10 En todas partes
Llega un momento en la vida que no puedes tocar más fondo. Así que lo único que puedes hacer es subir.
― ¿Eris? ―murmuró la voz de mi hermano al otro lado de la puerta de mi habitación.
Tumbada en la cama con la almohada pegada a la cara, intenté borrar las lágrimas y calmar los sollozos para poder contestar. Me incorporé un poco hasta quedar sentada con las piernas cruzadas de espaldas a la puerta. Abracé el cojín y tragué con fuerza.
― Estoy bien, Ares. No te preocupes.
No sé por qué lo intenté, sabía perfectamente que mi hermano no iba a marcharse. Me conocía lo suficiente como para saber que mentía. Que no estaba bien en absoluto. Así que tendría que haber adivinado que la puerta se abriría y mi hermano entraría en mi habitación con o sin invitación. Me erguí un poco aparentando normalidad, escuché sus pasos y luego la puerta cerrarse. Ares no dijo nada durante unos minutos, y fue entonces cuando recordé que me había dejado el ordenador abierto. Con el mensaje de Dylan ocupando toda la pantalla. Cerré las manos en un puño alrededor de la almohada. No hacía falta ser un genio para saber que mi hermano habría leído lo que me había escrito. Intenté controlar los nervios para poder decir algo coherente.
― Es una idea... ―me apresuré a decir―. Para mi libro. Aunque... todavía está por pulir...
No era la mejor explicación que podría haber encontrado, pero al menos era algo. Sentí que Ares se sentaba en la cama junto a mí pero sin tocarme. Sabía perfectamente cuándo necesitaba espacio. Era mi hermano, al fin y al cabo.
― Es una idea preciosa ―murmuró.
Intenté que mi sonrisa llegara a los ojos, pero lo único que conseguí fue que escapara un pequeño sollozo de mis labios entreabiertos. Habría sido pedir mucho que Ares no lo hubiera notado. Así que no intenté persuadirle cuando alargó una mano hacia mí para ofrecerme un pañuelo.
― No es malo llorar ―me dijo con voz suave―. Tal vez ni siquiera quieres escucharme, pero aunque hay ocasiones en las que tienes que ser fuerte... otras sólo tienes que dejar que otra persona lo sea por ti. No es malo pedir ayuda. A veces la necesitamos. Cuando yo la he necesitado siempre has estado ahí, apoyándome. Sabes... que puedes confiar en mí para lo que sea, ¿verdad?
Mis manos aferradas al cojín temblaron.
― Sí... ―murmuré―. Pero es que... duele... ―dije por fin―. Duele mucho...
― Pues llora, grita, enfádate, pero... no te lo guardes. Te dolerá más si intentas reprimir lo que sientes.
Dejé el cojín sobre la cama y me volví hacia mi hermano. Tenía la cara bañada en lágrimas, pero no me importó. Sus brazos estaban abiertos para recibirme. No hizo preguntas, no eran necesarias. Le había contado todo lo que tenía que saber, y lo creyese o no, eso no importaba. Mi dolor era real, independientemente de la historia a la que iba ligado.
Me acunó en sus brazos y lo abracé con fuerza. Me sentí pequeña de nuevo, vulnerable, pero eso no era malo. Lo recordaba de cuando era niña. Ser débil mientras mi hermano estaba a mi lado me hacía más fuerte. Lograba que me sintiera protegida. Así que por una vez, me permití llorar.
― ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que irse? ¿Por qué me ha salvado? ―dije entre sollozos―. Yo estaba dispuesta a salvarle... ¿Por qué tuvo que impedir que muriera a costa de su propia libertad? ¿Por qué no dejó... que lo ayudara? ―Ares no dijo nada, se limitó a acariciar mi cabeza con ternura y acunarme en sus brazos―. Lo amo... Lo quiero tanto que apenas puedo respirar. Quiero...quiero que vuelva, quiero que esté aquí. Quiero que deje de dolerme.
― Sh... ―me calló sin dejar de abrazarme―. Lo hará... con el tiempo lo hará...
No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero supongo que dejé de hacerlo cuando mis ojos no pudieron seguir. Me dolía todo y me quedé dormida sin querer. Ares permitió que durmiera y me excusó ante nuestros padres cuando quisieron preguntar qué me pasaba. Por primera vez, dejé que alguien me ayudara. Que alguien fuera fuerte por mí como él había dicho.
Cuando desperté horas más tarde, no me sentía mejor, pero tampoco peor. Necesitaba tiempo, eso lo sabía, pero únicamente con eso no iba a conseguir nada. Tenía que poner de mi parte para que el tiempo pudiera curar las heridas que llevaba en el corazón. Empecé confesando a mis padres que necesitaba su ayuda. Mi hermano estuvo conmigo y habló en mi lugar en alguna ocasión, sobre todo en esos momentos en los que ni yo misma sabía qué era lo que necesitaba.
Por primera vez en toda mi vida, dejé que alguien se preocupara por mí. Y dejé de fingir que estaba bien cuando no lo estaba.
Después de pasar una de las peores semanas de toda mi vida, quedé con Aina como le había prometido. Aunque todavía no confiaba en ella, resultó ser la mejor ayuda que pude encontrar. Hablar con Aina conseguía que olvidara durante un rato lo mal que me sentía. Apenas me daba cuenta y sonreía o me reía por algo que ella había dicho. Aina se convirtió en mi mayor distracción y, por consiguiente, en mi mejor amiga.
Ese mismo día descubrí que Aina estaba estudiando letras, como yo deseaba hacer. Así que le pedí ayuda para poder entrar en la universidad. Encantada, me dijo que me acompañaría a hacer la matrícula. La carrera no era barata y tendría que hacer también unos exámenes, pero con dedicación y empeño, y con el dinero ahorrado de haber estado trabajando, podría hacerlo. Como les había pedido ayuda, mis padres también hicieron un esfuerzo para que pudiera ir a la universidad. Así que no era imposible.
Por otra parte, Aina habló con su madre y ambas acordaron dejarme trabajar los fines de semana y durante el verano en el Green Dog. Me gustó que me contrataran de nuevo. Era un trabajo que se me daba bien y me gustaba. Además, allí conocí a...
Dylan...
Habían pasado tres meses y una semana desde que regresé sola de Ciudad de México. Y no, no estaba mejor. En realidad, sólo había aprendido a vivir y a no pensar. En ocasiones creía oírlo por la calle, o en el Green Dog cuando regresé. Luego, nunca era él. Así que pasaba los días haciendo cosas. En septiembre, después del verano, empezaría mi primer curso en la universidad. Por suerte, los estudios me mantendrían lo suficientemente ocupada para no pensar tanto en él. Tal vez lograra sacarlo de mi corazón, pues ya sabía que jamás podría olvidarle.
Durante esos meses había adquirido una especie de adicción a la oscuridad. Me gustaba encerrarme de vez en cuando en mi cuarto, tumbarme en la cama y cerrar los ojos. Fingiendo que él estaba allí, diciéndome que no se marcharía a ninguna parte. Me acurrucaba en un rincón para dejar espacio a mi imaginación, y aunque cuando salía de allí volvía a ser yo misma, durante esos minutos podía apartarme del mundo. Recordarle a él y los días que estuvo conmigo, preguntándome dónde estría y si se acordaría de mí. Seguramente penséis que está mal y no debería hacer algo así. Pero hay gente que necesita estar sola de vez en cuando, yo necesitaba unos instantes en los que mis ojos no viesen nada. Porque no ver me recordaba a él.
Después de ese tiempo, empecé a confiar un poco más en Aina. Mis padres se alegraron de verme mejor y de que contara con ellos para forjarme un futuro. Sabía que Ares se sentía orgulloso ante mi empeño por cumplir mi promesa de seguir adelante. Personalmente, también estaba orgullosa de mí misma. No me permití rendirme, y decidí dedicar todo mi esfuerzo en cumplir mi sueño de ser escritora.
Eso y saber que Dylan lo había dado todo para que viviera era lo que me impedía desistir. No podía fallarle. Como tampoco podía olvidarle.
Era verano, principios de verano, y trabajaba a tiempo completo en el Green Dog.
Estaba sirviendo mesas, como siempre, y miré con nostalgia el bar. Era como si el tiempo no hubiera pasado. Mi cabello volvía a estar igual de largo que cuando conocí a Dylan. Llevaba el mismo delantal negro, la misma bandeja, la misma libreta... Hacía las mismas cosas y más o menos tenía el mismo horario. Tal vez lo único que había cambiado allí era yo. Aina lo notó pasado un tiempo, decía que aunque me veía más segura de mí misma, también había un deje triste en mi mirada. Como si me faltara algo. Confiaba en ella, pero no le había dicho ni una sola palabra sobre Dylan. Así que me sorprendió lo intuitiva que llegaba a ser esa chica. Siempre lo había sabido, pero todavía me impactaba.
― ¿Te faltan cinco minutos para terminar el turno, verdad? ―me dijo una de las chicas nuevas. Se llamaba Ariadna, era pequeñita y morena, muy dulce y algo inexperta, pero se le daba bien ser camarera.
― Sí, pero no te preocupes, lo termino yo.
La chica se había pasado prácticamente todo el tiempo dentro del almacén. Recordaba mis primeros días y sabía que debía estar pasándolo un poco mal. A ella todavía le quedaba una hora, pero si se quedaba en el almacén mientras llegaba Alex, seguramente se pasaría el resto de la mañana allí dentro. Así que cogí las cajas que tenía en las manos y, dedicándole una sonrisa, entré yo en su lugar. La joven me devolvió la sonrisa agradecida y fue a servir mesas.
Aina me había dejado a cargo de la nueva mientras ella no estaba. Al parecer, me veía lo suficientemente responsable y capacitada para la tarea. Además, ser encargada me había subido el sueldo, y ese fue el punto clave para poder terminar de pagarme la matrícula.
Dejé las cajas en una de las estanterías del almacén y miré mi reloj. Como quedaba tan poco tiempo me senté en una de las cajas y me concedí un descanso a pesar de que iba a tener uno de cuatro horas en dos minutos. Suspiré y me retiré el pelo de la cara con ambas manos, estaba un poco sudada. El calor había llegado muy pronto aquel verano. Mientras descansaba, me fijé que entre las cajas había unos papeles escondidos y olvidados. Con curiosidad, los cogí y les di la vuelta. Mis ojos se abrieron de par en par al descubrir qué era. Sin poder evitarlo sentí que, después de tanto esfuerzo, mis ojos volvían a humedecerse y mi corazón resquebrajarse. ¿Por qué cuando creía que estaba bien volvía a recordarle? ¿Por qué parecía que todo estaba en contra de que lo olvidara? ¿Por qué no dejaba de dolerme?
Mis manos temblaron un poco sobre el dibujo de Dylan. Uno que debía haber quedado olvidado el día que estuvo en el almacén. Tal vez era el único en el que no era la protagonista. En el papel se había dibujado a sí mismo a mi lado mirándome, y yo mirándole a él. Viéndole.
― Eh... ¿Hola?
La voz procedente de la puerta del almacén me sobresaltó. Dejé el papel boca abajo encima de una de las cajas y limpié las pocas lágrimas que habían escapado de mis ojos tan deprisa como pude.
― ¿Qué haces aquí dentro? ―pregunté mientras me levantaba―. Lo siento, pero no se puede entrar aquí, es sólo para el personal. Los clientes no pueden entrar.
― Oh, lo siento, es que tu compañera estaba ocupada y me ha dicho que tenía que darle mi currículum a la encargada. Y que estaba aquí dentro ―explicó el chico mostrándome unos papeles.
Lo examiné mientras los cogía. Estaba visiblemente avergonzado. Sus ojos me miraban inseguros y su mano tembló levemente al darme su currículum.
― Bueno, pues deberías haber esperado ―dije más seca de lo que habría querido―. ¿Quieres trabajar aquí?
Un poco estúpida la pregunta ahora que lo pienso...―me dije―.
― Eh... Sí, bueno, he estado tirando currículums por todas partes. Aunque no creo que me cojan aquí, y siento ser tan sincero, algo me dijo que entrara y... ―Su voz sonaba algo incómoda y noté que empezaban a sudarle las manos. Los nervios estaban jugándole una mala pasada.
― En realidad... ―Pero mi voz se apagó. El chico acababa de dejar escapar una risa nerviosa que...―. Perdona... ¿Nos hemos visto antes?
El chico me miró a los ojos, apenas podía verle con la poca luz del almacén. Sus cabellos eran oscuros, pero no sabría decir si castaños o negros. Por lo demás, no había visto a ese joven en toda mi vida. Y sin embargo, había ciertas cosas que...
― Yo iba a preguntarte lo mismo... ―dijo sustituyendo la risa nerviosa por una de verdad―. Puede que hayamos coincidido en alguna parte... ―murmuró―. Bueno, un placer conocerte, Eris ―dijo con una sonrisa en los labios.
Miré el currículum entre mis manos un segundo y luego volví a dirigir los ojos hacia él. El chico sonrió y se dio la vuelta para irse, en ese instante aterricé. ¿Me había llamado por mi nombre?
― ¡Espera! ―le grité mientras me acercaba a él―. ¡Espera, no te vayas! ¿Cómo sabes que me llamo...?
Lo detuve cogiéndole por el brazo en el mismo instante en el que Ariadna entraba en el almacén y golpeaba al muchacho con la puerta. El joven retrocedió para evitar a mi compañera y yo resbalé. Él intentó mantener el equilibrio, pero yo seguía sujetándole por la manga y caímos ambos al suelo entre cajas y pedidos que habían quedado amontonados en un rincón. Una de las cajas me golpeó la cabeza ―como no...― y él se apoyó sobre los codos para no caerme del todo encima.
― ¡Perdona! ¡Lo siento, no pretendía...! ―dijo Ariadna desde la puerta sin saber muy bien qué hacer. El muchacho se incorporó un poco dejándome más espacio.
― ¿Estás bien? ―me preguntó.
― Sí, no te preocupes ―dije intentando olvidar la sensación que había tenido hace un rato. Era absurdo seguir pensando que me encontraría a Dylan en cualquier esquina, lo único que me pasaba era que tenía tantas ganas de encontrarle que lo veía en todas partes―. Deja que me levante ―dije mientras intentaba incorporarme.
El muchacho se quedó quieto un instante. Parecía confuso, como si intentara descifrar un enigma. Entonces dijo algo que jamás habría creído que diría un extraño.
― Tal vez no deje que te levantes... ―murmuró. Mis ojos se abrieron de par en par y una imagen de una situación parecida me vino a la mente. Al ver mi expresión, el joven sacudió la cabeza y empezó a levantarse apresuradamente―. Dios, lo siento. No sé por qué he dicho eso. Qué vergüenza...
Yo me había quedado quieta. Mi cabeza empezó a funcionar a mil por hora, y lo imposible empezaba a tener sentido. Inconscientemente me decía que no podía ser, que cuando viera la realidad el golpe sería más fuerte. No obstante...
― ¿Edahi...? ―murmuré. El muchacho me miró extrañado―. ¿Dylan...? ―dije después. Pero tampoco pareció reconocer ese nombre.
― Siento mucho todo lo ocurrido ―dijo Ariadna intentando suavizar la tensión. Dejó las cosas que llevaba encima de una de las estanterías y se acercó a ayudarme. Yo me levanté, pero no dejé de mirar al muchacho.
― No... en realidad ha sido culpa mía ―dijo el joven sin apartar la mirada de mí.
― ¿Cómo sabías mi nombre? ―me apresuré a decir.
― Tal vez yo lo mencionara... ―murmuró Ariadna con una pequeña risa avergonzada. La ignoré.
Me acerqué al muchacho y pude ver algo más en sus ojos. Estaba tan confuso como yo, pero en su gesto había una chispa de esperanza. Aunque parecía evidente que no sabía por qué se sentía de ese modo. En otras circunstancias jamás habría hecho aquello, pero si existía una pequeña posibilidad de que él fuera... Sabía que era una locura pero...
― ¿Puedo besarte? ―pregunté sin avergonzarme de mis propias palabras.
Escuché a Ariadna reprimir una exclamación, y vi que el joven se sorprendía ante la inesperada pregunta. Era una locura. Realmente era una estupidez, pero no lo pensé, y tampoco dejé que él lo pensara. Me acerqué más, podría haberme apartado, pero no lo hizo. Se quedó quieto, así que me puse de puntillas y lo besé en los labios. El muchacho no se movió y tampoco cerró los ojos. El beso apenas duró, y segundos más tarde me aparté decepcionada.
No era Edahi. No era mi Dylan. Tenía tantas ganas de verle, de estar con él, que lo había imaginado. Se parecía, pero no era él. Nunca lo era. Dylan había desaparecido para siempre, no iba a regresar. Ya era hora de que empezara a asumirlo. Decepcionada y triste, intenté contener las lágrimas. No era justo. ¿Por qué me hacía esto? Tenía que empezar a ver la realidad tal como era y dejar de hacerme daño cada vez que la herida empezaba a sanar.
― Lo siento. Siento esto... ―murmuré―. Hablaré muy bien de ti a la jefa, tal vez te cojan. Así puedo compensarte por... ¡Dios! Soy idiota... ―dije riéndome de mí misma.
Me volví para escapar de la situación. Acababa de hacer el ridículo más grande de toda mi vida. De todos modos eso no era nada en comparación con el dolor que se había alojado en mi corazón. La vergüenza no era nada al lado del daño que acababa de hacerme a mí misma. Por un instante...
― Esto... será mejor que salgamos y... ―empezó a decir Ariadna. Escuché que su voz se apagaba y volvía a reprimir otra exclamación.
Estaba a punto de girarme hacia ella para preguntar qué había pasado cuando una mano me detuvo en seco y me dio la vuelta. Instantes más tarde, el muchacho volvió a besarme. Abrí los ojos de par en par ante la sorpresa, pero su modo de sujetarme con cuidado y con decisión me hizo olvidar que no debía hacerme ilusiones. Lo rodeé con los brazos y me dejé llevar. Por primera vez en tres meses y una semana me sentí un poco más completa, un poco más viva, un poco más... feliz.
― Eh... bueno. Yo me voy... ―escuché que decía Ariadna, evidentemente incómoda.
Seguramente debía estar alucinando. Yo lo estaría. No me importó. En ese instante no me importaba nada. O al menos no me importó durante unos pocos segundos. Justo el tiempo que tardé en darme cuenta que lo que estaba pasando no estaba bien. No después del dolor que había sentido y el miedo que tenía de volver a empezar desde el principio de nuevo. Por no decir que estaba besando a un completo desconocido sólo porque me había recordado a Dylan. Así que lo aparté de mí intentando salvar un poco la situación. Si era posible...
― Yo... esto... Siento si te he dado una impresión equivocada. Es evidente que ha sido un error... Yo... te he confundido con otra persona ―murmuré.
El chico no parecía avergonzado ni arrepentido. Estaba confuso. Así que me aparté prudentemente de él e intenté irme, coger mis cosas y salir del Green Dog antes de que cometiera más locuras.
― Hace unos meses... desperté sin recordar apenas nada ―murmuró―. Pero había algo que sí recordaba. El rostro de una chica. Y no podía sacármela de la cabeza.
Me detuve de golpe, pero me regañé interiormente al notar que mi corazón seguía albergando esperanzas. Si me hacía ilusiones el golpe sería más fuerte después, y tendría que empezar a recuperarme de nuevo. Más noches llorando, más sueños preciosos que, al despertar, se convertían en pesadillas. Más insomnio y miedo.
― He estado buscándola desde entonces. Sentía la necesidad de ir a ciertos sitios, pero nunca la veía ―siguió―. Y de repente veo este bar, y siento que debo entrar. Al escuchar tu nombre... ―continuó―. Y entonces te veo. Al principio solo fue una pequeña sensación. Pero... ¿Cómo... cómo me has llamado? ―Su voz estaba cargada de confusión y angustia, como si su tono pudiera describir cómo se sentía mi corazón en esos instantes―. Repite ese nombre ―me pidió.
Tenía muchísimo miedo, pero fui incapaz de no darme la vuelta. Él me miraba directamente.
― Edahi... ―murmuré a pesar de mi estupor. Sus ojos no cambiaron. Seguían igual de confusos. Entonces recordé cómo lo llamaba yo siempre. Sonreí un poco―. Dyl...
Su expresión cambió un poco. Fue una mezcla entre reconocimiento, sorpresa, confusión y ansiedad.
― Bésame ―murmuró con apenas voz―. Por favor, bésame otra vez...
Sin pensarlo mucho, empecé a andar de nuevo hacia él. Él acortó la distancia que nos separaba y me sujetó por la nuca para acercarme a sus labios. El beso sabía a él. Si ese muchacho no era mi Dyl se le parecía muchísimo. Demasiado. Me aferré a él impidiendo que pudiera apartarse de mí y sus labios recorrieron los míos. Imité sus movimientos mientras me perdía en su abrazo. Era una locura, lo sabía, pero me daba igual. Era la sensación más intensa que había sentido en mucho tiempo, y quise aferrarme un poco más a esa débil esperanza. Seguramente cuando todo terminara me dolería muchísimo más, pero en esos instantes no me importaba. Daría el resto de mi vida sólo por ese momento. Aunque fuera una mentira. Porque era incapaz de pensar mientras sus labios me daban pequeños besos cortos, pareciendo tan feliz como yo. O cuando sus manos me sujetaron con fuerza incapaz de soltarme. Como si temiera que fuera a desvanecerme en la nada si dejaba de besarme.
Su voz cálida empezó murmurar cosas encima de mis labios.
― Sigues siendo... una lunática... ―dijo entre besos.
Al principio no reaccioné. Debo admitir que tardé unos segundos en darme cuenta. Pero cuando lo hice, me aparté de golpe y lo miré a los ojos. Ya no estaban confusos. Eran claros, decididos y tiernos.
― ¿Dylan...? ―murmuré. Él sonrió.
― Para ti, siempre Dyl.
Y ya no pude seguir conteniendo las lágrimas.
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