58
Travis se mesó el pelo tras dejar el casco en la alforja derecha de la Harley. Eran apenas las ocho de la noche, pero la noche caía ya cerrada. Suspiró y miró su reloj calculando que para Olimpia sería la madrugada, seguramente los brazos de Nathan la rodeaban, aquella imagen le revolvió el estómago. Aunque sabía que centrarse en aquellos pensamientos no era más que una manera masoquista de fustigarse y castigarse, y que no le llevarían a ninguna parte, no era capaz de apartarlas.
Era ya mediados de enero, hacía más de dos semanas que había visto a la pintora apenas unos minutos en el parque que daba al lago, pero su imagen y el olor almizcleño de la mujer aún lo inundaba cuando evocaba aquel recuerdo tan doloroso.
Entró en su casa con la cabeza baja y el humor de un perro rabioso. Deseó en silencio no encontrarse con Rachel, pues no le apetecía terminar discutiendo con ella, otra vez. Subió lentamente las escaleras mientras se deshacía de la bufanda y la chupa de cuero; soltó las llaves, el Smartphone y la cartera en la pequeña mesita de noche del cuarto de invitados que ahora hacía de su dormitorio. Desde que Olimpia le dijera que Rachel estaba embarazada y que esa era la causa de su marcha, no había vuelto a compartir el lecho marital.
Suspiró y torció el gesto en señal de disgusto, hacía más de un mes que todo había salido a la luz: tanto el embarazo de Rachel como su relación con Olimpia, sin embargo, su mujer aún no se había pronunciado con respecto a ninguno de los dos temas. Aunque no se lo había confesado abiertamente, ni lo habían hablado, Travis sabía que Rachel conocía la verdad de su relación con la pintora. Se deshizo de ese hilo de pensamientos, estaba cansado y la cabeza comenzaba a dolerle.
Se deshizo de toda su ropa y se metió bajo el agua caliente de la ducha. El chorro le caía directamente en la nuca, resbalando por los hombros, calentando su espalda y su pecho. Dejó la mente en blanco durante unos minutos. Pero en cuanto se relajó, los ojos verdes de Olimpia aparecieron de nuevo en su mente, inundando los suyos de tristeza y frustración. Lentamente se dejó caer hasta sentarse en la placa de ducha, en un rincón, sucumbiendo un día más al llanto.
Tras media hora, salió de la ducha y comenzó a vestirse. Era viernes por la noche y lo último que necesitaba era quedarse en aquella casa dando vueltas por ella como si de un león encerrado se tratara. Mientras terminaba de abrocharse la camisa gris marengo, el perfume fresco de Rachel impregnó la habitación.
─¿Vas a salir? ─Su voz era apenas un ronroneo suave. Travis se giró la miró de arriba a abajo, llevaba un precioso camisón de seda negro por encima de la rodilla y encaje en un escote que antes se le habría antojado sugerente y excitante. Torció el gesto y se volvió para buscar las botas que tenía en la parte baja del armario─. Cielo, te he hecho una pregunta.
─Sí ─gruño sin apenas mover los labios para hacerse entender.
Tras coger las botas y tratar de acercarse a la cama, para poder calzarse los zapatos; las manos pequeñas y juguetonas de su mujer lo pararon, posándose en su pecho, mientras sus labios se acercaban peligrosamente a los suyos. El motero se apartó sin disimular el disgusto que le producía tener a Rachel a su lado últimamente.
─¿Por qué no te quedas conmigo? Podríamos... ─Rachel volvió a acercarse sugerente, mientras se abrazaba a su cuello.
Travis chasqueó la lengua. Acto seguido tomó a su mujer por las muñecas y se deshizo de su agarre, la miró serio a los ojos.
─No. No voy a quedarme aquí y no podemos hacer nada.
Tras hablar, se sentó en la orilla de la cama. Rachel hizo un mohín y lo taladró con la mirada.
─¿Qué demonios te pasa?
─Déjame en paz ─respondió tratando de sonar lo más sereno y tranquilo posible, aunque sabía que perdería la paciencia rápidamente si su mujer trataba de continuar con el tema.
─¡No! ─gritó─. ¡No pienso dejarte en paz hasta que me digas qué bicho te ha picado! ¿Por qué narices duermes en este dormitorio? ¿Por qué no te acercas a mí o dejas que yo me acerque a ti? ¿Qué cojones sucede contigo, Travis?
La respiración del motero se fue acelerando a la par que el latir de su corazón a medida que Rachel formulaba todas aquellas preguntas a voz en grito. El hecho de que le hiciera preguntas cuyas respuestas ya conocía todo el mundo lo irritaba sobre manera. De un salto, Travis se incorporó y la agarró por los hombros, clavando sus ojos azules llenos de ira y furia en los de Rachel.
─¿Quieres saber qué coño me pasa? ─gritó mientras la zarandeó─. ¡¿Quieres saberlo?!
Los ojos de Rachel se abrieron, el miedo que en ellos se reflejaban lo obligó a romper su agarre y alejarse de ella, llevándose las manos a la cabeza. Aunque su tez blanca por la impresión y el temblor que comenzó a mostrar en su labio inferior no hicieron que Travis se ablandara. Seguía furioso. Furioso con Rachel, con Olimpia, con la situación y las malas decisiones que había tomado con respecto a su relación con la pintora; pero, sobre todo, estaba furioso con él mismo.
─Sí. ─Aunque apenas había sido un susurro, la mujer se irguió y se hinchó soberbia en el momento en que Travis volvió a clavar la mirada en ella.
─¿Aún no te has dado cuenta, Rachel? ─preguntó incrédulo. La mujer se quedó en silencio, mirándolo con los ojos entornados, a la espera de una respuesta. Travis suspiró y una sonrisa cínica se dibujó en su semblante─. Si eso es lo que quieres. La verdad es que no te soporto, Rachel ─escupió con todo el desprecio y la furia que le corría por las venas─. Estoy cansado de estar aquí, nuestro matrimonio es un fracaso y te empeñas en hacerlo funcionar.
─¿Y por qué narices no te has largado con esa lagarta a la que tanto quieres? ─El tono Rachel estaba cargado de la misma ira y el mismo desprecio con el que había sido atacada.
─¡No la insultes! Si seguimos juntos es porque estás embarazada ─respondió acercándose a Rachel y retándola con la mirada.
Las comisuras de Rachel se elevaron dibujando una sonrisa malévola.
─Te ha dejado, Travis. ¿Por qué demonios no lo aceptas? No te quiere, ha preferido a su marido y sus pinturas una vez más antes que a ti─. Travis sintió una daga al rojo vivo clavarse en su corazón. Aunque esa idea se le había paseado por la cabeza, siempre la había desechado. Olimpia lo quería, lo había leído en la tristeza de aquellos ojos verdes la última vez que se reflejó en ellos─. Si te quisiera, estaría aquí. Mi embarazo no es más que la excusa perfecta para salir huyendo con su marido. No has sido más que un entretenimiento para ella...
─¡Cállate! ─gritó fuera de sí, Travis. Tenía le corazón a mil, podía sentir la sangre discurrir por su sien, mientras, un zumbido atronador hacía que se marease. Aquello que escuchaba, aunque tenía sentido, no podía ser cierto.
─¿Es que no lo ves? Siempre vuelve para destrozarte, te dice que te quiere, te llena de ilusiones y luego te pisotea y te abandona con cualquier excusa.
Las miradas furiosas de ambos se cruzaron durante unos largos segundos. Travis y Rachel se midieron en silencio. Pero algo en el fondo de su corazón le decía al mecánico que su mujer tenía razón. Olimpia, siempre que había vuelto, lo había dejado con alguna excusa, bien era para seguir su sueño, bien porque decía que no podía dejar a su marido o esta última vez, porque Rachel estaba embarazada y no quería darle a elegir entre su hijo o ella. Rachel tenía razón, la pintora nunca lo había querido. Sintiendo el peso de los años, Travis se dejó caer en la orilla de la cama y, hundiendo su rostro entre sus manos, dejó que el llanto lo acunara. Tras unos minutos, la mano de Rachel se apoyó en su hombro.
─¡Lárgate! ─ladró─. ¡Déjame sólo!
Bajo la mirada colérica de Travis, Rachel se alejó lentamente saliendo de la habitación. Pero antes de desaparecer por la oscuridad del pasillo, lo miró arrogante y le habló:
─Estás destrozado, Travis. Pero yo estoy aquí para recoger los pedazos que han quedado y volver a enamorarte. Te quiero, y no permitiré que vuelvas a caer.
─Yo no te quiero, Rachel. Nunca te he amado como la amo a ella, y esta vez, no pienso esforzarme en algo que no puedo ni deseo conseguir ─respondió derrotado.
Rachel negó con la cabeza y sin responder desapareció por el pasillo.
Apenas unos segundos después, un grito agudo seguido por un golpe asustó a Travis. Obligándolo a reaccionar rápidamente. Rachel había trastabillado y caído escaleras abajo.
Sin perder tiempo, el motero bajó los escalones de dos en dos y trató de levantarla. Estaba inconsciente, y del lateral de su cabeza manaba sangre de una herida, haciendo que el parquet comenzara a encharcarse. Travis la levantó en volandas y salió rápidamente de la casa gritando auxilio a alguno de sus vecinos. En ese momento, la furia, la tristeza y el desconsuelo por la pérdida de Olimpia habían sido reemplazado por el miedo y la incertidumbre de saber que tal vez su hijo no nato no sobreviviría a la caída que había sufrido Rachel.
Travis se paseaba como un animal enjaulado por el pasillo del pequeño centro hospitalario. Aunque no era tan grande como el de Atlanta, se atendían a muchos pacientes allí. Max estaba apoyado en la pared, observándolo en silencio, Diana se mordía el labio inferior mientras daba traqueteando en el suelo con el pie derecho.
─¿A qué hora llegarán tus suegros? ─le preguntó tratando de parecer calmada.
─No lo sé, los he llamado hace una hora, supongo que aún faltará otra más hasta que lleguen ─respondió Travis mirando el reloj de muñeca.
En ese momento, un doctor mayor, con una bata blanca y unas gafas redondas que le conferían el aspecto de un antiguo boticario salió de la habitación dónde estaba Rachel ingresada y siendo atendida.
─¿El señor Mills?
─Soy yo, ¿cómo está? ─preguntó mientras se acercaba a él con el rostro ceniciento y el corazón en un puño. El médico le sonrió.
─No se preocupe, está despierta y en perfecto estado. Sólo ha sido una herida en la cabeza y un par de huesos rotos. Nada de lo que preocuparse.
Travis frunció el ceño extrañado, pero, tras parpadear dos veces arrolló al médico agarrándolo por los brazos fuertemente.
─¿Y mi hijo? ¿Cómo está el bebé?
El médico lo miró sorprendido y desvió la mirada buscando al parecer, algo de apoyo. En ese momento, las manos fuertes de Max agarraron al mecánico obligando a soltar su agarre y alejarse del doctor.
─Tranquilo, Travis. ─Trató de calmarlo. Luego, desvió la mirada al médico─. ¿Cómo está el bebé, doctor?
El anciano los miró desconcertado, luego se recolocó las gafas y carraspeó para tratar de recomponerse. Sin mediar palabra, entró de nuevo en la habitación y tras unos segundos, salió con una carpeta llena de impresos que parecían ser los resultados de las pruebas realizadas a Rachel.
─Señor Mills... ─carraspeño de nuevo y lo miró a los ojos algo incómodo─. No sé cómo decirle esto...
─¿Lo ha perdido? ─preguntó Diana asustada casi en un hilo de voz.
─No, señora. Lo que sucede es que, la señora Mills, no está embarazada.
Aquella sentencia cayó sobre Travis como una jarra de agua fría. Abrió los ojos y sintió que el corazón se le paraba a la par que la boca se le resecaba.
─¿Qué? No es posible...
El doctor volvió a repasar todos y cada uno de los papeles que traía consigo con el ceño fruncido.
─Lo lamento, señor Mills, pero por lo que veo en estos análisis, su mujer no está embarazada.
Travis se sentó en uno de los bancos que había en el pasillo. La mente le daba vueltas. Tras unos segundos, miró serio al médico.
─¿Puedo verla?
─¡Claro! Está despierta, pueden pasar los tres ─respondió el hombre con una sonrisa tensa en los labios antes de despedirse y alejarse de la puerta para darle paso.
Travis fue el primero en entrar, sentía que su corazón se aceleraba rápidamente, respirar le costaba cada vez más. Un peso cada vez mayor se alojaba en su pecho. Rachel estaba postrada en la cama, una venda en la cabeza, una pierna escayolada estaba elevada gracias a unas poleas que colgaban del techo y el brazo izquierdo también escayolado desde los dedos hasta el codo. Sus miradas se cruzaron y en los ojos de su mujer vio miedo.
─¿Rachel, me has mentido?
─Cielo, yo... ─titubeó─. Lo hice por nosotros... yo...
─¡Me has mentido! ─gritó fuera de sí─. Dijiste que estabas embarazada para retenerme a tu lado, porque sabías que nunca te abandonaría con un hijo, ¿verdad?
Las manos de Max volvieron a agarrar a Travis por los hombros.
─Vamos, tío. Tranquilízate.
─¡No pienso tranquilizarme, Max! ─respondió mientras de un movimiento rápido se deshizo de su amigo. Se acercó a Rachel, inclinándose y mirándola a los ojos. Podía sentir su aliento sobre su rostro, a la vez que podía ver el miedo en los ojos de aquella mujer─. Pero lo que no sabes es que si seguía contigo es porque Olimpia me lo pidió.
─¿Qué estás diciendo?
Travis se alejó, sintiendo cómo una risa histérica se hacía con el control de su cuerpo.
─No te he dejado porque Olimpia me pidió que no lo hiciera. No me importaba que estuvieras embarazada, Rachel ─rio histérico─. Quise dejarte. Pero Olimpia me rogó que no te dejara, ella no soportaba saber que me separaría de mi hijo. ¡Mi hijo! ¡Un hijo que no existe!
Travis reía como un loco, mesándose el pelo. Tras unos segundos, el recuerdo de Olimpia marchándose de su lado lo trajeron de vuelta a la realidad. En aquel momento, ya no quedaba nada que lo separasen. Un rayo de esperanza se coló en su alma, recomponiendo poco a poco su roto corazón. Sus ojos se cruzaron con los celestes de Max, y sin poder evitarlo, le sonrió feliz.
─Travis, por favor, cielo... ─Comenzó a balbucear Rachel desde la cama.
─¡No! Ya no hay nada que me retenga a tu lado ─le dijo mientras le sonreía─. Max, por favor, prepara los papeles para mi divorcio. Los firmaré en cuanto vuelva.
Sin decir nada más, giró sobre sus talones y se encaminó por el pasillo. La voz de Diana lo retuvo.
─¡Travis! ¿A dónde vas?
El mecánico se giró y con una sonrisa radiante le respondió.
─¡Voy a buscar la felicidad!
Y sin darle tiempo a réplicas, Travis salió por la puerta del hospital, dejando a Diana plantada en medio de aquel pasillo.
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