57
─Mi marido cree que estoy loca, ¿sabes? Pero siempre me han gustado los tatuajes y mi nieta dice que eres la mejor de toda Inglaterra... ─Olimpia forzó una sonrisa amable a la señora que la observaba desde sus gafas de lejos mientras le tatuaba una enorme rosa roja en la cadera. Trató de aislarse durante la sesión, pero la señora no paraba de hablar─. ¿Y bien?
Olimpia levantó la cabeza y volvió a la realidad en cuanto la mujer levantó las cejas.
─Disculpe, ¿me decía?
─Te preguntaba por ese símbolo que llevas sobre las domingas.
─¿Las domingas? ─respondió aún conmocionada por lo absurdo de la situación. Olimpia parpadeó y comenzó a notar cómo se sonrojaba. No estaba acostumbrada a que las mujeres de más de sesenta pasaran por el estudio a tatuarse y mucho menos que se refiriesen a sus pechos con aquella expresión.
─Sí... tus pechos... ¿Es que no se dicen así?
Olimpia sonrió y cargó de nuevo la aguja con más tinta.
─Sólo se dicen domingas si es usted un camionero de los años setenta ─respondió socarrona mientras continuaba dando color a otro de los pétalos de la flor.
─Bueno, pues cómo sea, ¿qué significa ese dibujillo?
─Es el símbolo celta del amor eterno ─respondió más calmada y con una sonrisa tierna. Anque la señora le diera dolor de cabeza, seguía siendo una señora amable y simpática.
─¿Y te lo hiciste por algún chico? O... ¿Alguna chica? No te preocupes puedes contármelo, yo soy muy moderna. Mi nieta tiene una novia, y es muy simpática... algo rarita pero, ¿qué le vamos a hacer? Uno no elige de quien se enamora. ─Continuó con una sonrisa orgullosa mientras se encogía de hombros.
Olimpia puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
─Tiene razón, uno no elige de quien se enamora.
En ese momento, y para suerte de Olimpia, su teléfono sonó; obligándola a levantarse y atender la llamada.
Al mirar la pantalla encendida, su ceño se frunció y una punzada de miedo irracional se coló en su pecho.
─¿Anne?
Al otro lado de la línea, Anne lloraba y sorbía sonoramente.
─¿Puedes venir a buscarme? Estoy en Victoria Station y no estoy segura cómo llegar a tu casa.
Una hora más tarde, Anne salió del aseo y se sentó en el sofá al lado de Olimpia. A pesar de la cucha caliente, aún tenía los ojos rojos e hinchados por el llanto. La pintora la abrazó y tapando a ambas con una de las mantas que siempre tenía junto al sofá, se recostó con la cabeza de la pelirroja en su regazo.
─¿Estás mejor? ─Anne asintió y sorbió de nuevo. Olimpia la había recogido frente a la enorme y antigua estación central, nerviosa, empapada y tiritando de frio. Sin darle tiempo a la mujer para explicarse, la llevó en taxi a su casa, la obligó a darse un baño y a ponerse algo de ropa cómoda─. La cafetera está puesta, ¿quieres un poco?
─Está bien ─respondió en apenas un hilo de voz─. Siento mucho presentarme aquí sin avisar, seguramente te estoy molestando
Olimpia la abrazó de nuevo y la acunó. Siseó para hacerla callar y le regaló un beso en la sien.
─No tienes que disculparte, Anne. Eres más que una amiga, una hermana. Me alegra estés aquí.
Tras un rato de silencio, en el que Olimpia se dedicó a acariciarle el pelo a Anne, la cafetera silbó, haciendo que las amigas se sentaran en la mesa del comedor con una taza cada una. La pintora la observó deteniéndose en el halo de tristeza y decepción que la cubría por completo.
─¿Qué ha sucedido? ─Anne carraspeó y trató de desviar la mirada, cosa que sabía Olimpia que su amiga siempre hacía cuando se sentía violenta y avergonzada. Aquello le dio una pista de lo que podría haber sucedido─. ¿Es Oliver?
La peliroja asintió y tras darle un sorbo largo a su café comenzó a hablar.
─Oliver, te quiero. Por favor, hablemos esto en otro lugar.
El ambiente se impregnó de una tensión que podía cortarse. Los asistentes comprendieron que era el momento de desaparecer, saliendo todos uno a uno por la puerta sin apenas despedirse de nadie.
Anne sorbió por la nariz y se mordió el labio inferior al descubrir el desprecio que mostraban los ojos del hombre que quería.
─¿Anne? ¿Te has acostado con ella?
─Si... ─aceptó casi en un susurro completamente avergonzada─. Pero fue antes de volver contigo.
─Ya... ─la escueta respuesta de Oliver la asustó mucho más que cualquier cosa que pudiera decirle.
La pareja se quedó en silencio durante unos minutos.
─Oliver, por favor... Sé que esto no es fácil para ti, pero te quiero. Tienes que creerme.
El hombre se llevó una mano hasta el arco de la nariz para hacer presión y luego se derrumbó en la primera silla que encontró a su lado. Anne se sentó en la que estaba frente a él, y cruzó los brazos sobre la mesa. Se observaron unos minutos más, haciendo así que la tensión se acumulara alrededor de ellos.
─Anne... ─Oliver comenzó a hablar suavemente, con serenidad─. Te quiero, y sé que me quieres, pero... esto es muy difícil.
La pelirroja alargó sus manos tomando una de las de él y acariciándolo con ternura, una sonrisa dulce se dibujó en sus labios.
─Sólo es difícil si lo hacemos difícil. Nos queremos, ¿qué hay de complicado en eso?
Los ojos marrones de Oliver se clavaron en los suyos. La mujer amplió su sonrisa, pero no podía esconder el miedo que su corazón comenzó a sentir al vislumbrar aquel rostro serio y cansado.
─Anne, que seas... ya sabes. Lo dificulta todo. Que puedas enamorarte de otra persona me hace sentir mucho miedo, mucha inseguridad.
─No estoy enamorada de otra persona, sólo de ti ─respondió atropelladamente deseosa de demostrarle que sólo estaba él en su corazón.
─¿Por cuánto tiempo? ¿Puedes asegurarme que eso nunca ocurrirá?
Silencio. La pelirroja negó con la cabeza y desvió el rostro hacia su regazo.
─No, no puedo asegurártelo. Pero, ¿por qué le das tantas vueltas a algo que tal vez no suceda nunca?
─¡¿Cómo lo sabes?! ─preguntó entre dientes. Era evidente que Oliver trataba de controlarse para no saltar y gritar más de lo que ya lo había hecho─. ¿Sabes lo que es vivir con miedo?
─¿Qué? ─Anne lo miró extrañada.
El hombre se soltó de su agarre y se levantó, llevándose las manos a la cabeza mientras paseaba nervioso por el local.
─Anne, vivo con miedo desde que me dijiste que eres poliamorosa. Pensando que podrías enamorarte de cualquiera. Temo el día que suceda porque no sé cómo reaccionaré, porque tengo miedo de no poder afrontarlo, de no poder amarte como necesitas que te ame. Tengo miedo de decirte lo que siento porque me aterra la idea de que puedas dejarme de nuevo.
Anne se levantó y se acercó a él. Colocó sus manos suaves acunando el rostro afeitado de Oliver y rompió la distancia que los separaba. Sus labios buscaron la calidez de los de aquel hombre, y con suavidad pidió permiso para regalarle el alma en aquel beso. Durante un rato, la pareja se besó con cariño, con ternura y pasión. Las manos grandes y delgadas de Oliver la agarraron por la cintura atrayéndola hasta su cuerpo. El calor que emanaba de él comenzó a envolverla, haciendo que el deseo comenzara a crecer en su interior.
─No voy a dejarte ─susurró en sus labios. El aliento de aquel hombre se mezclaba con el suyo. Una idea se dibujó en la cabeza de la mujer─. Oliver, ¿quieres casarte conmigo?
Los ojos del hombre se abrieron durante unos instantes, para luego tragar saliva y alejarse de ella.
─¿Qué?
Anne sonrió y se encogió de hombros bajo su abrazo.
─Te quiero y tú me quieres a mí. Si tanto necesitas la seguridad de que no voy a dejarte, casémonos.
─No. No voy a casarme contigo, Anne. ─Aquellas palabras se clavaron en el alma de la mujer como dagas al rojo vivo─. No lo comprendes. Casados o no, siempre estaré asustado.
─Oliver, ¿qué es lo que necesitas?
─¡No quiero compartirte Anne! ─gritó exasperado mientras se alejaba de ella.
─¿Qué? ─preguntó con el ceño fruncido.
─Lo que te he dicho, Anne. No quiero compartirte con nadie, quiero que sólo seamos tú y yo. No quiero que conozcas y mantengas ninguna relación con nadie, y no me refiero sólo a que te acuestes con otra persona. Es todo. Sólo quiero que me ames a mí, que me cuentes tus miedos, tus alegrías... Quiero ser el único que te cuide, que te consuele...
─Oliver, eres el único que lo hace.
─Por el momento, Anne. ─Oliver se acercó y tomó sus manos entre las de ella─. Me estoy volviendo loco sólo pensando que podría pasar, y que llegará el día que quieras mantener una relación a parte de la nuestra. No lo soporto, no soporto esa idea...Por favor, júrame que, aunque conozcas a otra persona, no habrá nada por mucho que la quieras. Eso es lo que necesito.
Anne tragó saliva.
─No lo comprendes, ─respondió en un susurro mientras se soltaba de las manos del hombre y las dejaba caer laxa a sus costados─. Te quiero, no... te amo. Te amo con toda mi alma, Oliver. Pero no me comprendes─. Anne tragó saliva y dejó que las lágrimas surcaran su rostro─. Lo siento, todo esto ha sido un gran error.
Oliver la miró con los ojos abiertos y el rostro desencajado.
─No, no, no, no... esto no es un error. Sólo tienes que prometerlo, Annie. Solo tú y yo. Sin terceras personas.
La mujer llevó una mano hasta el rostro de Oliver y le acarició con ternura.
─Claro que es un error. No puedes amarme como yo necesito, de la misma manera que yo no puedo amarte como tú necesitas. Lo siento, Oliver. No tengo derecho a pedirte que aceptes una relación que te hace daño, de la misma manera que no puedo prometerte algo que me haría daño a mí.
─¿Annie? ─Un gemido lastimero nació de la garganta de Oliver.
─Se acabó. Lo hemos intentado de mil maneras diferentes, y no ha resultado. Ya es hora de que nuestros caminos se separen por completo.
Anne dejó que el llanto y la tristeza se apoderara de ella mientras los brazos de Oliver la acunaban en un abrazo. Sentía los espasmos en el cuerpo de aquel hombre que amaba decirle que él también había sucumbido al desconsuelo. Tras unos minutos de lágrimas, sollozos y silencios intercalados, Oliver fue el primero en hablar.
─¿Crees que si hubiéramos tenido al bebé, algo de esto sería diferente?
─No podemos ponerle trabas al corazón, Oliver. Esto habría pasado, antes o después. Tal vez haya sido mejor así.
─Y ahora, ¿qué? ─susurró a su oído.
Anne se encogió de hombros y trató de separarse de él.
─No lo sé.
Anne sorbió por la nariz y se enjugó los ojos con la manga de la camiseta.
─No lo comprendo, si habéis terminado de mutuo acuerdo, ¿por qué te has marchado? ─Olimpia recogió las dos tazas y las dejó en el fregadero. Luego, con tranquilidad, guio a Anne hasta el sofá y la tapó con una manta.
─No soportaba seguir allí, Oli. Lo quiero demasiado y sé que no podré olvidarlo si sigo viéndolo. Todo me recuerda a él, el restaurante, el parque... joder, ¡hasta las gafas de mi padre me recuerdan a Oliver!
─Ya... sé de lo que hablas ─sonrió mientras le acariciaba una rodilla.
─Necesitaba salir de allí. Desconectar un tiempo y cambiar de aires. Y, sólo se me ocurrió venir aquí... ¿podría...? ─Anne la miró avergonzada y haciendo un mohín con la boca. Aquello le sacó una sonrisa a Olimpia.
─Puedes quedarte aquí el tiempo que desees.
─Sólo será hasta que encuentre trabajo, luego me iré, lo prometo.
En ese momento, la puerta de la entrada se abrió.
─Nate ─apremió Olimpia con una sonrisa, feliz de tener a su amiga con ella─. Mira quien ha venido a vernos.
La mirada curiosa de Nathan se asomó por el umbral de la puerta y sus ojos se abrieron por la sorpresa. Una sonrisa ancha se dibujó en su semblante.
─¡Anne! ─exclamó a la par que se acercaba a la pelirroja y le regalaba un abrazo─. Que alegría. Me alegra mucho que estés aquí ¿has venido de vacaciones?
Anne se sonrojó y desvió la mirada a otro lado.
─Ha venido a quedarse una temporada con nosotros.
─Sólo hasta que encuentre trabajo ─respondió atropelladamente, sonrojándose aún más─. Lo prometo.
Nathan se sentó al lado de su mujer y le pasó un brazo por encima, mientras con la mano libre se rascaba el mentón.
─¿Trabajo? ¿Te interesaría trabajar como ayudante en el museo? ─la pelirroja abrió los ojos de par en par y luego los clavó en Olimpia, quien le sonrió feliz─. Una de las administrativas se ha jubilado, y el director está buscando quien la sustituya... No está bien pagado, pero el horario es muy bueno y podrías alternar las tardes en nuestra galería, me vendría bien una ayudante.
─Nate, en la galería ya está Lindsey.
Nathan bufó y negó con la cabeza.
─Olimpia, estoy cansado de esa niñata: no para de meter la pata.
─No quiero que despidas a nadie por mí ─respondió Anne mientras se escondía tras la manta.
─No voy a despedirla. Tiene una especie de contrato en prácticas por la universidad o algo así... Terminará en dos o tres meses, y luego ya no tendré ayudante. De manera que, si para entonces estás interesada, el puesto es tuyo.
Anne sonrió abiertamente y asintió con entusiasmo, alegrándole el corazón a Olimpia.
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