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7


Olimpia llevaba toda la mañana trasladando los caballetes, pinturas que podía usar, lienzos y demás tiestos y cajas que tenía en el garaje de Diana hasta el local de Alvin que ahora sería suyo, al menos durante un tiempo. Roger le había prestado su viejo Chevrolet, para que no tuviera que ir en autobús hasta el centro, pero, aun así, le llevó varios paseos y mucho tiempo poder meter todo aquello, a la par que se hacía cargo de su sobrino. No le importaba estar con aquel pequeñajo de ojos verdes y sonrisa permanente, pero era un niño, y como tal aquellas tareas lo aburrían sobremanera.

Tras dejar la última caja en el centro del local, Olimpia miró a su alrededor. Tenía una larga y ardua tarea por delante, ya que aún debía limpiar todo y ordenar para dejar espacio a todas las cosas que tenían que llegar, con suerte, en unos días. Torció el gesto en cuanto sintió rugir su estómago, eran pasadas las dos de la tarde. Cogió su Smartphone para llamar a Diana.

─Hola Didi...si, está bien...─miró a su sobrino jugar con unos coches de juguete en la enorme terraza y le sonrió arrugando la nariz mientras escuchaba a Diana─. Muy bien, te esperaré donde Anne... ¿Diez minutos? Perfecto ─colgó y se acercó al pequeño que entretenido no se percató de la presencia de su tía hasta que sus manos lo elevaron al aire. Soltó una carcajada al sentir un leve cosquilleo en su estómago.

─Vamos cucuruchito, mamá va a venir a buscarte.

─Pero yo quiero quedarme a jugar aquí.

─Tengo que ordenar y limpiar todo esto, pero en cuanto esté listo, te prometo que podrás quedarte a dormir.

Noha se abrazó al cuello de su tía, apoyando su cabecita rubia en su hombro, mientras ésta lo llevaba en volandas por las escaleras camino del viejo restaurante que regentaba Anne y sus padres.

Olimpia entró con el pequeño aún en brazos al restaurante. Buscó a Anne con la mirada y ésta al verla, le señaló una de las mesas que tenía libre. Tras un rato de jugar con Noha; Anne apareció para servir una deliciosa hamburguesa a Olimpia y un perrito caliente con patatas la pequeño. La mujer sonrió y esperó que su amiga se sentara con ella un rato.

Noha cogió una de las patatas del plato para empezar a devorarlo con ansía.

─Tu madre va a matarme cuando vea lo que estás comiendo. Seguramente dirá que esto no es sano, y todas esas tonterías que siempre se les ocurre a Diana ─Olimpia soltó una carcajada mientras miraba a Anne. Ésta le sonrió desviando los ojos al pequeño.

Olimpia miró en silencio a Anne durante un rato, esperando que hablara, pero la chica no decía nada, sólo miraba sin ver, dejando escapar los pensamientos.

─¿Pero qué demonios? ─la voz de Diana los sacó de su ensimismamiento.

─Mira mami, la tía Oli me ha comprado un perrito caliente.

Diana miró entre molesta y sorprendida a su hermana.

─Oli, creí haberte dicho que tenía la comida preparada de Noha.

Olimpia puso los ojos en blanco.

─Diana, por favor. Es muy tarde y tu hijo se estaba muriendo de hambre, ¿qué más da? Sólo es una salchicha con pan.

Anne sonrió divertida ante la escena que estaba presenciando. Echaba de menos aquellas discusiones entre sus dos mejores amigas. Se levantó cediendo el sitio a la recién llegada y disculpándose porque tenía que volver al trabajo.

Didi apoyó la cabeza en su mano y cogió una de las patatas del plato de su hijo para comenzar a morderla con desgana. Miraba mientras a Olimpia seria a los ojos. Ésta levantó las cejas, esperando que su hermana hablara y dijera aquello que sabía Olimpia que la carcomía por dentro.

─¿Le has visto?

─¿A quién?

─Olimpia, no te hagas la idiota que nos conocemos. Le has visto ¿sí o no? ─Olimpia asintió y desvió la mirada al taller mecánico cuyas puertas estaban cerradas. La vieja Harley ya no estaba aparcada dónde ella la recordaba. Un pellizco le estranguló la boca del estómago, haciendo así que el hambre desapareciera─. ¿Y bien?

─¿Y bien qué?

Diana puso los ojos en blanco y suspiró exasperada.

─Nada Olimpia, pero este domingo me ha llamado Rachel para invitarnos a una barbacoa todos juntos. ¿Vas a venir? No tienes por qué hacerlo.

─Didi, ya te lo he dicho, el pasado se terminó. Se quedó atrás. Iré porque sólo he venido para desbloquearme. No te preocupes tanto, por favor.

Diana asintió mientras limpiaba con una servilleta la boca manchada de tomate de su pequeño.

─ Está bien.

─Oye, me voy ya ─Olimpia se puso en pie y se colocó el bolso sobre el hombro─, quiero ponerme a limpiar antes de que llegue Oliver.

Una mano se posó en su espalda, haciendo que diera un respingo y se girase rápidamente para encontrar la sonrisa dulce y los ojos de Rachel.

─¿Ya te marchas? ─desvió el rostro hacia Noha a quien cogió en brazos para regalarle un beso─ Hola tesoro... Didi, ¿le has comentado a tu hermana que la barbacoa será el domingo?

─Sí, Rachel. Ahora mismo estábamos hablando de eso.

Rachel volvió a dirigirse a Olimpia.

─¿Vendrás? A Travis y a mí, nos haría mucha ilusión conocerte un poco más.

Los ojos de Diana se clavaron en los de Olimpia. Ésta tragó saliva.

─Sí, claro. Espero que no os importe si le pido a Oliver que venga.

─Por supuesto, Oli ─respondió Diana─. Como en los viejos tiempos.

Olimpia asintió y se recolocó el bolso sobre el hombro antes de despedirse de su sobrino con un beso en la cabeza.

─Adiós, cucuruchito, luego nos vemos a la hora de la cena.

***

 Oliver apuró lo que le quedaba de su cerveza. Estaba sentado en uno de las tumbonas que había debajo de la pérgola de madera. Desde que llegara, se habían pasado las horas allí sentados a la sombra hablando de todo y nada. Se mesó el cabello negro como la noche mientras miraba a su vieja amiga pasearse con el móvil en la mano. Oliver miró su reloj, eran las seis y media, por lo que calculó que en Londres serían aproximadamente las once y media de la noche. Seguramente Nathan estaba en su casa cenando sólo, extrañando a la preciosa mujer que él tenía delante. Se permitió observarla; llevaba una camiseta de mangas cortas que dejaban ver los tatuajes de su brazo izquierdo, el pelo recogido con su viejo pincel, unos vaqueros rajados que le marcaban la figura y unas converse negras eran su atuendo. Sonrió, su vieja amiga no había cambiado nada desde que la conociera. Estaba preciosa se dijo, estaba apoyada sobre el alféizar, el teléfono en la oreja derecha y el brazo izquierdo sobre el abdomen, las piernas cruzadas y aquella sonrisa que una vez a él también le enamoró. Sí, había estado perdidamente enamorado de aquella morena, pero ese amor se esfumó en cuanto Anne ocupó su corazón y sus pensamientos. Una punzada de dolor le atravesó el pecho, cómo la extrañaba.

El sonido de una puerta metálica al cerrarse lo sacó de sus pensamientos. Miró hacia el lugar y se encontró con los ojos azules de Travis. Éste le hizo un ademán de cabeza mientras se encendía un cigarrillo y se acercaba a él. Antes de llegar hasta la tumbona para sentarse al lado de Oliver, desvió la vista hasta Olimpia. Suspiró sin quererlo.

Olimpia sintió la mirada de Travis y se giró para seguir hablando sin que aquellos ojos azules la distrajesen.

El mecánico siguió su camino al ver la reacción de la mujer. Se sentó al lado de Oliver y éste le ofreció uno de los botellines de cerveza que aún quedaba. La aceptó; y en silencio, ambos hombres se quedaron mirando con atención todos y cada uno de los movimientos de Olimpia.

Oliver sonrió y Travis lo miró extrañado.

─¿Qué te hace tanta gracia?

─¿No lo ves? Ésta situación, hemos pasado por su vida tres hombres, Travis, y los tres estamos aquí presentes. Tú, yo y Nathan al teléfono.

Travis le dio un sorbo a su cerveza antes de responder.

─Nathan está en la otra punta del planeta. Aquí sólo estamos nosotros.

El mecánico miró de reojo al chico moreno. Había cambiado mucho desde que se marchara a la universidad; aquellos años le habían sentado bien, se había quitado las gafas, su forma de vestir había mejorado mucho, el gimnasio le había dado la forma que ahora mostraba, y había madurado. Pero en los últimos años, aquel muchacho feliz y alegre, se había tornado serio y taciturno. Travis lamentaba en silencio que su relación con aquella chica tan dulce se torciera de aquella manera. Sabía lo que era sufrir por amor. Desvió la mirada hacia Olimpia de nuevo, un extraño sentimiento le oprimía el pecho desde que la había visto por primera vez hacía ahora tres días.

Oliver miró a Travis de arriba a abajo, tenía unas ojeras enormes, unas pequeñas arrugas surcaban sus ojos, la barba de tres días asomaba mostrando algunas canas desperdigadas y sus ojos hablaban solos. Se compadeció de él. Se levantó y se estiró cuan largo era, tras eso le dio una palmada al mecánico en el hombro.

─Te equivocas, aquí sólo estás tú. Yo lo superé, Travis.

Oliver se acercó a Olimpia para despedirse con un suave beso en la mejilla y terminar saliendo por la puerta corredera de cristal; dejando solos a Olimpia y Travis que seguía mirándola atento.

─Nathan, tengo que dejarte, ha venido alguien...─Olimpia se encaminó para sentarse en la tumbona al lado del mecánico con el teléfono en la mano. Su olor a colonia fresca y barnices embriagó a Travis, transportándolo a felices recuerdos que ahora quedaban lejanos en el tiempo; ya casi no recordaba su olor y cuánto lo había extrañado─. Yo también te quiero.

Oli colgó y dejó el móvil sobre la pequeña neverita dónde tenía las cervezas guardadas. Travis miró la foto que tenía de fondo de pantalla; Nathan la besaba en la mejilla mientras ella sonreía a la cámara, estaba claro que era un selfie que ella misma se había hecho. Sintió agujas clavarse en su corazón.

El silencio los envolvió; aquella situación superaba a Olimpia, aunque había aprendido a ser paciente con los años, seguía sin soportar los silencios.

─Esto es muy incómodo Travis. Yo... no sé qué decir.

─No tienes que decir nada, porque no hay nada que decir.

Olimpia asintió mirándolo de reojo. Sentía los nervios oprimir su estómago. Aquello que sentía por Travis había muerto, se decía, no entendía por qué estaba tan nerviosa.

─Rachel es muy simpática y dulce ─Travis asintió sin responder. Olimpia la miró seria, había una pregunta que la carcomía por dentro desde que lo viera del brazo de aquella mujer─. Travis...

Su voz se apagó rápidamente, quería entenderlo, pero tenía miedo de la respuesta.

─¿Si? ─la voz del mecánico estaba ahogada, tragó saliva a la espera de que la mujer continuara. El Smartphone de Travis sonó en ese momento.

─¿No vas a contestar?

Travis carraspeó molesto por la intromisión de la persona que lo llamaba. Respondió sin mirar quien era.

─Diga ─aunque en su voz no se notaba, sus ojos no podían esconder el enfado─. En el taller, en seguida voy a casa ─Travis colgó la llamada mirándolo extrañado el teléfono.

─¿Pasa algo?

─No, tranquila. Es solo que... Rachel no suele llamarme para preguntarme dónde estoy. Pero, ¿qué ibas a decirme?

Olimpia le sonrió dulce, le puso una mano sobre la rodilla justo antes de levantarse.

─Nada, sólo que... me alegro mucho de que seas feliz. ─Travis pudo intuir una leve nota de tristeza en la voz suave y cálida de Olimpia. Aquel comentario se le clavó en el pecho, al igual que el calor de la mano de la mujer sobre su rodilla. Asintió sin poder responder; quería hacerlo, decirle que se alegraba de que ella también lo fuera, pero no era cierto. Esperó hasta que la mujer desapareció de su vista, se quedó unos minutos allí, meditando y poniendo en orden aquellos sentimientos que llevaban tres días luchando por arrancarle la cordura y sumirlo de nuevo en aquel remolino oscuro del que tanto le había costado salir.

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