Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2 El chico invisible

― No puedo creer que realmente me hayas seguido.

Era probablemente la décima vez que decía aquello en lo que llevaba de noche. Como era evidente, cuando llegué a casa, mis padres repararon enseguida en la pierna que seguía sangrándome. Sin tiempo a decirles que me moría de hambre y que mañana tendría que ir a trabajar a las diez, me llevaron en coche a urgencias. Si él me siguió hasta allí no tengo ni la menor idea. Sólo sé que no escuché de nuevo su voz hasta que regresé a casa a las dos de la madrugada.

En el trayecto en coche, después de la pequeña escaramuza con aquellos tipos, también se mantuvo callado. Tal vez porque parecía visiblemente alterada y estaba conduciendo un coche a ciento veinte por hora por la autovía, tal vez porque no tenía nada que decir. No obstante, supe que estaba allí cuando llegué a casa. Pude notar su presencia a pesar de lo cansada que estaba. Sí, estaba loca. Seguro que lo estaba. Mis padres se habían equivocado con que mi problema era el corte en la pierna, mi problema estaba más arriba, justo donde se alojaba mi cerebro.

Cuando el reloj marcó las dos y cuarto, mi cuerpo quedó tendido inerte en la cama de mi habitación. Mis padres me dejaron sola, supongo que pensaron que iría a dormir, pero la voz masculina procedente de la misma cama donde me había tumbado logró que volviera a exclamar aquella dichosa afirmación incrédula.

― Creo que no es lo único que no te crees ―me contestó, sobresaltándome de nuevo.

Me levanté de golpe, ignorando el dolor en la pierna y el de la cabeza. Me acerqué al espejo que tenía colgado en la pared y me deshice el moño ―ahora más bien un nido de pájaros― que me había hecho por la mañana. Dediqué una mueca desagradable a mis enredos cuando solté mi cabello. Por suerte, como ya sabía, con una simple pasada de un cepillo quedaría de nuevo desenredado. Eso era lo que más me gustaba de mi pelo, era tan fino que era prácticamente imposible que se enredara.

― Creo sinceramente que necesitas dormir ―dijo esa voz detrás de mí. No le presté atención y continué evaluando mi reflejo en el espejo.

Mis ojos verdes, o algo parecido al verde, estaban tan apagados que daban un poco de miedo. Los tenía enrojecidos, señal más que suficiente de que estaba cansada. Mi rostro había empalidecido, igual que mis labios y mi pequeña nariz redondeada. Y mis cabellos, de un rubio oscuro, reposaban sobre mis hombros en unos rizos casi inexistentes. No tenía buen aspecto, parecía enferma.

― Espero no tener esta pinta por la mañana ―dije sin esperar una respuesta. Olvidé que hacía poco había perdido la chaveta.

― Yo dije lo mismo la noche que descubrí que era invisible. No funcionó.

Suspiré una vez, dos, tres... Una más no haría daño, ¿no? Daba igual, tenía que dormir. Esa era mi misión. Fuera quien fuese o me pasara lo que me pasase, todo se solucionaría durmiendo. Todo se solucionaba durmiendo. Era el lema de mamá. Así que decidí evitar preguntas como; ¿Vas a dormir tan campante con alguien en la habitación? O; ¿Y si no estás loca y existe de verdad? ¡Puede tocarte! O; ¿Acaso te has hecho esa pregunta realmente? ¿Estás loca?

No. Definitivamente era mejor dejar de pensar, meterse en la cama y dormir. Con un poco de suerte, mañana todo habría desaparecido.

― Oye... ¿Dónde narices quieres que duerma yo? ―Con un gruñido me tapé la cabeza con la almohada.

Iba a ser más difícil de lo que pensaba ignorar esa voz que no quería creer que existía realmente. Verdaderamente difícil.

Cerré los ojos con fuerza, decidida a dormirme de una vez por todas. La voz no parecía insistir en hablar, así que dejé de tapar mis oídos con la almohada e intenté relajarme. Si no pensaba en nada podía confundir los sucesos anteriores como algo muy lejano, como un sueño. Olvidando que el mundo existía y que yo formaba parte de él. Dejando que me invadieran los sueños y me transportaran a un mundo de inconsciencia, de felicidad ante la ignorancia. Incluso una pequeña pesadilla vendría bien en estos momentos. Cualquier cosa que no me hiciera pensar en lo sucedido.

La oscuridad me invadió, dejándome llevar por la sensación de tranquilidad que te rodea antes de empezar a soñar. Un sueño lleno de luz y cosas imposibles que...

― Bueno, entonces... supongo que tendremos que compartir la cama.

Escuchar esa voz otra vez logró que abriera de nuevo los ojos de par en par y me incorporara de golpe. Observé la cama con atención, pero no había nada que me advirtiera que él se había sentado. Me aparté hasta chocar contra la pared y recogí mis piernas hasta pegarlas al pecho. No ocurrió nada. Respiré entrecortadamente mientras intentaba mantener los ojos abiertos, pero cada vez era más complicado. Había sido un día de locos, solo quería cerrar los ojos y dormir. Sólo dormir.

― Pareces asustada.

― ¿No... no te parece que tengo motivos para estarlo? ―dije con cierto tono sarcástico.

― ¿Y crees que yo no lo estoy? ¿Quién es aquí el chico invisible?

Cerré los ojos unos instantes, esto empezaba a superarme. Agaché la cabeza apoyándola en mis rodillas e intenté controlar mis nervios.

― Oye... Estoy muy, muy cansada. ¿Crees que podemos dejar esta locura para mañana?

Los segundos pasaron, pero parecía que no iba a contestar. Abrí de nuevo los ojos y miré en todas direcciones a pesar de saber que no iba a verlo.

― ¿Hola? ―probé.

― ¡Oh! Perdona. He asentido con la cabeza, pero no puedes verlo, claro ―dijo evidentemente avergonzado―. Es la costumbre.

Sin saber muy bien por qué, sonreí divertida. Tal vez fuera producto de mi cansancio o mi imaginación desbordante, pero el chico, a pesar de todo, era simpático.

― No importa ―contesté mientras me tumbaba―. Puedes dormir en la cama de abajo. Sólo tienes que... abrirla... ―dije prácticamente dormida. Segundos más tarde escuché el mueble deslizándose hacia un lateral. Sonreí―. Buenas... noches...

― Buenas noches ―dijo divertido―. ¿Cómo te llamas?

― Eris...

― Yo soy Dylan. ―Al ver que no respondía, debió deducir que me habría dormido ya. Sin embargo, recuerdo perfectamente sus últimas palabras antes de que el sueño me invadiera por completo ―. Felices sueños, Eris.

***




Sé que es patético y algo extraño. Normalmente la gente tiene miedo a los sonidos escalofriantes, a los gritos de película de terror, o a las cancioncitas tétricas como la de la película china esa... ¿Cómo se llamaba? ¡Oh, sí! "Llamada perdida". Bueno. Pues a mí me da miedo el silencio. Necesito llenarlo siempre con cualquier cosa. Incluso aunque esté sola. La tele, la radio, la música, mi propia voz... No importa siempre y cuando no haya silencio. Por eso cuando tengo pesadillas normalmente nunca hay voces. Por eso sé que estoy teniendo una pesadilla ahora mismo.

Únicamente se escucha mi respiración y mis pasos silenciosos sobre el suelo. Corro. Estoy corriendo muy deprisa. Y miro hacia atrás cada tanto para comprobar que nadie me sigue. Sin embargo, sé que tengo alguien detrás de mí. Alguien quiere atraparme, y corro todavía más. También está oscuro, pero eso no me importa, no le tengo miedo a la oscuridad. Es más, me gusta. Porque cuando no ves nada te obligas a escuchar, y es cuando todos los sonidos parecen intensificarse. La oscuridad es más segura que el silencio, más acogedora. Así que sigo corriendo sin parar, intentando gritar o decir cualquier cosa sin ningún resultado. Es inútil. No puedo hablar.

Escucho a lo lejos dos pasos más, me giro y veo una sombra que se acerca a gran velocidad. Pero cuando logro verla, dejo de escucharla. Sólo quiere que sepa que está allí. Quiere que tenga miedo. Sin saber muy bien por qué, me detengo en seco. Oh, sí, lo sé. Me he hecho daño a pesar de no sentir dolor. El tobillo da un paso en falso y me precipito contra el suelo. No puedo andar, no puedo hablar, no puedo moverme. Espero a que la silueta termine por acercarse. Respiro más rápido, pero no escucho nada. Es como si realmente no estuviera respirando. Se acerca. Esta justo en frente, solo tiene que agacharse para poder tocarme. Lo veo venir, y justo cuando llega donde estoy yo, pasa de largo. Me giro para ver hacia donde va. No me perseguía a mí. Lo sé porque ahora escucho otros pasos, unos que siguen corriendo. No lo veo. No sé quién es. No hasta que escucho un grito y...

― ¡Eris! ¡Eris! ¡Eris, por Dios!

Al abrir los ojos pude ver el rostro de mi madre delante de mí. Estaba entre extrañada, asustada y preocupada. Me incorporé en la cama, sudada y temblando. Me dolía todo, como si realmente hubiese estado corriendo toda la noche. Y de hecho, con lo sudada que estaba, bien podría ser cierto.

― ¿Ma... mama? ―dije con una voz extraña. Mi madre me destapó de golpe para mirar la herida de la espinilla, la cual seguía vendada.

― El médico dijo que podía subirte la fiebre. Al parecer lo ha hecho. Aunque tal vez también debiste pasar frio, ¿no? ―No esperaba respuesta. Mi madre siempre preguntaba de forma retórica. A no ser que me mirara a los ojos y se cruzara de brazos. Entonces exigía una respuesta. Y rápida―. Son las ocho, deberías llamar al trabajo y avisar que no vas a ir hoy.

― No puedo hacer eso ―dije intentando levantarme de la cama. Mi madre me lo impidió―. No soy una niña. No puedo faltar al trabajo. Me ha costado mucho conseguirlo.

― Ayer casi te matan. ¡Te atacaron al volver del trabajo! Tienes un corte enorme en la pierna y has tenido fiebre toda la noche. ¡Acabas de despertarte gritando! ―La preocupación en su voz era tan evidente que me obligué a quedarme en la cama―. No irás. Mañana haz lo que quieras, pero hoy te quiero en casa. Nos diste un susto de muerte...

Mi madre se apartó de mí y cogió mi móvil. Me lo tendió y se cruzó de brazos. Esperaba que marcara el teléfono de la jefa para avisar que hoy no iría. Estaba segura de que no se marcharía de la habitación hasta que lo hiciese.

Con un suspiro pesado, desbloqueé el teléfono y busqué el número de mi jefa en la agenda. El nombre ―Nerea Jefa― estaba en la sección de llamadas recientes. Marqué descolgar y empezó a llamar. Como esperaba, no me lo cogió. Colgué y miré a mi madre.

― No contesta ―dije frustrada. Ella no se movió. Con otro suspiro cansado, volví a insistir. En total dos veces más hasta que, finalmente, descolgó.

¿Sí? ―preguntó Nerea al otro lado de la línea.

― Hola, soy Eris Arnaiz, una de sus empleadas. Hace poco que trabajo en el Green Dog... ―La voz al otro lado se quedó en silencio unos segundos haciéndome sentir realmente incómoda.

¡Oh! ¡Sí, sí, Eris! La jovencita rubia. ¿Ocurre algo? ―preguntó al fin.

― No... bueno, en realidad solo un pequeño contratiempo...

¿Algo sobre el pago? No te preocupes por eso, Eris. Somos muy puntuales con el sueldo.

― ¡No! No, no, no es eso. Es que... verá, yo quiero ir hoy a trabajar, de verdad que estaba a punto de ir. Pero ayer me atacaron unos hombres al salir del trabajo y...

¡Dios mío! ―me cortó Nerea―. ¿Estás bien? No deberías ir sola por ciertos sitios, sabes que mi hija puede acompañarte, termina a la misma hora que tú, ¿verdad?

¡Oh, sí! Aina es hija de la jefa. No lo había mencionado, ¿verdad?

― Sí, sí, me lo dijo, pero como yo voy en coche... No quería molestar.

¡No es ninguna molestia, mujer! Pero siento cierta responsabilidad para con mis empleados. Y Aina me ha dicho cosas muy positivas de ti. Eres muy trabajadora.

― Gracias ―dije algo incómoda. ¿Cómo iba a decir, después de esto, que hoy no iba a ir a trabajar?

No te preocupes por nada, Eris. Seguramente te llevaste un buen susto. ¿Pero estás bien? ―preguntó de nuevo. Esa era mi oportunidad.

― En realidad no demasiado. Por eso llamaba. ―Respiré hondo―. Verá, resulta que intenté escapar de esos hombres, y aunque dentro de lo malo salí airosa, bueno, me hice un corte y...

De repente el móvil ya no estaba en mi poder. Mi madre me lo había arrebatado y hablaba como si nada... ¡con mi jefa!

― Hola, es usted la jefa de mi hija, supongo. Verá hoy no podrá ir a trabajar. Anoche la atacaron y llegó a casa con un corte profundo en la pierna. Tuvimos que ir a urgencias y esta noche ha tenido fiebre. Como comprenderá, no está capacitada para salir de casa.

― ¡Mama! ―dije con un grito silencioso. Mi rostro estaba totalmente rojo. Intenté quitarle el teléfono, pero fue inútil. No tenía fuerzas―. ¡Dios! Devuélveme...

― Ahora le paso a mi hija, un placer conocerla.

Me tendió el móvil. Con manos temblorosas volví a ponerme el auricular en la oreja.

― Lo... lo siento mucho. Mi madre está muy preocupada y...

Eris, tranquila. Es totalmente comprensible. Parecías tener apuros en decir que no ibas a venir hoy a trabajar ―dijo la voz tranquilizadora de Nerea―. Está bien, te lo iba a decir yo de todos modos. Me siento en parte responsable por lo ocurrido. No pasa nada. Vente mañana si te encuentras mejor, ¿vale?

― Estaré mejor ―aseguré convencida―. Gra... gracias. No volverá a ocurrir.

Espero que no. No me gusta que ataquen a mi personal ―dijo terminando la frase con una risa―. Avisaré a mi hija y todo estará solucionado. No te preocupes más y descansa.

― Gracias.

Y deja de decir gracias ―dijo con voz amable.

― Gra... Esto, sí. Hasta mañana ―me despedí con los nervios a flor de piel.

Adiós... ―Y colgó.

Miré mi móvil unos instantes como si se tratara del bicho más extraño del mundo, luego a mi madre. Su postura se había relajado y estaba a punto de salir por la puerta.

― No vuelvas a hacer eso, mama. Lo digo en serio. No me tomarán en serio si...

― Di las cosas claras y sin miedo, hija. He estado muy preocupada ―me interrumpió abriendo la puerta.

― Mama, estoy bien, de verdad. ―Mi madre salió del cuarto. Sin volverse y antes de alejarse, acarició el marco como si se tratara de la cosa más valiosa del mundo.

― He tardado cinco minutos de reloj en despertarte. No reaccionabas. ―Luego me miró por encima del hombro―.Sé que no tengo derecho a decirte esto, pero no me gusta este trabajo.

La puerta se cerró dejándome en mi habitación sola. Me levanté de la cama tropezándome con la de abajo ―la cual estaba abierta―, y me acerqué al espejo. Tenía un aspecto lamentable. Mi pelo era un revoltijo, tenía ojeras y las mejillas muy sonrojadas. Mis ojos eran más verdes que de costumbre porque seguían rojos, y los labios secos confirmaban que el sudor me había dejado algo deshidratada. Me aparté del espejo y busqué una toalla, tenía que ducharme. Empecé a quitarme la camisa de dormir cuando caí en la cuenta de algo, o más bien de alguien. Aunque podía tratarse también de una pesadilla. Volví a dejar la camisa en su sitio y me giré.

― ¡Casi! ―gritó la voz confirmando que no había sido una pesadilla―. ¿Sabes? Creía que realmente ibas a hacerlo. Desde luego habría sido la mañana mejor empezada de la historia. O al menos de mí historia. ―Estaba segura de que esa afirmación habría ido acompañada de un encogimiento de hombros. Si lo viera, claro estaba.

― Sigues aquí... ―murmuré sin tener ni siquiera fuerzas para asustarme.

― ¿Y dónde iba a estar? ―dijo como si el hecho de ser invisible y estar en mi habitación fuera lo más normal del mundo―. Oye, tu cama es algo incomoda, mañana duermo en la tuya.

― Espera, espera ―renegué mientras me apoyaba en la mesita de noche―. ¿Mañana? ¿Es que piensas quedarte?

― Tú eres la única que puede oírme y también tocarme. Vale, no puedes verme, pero has ganado más puntos que el resto del mundo ―dijo sentándose en la cama de abajo. Lo supe porque la esquina se había hundido bajo su peso. Al menos estaba claro que era sólido―. Así que he decidido que me ayudarás a que vuelva a ser visible.

El exceso de información me provocó un fuerte dolor de cabeza. Eso y el corte. Comencé a andar por la habitación y respiré con cierta dificultad.

― A ver. ¿Has decidido? ¿Tú y quién más?

― Sí digo que lo he decidido no incluye a nadie más. ―Miré hacia donde se suponía que debía estar y me acerqué furiosa.

― ¡Exacto! Pero resulta que tú decisión me afecta directamente. ¿Cómo puedes decidir algo sobre mí? ―dije intentando moderar el tono de voz. Si hablaba demasiado alto mi madre volvería a entrar en la habitación. ¿Y cómo explicaría entonces que la cama estuviese hundida de ese modo? O peor. ¿Cómo explicaría el estar hablando sola?

― Ayer te salvé la vida ―dijo sin más. Dejé escapar una carcajada.

― ¿Y por eso te debo un favor o algo por el estilo? ¿Me salvaste por eso?

― Claro. ¿Por qué sino? ―La respuesta fue tan natural y sencilla que logró dolerme y enfurecerme más. Algo que, con la evidente fiebre, no era bueno.

― ¡No te debo nada! ¡No tengo por qué ayudarte! ¡Nadie te pidió que me salvaras, estaba bien! ¡Podía salvarme yo sola perfectamente!

― Oye... tranquila... no te pongas histérica...

― ¡No me pongo histérica! ―chillé.

Respiré con dificultad y empecé a verlo todo borroso. Estaba mareada, deshidratada y tenía mucha fiebre. Lo notaba. Mis piernas se doblaron y comencé a caer. Antes de tocar el suelo, algo ―o alguien― me cogió en volandas. Las manos que me sujetaban eran fuertes, cálidas y algo rudas, las manos de alguien que las ha utilizado para trabajar. Me levantó como si no pesara, apoyándome contra su cuerpo. Era muy alto, o eso me parecía en comparación con mi metro cincuenta y tres de altura, centímetro arriba centímetro abajo. ¿Cómo sería? Por su voz, no debía tener más de veinticuatro o veinticinco años.

Me tendió en la cama con cuidado justo en el momento en el que mi madre llamaba a la puerta.

― ¿Eris, estás bien? ―preguntó.

― Estoy bien ―me obligué a decir―. No te preocupes.

― Estoy en el comedor. Si necesitas algo...

― Sí, tranquila.

Escuché el sonido de sus pasos alejándose. Volvía a estar sola. O más o menos sola. Su mano seguía sujetándome por la nuca manteniéndome levemente elevada.

― He vuelto a salvarte ―informó socarrón. Mis labios se apretaron mientras cerraba los ojos. Estaba tan cansada.

― No vale. No te he pedido que...

― No es necesario que me pidas ayuda. Sé cuando alguien la necesita. ―Su voz sonó tan ruda que pareció, por un momento, que no era el mismo chico que había hablado antes―. Lo cual debería ocurrirte a ti también. Yo te salvo sin que me lo pidas, podrías mostrar la misma consideración. ¡Pero mira, te lo pondré más fácil! Yo sí te la pido. ―Su voz volvió a escucharse sarcástica y despreocupada de nuevo.

― De acuerdo. Mira, Dylan... ―comencé.

― Vaya, recuerdas mi nombre ―me interrumpió realmente sorprendido.

― Nunca olvido un nombre. Y menos uno tan molesto como el tuyo. ―Su risa pareció una melodía musical perfecta.

― ¿Mi nombre es molesto? ¿O te refieres a mí? ―consultó divertido. Yo suspiré mientras me reía con una mueca de dolor.

― No preguntes. No quieres saber la respuesta. ―Volvió a reírse. Parecía muy alegre. Era un chico con mucho morro, todo hay que decirlo, pero también parecía muy feliz, o intentaba serlo. Me contagiaba su buen humor, y eso no lo conseguía mucha gente―. Lo que iba diciendo. Por ahora voy a ducharme. Cuando sea persona hablamos sobre lo que te pasa y por qué...

― ¿Por qué soy invisible?

― Exacto ―dije levantándome. La mano grande de Dylan me ayudó a incorporarme.

― ¿Quieres que te acompañe y te aguante de pie mientras te duchas?

Fue una petición tan sencilla y casual que casi acepto sin pensarlo. Sin embargo, le dirigí una mirada ―que seguramente no coincidiría con el lugar donde él estaba realmente― que habría dejado helado a cualquiera.

―Me quedo aquí ―añadió.

― Vuelvo en cinco minutos ―dije mientras salía de la habitación.

― ¡Ja! Tengo una hermana, y la última vez que dijo eso llegamos dos horas tarde.

La exclamación la escuché desde detrás de la puerta. Pero no pude evitar reírme a pesar de que ya no me veía. Sí, era cierto. Conocía a un par de chicas que hacían lo mismo. Pero cuando yo decía cinco minutos eran cinco minutos.

***

Antes de volver a entrar en la habitación, me dirigí al cuarto de mi hermano mayor para robarle una camisa de dormir de manga larga y unos pantalones que me iban enormes. El mío había quedado inservible, al menos hasta que se volviera a lavar. El sudor había desaparecido, y me sentía débil pero mucho mejor que antes. Seguía teniendo frío y la herida no parecía estar muy mal. Había vuelto a vendarla con cuidado y con la crema que el médico me recetó para que cicatrizase antes. Intentando no tocar mucho los puntos, claro.

Oh, sí. Puntos. En total fueron cuatro, y fueron los peores minutos de mi vida. Seguía doliéndome la pierna, una barbaridad en realidad, pero al menos la fiebre contrarrestaba el dolor y confundía las prioridades. Es decir, no tenía ni idea de qué me dolía más, si la cabeza o la pierna. Lo cual estaba bien porque... Me estoy liando. ¿A quién le importa el estado de mi pierna? Ni siquiera a mí me importaba. Lo que realmente me preocupaba era cierto chico invisible que se encontraba en mi habitación. ¿Quién era? ¿Cómo era posible que fuera invisible? ¿Y por qué podía escucharle pero no verle?

Me sequé el pelo rápidamente con la toalla manteniendo la cabeza boca abajo. Al incorporarme tuve que apoyarme en el marco de la puerta para evitar caerme al suelo. Vale. Estaba claro que tenía que mantenerme en la cama durante todo el día. Al menos hasta que me bajara la fiebre.

Con un montón de preguntas y dudas, abrí la puerta de mi habitación vestida con el pijama de mi hermano y con el pelo mojado sobre los hombros. Curiosamente, mi ordenador estaba encendido y parecía que alguien lo estaba utilizando. ¡Y no solo utilizando, sino cotilleando!

― ¿Lo has escrito tú? ―me preguntó. Seguramente estaría mirándome en esos instantes, aunque tal vez seguía leyendo.

Me acerqué al instante tropezándome con sus brazos apoyados en la mesa, y cerré el ordenador de golpe. Mis mejillas ardían, aunque ahora más de vergüenza que por la fiebre.

― ¿No te han dicho nunca que mirar cosas ajenas sin permiso es de mala educación? ―dije deprisa y avergonzada.

― Tranquila, no me ha dado tiempo de mirar mucho. Al parecer te tomas en serio los cinco minutos. ¡Estoy impresionado! ―exclamó levantándose de la silla. O tal vez acomodándose más, no sabría cómo interpretar ese movimiento.

― No cambies de tema. ¡No puedes mirar mis cosas! Y si quieres hacerlo al menos pídeme permiso ―dije alejándome y sentándome en la cama con las piernas cruzadas.

― ¿Puedo mirar el ordenador? ―preguntó con paciencia.

― ¡No!

― ¿Lo ves? Esto es lo que pasa cuando se piden las cosas. ¡Como siempre he dicho; es mejor pedir perdón que permiso!

Sin poder evitarlo puse los ojos en blanco y me acomodé mejor en la cama colocando el cojín detrás de mi espalda.

― Esa suele ser la frase de los maleducados ―murmuré. Me toqué la frente de nuevo, estaba ardiendo. Vaya día me esperaba.

La silla se retiró todavía más mientras me recostaba en el respaldo con la mano en la frente. Al instante, la cama se hundió a mi lado y una mano fresca sustituyó la mía provocando un alivio inmediato.

― Estás ardiendo. ¿A cuánto estás? Pareces un radiador ―comentó provocando que riera levemente. Hasta reír me cansaba.

― Hace un rato a treintaiocho. Me he tomado un ibuprofeno, a ver si baja un poco.

― Descansa. Te prometo que no miro nada más ―dijo con voz apagada. Abrí los ojos un poco, intentando localizar más o menos dónde estaba.

― No sé... creo que no podría descansar sabiendo que estás por aquí.

Sus brazos se colocaron a lado y lado de los míos, obligándome a echarme en la cama. Estaba tan débil que no pude hacer otra cosa que obedecer. Me quedé quieta en la cama mientras él me tapaba. Ese gesto me hizo pensar que tal vez su hermana era más pequeña que él. Tal vez tuvo que hacer aquello en más de una ocasión.

― ¿A tu hermana pequeña también la acostabas en la cama y la cuidabas cuando estaba enferma? ―dije sin poder evitarlo.

Pude percibir su sonrisa y buen humor antes de que contestara.

― ¿Cómo sabes que es más pequeña que yo? ―Al ver que no decía nada, siguió―. Sí. En realidad, tú me la recuerdas un poco.

No dijo nada más. Parecía reacio a hablar sobre el tema. Tal vez ya no vivía con ellos. O tal vez llevaba tanto tiempo siendo invisible que...

― ¿Cuánto hace que estas... eres... bueno...?

― ¿Invisible? ―finalizó por mí. Yo asentí con la cabeza―. Pues... creo que aproximadamente un par de semanas. Aunque no sabría decírtelo con certeza, el tiempo pasa de un modo extraño cuando no sabes qué hacer.

Era cierto. Seguramente, si no hablabas, ni te relacionabas con nadie y no hacías nada, el tiempo era infinito e irreal. Como si una hora fuesen veinte y veinte se redujera a un minuto. Lo único relevante era lo que ocurría. Lento o rápido, eso daba igual. Tampoco debías notar la diferencia.

― ¿No has encontrado a nadie más que pueda escucharte... o incluso verte? ―pregunté.

― Ya te he dicho que no. ¡Quieres descansar! ¿Cómo vas a dormirte si no paras de hablar? ―me preguntó apartándose de la cama.

El silencio volvió a invadir la habitación y me vi obligada a hablar de nuevo. No contesté a su pregunta. En todo caso, volví a mis propias preocupaciones.

― ¿Cómo te diste cuenta de que eras invisible?

― ¿Es que no puedes estarte callada? Tienes que descansar, tienes fiebre. Luego hablaremos. ¿No voy a irme a ninguna parte, recuerdas? ―dijo divertido y a la vez nervioso.

― Sí, eso me ha quedado claro. No voy a librarme de ti ―dije riendo. Él pareció taladrarme con la mirada. Era curioso que, aunque no podía verlo, era completamente consciente de su mirada cuando esta se dirigía a mí.

― ¡A dormir! ―Y esa afirmación no dejaba lugar a más réplicas.

El silencio se hizo tan pesado que era incapaz de dormir. Normalmente, cuando es de noche acostumbro a ponerme una leve música o me duermo con el ruido de la televisión. Cuando no es el caso, mis padres están todavía despiertos y los escucho desde mi cama. Eso me reconforta. Pero ahora era de día. Mi madre estaba en el comedor, y no tenía la televisión encendida. Los vecinos estaban trabajando, por lo que curiosamente todo se encontraba en un silencio mayor que por la noche. Como vivía en un piso pequeño y apartado del centro ―y además en un barrio en el que no pasaban apenas coches―, todo era muy tranquilo. Demasiado tranquilo.

― No tengo sueño. Podríamos hablar esto aho...

― Eris. Sí que tienes sueño. Se te cierran los ojos ―hizo una pausa―. No voy a tocar tus cosas ni voy a cotillear más, si es eso lo que te preocupa. Te lo juro ―dijo con sinceridad. Me mordí el labio.

Miré hacia todas partes, incapaz de dormirme. Necesitaba que siguiera hablando.

― Es que... No me gusta el silencio ―confesé avergonzada.

― ¿No te gusta? ―Yo negué con la cabeza.

Dylan se sentó de nuevo en la cama, a mi lado, y volvió a taparme con las sabanas. Seguía con fiebre.

― Tengo veinticuatro años ―comenzó―. Estoy estudiando Bellas Artes ahora mismo, y no tengo novia. No te preocupes.

Extrañada, fruncí el ceño. ¿Qué estaba haciendo? Su voz sonaba tranquila, y algo socarrona en ciertos momentos.

― ¿Qué dices?

― No te gusta el silencio, ¿verdad? ―apuntó despreocupadamente. Seguramente un encogimiento de hombros habría quedado bien en esa frase.

― Sí, pero...

― No hace falta que me escuches. Yo hablo y tú duermes, ¿vale?

Sin poder evitarlo esbocé una sonrisa. Tenía mucho morro, muchísimo, pero también mucho sentido de la oportunidad. Relajándome, me recosté cómodamente en la cama y dejé que él siguiera hablando. Recuerdo que dijo algo sobre su familia, y sobre sus amigos. También que era muy popular entre las chicas y que no me pusiera celosa. Eso me hizo reír, porque su tono de voz tenía implícita la broma y tuve claro que no hablaba en serio. Intentaba que me relajara, y comenzó a explicarme lo que hacía en su curso. La gente que había, las cosas que aprendía...

Poco después, me quedé dormida. 

---------------

¡¡¡Capítulo 2!!! :) ¿Qué os parece? Espero que esté gustando ^^

¡¡¡Gracias por leer!!!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro