleo del ataque. Descubrí un tablón volando hacia mí. Tratando que mis nervios no me jugaran una mala pasada, me concentré y conseguí sortearlo. Escuché a Edahi acercarse de nuevo, jadeando y gruñendo. Sentí su mano temblorosa sobre mi espalda e intenté prestar atención. Risas y gritos. Todo era confuso. El viento lograba levantar otros objetos e intenté evitarlos. Edahi me apartaba del camino constantemente, pero ellos eran más. Nos encontrábamos a pocos metros de la cabaña, tal vez podríamos llegar hasta el coche y salir pitando de allí. Pero seguramente tendríamos un accidente o algo parecido. Ellos no iban a dejar que me marchara.

Intentando escapar como podíamos, el viento empezó a azotarnos en todas direcciones. Parecía que el cúmulo de accidentes que suceden para llegar hasta tu muerte, se manifestaran todos al mismo tiempo, y todos contra mí. Delante de mis ojos pude ver cómo un grupo de troncos y maleza empezaban a arremolinarse formando una especie de tornado, y en cuestión de segundos, se precipitaron hacia nosotros.

En ese instante lo vi. Vi que mi vida iba a terminar en ese momento. Sentí la ansiedad de aquel que sabe que su fin está cerca. Noté el frio suspiro de la muerte tan cerca que no logré pensar en nada. No pude recordar si me había despedido. ¿Qué era lo último que le había dicho a mamá? ¿Y a mi hermano? ¿Cuáles habían sido mis últimas palabras dirigidas a Dylan? A mi Dylan, no a Edahi. Al chico invisible con un morro que se lo pisaba que decidió auto-invitarse a mi casa. No lo recordaba. Entonces me di cuenta de que en el fondo no quería morir. Tenía tanto que hacer, tanto que decir. Necesitaba poder disculparme con Dylan por mi comportamiento de los últimos días. Necesitaba... necesitaba verlo antes de morir. Pero por encima de todo quería poder tocar su rostro una vez más.

Me aferré a Edahi con fuerza mientras todos esos pensamientos pasaban por mi cabeza en cuestión de segundos. Mis ojos observaron los trozos de maleza acercarse hacia nosotros, y justo cuando iban a golpearnos, los desechos se desviaron y chocaron contra la casa en ruinas. Asombrada por lo sucedido, no me di cuenta de que no todos se habían desviado del todo. Un tronco pequeño pero pesado terminó su trayectoria e impactó con fuerza contra mi cabeza. El golpe fue tan brutal que me tumbó al suelo. Debí perder el conocimiento unos instantes, porque lo siguiente que recuerdo fueron unos brazos tocando mi cabeza con cuidado. Me sentía mareada, pero al parecer, debo tener la cabeza muy dura, porque enseguida logré recomponerme. Más o menos.

― Eris... Eris por favor. Abre los malditos ojos ―murmuró su voz angustiada―. Joder, mierda, no me hagas esto.

Quise decirle que estaba bien, que estaba consciente, pero mis labios no me respondían. Quería decirle tantas cosas.

Entréganosla ―exigió una voz lejana ―. Está medio muerta. Termina tu trabajo.

― No... ―murmuró Dylan.

Es inútil. Esa alma hace tiempo que tendría que haber pasado al otro lado.

― No morirá. Ella no tiene que morir ―gruñó Dylan aferrándose a mí.

La risa escalofriante que escuché al principio resonó de nuevo acompañada por otra chillona y extraña.

Va a castigarte... ¡Y ya sabes cómo lo hará! ―cantó divertida―. No tendrás descanso. ¡Y te quitará tus privilegios!

De todos modos jamás debió dártelos. Mira lo que ha pasado gracias a su magnífico regalito ―murmuró la voz amargada de antes. Luego sus pasos se acercaron más―. Mátala ahora, entréganos su alma y tal vez aplaquemos su furia.

Dylan se aferró más a mí y giró su rostro para gritar en un rugido que no parecía humano, ni nada que hubiese escuchado nunca:

― ¡No!

La potencia de la voz resonó por todas partes y la densidad del aire se arremolinó expulsando trozos de madera, árboles y vegetación hacia todas partes. La calma que siguió a eso fue tan sobrecogedora que me dejó helada. Las manos de Dylan volvieron hacia mi rostro y lo escuché jadear asustado. Intenté esbozar una sonrisa y probé a hablar de nuevo.

― Dy... Dyl...

― ¡¿Eris?¡ ―exclamó ansioso―. ¿Estás... estás bien? ¡Dime que estás bien! ―me gritó. Yo ensanché la sonrisa―. No vueltas a darme estos sustos, maldita sea ―me regañó enterrando su rostro en mi cuello.

Alcé los brazos y lo rodeé con cariño mientras notaba cómo temblaba. Había tenido miedo... ¿Miedo de que muriese? ¿Por qué le importaba tanto mi vida?

― Tus... amigos no se andan con tonterías, ¿eh? ―murmuré. Él me incorporó y comprobó que no hubiese sufrido ningún daño grave. Me sonrojé ante su atención, pero no me opuse.

― No tardarán en volver. Los he echado, pero no tengo la capacidad suficiente para hacerlo de nuevo. Era porque... estaba asustado ―murmuró―. Sé que habrías preferido que te entregara pero...

― No ―dije antes de que terminara―. No lo habría preferido...

― ¿Qué quieres decir? Pensé que querías...

Noté como mis ojos se humedecían mientras me daba cuenta del miedo que había pasado. No miedo a morir, sino miedo a perder ciertas cosas. Como a mi familia, la oportunidad de hablar de nuevo con ellos, de decir todo lo que no había dicho, de hacer todo lo que no había hecho. Pero sobre todo tuve miedo a no poder estar más con Dylan, de no poder recordar lo último que le había dicho.

― Yo... lo siento Dylan ―murmuré con la voz quebrada―. Me he portado como una imbécil. Tenía miedo e intenté que no te dieras cuenta. Pero yo... yo no quiero que te vayas. No quiero estar enfadada contigo.

Dylan me abrazó sin previo aviso y me aferré a ese abrazo como si de ello dependiera mi vida. Mis brazos temblaban al igual que mis labios. Sus manos borraron el rastro de mis lágrimas intentando calmar el temblor que recorría todo mi cuerpo. Entonces, lo que había sentido y lo que había pensado antes de que el tronco golpeara mi cabeza escapó de mis labios.

― Dylan... yo... no quiero morir.

***

El trayecto de vuelta fue... terrible. Ya no por el hecho de lo mucho que me dolía la cabeza, sino porque al no poder conducir... Bueno, podéis imaginar quién me sustituyó. Y no. La muerte ―o lo que sea realmente Dylan― no sabe conducir.

― ¡Dyl, cuidado el poste! ―grité.

― ¿Quieres callar? ¡Estoy intentando conducir!

― Lo sé, lo intentas, pero no lo consigues... ¡Dios, ponte en tu carril!

― ¿Qué carril? ―gritó.

― ¡A la derecha, al otro lado de la línea blanca! ―grité tapándome los ojos.

― Tranquila, está controlado ―dijo después de volver a su lado de la carretera.

Yo suspiré un instante para luego taparme los ojos de nuevo al ver cómo casi se comía una señal de prohibido adelantar.

― Recuérdame que no te deje conducir nunca más.

― Era una emergencia. No puedes conducir así ―me sermoneó.

― Ya... pero recuerda que intentas salvarme la vida...

― ¿Qué quieres decir con...?―murmuró seguramente mirándome, pues el coche se desplazó hasta rozar la línea del arcén.

― Recuérdalo. ¡Y mira hacia delante, por Dios!

― ¿Cómo sabes que...?

― ¡Hacia delante!

Y así todo el trayecto... Si no fuera porque ya me dolía la cabeza, seguramente me dolería.

Regresamos de nuevo al hostal un cuarto de hora más tarde. No había motivos para pensar que ya no era seguro, y mi estado no era el adecuado para seguir huyendo. No al menos en lo que quedaba de día. Le pregunté al hostelero, después de que Dylan me curara la herida de la frente, si podía subirme una hamburguesa y unas patatas del bar-restaurante que había en la planta baja. El hombre me sonrió con amabilidad y me dijo que no había ningún problema con llevar comida a la habitación, que muchos clientes lo hacían ―o lo harían si tuviese―. Así que, una vez arriba de nuevo, comí tranquilamente encima de la cama. La hamburguesa llevaba prácticamente de todo, y estaba realmente jugosa. A parte de ser enorme, el pan era crujiente, la carne estaba en su punto y el queso se fundía a la perfección. Estaba realmente rica, pero por alguna razón me costó Dios y ayuda terminármela. Dyaln me obligó porque no había comido nada desde el día anterior. Le ofrecí alguna patata, pero la rechazó. En realidad, desde que escapamos de mi casa que Dylan casi no comía, ni hacía nada de lo que solía hacer los primeros días.

― Ya no comes ―puntualicé―. ¿Es porque has recordado quién eres?

Era la primera pregunta referente a lo que él era que había hecho en los últimos días. Supe que lo había sorprendido. Seguramente se habría acostumbrado a que no cuestionara nada, y era normal. Me imaginaba que el tema debía ser algo escabroso, pero por alguna razón, ahora necesitaba respuestas.

― Sí... ―respondió al cabo de un rato―. En realidad, no me había dado cuenta de este detalle ―dijo, riendo sin ganas. Seguidamente cogió una patata, la cual salió volando y desapareció a cierta distancia. Se la había comido―. Ni siquiera noto ya el sabor de las malditas patatas ―afirmó indiferente.

― ¿Por qué? ―pregunté―. Bueno... Antes eras el mismo a pesar de que no recordabas, y sí saboreabas la comida. Y tenías hambre. También dormías y sentías dolor. No te he visto quejarte mucho por esas cosas últimamente.

Dylan suspiró y se levantó de la cama con cuidado de no tirar el resto de patatas por la sabana. Se paseó hasta detenerse en el cabecero de la cama, justo a mi lado.

― Pensé que nunca empezarías con las preguntas ―murmuró―. Las temí en un principio, porque no sabía si podía contártelo o, de hacerlo, cómo explicártelo todo. ―Finalmente se sentó cerca de mí―. Luego temí que nunca llegaras a preguntarme nada.

― Nunca estás contento con nada, Dyl ―dije con humor.

Dylan se rió como siempre. Con esa alegría que lo caracterizaba y tanto me gustaba.

― Ya... ―murmuró―. Esto que voy a contarte, es difícil de entender y también de explicar.

― Intentaré seguirte ―afirmé con una sonrisa.

― No es porque sea complicado. Es que... ―dejó escapar otro suspiro temeroso―. Nunca se lo he contado a nadie. Siempre he ido solo. Nunca he conocido a nadie que supiera quién soy aparte de...

― ¿Ellos? ―terminé por él―. Por cierto, ¿quiénes son ellos? ―pregunté. Dylan suspiró con ironía y se recostó en el cabecero de la cama.

― Supongo que es lo mejor. Empezar por quiénes son ellos. Por quién soy yo.

― ¿No eras la muerte?

Él volvió a reírse, esta vez de mí. La madera crujió un poco.

― Yo no soy la muerte en sí misma.

― ¿Entonces, quién eres en realidad? ―murmuré. En ese instante sentí sus ojos clavados en mí, esperando ver mi reacción cuando él dijera la verdad.

― Soy una Parca ―sentenció―. Todos nosotros. Los que te persiguen, Ayax y los que encontramos en la cabaña. Somos Parcas.

Mis ojos se ensancharon por momentos. ¿Una Parca? Espera. ¿Las Parcas no eran tres viejas chochas de la mitología griega que se encargaban de transportar las almas al inframundo? Dylan se echó a reír al adivinar mis excéntricas cavilaciones.

― Creo que puedo imaginar qué estás pensando por la cara que has puesto. ―¿Qué cara había puesto?―. Las Parcas, fuera de lo que te hayan contado las leyendas, somos una especie de... mensajeros.

― ¿Mensajeros?

― Aja ―afirmó―. Verás, de muerte sólo hay una, pero a pesar de ser un ser medianamente divino es demasiado trabajo para uno solo. ¿Cómo te sentirías si tuvieras que transportar las almas de millones y millones de personas que mueren diariamente en distintos puntos del planeta y en el mismo instante? Por no contar los animales y las plantas.

Dejé escapar un suspiro de agobio de solo pensarlo. Tenía cierto sentido que tuviese ayudantes. Pensando en la muerte como algo físico, claro. Mi idea de la muerte hasta ahora era demasiado etérea como para plantearme esa pregunta.

― Vale, creo que lo entiendo ―dije al fin―. Entonces... esa tal Catrina...

― Exacto. Catrina es la Muerte ―me contestó antes de que terminara de preguntar.

― Y... ¿Por qué narices quieres ir a ver a la que me quiere muerta? Porque ella es quien lleva el cotarro, ¿no? Ella debe haber mandado a todas esas... Parcas a por mí.

Dylan profirió un ≪mm...≫ bastante extenso mientras hacía esfuerzos por no reír.

― Verás, Catrina sólo hace su trabajo. Está un poco... ¿desequilibrada? ―acertó a decir―. Pero no es mala. Es una buena amiga mía, en realidad. La única que he tenido en siglos. Sé que no me juzgará de entrada.

Fruncí levemente el ceño al escucharle. Mis ojos se clavaron en la cama, donde las pocas patatas fritas que quedaban debían haberse enfriado. Me metí una en la boca y la mastiqué con cuidado.

― Así que es tu amiga. ¿Entonces, la Muerte es mujer? Nunca lo habría imaginado... ―murmuré mirando hacia otro lado.

― Ya, bueno. Yo tampoco lo imaginé cuando vivía. ―Mis ojos se abrieron de par en par.

― Espera un segundo... ¿Cuando vivías? ¿Estuviste vivo?

― Antes de ser una Parca, yo también era humano, Eris. No siempre he sido así ―murmuró.

Yo abrí la boca de par en par. Había pensado en Dylan como la muerte, como alguien no humano. Pero... no había tenido en cuenta que podía haber sido algo más antes de convertirse en una Parca.

― Entonces... hace... ¿siglos? ―Él profirió un sonido afirmativo―. Siglos ―dije de nuevo ahora algo más segura―. Tú eras...

― Viví durante el siglo quince, en la edad de esplendor de la civilización Azteca. O cuando apareció, que viene siendo lo mismo ―afirmó. Mis labios se abrieron de nuevo, quedándome totalmente pasmada.

― Un segundo... ¿Tú eras... Azteca? No me jodas... ―murmuré totalmente impresionada.

¡Eso quería decir que llevaba siendo una Parca... unos seis siglos! ―siglo arriba, siglo abajo...―

― Supongo que es normal que no lo sepas, pero mi nombre; Edahi, proviene de la civilización Azteca. Significa Viento. Era... el Dios del viento o algo así.

― Lo cierto es que no soy muy dada a la historia... ―murmuré―. Es decir, me gusta y la he estudiado, pero mi memoria tiende a olvidarla con mucha facilidad ―dije un poco sonrojada―. Los... Aztecas eran una civilización tipo los mayas y eso, ¿no?

Dylan dejó escapar una risa que ya no pudo contener y se acercó un poco más a mí hasta que nuestros hombros se rozaron. Al parecer, se lo estaba pasando genial explicándome todo aquello. Mis preguntas debían ser bastante absurdas.

― Fue una civilización que creó un gran imperio en la zona norte de México. Fuimos guerreros y conquistadores, y muchos adoptaron las culturas de los pueblos vecinos que sometieron ―explicó.

Bueno, una pequeña clase de historia durante el almuerzo a las cuatro de la tarde no iba nada mal.

― ¿Por qué hablas como si no pertenecieras a ese grupo? ―pregunté curiosa.

― Porque no formaba parte de ellos ―contestó―. Mi gente quería apoderarse de todas las tierras, quería extender su cultura, pero en lugar de eso, lo que realmente hacían era extinguir la nuestra adoptando de otras.

― La evolución...Aprender y perder ―murmuré con cierta ironía.

― Un grupo de guerreros, entre los que me incluía, formamos una pequeña resistencia para prevalecer los principios de nuestra civilización. ―Luego escuché un pequeño crujido en la madera, por lo que supuse que se habría encogido de hombros o algún gesto parecido―. Pero no lo recuerdo mucho. En realidad, no era un guerrero muy eficiente, ¿sabes?

Me reí sin poder evitarlo. Si era en algo parecido al Dylan de ahora estaba segura de que no.

― ¿No luchabas demasiado bien? ―pregunté a media voz.

― En realidad, sí. Era bueno luchando, y aunque no era muy imponente físicamente, sí era fuerte. Me entrenaron desde pequeño y aprendí a luchar como el mejor ―afirmó―. Pero no me gustaba. No era lo mío matar gente para que prevaleciera una cultura. No me gustaba... ―Entonces estalló en carcajadas como si sus propias palabras fueran el mejor chiste jamás contado. Y en realidad, lo fueron―. ... no me gustaba matar.

Enseguida me uní a sus carcajadas, pero las mías murieron poco a poco dejando una sonrisa tierna en su lugar.

― Si no te gustaba matar, ¿cómo te convertiste en una...?

― Fue algo complicado ―murmuró―. Desde pequeño siempre había sido... diferente. Todo el mundo lo veía. Empezando por mi nacimiento ―comenzó. Me apoyé contra la madera de la cama para escucharle―. Parecía un niño normal, pero mis ojos... eran de un azul poco natural, y extraño entre nosotros. Por eso me pusieron este nombre. Mis ojos recordaban al viento.

― ¿Y por qué no al agua? El viento no es azul. ―Luego lo pensé un poco y rectifiqué―. Bueno, el agua tampoco pero...

― Era porque no eran de un azul tranquilizador. Eran turbios, como... una especie de tornado ―afirmó―. Así que todos me llamaron Edahi para que cualquiera que escuchara mi nombre supiera de quién estaba hablando.

Me quedé callada incapaz de preguntar nada. Las palabras habían quedado suspendidas en el aire.

― Te parecerá una tontería, pero entonces la gente era muy supersticiosa. Las cosas que se salían de lo normal eran peligrosas. Creían que yo era peligroso, y me trataron como tal. Empezando por mi nombre.

― Eso es una crueldad. ―Él dejó escapar una risa irónica.

― Lo peor de todo es que tenían razón ―siguió. Fruncí el ceño ante su afirmación―. Cuando era pequeño escuchaba y veía cosas que los demás no podían. Mi madre me advirtió que no dijera nunca nada de esto, y lo mantuve en secreto.

≪Pero a medida que crecía, las voces eran más claras e intensas, y empezaron a tener cierto sentido para mí. Las escuchaba murmurar cosas que nadie debería saber nunca, y gracias a sus voces podía saber quién iba a morir y de qué forma. Intenté ignorarlo como mi madre me advirtió, pero una de las veces supe con certeza que iba a morir alguien a quien quería muchísimo. Mi hermana, Sugey.

≪Quise salvarla, impedir que aquel que tenía que llevársela lograse su cometido. Ella no sabía lo que ocurría, pero cuando vio que luchaba contra algo que ella no podía ver ni oír... Me tuvo miedo.

≪Sugey escapó de mí, empezó a creer lo que todos decían sobre que era peligroso y no logré salvarla. El ser que venía a por ella se llevó su alma y la perdí para siempre.

≪Sin embargo, era incapaz de llegar a casa y decirles a mis padres que Sugey había muerto. Que no había podido impedirlo. Les había fallado y tuve miedo. Así que obligué a ese ser a que me la devolviera. Luché contra él y logré controlarle en cierta medida, pero me dijo que no podía hacer nada, que el alma ya había llegado a las manos de la muerte y había pasado al otro lado. No podía recuperar a Sugey.

≪Enfadado y asustado, retuve al ser y empecé a hacerle preguntas. ¿Quién era? ¿Por qué se había llevado a mi hermana? ¿Por qué podía escucharle y verle? Él me contestó que eran mensajeros de la muerte que se llevaban las almas de aquellos que debían morir. Que el destino de mi hermana terminaba allí, y que nadie podía cambiar eso. Cuando un alma es reclamada por la muerte, su destino ya está sentenciado.

Dylan hizo una pausa. No me atreví a decir nada porque sabía lo que estaba pensando. No pudo salvar a su hermana... y seguramente no podría salvarme a mí. Cuando el alma era reclamada por la muerte, su destino... ¿Por eso quería hablar con ella directamente?

― Pero no quise aceptarlo ―siguió―. Me negaba a regresar con el cuerpo inerte de mi hermana. Sabía que mis padres conocían mi secreto y que había ido a salvarla. No podía regresar con su cuerpo sin vida. No podía fallarles. No quería convertirme en el ser peligroso que todos creían que era.

≪ Así que con toda mi frustración y mi temor, rogué para que mi hermana regresara a la vida. Maldije a la Parca por llevársela y la retuve para que me confesara cómo hacer volver a Sugey. Pero no me lo dijo. No me dijo nada. Lloré y grité sobre el cuerpo de Sugey, y todavía no sé exactamente cómo lo hice, pero horas más tarde, un destello me apartó de su cuerpo. Sugey empezó a respirar de nuevo y se levantó.

≪Pensé que había estado equivocado toda mi vida. Que todos lo habían estado. Creí que no era peligroso, que era todo lo contrario. Estaba convencido de que había logrado devolver a mi hermana a la vida.

Dylan se detuvo de nuevo. En ese instante deseé poder ver su rostro angustiado, poder consolarlo de algún modo. Pero sólo pude ayudarle a seguir con unas pocas palabras.

― ¿No fue así...?

― No ―dijo con sequedad―. Quien había despertado no era Sugey. Era el ser que me la había arrebatado. La Parca se había metido en su cuerpo y lo estaba utilizando.

≪ Me enfadé al descubrirlo y le ordené que saliera del cuerpo de mi hermana. Pero él me dijo que no podía, y que había sido yo quién lo había obligado a hacerlo. Que las Parcas no tenían ni habían tenido nunca la capacidad de apoderarse del cuerpo de las almas que conducían al otro lado. Entonces supe que no solo podía escuchar a la muerte, sino que podía ordenarle cosas. Había conseguido que una Parca se metiera en el cuerpo de mi hermana y que pudiera vivir su vida hasta que muriese su cuerpo.

≪Mis padres nunca lo supieron, pensaron que había madurado, que había crecido. Pero los cambios fueron tan leves que nadie notó la diferencia. La Parca había adoptado todos sus recuerdos, y vivió la vida de mi hermana todo el tiempo que pudo.

≪Por mi parte, a pesar de que nadie se había dado cuenta de lo que había hecho, empecé a apartarme de mi gente. Había descubierto algo que cambió mi vida para siempre. Veía a la muerte y tenía poder sobre todos ellos. Y... muy a mi pesar, empezó a gustarme.

≪Me convertí en su guía. Los ayudaba y enseñaba a apoderarse de un cuerpo y poder vivir de nuevo a través de ellos. Pero un día, mi vida como ayudante de las Parcas cambió radicalmente. La muerte decidió que era mi hora, que ya había vivido suficiente, y uno de los que yo mismo había enseñado, decidió apoderarse de mi cuerpo. Sin embargo, yo no era como los demás. Así que el aprendiz había desafiado al maestro, y perdió.

≪Mi alma se resistió a pasar al otro lado y permanecí en mi cuerpo a la vez que la Parca. Poco a poco fui envenenándola por dentro hasta que terminé con ella.

― ¿Mataste a una Parca? ―pregunté sorprendida, interrumpiendo su historia.

― Sí. La maté, o algo parecido. Y como recompensa, la Muerte, Catrina, me permitió seguir viviendo a cambio de un favor ―dijo enigmáticamente―. Que castigara a todos aquellos que desobedecieran sus órdenes.

≪Pasé el resto de mi vida mortal como ayudante de la muerte, castigando todo aquel que no cumpliera con las normas. Y al final de mi vida, cuando la propia Muerte reclamó mi alma, me concedió un favor.

― ¿A eso se refería esa Parca con lo de que tienes... privilegios? ―pregunté sin poder evitarlo.

― Sí ―contestó―. Catrina me concedió mi propio don. Me dijo que cuando entrara en un cuerpo, como había sacrificado mi vida mortal para ayudarla, podría vivir una vida normal cada vez que decidiera invadir uno.

― ¿Cada vez que decidieras?

― No siempre que tenemos que transportar un alma nos apoderamos del cuerpo. Existen unas reglas. No todos los cuerpos son aptos para poder... vivir en ellos. Algunos no son compatibles.

― ¿Qué es, una especie de código? ¿Como el grupo sanguíneo? ―Dylan volvió a reírse de mí ante mi ocurrencia.

― Algo parecido ―dijo sin más―. Las Parcas suelen recordar que lo son dentro de sus cuerpos, y pueden vivir, pero sin olvidar. El olvido fue el regalo que me concedió la muerte. Para poder vivir de verdad.

― Entonces... ¿Por qué lo recuerdas todo ahora? ―pregunté confusa.

― Sólo olvido lo que soy dentro del cuerpo que poseo. En cuanto este muere, mis recuerdos regresan al instante y sigo con mi trabajo. Es como tener unas vacaciones ―explicó.

Yo fruncí el ceño. Eso explicaba porque Emma, la chica de Bellas Artes, había dicho que Dylan no había sido él mismo cuando su amigo murió. Edahi debió meterse en su cuerpo entonces. ¿Pero por qué razón el Dylan de verdad regresó a su cuerpo? ¿O por qué no recordaba nada cuando salió de él?

― ¿Qué pasó con lo de Dylan? ―pregunté. Él suspiró.

― Eso fue un error mío. Allí empezó todo ―explicó―. Dylan era mi siguiente trabajo, después de Lucas. ¿Recuerdas a Lucas, verdad? ―Yo asentí con la cabeza―. Lucas no era compatible conmigo, pero Dylan sí. Así que lo poseí a él. Sin embargo, había algo que retenía el alma de Dylan. Tal vez Emma... no lo sé.

― Y permaneció junto a su cuerpo. Por eso estaba asustado cuando fui a su casa, por eso intentó matarme.

― Bueno, por eso y porque desde el día que te encontré estabas destinada a morir. Pero eso es otro tema ―dijo quitándole importancia―. El caso es que el alma de Dylan era más fuerte de lo que creía, y cuando me emborraché sin ser consciente de lo que pasaría, él aprovechó y me expulsó de su cuerpo.

― ¡Por eso pudo volver! Y tú... Debió de desorientarte mucho eso, ¿no?

― ¡Y tanto! ―exclamó recordando lo que había tenido que pasar―. Yo no recordaba nada. Lo último que sabía era que estaba de fiesta con mis amigos. Era mi vida. Mientras ocupase el cuerpo de Dylan, yo era Dylan. Así que, al expulsarme de mi cuerpo tan de repente y sin haber terminado su ciclo, mi mente no recobró los recuerdos. Empezaron a despertar cuando te encontré.

― La siguiente alma que debías transportar. ―Dylan dejó escapar un pequeño lamento ahogado.

Apreté los labios un poco, extrañada ante su reacción. Noté cómo la cama se movía un poco ante su inquietud.

― No sólo eso... ―murmuró finalmente algo avergonzado―. Tú... también eras compatible. Tú eras mi siguiente vida...

***

― Espera. ¿Me estás diciendo, que una vez muerta, tenías que poseer mi cuerpo? ―Justo después de decir eso me sonrojé hasta la raíz ante el doble sentido de la frase. Sin poder evitarlo, empecé a tartamudear―. Quiero decir, que debías meterte en mi cuerpo... ―Oh, Dios. Eso no sonaba mejor―. Es decir, que tú...

― ¡Ya te he entendido! ―dijo antes de que lo empeorara―. Y sí. Tú eras la siguiente. Por eso podías escucharme. No sólo porque tenías que morir, sino porque eras compatible conmigo.

― Que bonito... ―murmuré con cierto tono sarcástico.

Me levanté de la cama algo inquieta, empecé a pasearme por la habitación y miré hacia la ventana unos instantes. El sol empezaba a ocultarse detrás de unas montañas, pronto anochecería.

― Eso quiere decir, que en realidad sí me he salvado de pura chiripa. Porque al no recordar, hiciste lo que habrías hecho por tu hermana; salvarme.

― Supongo que sí ―murmuró.

― Pero hay algo que no entiendo ―seguí―. Las parcas, todas ellas han sido... ¿personas? ¿Por qué te convertiste en una Parca? ¿Por qué se convirtieron ellos en Parcas? ¿Seré yo una cuando muera?

Dylan se tumbó en la cama y empezó a reír. Reírse de mí otra vez, claro. Yo fruncí el ceño y me crucé de brazos mientras me apoyaba en la mesita donde estaba el televisor.

― Eres increíble. Vas de un extremo a otro. De no preguntar nada a hacer mil preguntas de golpe.

Enfadada, miré hacia otro lado y me subí a la mesa con las piernas cruzadas. Luego me apoyé contra la pared.

― Verás, Lunática, las Parcas las elije la Muerte. Ella decide quién es adecuado para serlo. Sin embargo, todos sabemos que ser una Parca no es otra cosa que una especie... de penitencia ―argumentó.

― ¿Como un castigo? ―pregunté prestando atención de nuevo.

― Los que nos hemos dedicado en vida a quitar vidas, en nuestra muerte hacemos lo mismo ―explicó.

― ¿Y no hay ningún modo de escapar de eso? Tú, por ejemplo, no quitaste vidas exactamente. ¿Por qué te convirtió en una Parca?

― Catrina consideró que alguien como yo, que había estado en contacto con la muerte y había juzgado a tantas Parcas, no podía pasar al otro lado sin una redención.

― Entonces existe una redención ―exclamé esperanzada. Me incorporé en la mesita, ahora todavía más atenta. Por alguna razón quería ayudarle, deseaba que fuera libre.

― Si la hay, nadie la ha conocido jamás. Pero se dice que existe un modo de liberar tu alma. ―Ese sería un buen momento para un encogimiento de hombros―. Pero no importa mucho. Después de esto, creo que lo único que voy a conseguir será perder mis privilegios.

― Bueno. Puede que no. Esa tal Catrina parece que te tiene... mucho afecto ―dije desviando la mirada. Algo absurdo dado que de todos modos no podía verle.

― Precisamente por eso quiero encontrarme con ella. Sé que al menos va a escucharme. Al fin y al cabo, mientras la ayudaba fuimos amigos... Más o menos... ―murmuró.

― Oh, entonces seguro que te concede lo que sea. ―Sin venir a cuento, suspiré y dejé escapar una frase que habría deseado callarme―. Y seguro que es preciosa, tiene el tipo de nombre de belleza sobrecogedora.

Dylan se acercó donde yo estaba y se paró a pocos pasos de mí.

― La verdad es que sí lo es. Es muy bonita. La Muerte es bella, todo el mundo lo sabe ―dijo de forma siniestra.

― Por supuesto, lo que yo decía. Una belleza sobrecogedora ―murmuré girando la cabeza para mirar por la ventana.

― ¿Qué pasa? ―preguntó inocentemente acercándose a mí―. ¿No estarás... celosa?

Sonrojada hasta la raíz, me volví imaginando perfectamente su rostro divertido frente a mí.

― ¿Qué? ¿Celosa? ¿Estás loco? ―exclamé―. ¿Te crees que me importa lo más mínimo lo hermosa que sea o lo bien que os llevéis? ―dije con cierta frustración.

¿Qué me pasaba? Incluso yo podía distinguir los celos en esa pregunta. Era incluso más vergonzoso negarlo. ¿Por qué estaba celosa, para empezar? No es que Dylan me gustara. Él era Edahi, una Parca, un mensajero de la muerte. Era quien debía llevarse mi alma. Quien tendría que haberse quedado con mi cuerpo de haber recordado quién era. No podía... no estaba... ¡Joder, no podía estar celosa! Pero al ver cómo se reía de mí otra vez, cómo se burlaba de mis evidentes celos, supe que sí lo estaba. Estaba celosa de la maldita Muerte. ¿Acaso había algo más patético?

― No sé de qué te ríes ―murmuré.

Él se acercó a mí y sus labios rozaron levemente mi oreja. Sin embargo, el gesto no fue exactamente intencionado, pues seguía riendo. Como un juego.

― Lo sabrás cuando la veas. ―Y se apartó de mí sin dejar de reír. Me volví furiosa y me dirigí al baño.

― Voy a ducharme ―espeté. Dylan siguió riendo sin parar.

Cada vez tenía más ganas de volver y darle una buena patada, pero me negué a regresar y avergonzarme todavía más. ¿Que lo sabría cuando la viera? No creo que me echara a reír al ver a la muerte. No lo creía ni lo más mínimo.

***

El agua caliente reconfortó mi adolorido cuerpo. Cerré los ojos, y aunque ya me había lavado el pelo, permití que el agua siguiera aliviando mis músculos.

Al fin podía entenderlo todo. Pensaba que había sido pura casualidad que Dylan, bueno, Edahi me encontrara. Que era especial al escucharle. Pero la verdad era mucho menos interesante. Yo no era especial. Por decirlo de algún modo, sólo era... su siguiente trabajito. Edahi era una Parca, y yo debí haber muerto aquel día volviendo del trabajo. La única razón por la que seguía viva era por un error. Y no mío, sino de Edahi.

Con la punta de los dedos me toqué la herida de la cabeza. Tenía un buen chichón. ¿Por qué las malditas Parcas tenían esa predilección con mi cabeza? ¿No podían golpearme en otra parte? Reprimí un pequeño gemido mientras dejaba que el agua limpiara la herida. Escocía bastante, pero no importaba. El dolor era sinónimo a estar viva, así que...

Esa era mi siguiente gran incógnita. ¿Cuánto tiempo más viviría? Según Edahi íbamos directos a la boca del lobo, que por cierto todavía no sabía dónde estaba eso. Ese tal Ayax había dicho algo así como <<Donde todo empezó>>. ―Y mi cabeza hizo una especie de imitación de la voz de la Parca― ¿Dónde era donde todo empezó? ¿Donde murió Edahi? ¿Donde se encontró con la muerte? ¿Dónde?

Bueno, en realidad eso daba igual. Fuera donde fuese, estaba decidido a ir hacia allí y salvarme la vida. Pero, ahora que lo recordaba todo... ¿Por qué no hacía lo que debía y dejaba que mi alma se marchara? No lograba entenderlo. Lo comprendía cuando no recordaba quién era, entonces actuó del modo más lógico, pero ahora estaba desafiando a los suyos. A la propia muerte. Las Parcas ya no lo tenían en gran estima porque se había encargado de castigarlas y juzgarlas durante toda su vida mortal. ¿Por qué empeorarlo todo añadiéndole algo más por lo que odiarle? O algo con lo que vengarse... Tal vez se debiera a que en realidad no le gustaba matar. Me había conocido siendo él mismo. El Edahi que vivió con un padre, una madre y una hermana pequeña, que no le gustaba luchar, que odiaba matar. Tal vez no intentaba salvarme a mí, sino a esa parte de sí mismo. ¿Era posible que yo le hubiese recordado cómo era antes? ¿Y si esa era la redención que necesitaba? ¿Y si al salvarme podía salvarse a sí mismo?

Abrí los ojos de golpe al caer en la cuenta de que ya estaba trazando un plan para salvarlo. Que no me preocupaba tanto mi propia muerte como que Edahi pudiese salvarse de su condena eterna.

Terminé de ducharme y me sequé con esmero. Me vestí únicamente con el jersey, tan grande como un camisón, y las braguitas. Luego enfundé mis pies en unos calcetines gruesos y salí con los pantalones en la mano dispuesta a dormir hasta el día siguiente.

La cama estaba totalmente lisa, y la ventana y la puerta; cerradas. Así que en esos momentos no tenía ni idea de dónde podía estar Dyl... Edahi. Tendría que empezar a acostumbrarme a llamarlo por su verdadero nombre.

― ¿Edahi? ―pregunté mientras dejaba los pantalones doblados encima de la mesa donde estaba el televisor.

― ¿Ya vuelves a estar enfadada conmigo?

Me volví hacia la ventana al escucharle y fruncí levemente el ceño ante su pregunta insólita.

― No... ¿Por qué lo dices?

― La última vez que me llamaste Edahi estuviste unos bastantes días sin apenas hablarme y tratándome con muchísima frialdad ―aclaró.

― Oh... Ya. Es que... relacionaba tu nombre con algo externo a mí. Así podía tratarte... como lo que eres ―dije sin poder evitar que las manos me temblaran―. Pero es tu verdadero nombre. Ya no lo considero así. Y ahora sé exactamente lo que eres. No es que no sea extraño, que lo es, pero como puedo estar muerta en cualquier momento, ¿quién mejor que tú para...?

― No lo hagas ―me interrumpió.

― ¿Qué? ―pregunté. Sus pasos se acercaron hacia donde yo estaba y una mano tocó mi mejilla con suavidad.

― Que prefiero que sigas llamándome Dyl... o Dylan.

― Pero ese no es tu nombre ―murmuré.

― Ni tampoco esto lo que soy. ― Mis ojos recorrieron todos los espacios posibles, deseando poder ver los suyos en esos instantes. Pero no podía. Así que cerré los ojos y toqué su mano sobre mi mejilla.

― No quería enfadarme contigo. Sólo... tenía miedo ―murmuré―. Nunca he dejado que la gente vea lo que siento, y acostumbro a guardarme los problemas. No confío mucho en nadie, pero debería haberte dicho lo que me pasaba desde el principio. ―Su mano seguía debajo de la mía y no intentó retirarla―. Tú no has cambiado, Dylan, Edahi o como quieras que te llame. Soy yo la que cambió contigo. ―Entonces abrí los ojos decidida―. Siento mucho haber tenido miedo de la muerte... de ti. Pero ya no tengo miedo. Suceda lo que suceda, no me importa mientras siga estando contigo. Confío en ti. Tanto en mi vida como en mi muerte.

Él se mantuvo en silencio durante minutos. Su mano se apartó de mi rostro y yo bajé la mía. No sabía cómo le habrían sentado mis palabras, así que esperé. No sé exactamente a qué, pero esperé a que dijese... algo. Aunque debo confesar que nunca habría adivinado ese algo aunque hubiese dependido mi vida de ello.

― Eris... Yo... ―murmuró―. ¿Puedo... besarte?

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Siento la tardanza con esta historia. La verdad es que la había olvidado por completo jajaja U.U Como ya la tengo escrita :S ¡En fin!Se que muchos habreis perdido el hilo si la estabais leyendo... Así que iré poniendo ya los capitulos más seguidos y los terminaré del todo en esta semana que viene :)

¡¡Besitos!!

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