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56


La mañana del uno de enero, llegó fría pero soleada. De manera que Olimpia y Nathan se llevaron a su sobrino de paseo por el parque con Garfield.

Los dedos de su marido se enredaron en los suyos mientras el pequeño rubio de ojos verdes correteaba seguido del animal que ladraba feliz por volver a verlo. Olimpia sonrió feliz desde hacía mucho tiempo. Aquel pequeño le alegraba el corazón y verlo jugar con tanta ilusión la animaba.

Los labios de Nathan se posaron cálidos en su sien, mientras con lentitud la giraban y la embutía en un abrazo dulce. Sus ojos ambarinos la observaban desde su altura. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

─Sé que es pronto, nena. Pero, tal vez, cuando terminemos la exposición... podríamos pensar nosotros en... ─Los ojos de Nathan se desviaron hasta su sobrino, terminando la frase en silencio. Un miedo irracional se coló en su pecho. Nate quería una familia, y ella misma también la deseaba; pero no estaba segura de que fuera lo mejor después de todo lo que había pasado.

─No sé si será lo mejor, Nate.

─Nena, estás deprimida y no sé qué más puedo hacer para hacerte feliz... Siempre hemos querido una familia y, siempre la hemos post puesto por culpa de las exposiciones y el trabajo. Creo que ha llegado el momento de...

Olimpia selló los labios de su marido con un beso tierno. Aquellas palabras, aquella petición le destrozaba el alma; pero no podía negar que tal vez un hijo le devolvería la felicidad perdida.

─Lo pensaremos cuando termine la exposición ─susurró al separarse de él.

En ese momento, el llanto de Noha los sacó a ambos de su ensimismamiento. Nathan salió corriendo en busca del pequeño que lloraba tendido en el suelo, Olimpia lo siguió.

─¡Noha! ─Nathan lo cogió entre sus brazos y lo acunó buscando alguna herida─. ¡Vamos campeón! ¿Qué ha pasado?

─¡Ese niño me ha empujado! ─sollozó mientras señalaba a un niño de su edad que corría en busca de su madre al otro lado del parque. Olimpia observó cómo los ojos de su marido se crispaban y comenzaba a encaminarse en busca del chico y su madre.

─¿Nate, que haces? Hay que buscar a Garfield que se ha escapado.

─Voy a hablar con ese niño y su madre. Encárgate tú de Garfield, ahora te alcanzo.

Olimpia puso los ojos en blanco y suspiró. Nathan no tenía control en lo que a Noha se refería. Sin decir nada, salió corriendo hacia los matorrales y los caminos que daban al lago, por los que seguramente Garfield se habría marchado arrastrado la correa. Tras unos minutos en los que la pintora se adentró entre la arboleda, localizó al pequeño animal ladrándole desde unos brazos.

Al levantar la mirada Olimpia pudo descubrir los ojos azules de Travis observarla en silencio bajo una máscara seria y distante. Tragó saliva y titubeó antes de acercarse. Miró a su espalda y se dio cuenta que nadie podría verlos, aquello le dio valor.

Al llegar a su altura el aroma a cuero y aftershave de Travis la invadió, truncando su fuerza de voluntad. El deseo de besarlo y fundirse en un abrazo sin fin se hizo con su razón. Pero en el momento que se supo tan cerca de él que casi podía sentir el calor de su cuerpo, se asustó.

─¿Qué haces aquí?

─Necesitaba verte, Olimpia. Aunque fuera en la distancia.

Olimpia se mordió el labio inferior y lo miró atenta a los ojos. Aquellos ojos azules en los que deseaba volver a perderse.

─Nathan podría verte ─dijo mientras se acercaba rápidamente para arrebatarle de los brazos al perro y se giraba sobre sus talones─. No quiero tener problemas con él. Venir de nuevo le ha supuesto mucho y no quiero tentar mi suerte, Travis.

Las manos del motero la agarraron por los brazos y el calor de su cuerpo contra su espalda le decía que estaba muy cerca. Olimpia dejó caer la cabeza sobre su pecho, sentía que podía oír de nuevo el latir de sus corazones acompasados. Un gemido débil salió de su garganta.

─¿Te hace feliz? ─susurró a su oído Travis. Sentía el aliento hacerle cosquillas tras la oreja.

─No me hagas esto más difícil ─gimoteó mientras Garfield se removía entre sus brazos.

─Dímelo, por favor.

Olimpia cogió aire.

─No, Travis. El único que puede hacerme feliz eres tú ─Olimpia se abrazó a Garfield, evitando así el impulso de girarse y besarlo─. Pero eso se terminó. Tienes un hijo del que preocuparte y yo, un marido al que querer.

─¿Cuándo te marchas?

─Mañana. Por favor, Travis, márchate, vuelve al lado de tu mujer y tu hijo. No nos tortures más.

Olimpia sentía las lágrimas caer y atravesar su rostro, pero las palabras de Diana eran certeras cuando le dijo que debía aceptar las consecuencias y tratar de vivir lo mejor posible. A pesar de todo, deseaba dar la vuelta, mirarlo a los ojos y besarlo, fundirse de nuevo en un solo ser para siempre; pero aquello no era posible. Tras unos segundos, el calor que el cuerpo de Travis le proporcionaba desapareció, y sin mirar hacia atrás, la pintora salió en busca de su marido y su sobrino.

La última mañana de su viaje, Olimpia la había pasado recogiendo y preparando las maletas. Suspiró triste, pues, aunque le dolía tener que volver y no era capaz de quitarse de la cabeza el calor de las manos de Travis sobre ella, aquellos días en compañía de sus amigos y su familia le había venido mejor de lo que esperaba.

Se dejó caer en la orilla de la cama, mirando a su alrededor. Pasaría mucho tiempo hasta que volviera a esa casa. En ese momento, su padre atravesaba el umbral del dormitorio.

─Esa amiga tuya es un poco rara, ¿no crees? ─Roger se sentó en la orilla de la cama, al lado de su hija y le sonrió . Olimpia sonrió; Olga se había pasado casi toda la semana gastándole bromas fuera de lugar a su padre, mientras éste, sonrojado trataba de ignorarla─. No comprendo cómo George soporta las ocurrencias de su mujer.

─Olga es así, papá. Además, su matrimonio es algo... especial, por llamarlo de alguna manera.

─¿Especial? ¿Son de esos que hacen intercambio de pareja y cosas de esas? ─preguntó curioso con una ceja en alto y con las mejillas encendidas. Olimpia conocía a su padre, y, aunque era un hombre serio y recto, era tan curioso como ella.

─Se dice swingers. Y han tratado de convencernos a Nathan y a mí de probarlo ─se mofó la pintora tratando de incomodar a su padre un poco más.

Al cabo de unos instantes en los que padre e hija se sonrieron, ésta suspiró y desvió la mirada al horizonte. La mano grande y vieja de su padre cubrió la pequeña y tatuada suya, tomándola con cariño.

─Tal vez tu amiga sea rara, hija. Y su matrimonio digno del circo del sol, pero es feliz. Se les puede ver en los ojos, en sus sonrisas y en cómo se miran el uno al otro...─Comenzó a hablar Roger casi en un susurro, llevando la otra mano hasta la barbilla de su hija y obligándola a mirarlo a los ojos─. Sin embargo, mi pequeña, mi artista... no tiene ese brillo en sus ojos, ni esa sonrisa que la hacía brillar. ¿Dónde está mi Olimpia? ¿Dónde mi niña sarcástica que siempre lograba ponernos de los nervios a Diana y a mí? ¿Dónde la pintora que encendía la música a todo volumen? ¿Dónde la niña rebelde que se ocultaba con su novio diez años mayor que ella para que yo no me enterase de que había crecido?

Olimpia encontró en los ojos de su padre una tristeza y decepción que nunca antes había visto en él. Tragó saliva y respiró con fuerza.

─Sigo siendo tu hija, papá.

─Lo que yo veo no es mi hija ─respondió. Su semblante se endureció y sus ojos se enfriaron hasta casi helarle la sangre a Olimpia─. Mi hija se amaba a sí misma. Mi pequeña no se dejaba ahogar como lo estás haciendo tú. Mi Olimpia luchaba por ser feliz.

La respiración de Olimpia se aceleró y se mordió el labio inferior. Las palabras de su padre eran completamente ciertas, aquella ya no era ella. Había cambiado mucho, todo se había tornado gris para ella y nada cobraba sentido.

─Sólo necesito pintar para ser feliz. ─trató de mentir, más para ella misma que para su padre.

La mano de Roger se paseó por su mejilla capturando una lágrima que comenzó a resbalar lentamente. Olimpia cerró los ojos y disfrutó del contacto con la piel suave y cálida de su padre.

─¿Cuándo tu sueño se convirtió en tu prisión? ¿Cuándo tu amor por pintar hizo que dejaras de amarte a ti misma? ─Olimpia parpadeó un par de veces, tratando de asimilar lo que su padre le decía con aquel tono de voz triste que le partía el alma─. Hija, cuando un sueño se transforma en algo doloroso, en algo que nos cambia, deja de ser un sueño para ser una obsesión.

Sin darle tiempo a reaccionar, Roger se levantó de la cama y la dejó sola con sus pensamientos. En ese momento Olimpia se miró las manos tatuadas, subiendo lentamente por su brazo, clavó su mirada en el pequeño tatuaje que tenía entre los pechos, aquel doble trisquel símbolo de su amor por Travis. Entonces encontró el pequeño colgante que Nathan le había regalado, se lo quitó y lo observó detenidamente.

"Has cambiado mi vida"

Aquellas palabras, labradas en el centro del corazón hicieron que la rabia se colara en su pecho. Su padre tenía razón, su vida había cambiado, ella misma había cambiado todo, su carácter, sus sentimientos, el amor de su vida, todo por un sueño efímero que la estaba consumiendo, que la absorbía y le robaba todo poco a poco. Suspiró fuerte y se mordió el labio mientras meditaba.


Se había pasado casi toda la cena

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