11 Recobrando fuerzas
El viaje de vuelta fue pesado e incómodo. Dylan no dijo nada desde que salimos de Barcelona a parte de lo necesario, como qué vía coger, a qué hora salía el tren, entre otras poco relevantes. Lo agradecí en cierto modo. Estaba colapsada de información y de estado de ánimo. Necesitaba urgentemente dormir unas horas, y por encima de eso, una ducha bien calentita. Como ya no llevaba la sudadera, a pesar de ser de día y no hacer tanto frío como por la noche, el clima no era cálido y estaba destemplada. Por suerte, el día anterior había tenido la brillante idea de ponerme un jersey de cuello alto y manga larga. Digo por suerte porque normalmente debajo de la sudadera, como no solía quitármela, llevaba un jersey de tirantes. Sin embargo, ese viernes había hecho mucho frío y cualquier capa de más era bienvenida.
Estuve mirando largo rato por la ventana antes de dormirme profundamente en el asiento del tren con la cabeza apoyada en la ventanilla. El zumbido de esta cuando el tren estaba en marcha me relajaba, aunque procuré que el golpe en la cabeza ―oculto, gracias a dios, por el flequillo― no chocara contra el cristal.
Dos horas más tarde, Dylan me despertó con suavidad para avisarme que a la siguiente parada tendríamos que bajar. Como el tren estaba bastante vacío, Dylan no tuvo problemas con nadie que quisiera sentarse a mi lado. Fue un viaje tranquilo, a pesar de todo.
Cuando bajamos en Salou ―¿Había dicho ya dónde vivía? Seguramente no, siempre olvido estos detalles―, fuimos directamente a mi casa cogiendo un autobús. No acostumbraba a hacerlo porque el trayecto andando era agradable, pero estaba cansada y apenas podía caminar en línea recta.
Al llegar nos encontramos con una casa desierta. Miré mi móvil por primera vez desde que había salido de Barcelona y encontré un único mensaje de Ares, mi hermano.
≪He ido con mamá a comprar. Me he llevado el coche. Cuando llegues, dime algo. Besitos, bichito. No te metas en más líos.≫
No pude evitar sonreír mientras leía el mensaje. Conocía a mi hermano más que a mí misma y sabía perfectamente por qué habían salido. Ares habría calculado cuándo llegaría y me había permitido cierta intimidad. Aunque eso no me libraba de una charla. Es más, precisamente por eso iba a tenerla.
Suspiré.
― Dyl... ―murmuré―. Voy... a ducharme. No tengo ni idea de qué aspecto tienes tú, pero yo estoy hecha un desastre. Luego, si quieres, puedes ducharte tú. ¿Te importa si lo hago yo primero? ―dije cansada y dirigiéndome al baño.
― Ves.
No dijo nada más. Fue tan breve y apagado que por un momento creí que lo había imaginado. Sin darle mucha más importancia me dirigí al baño con una toalla. Lo primero que hice fue lavarme los dientes. Aunque habían pasado unas tres horas más o menos, seguía notando la garganta áspera y la boca reseca con un regusto extraño. El dentífrico intenso de menta logró reconfortarme un poco, pero hasta que no me metí en la ducha no noté realmente una mejora. Apenas me tenía en pie, así que tuve que sentarme en la bañera mientras me enjabonaba.
Tardé más que de costumbre porque mis músculos me dolían y me costó muchísimo lavarme toda la mugre del pelo y quitarme el olor a sangre del cuerpo. Al final me rendí, pues me había lavado el cuerpo seis veces y seguía oliéndome a sangre.
Diez minutos después me levanté de la bañera y cogí la toalla moviéndome tan deprisa que me tambaleé. Con las manos temblorosas me sujeté al borde de la bañera e intenté sentarme de nuevo, pero resbalé y me golpeé contra ella. Reprimí un gemido e intenté volver a levantarme. No llegué a conseguirlo.
― ¿Eris? ¿Estás bien? ―me preguntó Dylan al otro lado de la puerta.
― Hum... ―fue lo único que pude decir. Apenas me salía la voz e intenté aclarármela―. S.. Sí. No te preocupes.
― ¿Estás segura? ―me preguntó de nuevo. Entonces hice algo que no debería haber hecho; intentar levantarme de nuevo.
Mi pie resbaló con el suelo de la bañera y me golpeé la cabeza al caer de nuevo. El ruido y mi gemido de dolor fueron inevitables. Y al parecer, que la puerta se abriera de par en par también lo fue. Debería haber cerrado con pestillo...
― ¡Eris! ―gritó cerca de mí―. ¡Suerte que estabas bien! ―dijo con la voz enfadada y cargada de sarcasmo.
― Dyl, no estoy vesti...
― Calla ―me interrumpió con brusquedad.
Sus manos terminaron de cubrirme a la perfección con la toalla que tenía encima y me cogió en volandas para sacarme de la bañera. Mi cabeza me daba vueltas mientras me depositaba encima del retrete y dejaba la puerta del baño abierta de par en par.
― No me extraña que te hayas mareado, esto parece una sauna ―murmuró sin dejar de sujetarme por los brazos.
Sus manos estaban frías en comparación con mi cuerpo cálido por el agua caliente, pero el frío estaba bien. El aire de fuera enseguida logró devolverme a mi temperatura normal, y Dylan cerró la puerta cuando consideró que ya había entrado el suficiente. Sus manos tocaron mi frente dañada refrescándola, sonreí ante la agradable sensación. Noté la toalla a mi alrededor aflojarse un poco, y sus manos, amablemente, la devolvieron a su sitio antes de que descubrieran más de lo que querría enseñar. Abrí los ojos y no pude evitar sonreír, estaba mirándole a la cara. Su respiración ahogada me confirmó que se había dado cuenta.
― ¿Sabías que el vapor te delata?
Dylan alzó los brazos un poco y su cabeza se inclinó para verse a sí mismo. Mirando a todas partes comprendió lo que intentaba decirle. Como el baño estaba lleno de vapor, podía ver su silueta ocupar un espacio visible.
― Es... extraño verte mirándome a la cara ―murmuró. Estaba arrodillado justo delante de mí, con una mano aferrada a mi brazo y la otra tocando de vez en cuando mi rostro para enfriarlo―. Estás muy débil ―aseguró―. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?
Lo pensé un instante. Era casi la hora de comer. Así que...
― Pues debe hacer ya las veinticuatro horas... ―murmuré―. Desde la hora de comer de ayer, creo.
― Entonces, lo que realmente me sorprende es que puedas mantenerte en pie ―dijo a la vez que me cogía en brazos de nuevo―. Sujétate a mi cuello, te llevaré al comedor para que puedas comer algo.
― Dyl. Si aún no estoy vestida ―murmuré obedeciendo su petición.
Su rostro se giró hacia mí y noté su respiración cerca de mi cara. Se tensó un poco y me soltó con gestos mecánicos. Lo miré extrañada.
― ¿Qué...?
― Podrías haberte ahorrado ese comentario ―murmuró. Y entonces lo entendí. Estaba avergonzado.
Sin poder evitarlo me reír. Él no pareció compartir mi buen humor.
― No te rías ―murmuró con voz apagada.
― Sí, sí me río. ¿Has entrado en el baño, me has tapado, me has sentado e ibas a llevarme en brazos sin caer en la cuenta de que no llevo ropa?
― Intentaba no pensar en ello ―murmuró mientras se levantaba del suelo y se alzaba cuan alto era.
― ¿Y por qué no querías pensarlo? Siendo invisible podrías aprovechar la ocasión. Cualquier chico lo habría hecho. No voy a culparte por ello. Aunque no tengo un cuerpo escultural, sigo siendo una chica. Apuesto a que sientes curiosidad ―lo provoqué.
― ¿Podrías intentar no burlarte? ―dijo malhumorado―. No tiene gracia. He entrado porque te habías caído, podrías haberte matado. ¿Crees que me aprovecharía de esta situación cuando tú estás mareada y herida? ―dijo ofendido.
Me quedé muda un instante. No había querido decir eso, solo intentaba relajar el ambiente. Porque muy en el fondo era plenamente consciente de que estaba desnuda, cubierta únicamente por una toalla, delante de él.
― Dyl... no quería decir...
― Intento ayudarte, Eris. No tengo dobles intenciones. El único motivo por el que he entrado es porque yo... estaba... yo...
― ¿Preocupado? ―dije a media voz y con el asomo de una sonrisa. Él afirmó con la cabeza mirando hacia otra parte.
― Pero tú tienes que recordarme que no estás vestida cada dos por tres ―exclamó indignado―. Ya me ha costado bastante entrar sin prestar atención a nada más que en lo que te había ocurrido como para que encima vayas recordándome que solo llevas puesta una toalla. ¿Pretendes torturarme?
Mi boca se abrió de par en par inconscientemente. Dylan pareció darse cuenta de lo que había insinuado sin apenas proponérselo, y eso logró turbarlo más aún. Su voz tartamudeó un poco intentando explicarse, pero lo único que hizo fue empeorarlo. A esas alturas seguramente parecería un farolillo.
Entonces escuché la puerta.
― ¿Eris? ―preguntó la voz de mi madre.
Nerviosa, me levanté apresuradamente para cerrar la puerta con el pestillo al mismo tiempo que lo hacía Dylan. Mis piernas volvieron a fallarme y trastabillé hasta chocar contra ella. Dylan me sujetó para ayudarme, pero en el intento la cosa no terminó demasiado bien para ninguno de los dos ―aunque depende de cómo se mire―.
Ayudada por Dylan intenté recobrar el equilibrio, pero pisé la toalla y al alzarme cayó al suelo. No contenta con eso, resbalé y con un fuerte golpe quedé apoyada contra la puerta... con Dylan pegado a mí.
― ¿Eris? ―preguntó mi madre dando unos pequeños golpecitos a la puerta del baño.
― Estoy bien... mamá... ―me obligué a decir―. Sólo estaba... dándome un baño...
― ¿Y ese ruido?
― Déjala mamá ―murmuró Ares, mi hermano, al otro lado de la puerta―. ¿Quieres comer algo? Hemos traído pollo alas.
― De... de acuerdo... ―murmuré.
― ¡No tardes!
― ¡No! ―dije.
Los brazos de Dylan estaban a lado y lado de mi cara, apoyados contra la puerta. Su rostro era el único que no tocaba mi cuerpo, pues todo su peso reposaba sobre mí. Lo peor fue ser consciente de que ya no llevaba la toalla que me cubría...
― Yo... lo siento... no pretendía... ―murmuró avergonzado intentando moverse pero empeorando la situación.
― No te preocupes... ―murmuré agachando la mirada―. Ha sido culpa mía...
Dyaln empezó a separarse poco apoco y dejé de sentirme aplastada contra la puerta. Tenía una mano fuertemente sujeta al pomo para evitar caerme, así que no pude evitar quedarme allí plantada cuando él se apartó. No puedo asegurar que no me viera, seguramente lo hizo, pero no tardó ni medio segundo en recoger y darme la toalla. Me la enrosqué alrededor del cuerpo. Mi rostro estaba encendido, y desde luego no por el calor. Aunque lo único que quería era salir de ese baño infernal, en cuanto me cubrí de nuevo con la toalla supe que Dylan me estaba observando. La intensidad de su mirada logró estremecerme.
― Eris... ―Su voz apenada me obligó a alzar el rostro―. Perdóname. ―Me reí, los nervios me obligaron.
― No. Dyl, no ha sido culpa tuya. No tengo que perdonarte na...―Pero Dylan no había terminado.
Se acercó a mí mientras seguía avergonzada. Alzó un poco más mi rostro con delicadeza y posó sus labios sobre los míos. El beso no tuvo nada que ver con el que había recibido en el callejón. Este fue delicado, como una caricia. Fue... dulce. Cerré los ojos sintiendo su contacto y me quedé quieta. Me vi incapaz de moverme.
Luego rompió cuidadosamente el beso.
― No me refería a lo de antes ―murmuró. Alcé la mirada. Aunque no podía ver sus ojos sentí que los tenía justo delante. Esos azules, de mi color favorito, como él había dicho―. Sé que voy a hacerte daño. Aunque nunca he querido y nunca querré causártelo. Así que solo puedo esperar que algún día puedas perdonarme. Porque ya no puedo hacer nada para impedir que sufras.
Fruncí el ceño con extrañeza. Entonces, lo entendí. Estaba confesándome lo que yo ya había descubierto horas antes.
― Lo has recordado ―dije con convicción―. Ya sabes quién eres, ¿verdad?
― Sí, y no te va a gustar ―Antes de que pudiera decir nada se alejó más y abrió el pestillo―. No te va a gustar nada.
Agaché la cabeza y abrí la puerta. Antes de salir, Dylan me tomó del brazo y acercó sus labios a mi oreja.
― Solo voy a pedirte que confíes en mí ―me dijo en voz baja―. A pesar de quién soy... Yo... ya no puedo cambiar lo que he hecho. Y aunque vaya en contra de todo en lo que creo y lo que soy, quiero salvarte.
― Pero no puedes decirme de quién ni qué eres, ¿no? ―Él sonrió cerca de mi oído.
― Si te lo dijera... no te fiarías de mí. Y seguramente me tendrías miedo.
― Nunca te temería, Dyl ―afirmé. Sus labios rozaron el lóbulo de mi oreja levemente.
― Ojalá pudiese creerte.
***
Hay dos cosas que adoro y a la vez detesto de mi hermano Ares. La primera es su excesiva intuición. La segunda, su exagerada preocupación por mí.
― Suéltalo ―dijo cruzándose de brazos después de cerrar la puerta de su cuarto tras de sí.
― Ares... ¿Qué quieres que...?
― Desde que llegué has estado como ausente. Más de lo normal ―comentó sin dejarme hablar―. A principios de semana llegaste a casa herida. Sí, mamá me lo ha contado ―puntualizó antes de que pudiera replicar nada―. Dos días después, no vas a trabajar por la tarde y pones como excusa que vas al médico. No, mamá no lo sabe. Tu amiguita, Aina, llamó a casa poco después de que llegáramos y tú te fueras a tu habitación ―siguió. Mi rostro, a la vez que hablaba, iba palideciendo cada vez más―. Y ayer vas a Barcelona, tienes otro accidente y regresas al día siguiente como si no hubiera ocurrido nada.
Me quedé muda unos instantes pensando que tal vez iba a decir algo más. ¿Cómo era capaz de recordar todo eso? Yo apenas era consciente de la mitad.
― ¿No vas a decir nada? ―me preguntó. Al parecer había permanecido callada demasiado tiempo.
Suspiré.
― No sé qué decir ―confesé―. He tenido una semana mala.
Ares se acercó a mí con el ceño fruncido. Me retiró el flequillo con rapidez, pero con cuidado. Intenté retroceder e impedir sus intenciones sin mucho éxito.
― Que te despidan del trabajo, que se te joda el coche o pierdas la cartera por el camino, eso es tener una mala semana. Esto, hermanita, no es tener una mala semana ―dijo enfadado mirando el hematoma que tenía en la cabeza―. ¿Qué ha ocurrido?
― Na...
― No te atrevas a decir nada ―me cortó.
Alcé la cabeza con decisión y retiré su mano con brusquedad. Frustrada, lo aparté de mi lado para poder pensar, Ares no me lo impidió. ¿Por qué insistía en hacerme preguntas que no podía contestar? A mí también me gustaría saber qué había ocurrido realmente esta semana. Por qué de repente tenía un amigo invisible ―y no de los que se hacen regalos― y por qué dicho amigo me había metido en un montón de problemas que no había pedido y tampoco entendía. Y aunque parecía que la culpa la tenía él, seguramente era mía. Por alguna razón, esa semana no podía evitar ponerme en peligro. Lo único que me protegía era Dylan.
― Eris... Estoy preocupado. Por favor, habla conmigo. Antes lo hacías ―dijo con tristeza. Las lágrimas ardieron en mis ojos y me volví hacia él furiosa.
― ¿Que hable contigo? ¿Ahora quieres que hable contigo? ―dije perdiendo los estribos―. ¿Por qué razón dejé de hacerlo, Ares? Espera, no me lo digas. ¿Tal vez porque tuviste la genial idea de marcharte medio año a Alemania? Justo cuando papá y mamá estaban... ―Pero no pude seguir. Había alzado demasiado la voz. Mamá estaba en el comedor y no quería que escuchara lo que estaba diciendo.
Me volví para salir por la puerta e irme a otro sitio para evitar gritarle más. Aunque como la casa no era muy grande, seguramente iría al comedor para asegurarme que Ares no pudiera hacer ningún comentario al respecto. Tendría que haber imaginado que no dejaría que saliera del cuarto.
― Justo cuando más me necesitabas me fui y por eso estás enfadada, ¿no? ―me dijo ―. Me marché a Alemania porque necesitaba un cambio. Y por...
― ¡Sé perfectamente por qué te marchaste, Ares! No intentes enmascarar la verdad. Te marchaste porque Iona se marchaba y decidiste irte con ella. Luego te dejó en cuanto encontró trabajo en Alemania y decidió quedarse a vivir allí ―le grité sin poder evitarlo―. Te fuiste cuando empezaron las peleas en casa, y como yo estaba estudiando no pude marcharme. ¡Te importó más irte a Alemania con tu novia de dos días que quedarte y ayudar en casa! ¿Tienes una ligera idea de lo que he tenido que pasar mientras tú estabas en Alemania? ¡Papá y mamá casi se divorcian!
― ¡Joder Eris, ya lo sé! ―replicó―. Sí, cometí un error al marcharme cuando teníamos la peor situación económica. Y sí, también al dejarte sola con todo. Pero estoy aquí, ahora...
― ¡Ahora! ¡Ahora ya no es entonces!
― Lo siento, ¿vale? Pero quiero compensarte. ¿Por qué crees que he vuelto?
Furiosa, le di un empujón para apartarlo de mí. Había estado conteniéndome durante mucho tiempo, y que él se preocupara ahora por mí después de... No. Era más de lo que podía soportar.
― ¡Has vuelto porque Iona te ha dejado! De lo contrario te habrías quedado en Alemania. ¡Todo es mejor que aquí donde no tienes un futuro, donde solo hay problemas!
Él me cogió por los hombros a la vez que intentaba apartarme. Nunca había estado tan furiosa con él. Ares era mi hermano y lo quería, pero había estado demasiado tiempo resentida con él.
― Eris... No me fui porque Iona me dejara ―dijo con suavidad. Al escucharle dejé de forcejear y lo miré a los ojos―. Lo dejamos porque tenía que irme.
― ¿Qué? Pero mamá...
― Mamá te dijo eso porque no quería que pensaras que era culpa tuya que Iona y yo rompiéramos. Te prometí que regresaría, y por encima de cualquier cosa iba a cumplir esa promesa ―me aseguró apartando las manos de mí al comprender que ya no intentaba escapar―. Iona encontró su futuro en Alemania, y yo no podía quedarme. Ni siquiera por ella.
― ¿Volviste aunque no querías... por mí? ―dije angustiada.
― Te lo prometí. Cometí un error al irme, no iba a cometer dos quedándome.
Empecé a llorar sin poder evitarlo. Me cubrí la cara con las manos para que no me viera, pero Ares me las apartó para limpiarlas con cariño.
― Ahora por qué lloras... ¿Todavía me odias? ―me dijo con comprensión. Yo negué con la cabeza.
― No te odio. Y lloro porque te has marchado por mi culpa. ¿Por qué volviste por mí? Podías haberte quedado, allí tenías más oportunidades y... ―Y Ares empezó a reír―. ¿De qué te ríes?
Él me sonrió y me tocó la nariz con la punta de los dedos con un gesto cariñoso.
― De ti. Primero te enfadas porque pensaba quedarme y ahora porque no lo he hecho. ¿Qué tengo que hacer para hacerte feliz? ―me preguntó.
Sin pensarlo dos veces, lo abracé con fuerza reteniendo las lágrimas que amenazaban con volver a salir. Nunca me permitía llorar, al menos delante de la gente. Llorar me daba vergüenza. Pero él era mi hermano. Mi único hermano.
― Solo quédate. No te vuelvas a ir.
***
Poco después salimos del cuarto y nos dirigimos al salón. La televisión estaba encendida y mi madre se había quedado dormida en el sofá. Ares empezó a recoger lo que había en la mesa para llevarlo a la cocina. Por suerte, no había vuelto a comentar nada del golpe en la cabeza ni de lo de ayer. Pero no me hacía ilusiones pensando que lo habría olvidado.
― No estaba en la habitación ―dijo la voz de Dylan a mi lado. Yo sonreí como respuesta―. Lo digo para que sepas que no he escuchado nada.
Con la sonrisa todavía en los labios pronuncié un gracias con los labios que supe que Dylan habría visto. Mientras mi hermano regresaba al salón para coger algo más, yo me acerqué al sofá y cogí el mando a distancia. Iba a apagar la televisión cuando el lugar que estaban mostrando en la pantalla llamó mi atención. Subí un poco el volumen para poder escuchar lo que decían mientras el color se esfumaba de mis mejillas.
"...en el apartamento número tres del centro de Barcelona, una mujer de cuarenta años fue hallada sin vida este medio día en su propia casa. Su esposa, quien descubrió el cuerpo, la encontró apuñalada y desangrada. Todavía no ha podido confirmarse si se trata de un asesinato o bien un suicido dadas las circunstancias de la muerte. Lo único que sabe por ahora la policía es que pudo estar involucrada una joven estudiante que la pareja de la víctima asegura que estuvo la pasada noche en su casa. Siguen buscando..."
Apagué el televisor totalmente entumecida de arriba abajo. Nunca había sentido algo parecido. La sangre me había huido del rostro y me costaba respirar. Dejé el mando encima del reposabrazos del sofá. No podía creer que la noticia llegara tan pronto. Apenas había tenido tiempo de regresar a casa, ducharme y comer algo. Ni siquiera había dormido.
― Eris ―escuché la voz de mi hermano al otro lado del comedor.
― Mierda. Eris, tenemos un problema ―dijo la voz de Dylan al mismo tiempo.
Me volví como una autómata hacia mi hermano mientras escuchaba los pasos de Dylan ir de un lado a otro. Ares me miraba fijamente, estudiando mi reacción al milímetro. Era demasiado intuitivo como para no atar cabos ante lo que acababa de oír y lo que veía en mis ojos en esos instantes. Aunque dudaba que se acercara mínimamente a la realidad de lo sucedido. Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera decir algo o preguntarme nada, una serie de gritos y murmullos procedentes de fuera llamaron nuestra atención. Ares se volvió extrañado hacia la puerta de entrada. Lo seguí sin abrir la boca. Atravesé el salón hasta llegar al recibidor donde mi hermano ya miraba por la mirilla.
― Eris... ―escuché a Dylan llamarme de nuevo. Lo ignoré aunque no fue mi intención. Estaba demasiado aturdida como para actuar con coherencia.
― ¿Qué ocurre? ―pregunté hacia mi hermano. Dylan no pareció advertirlo.
― Es... difícil de explicar... ―murmuró.
Yo tenía la mirada fija en Ares, el cual no me había contestado aún. Su expresión era seria y preocupada, intentaba entender lo que ocurría mientras escuchábamos los murmullos de fuera.
― ¡Ares! ¿Qué pasa? ―dije alzando un poco más la voz.
― No estoy seguro. Son los vecinos. Parecen alterados por algo ―dijo al fin, apartándose de la puerta.
¿Los vecinos? Antes de que pudiera preguntar, alguien llamó al timbre de casa. Ares se volvió hacia la puerta y abrió sin vacilar. Retrocedí unos pasos y dirigí una mano hacia atrás buscando a Dylan inconscientemente. Al parecer, él entendió mis intenciones, porque poco después sentí su mano sobre la mía. Su contacto logró tranquilizarme un poco. ¿Cuándo había pasado de ser el chico que necesitaba mi ayuda al que me salvaba la vida? ―Buena pregunta...―
― Eh... ¿Qué ocurre? ―preguntó Ares a una mujer mayor con bata que iba acompañada de varios vecinos más.
La mujer parecía angustiada. No tenía pintas de estar a punto de salir de casa, más bien era la típica que se quedaba en ella con la bata y la televisión encendida. ¿Qué había provocado que saliera con esas pintas?
― No estamos seguros. Nos han hecho salir por precaución ―dijo la mujer mayor.
― Dicen que hay un escape de gas o algo así ―añadió un hombre de unos cuarenta años acercándose a la puerta―. Estamos avisando a todos los vecinos. Puede que no sea nada... pero de todos modos han desalojado a todo el edificio.
Mi hermano se puso rápidamente en tensión y totalmente serio. Solía hacerlo cuando la situación era peligrosa. Yo apreté más la mano de Dylan entrelazada con la mía.
― Ahora mismo salimos. Gracias por avisar ―dijo mi hermano sin molestarse a cerrar la puerta―. Voy a buscar a mamá, tú quédate con ellos. Ahora mismo vengo ―me dijo antes de pasar por mi lado con prisa.
Yo asentí con la cabeza y miré al frente en cuanto se alejó. El hombre que había estado hablando con mi hermano me miró y me dedicó una sonrisa tranquilizadora.
― No te preocupes, pequeña. Seguro que no es nada grave.
No me molesté en contestar. El hombre únicamente quería tranquilizarme, no era culpa suya que me creyera más joven de lo que era realmente. Además, tampoco terminaba de molestarme que me hablaran con esa dulzura y me llamaran pequeña. A veces, en situaciones así, incluso lo agradecía. Así que en lugar de sacar al hombre de su error, le dediqué una sonrisa. Seguramente él la necesitara tanto como yo.
Poco después salíamos de casa junto con un grupo de vecinos más. Mi madre se la veía seriamente preocupada y se dedicó a compartir opiniones con una vecina de su edad con la que se encontraba algunas veces.
― Dyl... ―murmuré en voz muy baja. Tenía mi mano derecha, la que seguía aferrada a la suya, detrás de mí para que nadie viera cómo daba la mano a alguien invisible. Como todos estaban hablando, ni siquiera me prestaron atención―. Dylan. ¿Esto no tiene nada que ver con...?
― No hables ―dijo con voz queda―. No estás a salvo aún. No creo que intenten nada ahora, pero no estaré seguro hasta que salgamos de aquí.
― ¿Entonces, sí son...?
― Sht ―me calló―. Sé que va a costarte, pero intenta pasar desapercibida.
Mi hermano dejó de hablar con uno de los vecinos para acercarse a mí cuando estuvimos a punto de salir de casa. Me apretó los hombros afectuosamente, intentando reconfortarme. Seguramente pensaría que estaba asustada, y así era. Aunque no por la razón que él creía.
La calle estaba llena de vecinos y gente que se había detenido víctimas de la curiosidad. Dylan me obligó a mantenerme en medio del gentío durante las horas que estuvimos esperando alguna información sobre lo que había ocurrido. Se decía que había sido un escape de gas. Si dijera que no me asusté, mentiría descaradamente. La situación no era peligrosa, o eso nos habían dicho, pero Dylan me había confirmado que no tenía nada que ver con un escape de gas, sino con aquellos que me perseguían. Por alguna razó, habían querido que saliera de casa, y lo habían conseguido por la fuerza. Solo esperaba que no hiciesen volar mi casa para evitar que regresara.
Horas más tarde, el grito de alarma cesó y nos comunicaron que podíamos regresar a nuestras casas sin peligro. Mientras todos hablaban y discutían lo que había ocurrido y si estaban realmente a salvo, Dylan me apartó un poco del gentío.
― Esto es... Pensé que tendría más tiempo ―murmuró en cuanto nos quedamos medianamente solos.
― ¿Qué quieres decir con más tiempo? ¿Ya me han encontrado? ―dije angustiada―. Dylan, ¿cómo han conseguido hacer esto a todo el edificio?
― Esto solo ha sido un aviso, Eris. Todavía no están aquí, pero se acercan. Tienes que irte.
― ¿Irme? ¿Irme a dónde? Vivo aquí. Mi madre no dejará que me marche otra vez, por no hablar de mi hermano.
― Tendrás que decírselo. ―La risa que escapó de mis labios no podía haber sido más irónica.
― No puedo... ―Dylan me cogió por los hombros.
― Escúchame, Eris. Esto ha sido un aviso porque todavía no te han encontrado, pero cuando lo hagan no os dará tiempo a salir de casa. ¿Entiendes lo que estoy diciéndote? ―El color se esfumó de nuevo de mis mejillas.
― ¿Quieres decir que para matarme... matarían a toda esta gente? ―exclamé sin poder creérmelo. Dylan suspiró.
― Joder. No sé si puedo explicarte esto. Tal vez va en contra de las normas, pero como ya he incumplido unas cuantas... ―murmuró―. Necesitas una razón de peso para hacer todo lo posible para irte de aquí, ¿verdad?
― Solo necesito una razón de peso para poder mentirle a mi hermano, porque te aseguro que si le digo que tengo un amigo invisible que me pide que me marche, no va a creerme.
― Lo sé... ―murmuró―. En realidad todo esto es culpa mía... Toda esta gente está en peligro por mí culpa, no por la tuya. Quiero que tengas eso en cuenta al menos, Eris ―dijo con suavidad.
― No lo entiendo, Dyl. ¿Por qué me buscan a mí? ¿Por qué soy tan especial para ellos? ―dije sin poder evitar ponerme nerviosa. Dylan dejó escapar una risa irónica, muy similar a la que había hecho yo antes.
―No eres especial para ellos, Eris. Lo eres para mí ―afirmó como si fuera el mayor pecado que pudiese haber cometido―. Ese es el problema.
― ¿Es por eso que van a matar a toda esta gente si me quedo? ¿Porque soy... especial para ti? ―dije sin poder evitar sonrojarme un poco ante lo que podía significar eso.
― Sí. ―Luego se debatió entre terminar de decir lo que pensaba o limitarse a no finalizar la respuesta. Por suerte o por desgracia, la terminó―. Porque la noche que nos conocimos, te salvé la vida...
― ¿Y...?
― Y no debería haberlo hecho.
***
Si lees un libro o ves una película, seguramente sus protagonistas tienen mil cosas que decir ante una noticia así. No sé... algo como; ¿Tenías que matarme? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué no me has matado? Sin embargo, cuando en cuestión de segundos te das cuenta de algo que sobrepasa tu propia imaginación...en realidad no llegas a pensar nada.
No soy una chica escéptica. Me gusta creer en cosas que seguramente no existen. Como en los fantasmas o la magia. O las hadas y los seres sobrenaturales. Así que había asumido que Dylan era algo parecido. Algo que al saber qué era podría aceptarlo porque en el fondo ya creía en ello. Pero al decirme que no debería haberme salvado, que yo debería estar... muerta, había revelado algo más. Me había confesado, sin decírmelo directamente, quién era. Aunque yo podía aceptar que fuera un fantasma o un ser sobrenatural, Dylan no era nada de eso, no exactamente. Dylan... Dylan era algo que nunca me había planteado que fuese corpóreo. Que tuviese... vida. Algo en lo que todo el mundo cree. Es decir... bueno, nadie podría decirle a Dylan que no existe. ¿O acaso hay alguien que no crea en la muerte?
― Eris... Dios, no debería haberte dicho nada. Esto ha sido un error. No estabas preparada para...
― Dyl... ―murmuré intentando hallar las palabras que no había encontrado―. Debería estar muerta... ¿verdad? ―conseguí decir.
Escuché a Dylan tragar con fuerza. No había querido decírmelo, pero tenía que encontrar un modo de que me marchara, de que me apartara de la gente, y con una sola frase había logrado lo que no habría conseguido nunca; que viera mi vida desde fuera.
― Eris, tenemos que irnos. Si te quedas... ―Entonces lo entendí.
― Me has mentido ―comprendí―. Has dicho que tenemos que irnos porque aquí me descubrirán, porque corro peligro. Pero también has dicho que si me quedo, cuando me encuentren no habrá avisos. Matarán a todo aquel que esté cerca de mí ―murmuré.
― Eris... Por favor...
― Has dicho que intentas protegerme, que nos tenemos que ir porque quieres que esté a salvo... ―Alcé la cabeza y miré hacia el horizonte sin ninguna expresión―. Pero... tú sabes que no debería estar viva. Y que lo esté ha hecho que toda esta gente esté en peligro.
― Eris... no...
― Soy un error. Mi vida pone en peligro a toda esta gente. Y sabes... que no vas a poder salvarme porque en el fondo ya debería estar muerta ―Dylan tragó con fuerza y yo respiré con cierta dificultad―. ¿Verdad? Es por eso que tenemos que irnos, ¿no?
Dyaln me cogió por los hombros y me alzó el rostro seguramente para mirarme a los ojos. Yo los cerré para poder verle a través de mis párpados. Solo así podía imaginar que estaba realmente allí.
― Es mucho más complicado que todo esto, Eris. Ahora no hay tiempo ―dijo con la voz temblorosa―. Ellos quieren enmendar mi error. Pero no pienso dejar que lo hagan a su manera.
― De acuerdo ―dije con una sonrisa―. Únicamente quería entenderlo. Gracias por ser... sincero.
Me separé de él antes de que pudiera decir algo más y me dirigí hacia mi hermano con decisión. No me caracterizaba por pensar mucho en las cosas, pero había necesitado unos segundos para procesarlo todo. No todos los días te dicen que deberías estar muerta cuando creías que te habías salvado por pura chiripa.
― Ares ―dije seria y sin titubear―. Necesito hablar contigo.
Mi hermano, el cual estaba hablando con uno de los vecinos que todavía quedaba en la calle, se volvió hacia mí y me miró extrañado.
― Es importante.
Al ver que me daba la vuelta y me apartaba, me siguió disculpándose. Miré hacia donde estaba mi madre. Un grupo de mujeres había formado un círculo para discutir la situación. Tal vez esa fuese la última vez que la veía...
― Eris, no es buen momento para...
― Me marcho ―lo interrumpí. No iba a irme por las ramas. Tenía que hacerlo y lo haría.
― ¿Qué? ¿Se puede saber qué estás diciendo? ―me preguntó confuso.
― Sinceramente, Ares. No puedo darte una explicación que entiendas y no tengo tiempo para convencerte si te contara la verdad. Lo único que quiero es que me cubras ―dije decidida―. Sé que no voy a conseguir que me dejes marchar por las buenas y sin darte ninguna explicación, mucho menos después de lo que ha pasado esta semana. Pero necesito que confíes en mí.
Mis ojos quedaron fijos en los suyos intentando transmitir toda la confianza que podía albergar dentro de mí. Ares apenas pudo decir nada ante mi decisión.
― Eris... pero... ¿qué estás diciendo? ¿Te vas? ¿Dónde? ―preguntó confuso.
― Te llamaré en cuanto pueda. Y cuando lo haga te lo contaré todo. Te lo prometo ―le aseguré con una pequeña sonrisa. Ares, contrariado, comenzó a negar con la cabeza. Ante lo que sabía que diría, lo cogí por los brazos y clavé mis ojos en los suyos. Solo le había mirado de ese modo en una ocasión antes: cuando se marchó a Alemania―. Me prometiste que regresarías a casa, y aunque dudé de ti y me enfadé, lo hiciste. Los Arnaiz cumplimos con nuestra palabra. Tú necesitaste que confiara en ti, y no lo hice. Sé que es mucho pedir que yo te exija lo mismo pero... siempre fuiste mejor que yo en ese sentido... ―dije esbozando una pequeña sonrisa.
Ares no supo qué decir ante mis palabras. Por una parte quería aceptarlo y confiar en mí, pero por otra, su instinto protector se imponía con firmeza. Sentí sus ojos escudriñar dentro de mí para encontrar la respuesta. Finalmente me sonrió y me dejó totalmente sorprendida ante su decisión.
― Conozco ese valor. Lo he visto antes en otros ojos ―afirmó―. No me pedirías esto si no fuera realmente importante para ti. Y por primera vez, creo que estoy viendo a mi hermanita pequeña guiarse por su corazón en lugar de por su deber... ―Con un gesto tembloroso me abrazó con fuerza―. Sé que volverás cuando estés preparada.
Se apartó de mí sin rastro de enfado o excesiva preocupación, pero sí una clara determinación. Debo reconocer que estaba sorprendida.
― Mamá...
― Yo me ocupo de ella. Eres mayorcita. Tengo que aprender a dejar que tomes tus propias decisiones, sean buenas o malas. Y ella deberá hacerlo también ―dijo alejándose. Antes de girarse, me guiñó un ojo y me tiró su cartera. La cogí al vuelo―. Llámame. Recuerda que me lo has prometido.
Sin poder creerme todavía que hubiese podido convencer a mi hermano con una seguridad que no sentía en absoluto, asentí con la cabeza y apreté su cartera entre mis manos. Dylan me cogió del brazo y me instó a marcharme.
― Vamos, Eris. Tenemos que irnos... ―me advirtió―. No tardarán en llegar.
Y así fue como en una semana, en siete malditos días, mi vida se convirtió en una carrera desenfrenada hacia la muerte. Solo que en mí caso la muerte era mi compañera de viaje, y la que intentaba salvarme la vida.
Irónico, ¿verdad?
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¡¡Hola!! Bueno, pues este es el último capítulo de la primera parte del libro. Como se ve, en esta primera parte es la busqueda de la identidad de Dylan, pero en la segunda él ya sabe quién es, y Eris tiene una ligera idea. Ahora Dylan tiene otro objetivo, uno totalmente distinto al anterior; quiere salvar a Eris. La pregunta es, ¿Conseguirá salvarla de algo que parece ser inevitable y natural? ¿Salvarla del propio destino?
Espero que guste ^^
¡¡Besos!!
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