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9


Olimpia miraba embobada al pequeño Noha que iba adormilado en su sillita en la parte trasera del todoterreno de Oliver.

─¿Dónde vamos, tía Oli?

─Nos vamos de excursión a Atlanta. Vamos, duérmete cucuruchito, el camino es largo.

Y no se equivocaba, más de tres horas había en coche hacia la capital de Georgia, además habría que sumarle la búsqueda de la oficina donde habían llegado sus cosas. Con suerte la mujer esperaba estar de vuelta antes de las nueve de la noche. Llevaban ya más de una hora de camino, que habían pasado en silencio para no despertar al pequeño. Pero no parecía que nada lo despertase. Sintió la mirada dulce de Oliver y se recolocó en su asiento antes de dirigirse a él.

─¿Qué? ─una sonrisa divertida se coló en su semblante.

─¿Cómo es que Nathan y tú no habéis tenido hijos? Siempre te han gustado los niños.

El rostro de Olimpia cambió. Sus ojos verdes se oscurecieron, comenzó a restregarse las manos y se lamió los labios nerviosa.

─Pues...

─Tranquila. Siento haber metido el dedo en alguna yaga.

Olimpia le sonrió triste y desvió la mirada hacia la carretera, provocando de nuevo otro largo silencio, que minutos más tarde volvía a romperse con la voz suave del conductor.

─Oli, ambos nos conocemos. El tatuaje que llevas... ¿tiene algo que ver con tu vuelta?

Olimpia suspiró exasperada, no sólo tenía que soportar las preguntas de su hermana y las miradas acusadoras de Max, sino que ahora debía también aguantar la charla que se empeñaba en tener Oliver. Se rascó la nuca, mostrando su molestia, pero sabía que tarde o temprano debía hablar con alguien, ¿y quién sería más adecuado que aquel que había sido mejor amigo y su primer amante?

─Oye, hagamos un trato. Tú compras un par de botellas de tequila y dejas que te tatúe algo en el brazo y esta noche hablamos de lo que me ha traído aquí, ¿qué opinas?

Sabía que Oliver no aceptaría tatuarse, pero diría que sí al tequila; hacía mucho que no se emborrachaba con un amigo. Al menos no desde que iba a la universidad y Olga la obligaba a salir de copas.

─Muy bien, tequila y tinta. Me parece un gran plan.

Olimpia abrió los ojos. No se creía lo que estaba oyendo.

─Estaba de broma Oliver.

─Lo sé, pero me apetece hacer una locura, Oli. Siempre me han gustado los tatuajes, pero nunca me he atrevido a hacerlo por miedo a que me hagan un estropicio. Pero tú eres tatuadora de famosos, eres una artista y si me destrozas el brazo no tendré problemas en decir que es arte moderno.

Olimpia rió a carcajadas ante la ocurrencia de su amigo. Desde que era joven decía ese tipo de tonterías que siempre conseguía sacarle una sonrisa.

─Está bien, ¿qué quieres que te tatúe?

─¿Qué tal un escarabajo? Diana dijo algo de un escarabajo el otro día.

Olimpia no dejaba de reír, sentía cómo las lágrimas afloraban de sus ojos. Extrañaba de menos aquellas conversaciones estúpidas.

─Te daré el día para pensártelo. Si no se te ocurre nada mejor, te haré un escarabajo.

El resto del camino lo pasaron hablando de tonterías y recuerdos. Cómo iban los negocios en Londres y las oportunidades de trabajo que allí podrían existir para un programador como Oliver.

Tras dos horas de carretera, y media hora más dando vueltas por Atlanta, Oliver aparcó el todoterreno frente a la oficina que le indicaba el GPS.

─Es aquí ─señaló con el dedo a través de la ventanilla.

Olimpia sacó a Noha del amarre de la sillita infantil de seguridad y lo cargó hasta entrar en la oficina de paquetería. Eran las doce del mediodía y la sala de espera estaba hasta arriba.

─Tía Oli, tengo hambre.

Olimpia miró preocupada a su sobrino. La oficina cerraría a la una para hacer el descanso, por lo que si se marchaban en ese momento, deberían esperar a que volviesen a abrir sobre las cinco, haciendo que perdieran la tarde completa. Se acercó a Oliver y le entregó a su sobrino.

─Oliver ¿podrías llevarlo y que coma algo? Toma ─Olimpia sacó su cartera y entregó un billete de veinte dólares a su amigo ─. Come algo tú también, yo me quedaré aquí para recoger mis cosas.

─¿Quieres que te traiga algo? ─la mujer sentía la mirada seria y tal vez, preocupada de Oliver. Negó con la cabeza y esperó a que se marchara con su sobrino. Miró a su alrededor y dio con un hueco libre en uno de los bancos de madera que había frente a los mostradores.

Sacó su Smartphone del bolsillo y miró los correos electrónicos y los mensajes de Whatsapp. Había uno de Olga. Desde que había llegado a EEUU no había vuelto a hablar con ella. Buscó entre sus contactos.

─¿Olga? Soy yo ¿Cómo estás?

─¿Oli?¡Cariño! ¡Por fin me llamas! Me empezaba a preocupar que sólo hablases con tu marido y a mí me tuvieras completamente olvidada. Sabes que odio que no me hagas caso─. La voz de Olga sonaba alegre y algo ahogada, seguramente estaba en la calle caminando o acababa de salir del gimnasio.

─Perdona, no he parado desde que he llegado. He tenido que buscar un estudio, limpiarlo y adecentarlo. Estoy en Atlanta esperando para recoger mis cosas.

Entiendo, bueno, tranquila cariño, sabes que no me enfado. Por cierto, cuando estabas haciendo las maletas te metí mi regalo de cumpleaños en una de esas cajas que vas a recibir hoy. Pensé que lo ibas a necesitar, tanto tiempo alejada de tu marido... ya se sabe.

─Eres de lo que no hay.

Aunque claro, si mal no recuerdo, en tu pueblo había más de un chico guapo, tu cuñado por ejemplo. O aquel moreno que vino a tu boda, ese tan sexi... ¿cómo se llamaba? El que salía con aquella chica pelirroja tan linda.

─¿Oliver? Es quien me ha traído en su coche.

─¿Sigue saliendo con aquella chica pelirroja tan guapa? Anne ¿verdad?

Olimpia puso los ojos en blanco. Olga era un cielo de mujer, pero sus conversaciones y sus ganas de cotillear sobre los demás exasperaban a Olimpia.

─No, ya no siguen saliendo juntos. Oye...

Mejor ─la interrumpió─. Oye tesoro, a finales de agosto quisiera irme de vacaciones unos días ¿qué te parece si me paso por tu casa?

Olimpia se quedó bloqueada. Olga allí, en su casa, sería todo un desmadre. Aquella mujer no sabía estarse quieta en un lugar, y menos estando de vacaciones. Seguramente querría viajar a Atlanta, y a Florida a las playas. Lo sopesó durante unos segundos. Su idea al llegar a Waycross era desconectar de todo y ponerse a pintar, no irse de vacaciones a la playa; aunque no era un plan que le desagradase mucho.

─Si, está bien. Oye tengo que dejarte. Llámame cuando tengas los billetes. Te quiero cariño.

Y yo a ti tesoro.

Un señor rechoncho, con un vigote enorme y una incipiente calva le hizo un gesto para que se acercase al mostrador.

─¿nombre?

─Olimpia Hastings Cooper. Tenga, este es el recibo que me dijeron que presentara.

Oli entregó un resguardo sellado por la misma compañía y sonrió al dependiente. Éste miró el resguardo y luego levantó una ceja. Volvió a revisar en la pantalla de su ordenador.

─Lo siento, pero no aparece su nombre en nuestra base de datos ¿No habrá dado otro nombre?

Olimpia torció el gesto.

─Pruebe con Nathan Phillipe III Hastings ─el señor la miró aguantando una sonrisa jocosa─. ¿Qué? Mi marido es hijo de un noble inglés ¿vale?

─Lo siento señora, pero debe reconocer que...─ Olimpia lo miró seria y malhumorada, colocando sus brazos en jarra. Sabía que el nombre de su marido era de risa, a ella también le hacía gracia cuando lo escuchaba completo. Pero nadie a excepción de ella y tal vez Olga podía reírse de Nate. El dependiente se mordió la lengua y continuó buscando en la pantalla.

─Aquí está señora. Son muchos bultos, tendrá que ir a la parte de atrás. Si quiere podemos llevarle nosotros lo que no pueda transportar hasta la dirección que nos indique.

Olimpia asintió y rellenó la documentación que el hombre le ofrecía, para después acercarse al almacén y seleccionar las cajas que la empresa entregaría y que ella se llevaría en ese momento.

Tras comer en una hamburguesería Oliver y ella, y dejar jugar a Noha todo el rato que quiso en uno de los parques que encontraron, decidieron que era hora de buscar una tienda donde Olimpia pudiera comprar el material que necesitaría para tatuar.

Pasadas las cinco dieron con un estudio de tatuajes bastante famoso de Atlanta. El local era ampli, completamente austero y minimalista, contaba con varias salas de tatuajes todas cerradas y numeradas en la puerta con números romanos.

─Buenas tardes, soy Olimpia Cooper, quisiera...

La dependienta, una chica joven de apenas veinte años con aspecto gótico la miró con los ojos abiertos de par en par.

─¿Olimpia Cooper? ¿La tatuadora Olimpia Cooper?

Olimpia puso los ojos en blanco. Tenía la esperanza de que n o le reconocieran, pero lamentablemente no fue así.

─Si, por favor, tenemos algo de prisa. Necesitaría un par de kits o tres de agujas de todos los tamaños, y también un bote mediano de tinta negra y un juego de tintas de colores básicos, con doce colores me conformo ─Olimpia trataba de ignorar a la chica que la miraba embelesada y tomaba nota de todo lo que le pedía. La mano cálida de Oliver se posó sobre su brazo.

─Olimpia, mi idea era un tatuaje pequeñito. No es necesario usar doce colores.

Olimpia se rió a carcajadas, haciendo que Noha que estaba quedándose dormido sobre sus brazos se desvelara y la mirase asustado.

─Tranquilo Oliver, los colores no son para tí. Se muy bien, que no serás el único al que tatúe ─Olimpia se dirigió de nuevo a la chica que miraba en la pantalla de su ordenador─ Por cierto, ¿tenéis henna de manos?

─Si por supuesto, ¿en qué tono?

─Dame la mejor marca que tengas y el tono más oscuro.

─¡Joder Oli! ─Oliver saltó de la tumbona cayendo de bruces en el suelo de la terraza.

─Vamos Oliver, quédate quieto. Esto no duele ─Olimpia arrastraba las palabras al hablar por culpa de la botella y media de tequila que ambos se habían bebido. Eran pasada las once de la noche y aún seguían en la terraza del nuevo estudio. La noche era calurosa pero la suave brisa hacía que se pudiera estar perfectamente a la intemperie. La luz de una guirnalda de bombillas amarillas iluminaba toda la terraza, y el sonido de la rotativa los acompañaba.

Oliver volvió a sentarse en la tumbona y se mordió el carrillo interno cuando la mujer comenzó a pasar aquella aguja por sus músculos para hacer aquel intrincado dibujo.

─¿Estás segura de lo que haces?

Olimpia lo miró a los ojos y le sonrió arrugando la nariz.

─Oliver, me tatué yo sola media pierna borracha como una cuba, y no me ha quedado tan mal ─movió la pierna para mostrarle los tatuajes que llevaba. Tribales que se mezclaban con animales, frases en diferentes idiomas, símbolos celtas, fenicios, egipcios y vikingos todos mezclados hacían de su pierna un intrincado puzzle.

─Está bien, pero... ¿qué es lo que vas a tatuarme?

Olimpia pasaba la aguja con seguridad y fuerza sobre la piel blanca de su amigo. Aunque el alcohol nublaba su mente, sabía bien cómo dibujar y tatuar.

─Es una mandala tailandesa, se usa como símbolo de protección. Yo llevo una en la espalda ─sentía cómo el cuerpo de Oliver se tensaba bajo el dolor sufrido por los pinchazos repetitivos de la aguja─. Vamos Oliver, esto no duele, es la aguja más pequeña, además el de mi espalda me lo hicieron en Tailandia con el método tradicional, yo estoy usando una rotativa.

Oliver se quedó en silencio observando como su amiga dibujaba sobre su piel aquel extraño dibujo que ella misma iba diseñando a medida que pasaba la aguja por su brazo. Tras más de media hora finalmente la chica terminó y limpió el brazo de Oliver, para luego colocarle un poco de crema y un plástico protector.

─Listo, ¿ves? No ha sido para tanto.

Sentía la mirada de Oliver clavada en ella. Su respiración se agitaba, el silencio que se coló entre ellos era ahora extraño.

─¿Por qué has vuelto Oli? ¿Qué ha pasado?

Olimpia suspiró, sabía que aquella pregunta llegaría. Sentía cómo el tequila le subía para nublarle la razón. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos a la espera del momento, el sentimiento o las palabras que las hicieran salir. Tragó el nudo que se estaba formando en su garganta.

─Estoy bloqueada desde hace tiempo Oliver, desde Nueva York.

─¿Qué pasó?

Aquella era la pregunta, las palabras que dieron paso al sentimiento que hizo aflorar el llanto. Una lágrima caía sola por su mejilla, atrapada a medio camino por el pulgar de Oliver.

Olimpia miró aquellos ojos marrones oscuros, eran dos pozos profundos que tiraban de ella. Tragó saliva de nuevo e inspiró fuerte para contener el resto de las lágrimas que deseaban seguir su curso. Oli cerró los ojos para evitarlo, y sin darse cuenta, unos labios suaves y cálidos se posaron en los suyos. El sabor del tequila de la lengua cálida y juguetona de Oliver la sacaron de su ensimismamiento, separándose rápidamente de aquel muchacho. Sonrió divertida, aquello no había sido más que el fruto del alcohol y la confianza, mezclada con la soledad de ella y la tristeza de él. Oliver le sonreía divertido y evidentemente ebrio.

─¿Qué te parece si echamos un polvo rápido? Por los viejos tiempos.

Olimpia se levantó de la tumbona para apoyarse en el barandal de la terraza.

─No voy a acostarme contigo, estoy casada...¿tan borracho estás que no recuerdas eso?

Sentía la mirada de Oliver clavarse en sus ojos. Su sonrisa divertida ahora desaparecía para dar paso a un rostro serio.

─Ya, pero si yo fuera Travis, no creo que te importase mucho tu matrimonio.

Olimpia sentía la ira subirle desde los pies a la cabeza. Aunque su amigo estaba borracho y sabía que solía decir comentarios inapropiados aún sin estarlo, aquello la molestó. El muchacho se levantó y se acercó a ella para abrazarla.

─Lo siento, no quería molestarte. Perdóname. Pero... he visto como lo miras Oli, y cómo te mira él.

Olimpia se separó del abrazo de su amigo para sentarse de nuevo en la tumbona. Sabía que no iría mucho más lejos, que aquel beso inocente era sólo eso y que ese comentario no era más que una de sus tonterías. Pero estaba metiendo el dedo en la herida que creía cerrada y Olimpia se estaba cansando.

─Aquello se terminó Oliver.

─Yo no lo creo ─Oliver arrastraba las palabras a la par que movía pesadamente su cuerpo hasta sentarse otra vez al lado de su vieja amiga. Apoyó la cabeza sobre el regazo de Olimpia─. Oli, lo único que se terminó fue mi relación con Anne, pero no lo vuestro. Eso sigue ahí, está vivo, todos podemos verlo.

Olimpia se quedó en silencio acariciando el pelo de Oliver, tras unos segundos sentía como su viejo amigo sufría leves espasmos, para terminar en sollozando.

─Cuéntamelo, Oliver ─Olimpia dejó caer los hombros y se abrazó al muchacho para que éste se tranquilizara.

─Oli, yo... me porté fatal con Anne. Fui un cretino, no sólo la engañé, ¿sabes? La dejé sola.

─Oliver tranquilo. Todos cometemos errores alguna vez.

─¡No! ¡Joder Olimpia! Lo que yo hice no tiene perdón, y creo que por eso Anne rompió conmigo. La abandoné Oli... la abandoné en el peor momento. Me asusté mucho, no sabía qué hacer y la dejé sola.

Olimpia obligó a que Oliver se incorporase y la mirase a los ojos. No entendía nada de lo que le estaba contando. Acunó el rostro recién afeitado de aquel hombre entre sus manos tatuadas.

─Oliver ¿de qué me estás hablando?

─Un día, al volver de Atlanta, Anne me dijo que estaba embarazada. Yo no supe qué hacer, me asusté. Éramos muy jóvenes, estaba a punto de terminar la universidad y de repente toda mi vida se vino abajo. Sé que un hijo es algo maravilloso, pero no supe verlo así. De forma que volví a Atlanta con la excusa de mis exámenes. Comencé a salir los fines de semana para no tener que volver aquí, para alejarme de ella. La quiero Oli, la quería entonces y ahora aún la quiero. Pero...

─Tranquilo, Oliver. ¿Fue entonces cuando la engañaste?

Oliver asintió y volvió a dejarse caer en el regazo de Olimpia.

─Sí, ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, ni cómo pasó. Me desperté por la mañana con aquella mujer en mi cama, y yo sólo podía pensar en Anne y en el bebé; en lo mal padre que estaba siendo en aquel momento aún sin haber nacido. Así que volví para pedirle perdón. Pero, cuando se lo conté, ella me dijo que lo había perdido y que no quería volver a saber nada más de mí.

Olimpia sentía cómo su respiración se agitaba, cogió la botella de tequila que tenía a sus pies y le dio un sorbo largo. Aquello era demasiado para ella. Anne había perdido un bebé y para colmo Oliver le confesaba que le había sido infiel. Nunca pensaba que su amigo pudiera llegar a hacer algo así; pero no era ira lo que sentía, sino lástima. Aquel hombre estaba tirado llorando como un niño pequeño en su regazo arrastrando desde entonces la pena y la culpa.

─Volvimos después de aquello, a los dos años. Fue ella quien quiso volver, así que creí que me había perdonado, pero la sentía rara. Y sin más, un día me dijo que lo nuestro había terminado.

El muchacho rompió a llorar; Olimpia lo dejó hasta que se quedó dormido. Pero ella se quedó mirando el vacío. Aquello era muy extraño, conocía a Anne, o eso creía. Y algo en la historia de Oliver no cuadraba. Había algo más que sólo aquella chica pelirroja de pecas y enorme timidez podía explicarle. 

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