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10 Pistas falsas

Barcelona llevaba horas despierta. El movimiento en las calles, millones de coches de arriba abajo... De todos modos, no era una ciudad que durmiese. Por lo que no era extraño que me encontrara con bastante gente por la calle a esas horas de la mañana.

Corrí. Creo que nunca había corrido tanto. Las piernas me pesaban, pero no me detuve. La cabeza me palpitaba de dolor y el resto del cuerpo no estaba mucho mejor. Todavía no me había mirado en un espejo, pero podía deducir la pinta que tenía por la cara de la gente cuando pasaba por su lado. Aunque... ¿Qué haríais si vierais a una chica con un fuerte moratón en la cabeza, despeinada, corriendo despavorida y salpicada de algo rojo que podríais pensar, a simple vista, que es sangre? ―¿Confundirte con un zombie?― Bueno, pues yo os diré lo que no hicieron: ayudarme. Sentí la presión de sus miradas asqueadas, asombradas y todas llenas de una visible curiosidad, pero nadie se dignó a detenerme o preguntarme qué me sucedía. Nadie. Incluso se apartaron más de lo debido para dejarme pasar. ―Está claro. Pensaron que era un zombie―.

No es que frecuentara Barcelona muy a menudo, pero las pocas veces que había estado me había dado cuenta de que la gente va a lo suyo. Seguramente pensaran que era algún tipo de publicidad viviente de algún local gótico o algo por el estilo. La verdad, no me extrañaría. No obstante, después de tanto quejarme confesaré que lo mejor que podía pasarme era que me ignoraran. Al fin y al cabo, ¿cómo habría explicado mi estado físico? ¿O la sangre?

Seguí corriendo por las calles intentando encontrar un callejón donde poder detenerme y poner mis ideas en orden. No tardé mucho en encontrar uno. Llegué cerca de unas cajas de cartón vacías colocadas correctamente en un rincón. Comprobé que estaba a salvo y sola, y me apoyé contra la pared para intentar respirar con normalidad. Sentía los nervios a flor de piel. El vello de punta y un miedo irracional recorriendo todo mi cuerpo. Intenté relajarme contando la respiración.

Cuando por fin logré calmarme un poco, me separé de la pared y evalué los daños. Mi sudadera estaba manchada de sangre. Por suerte, como era de un color azul oscuro pasaba bastante desapercibida. Por desgracia para mí, la sudadera estaba tan empapada que daba igual que se disimulara gracias al color. El olor me dio náuseas y, aunque no había comido nada desde el día anterior, vomité.

Perfecto. Estaba sucia, cubierta de sangre, magullada y además, con un sabor asqueroso en la boca. ¿Dónde estaba esa ducha que tanto ansiaba y necesitaba?

― Vale. Eris, calma. Piensa. Piensa ―me dije en susurros mientras apoyaba ambas manos en la pared.

Había huido sin apenas pensarlo, por instinto, y ahora que podía pensar con más claridad... ¿Qué había hecho? Dios, había escapado de la escena del crimen. Si alguien me relacionaba... ¡Silvia! Ella sabía que había estado en su casa. Había mirado mi bolsa. Sabía... ¿sabría quién soy?

Sacudí la cabeza intentado eliminar esos pensamientos. No, no era momento para preocuparse por eso. Tenía que decidir mi siguiente movimiento. Había escapado, la profesora psicópata se había... suicidado y yo era su objetivo. ¿Podría hacerme daño estando muerta? O...

― O tal vez puede hacerme daño precisamente porque ha muerto... ―murmuré en voz alta.

Era la única explicación. ¿Por qué sino se habría matado? Ella misma lo había dicho, no era humana. Tal vez... tal vez su cuerpo humano era como... ¡Como la lámpara del genio! Lo que en lugar de frotar la lámpara tenía que rajarse con un cuchillo... ―Preciosa analogía...―

Si lo que estaba pensando era cierto, entonces no estaba a salvo ni por asomo. Asustada por esa posibilidad, me aparté de la pared y comencé a andar. Antes de reflexionar en lo que hacía, me vi corriendo de nuevo hacia ninguna parte. Atajando por callejones, calles por las que nadie circulaba, plazas prácticamente abandonadas... No recuerdo cuanto tiempo estuve corriendo, ni qué fue lo que ocurrió después exactamente. Lo único que sé es que horas más tarde alguien me despertó con una voz asustada y cautelosa. Abrí los ojos de golpe, esperando encontrar a la profesora psicópata con su cuchillo. Amenazando con cortarse de nuevo. Manchándome con su sangre y repitiéndome que no escaparía. Que era suya. Que nunca más iba a volver a tener mi vida de antes. Grité. Pataleé inconscientemente el aire. Intenté defenderme como pude. Y noté cómo golpeaba a alguien con un puño y luego le daba una patada.

― ¡Mierda Eris! ¡Cálmate! ―me gritó una voz que reconocí al instante.

Sus manos me aferraron por los hombros a pesar de que seguía histérica. Debo reconocer que jamás había actuado así. Pero después de ver a alguien apuñalarse y de sentir su sangre en todo el cuerpo, por no contar el fuerte golpe en la cabeza, decidme si no es para ponerse histérica.

― Soy yo. Eris... Eris, calma. Soy yo... ―murmuró. Sus brazos me atrajeron hacia él y me quedé hundida en su abrazo. Yo seguí forcejeando unos segundos más antes de relajar los músculos. Cerré los ojos para no tener la sensación de estar suspendida en el aire―. Sh... Ya está... Todo está bien...

Mi respiración se acompasó y empecé a calmarme. Su abrazo era cálido. Y por un momento el miedo pasó y me sentí protegida. Como si nada pudiese pasarme mientras siguiera encerrada en ese abrazo. No me había dado cuenta de lo acompañada que me había sentido hasta que supe que él no estaba conmigo. Y ahora... ahora sabía a la perfección lo mucho que lo había echado de menos. .

Sin embargo...

― ¡¿Que todo está bien?! ―grité separándome de él de un empujón―. ¿Estás loco? ¡Nada está bien! Estoy... estoy cubierta de... Y la profesora psicópata...ella dijo que tú... ¡Dios! ¿Cómo me he metido en esto? ¿Por qué tuve que escucharte? ¿Por qué no te ignoré? ―seguí―. ¿Y quién eres en realidad? ¿Cómo puedo confiar en ti, Dylan? ¿O debería llamarte Edahi? ―Respiré una vez. Dos. Él no dijo nada―. ¿Y dónde narices has estado? ¿Por qué has tardado tanto en encontrarme? ¿Es que cuando tengo problemas te encanta desaparecer? ¡Y no me digas que ya eres invisible porque te mato!

Antes de poder terminar, Dylan dejó escapar una pequeña carcajada que no me pasó por alto. Fruncí el ceño, enfadada y estresada. Di un golpe al aire.

― ¡Maldito Dylan! ¡No te atrevas a reírte! ―grité.

Me sujetó por las muñecas con delicadeza, impidiendo que... Bueno, podría decir que lo golpeara, pero en realidad fue impidiendo que cayera al suelo. Entonces me di cuenta de que había estado tumbada en el borde de mármol de una fuente grande inutilizada. Esas que suelen estar en el centro de algún parque.

― Lo siento. Lo siento de verdad ―dijo con la voz más suave que jamás había empleado conmigo. Me aparté de él obligándolo a soltarme y me quedé sentada en el borde con los pies colgando―. La última vez me quedé en shock, pero te juro que cuando esa tía te secuestró... ―Dio un suspiro hastiado y tocó mi hombro con una mano temblorosa―. No he parado de buscarte desde ayer por la tarde. Pero es... frustrante ser invisibles, ¿sabes? No puedes acudir a nadie, no tenía ninguna pista. ¿Por dónde empezar a buscar?

Me quedé callada. Lo cierto era que tenía razón. ¿Cómo iba a poder encontrarme? Barcelona era enorme, y yo podía estar en cualquier casa o cualquier sitio. Era más complicado que buscar esa maldita aguja en el pajar.

― No he podido dejar de pensar qué estaría ocurriéndote. He corrido por todos los callejones, calles y plazas de toda Barcelona. Te sorprendería el tiempo que tienes en una sola noche.

Noté cómo su voz se apagaba un poco. Seguramente habría agachado la cabeza. El contacto de su mano lograba estabilizarme y mantenerme allí sentada.

― ¿Cómo me has encontrado? ―pregunté en voz baja. Entonces él rió con cierta ironía.

― No fue fácil. Hace una hora, más o menos, empecé a escuchar a la gente comentar algo muy extraño. ―Con cierto temor le dediqué una mirada expectante a la nada. Aunque ya sabía lo que diría―. Una chica hecha un desastre corriendo por la calle. Textualmente dijeron: Esa chica parecía sacada de una peli mala de terror ― reí y me pregunté si me considerarían más como el loco asesino o la víctima gritona―. No estaba seguro, pero era la mejor pista que había tenido en toda la noche. Así que empecé a recorrer los alrededores hasta que te encontré. Te aseguro que no fue fácil, Lunática.

― Bueno. Gracias por encontrarme.

― Tú has sido muy valiente ―dijo ignorando deliberadamente mi agradecimiento―. Si se tratara de una película, seguramente tendrías que haber esperado a que te rescatara.

― En una película el héroe consigue pistas que lo llevan a rescatar a la dama en apuros. En la realidad, no existen pistas y la dama en apuros tiene que apañárselas sola para encontrar al héroe perdido ―resumí frotándome inconscientemente la cabeza.

Dylan me detuvo la mano y pareció examinar el golpe. Sin embargo, su tono no cambió. No demostró que estaba preocupado a pesar de que el cuidado de su mano decía todo lo contrario.

― Supongo que tienes razón ―murmuró―. Madre mía, menudo chichón te ha dejado la bruja esa ―dijo con una clara sonrisa forzada en los labios. No lo veía, cierto, pero estaba tan segura que, sin darme cuenta, sonreí también―. Y estás hecha un desastre. Así no puedes ir por la calle, podrían confundirte con un...

― ¿Zombie? ―dije irónicamente―. Lo he pensado.

Dylan se dedicó a retirarme el pelo de la cara para examinar mejor el golpe. Mi flequillo había quedado a un lado gracias a sus manos y el sudor. Si antes había dicho que me sentía pegajosa ahora no tenía ni idea de cómo describirme. Luego, tocó mi sudadera y vi su mano. Por primera vez, vi su mano gracias a la sangre que la cubrió en cuanto la tocó. Me quedé asombrada. ¿Todavía estaba fresca?

― ¿Estás herida? ―me preguntó. Yo negué con la cabeza.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que me había salpicado la sangre? No mucho si todavía podía manchar.

― No. La sangre no es mía... ―murmuré mirando hacia otra parte. El borde de la fuente también estaba lleno de sangre.

― ¿De quién es? ―dijo con firmeza.

― De la profesora psicópata ―contesté distraída. Dylan me volvió hacia él con un gesto rudo.

― ¿La has herido para escapar? ―preguntó asombrado y con un deje de... ¿orgullo? Bueno, mi capacidad para salir de un problema podría ser motivo de elogio... pero claro, no fue así cómo ocurrió realmente.

― No. No hizo falta, ella se basta y se sobra para herirse sola ―repliqué con los labios apenas abiertos.

― ¿Cómo? ¿Qué...? ¿Cómo escapaste, Eris? ―me preguntó ahora realmente asustado.

― Ella... No termino de entenderlo, pero sabía que tenía que huir aunque me convirtiera en una fugitiva. Se mató. Delante de mí. No pude detenerla, ella... quería morir. Dijo que no escaparía.

Dylan dejó de sujetarme en cuanto terminé de hablar. Su respiración ahogada me confirmó que estaba asustado. Que lo que le había dicho tenía más significado para él del que podría tener para mí.

Joder ―dijo con sequedad―. ¡Maldita sea, Eris! ¿Por qué no me lo has dicho antes? ―me gritó.

― ¿Acaso lo has preguntado? ―me defendí subiendo el tono de voz más que él.

― ¡No, joder! Pensé que estabas asustada por el modo en que habías escapado y no querías recordarlo. Pensaba preguntártelo cuando estuvieses más calmada ―siguió gritando.

― ¡Pues estaba y sigo estando asustada por el modo en que he escapado y no quiero recordarlo! ―sentencié. Él me taladró con la mirada. Era tan evidente que no me hizo falta verlo para saber eso.

Sus manos se cerraron entorno a las mías y me obligó a levantarme. Sin detenerse, cogió el borde inferior de la sudadera y me instó a quitármela. Lo detuve en seco roja de rabia y vergüenza.

― ¿Se puede saber qué haces? ―le grité. Él insistió.

― Quítate la sudadera. Ahora ―dijo con firmeza.

― No es así como me imaginaba que un chico me pediría que me quitara la ropa... ―murmuré. Dylan dejó escapar un suspiro fastidiado.

― ¡No quiero que te quites la ropa, solo la sudadera! Si quisiera verte desnuda ya lo habría hecho. Soy invisible, ¿recuerdas? ―me dijo insistiendo con la sudadera. Lo obedecí a regañadientes.

― ¿Entonces no quieres verme desnuda o ya lo has hecho? ―le pregunté mientras me pasaba la sudadera por la cabeza con cuidado de que la sangre no manchara más de la cuenta mis cabellos.

― ¿A qué narices viene esta inoportuna pregunta? ―dijo con la voz temblorosa. Vaya... ya lo había hecho.

― Y yo qué sé. ¿Cómo afectan los golpes a la cabeza? ―pregunté mientras veía mi sudadera flotando hasta un contenedor subterráneo. Luego desapareció por el tubo―. Si alguien lo encuentra la policía llegará a mi casa en un plis-plas.

― No creo que lo hagan, lo bueno de estas basuras subterráneas es que nadie va a registrar lo que hay dentro ―dijo mientras regresaba a mi lado. Luego metió las manos en el agua y se limpió volviendo a ser totalmente invisible. Sin detenerse, cogió mi rostro, me obligó a agacharme a la altura de la fuente y mojó las puntas de mis rubios cabellos con el agua, eliminando así los restos de sangre―. Lo de tu cabeza... yo creo que te venía ya de serie ―prosiguió.

Dejé escapar un pequeño quejido a modo de protesta pero no mucho más. Una vez lavado mi cabello, me levantó y examinó mi ropa en busca de más sangre. Al parecer toda se había acumulado en la parte superior. Por lo que la sudadera, mi cabello y alguna parte de mi cara fueron las únicas afectadas.

― ¿Tanto te repugna la sangre? ―comenté.

― No. No es la sangre, es lo que significa ―dijo alterado mientras terminaba de comprobar que no quedara ni una sola gota. Como no era así, cogió mi mano y empezó a correr arrastrándome con él. No fue hasta entonces que me di cuenta de que el parque era en realidad una plaza interior privada. Lo que significaba que no transitaba mucha gente por allí. Por suerte.

Dylan me obligó a correr guiándome otra vez por callejones en dirección a alguna parte que sólo él conocía. Minutos más tarde, cansada, me detuve obligándolo a parar.

― ¡Espera, Dyl! ―grité―. ¡Por favor, un momento! ¡Para!

Al ver que me resistía no le quedó otra que detenerse y apartarme hacia un lado quedado oculta tras una pared y un contenedor.

― ¿Qué... ocurre? ¿Qué significa la sangre? ―pregunté asustada.

―Eris, es... difícil de explicar. Pero si esa mujer se ha matado... va a por ti. ―sentenció.

― Eso dijo ella. ¿Pero cómo sabes que...?

― Su sangre. ¿Por qué crees que tenías tanta encima? ―me cuestionó respirando con dificultad―. Es un rastreador. No creo que hubiese tardado mucho más en encontrarte llevando esa sangre encima.

Claro. Por eso dijo que no podría escapar. Me tenía localizada.

― Puede seguirte la pista. No es que me asquee la sangre, pero tenía que eliminarla. Ahora, si piensa que sigues llevando esa sudadera, seguirá al camión de la basura cuando este la recoja y tendremos ventaja. Al menos para regresar y pensar en nuestro siguiente movimiento ―puntualizó.

La información logró colapsarme. Sangre como rastreador. La mujer persiguiéndome. ¡Una mujer muerta! Y Dyl...

― ¿Cómo sabes todo esto? ¿Acaso has recordado algo? ―dije asustada y furiosa.

― No del todo, pero sé con certeza que esa mujer me odia y ahora tú eres su objetivo. Sé cómo va a actuar. Puedo esquivarla. Al parecer... no es la primera vez que lo hago ―dijo seguro de sí mismo―. Y por si todavía no lo has deducido tú sola... Sí, quiere matarte.

Me quedé sin aliento apoyada en la pared y respirando con dificultad. Estaba claro que Dylan... o Edahi, sabía más de sí mismo que antes. No me estaba mintiendo al decirme que esa mujer iba a por mí y sabía cómo actuaría, pero también supe que estaba ocultándome algo. Algo que tenía que ver con él... o tal vez conmigo.

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