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Olimpia hizo un mohín al salir del aeropuerto y se acercó inconsciente hasta el cuerpo grande de Nathan. El viento helado de Alemania le azotó en el rostro, provocando que un fuerte dolor de espalda se clavara en su columna. Se recolocó su gorro de lana y metió las manos enfundadas en unos guantes elegantes en su enorme abrigo de plumón.

El aeropuerto de Berlín-Schönefeld, por suerte, estaba a veinte kilómetros del centro de Berlín, por lo que sólo pasaría unos minutos en la calle antes de llegar al hotel.

─He llamado al hotel, han subido la temperatura de la habitación y encendido la chimenea ─sonrió Nathan una vez indicó al taxi dónde debían ir.

─¿Chimenea? ─preguntó divertida. Aunque habían estado en muchos hoteles y había visto habitaciones muy variopintas, jamás había estado en un hotel que tuviera chimenea en las habitaciones.

─Sí, he pensado que sería romántico poder cenar frente a una chimenea... ¿no crees?

Olimpia asintió y sonrió con dulzura. Nathan siempre tenía ese tipo de detalles que hacían que cualquier cosa que hiciera a su lado fuera única y especial. Suspiró y se dejó caer sobre su hombro mientras observaba por la ventana como comenzaba a repiquetear una lluvia ligera.

La galería en la que Olimpia expondría sus obras y se relanzaría como artista internacional estaba en el barrio de Kreuzberg. En él, un viejo edificio reformado y elegantemente decorado mostraba en sus paredes cuadros de nuevos artistas emergentes que prometían ser nuevas promesas en aquel complicado y efímero arte donde todo era cambiante y pasajero.

Olimpia sintió una punzada de nervios al ver todas las obras allí expuestas. Aunque sabía que era una buena pintora, y había llegado a exponer en Nueva York, sentía que aquello era demasiado para sus cualidades. Enredó sus dedos a los de Nathan para buscar su apoyo, pues desde su vuelta, se estaba esforzando por volver a recuperar aquella intimidad que la unió a él una vez.

Un beso cálido regalado en la comisura de sus labios la tranquilizó.

─Vamos, el director Schäfer nos espera en su despacho.

Con dulzura, Nathan tiró de su mano y la guio por la galería. Olimpia se sorprendió de la familiaridad y seguridad con la que su marido se movía siempre por cualquier galería; mientras ella siempre se mostraba silenciosa y asustada en aquellos lugares. Olimpia siempre había tenido la sensación de no encajar en aquellos lugares tan cosmopolitas y llenos de snobs.

El director Alfred Schäfer era un señor bajito y rechoncho, con una sonrisa afable y un enorme bigote pelirrojo salpicado de canas que llevaba de forma algo extravagante. Llevaba pantalones de cuadros y una chaqueta de tweed que divirtió a Olimpia.

El hombre les mostró la galería lentamente, explicando que entre aquellas paredes habían visto la fama muchos grandes artistas y estaba seguro que ella no iba a ser menos que el resto. Olimpia observaba en silencio sin prácticamente hablar; de negociar y los detalles se encargaba siempre su marido, así como de preparar y subastar sus obras.

Tras ver el parte de la galería dónde se expondrían sus obras, la zona reservada para el catering y los periodistas, así como la sala anexa para la subasta, el director les guió hasta el almacén dónde estaban las obras de Olimpia esperándola para seleccionar las que deseaba exponer y en qué orden.

La pintora observó todos los lienzos que habían colocado de manera que pudieran revisarse todos de una sola vez. Más de quince cuadros todos ellos pintados en diferentes épocas de su vida, todos con un significado y una historia diferente; pero todos contaban la misma historia. Olimpia tragó saliva y miró a Nathan algo preocupada.

─Ya sabes lo que debes hacer, nena.

La pintora asintió y se acercó a todos los cuadros uno a uno, seguida de cerca y en silencio por Nathan y el director Schäfer que anotaba en silencio los nombres de los cuadros y el orden en el que debía colocarlos mientras Olimpia hablaba.

Entre todos los lienzos, uno de ellos la observaba estático, suspendido en el tiempo. Unos ojos marrones, una naricilla redonda y unos labios que esbozaban tristeza y nostalgia la abrazó y la transportó lejos de allí. Hasta un lugar de su corazón que Olimpia procuraba desde muy joven no pisar.

─Mamá ─susurró al observar el viejo retrato de su madre.

En ese el momento, el tiempo se paró para la pintora. Siempre que se sentía triste buscaba aquel lienzo y lo observaba, aquello la calmaba y la tranquilizaba. Sentía que aquella tela tenía plasmada el amor que su madre le regalaba desde aquel lugar al que fuera cuando muriese hacía tantos años. Olimpia tragó saliva y llevó una mano hasta aquella pintura. Recorrió con la yema de los dedos el contorno del rostro desde la frente hasta el mentón. Sonrió triste.

─¿Nena? ─Las manos de Nathan se enredaron desde detrás a su vientre. El hombre apoyó su cabeza en el hombro derecho de Olimpia y le regaló un beso tierno─. ¿Quieres conservar su retrato?

Olimpia se mordió el labio inferior. No estaba segura si debía o no conservarlo. Negó con la cabeza débilmente, y deshaciéndose del agarre de su marido continuó revisando todos los cuadros.

Los sentimientos y recuerdos, tristes y felices, se arremolinaban en su pecho a cada cuadro que observaba. Pero sólo uno de ellos, el último, un viejo lienzo que pintó una noche en que la cerveza le nublaba la mente y su corazón aún no entendía el porqué de aquel lienzo, arrasó con su alma y la transportó al precioso verano que le cambió la vida.

El lienzo no era muy grande, por lo que pudo descolgarlo y observarlo entre sus manos. Una sonrisa nostálgica se dibujó en la comisura de sus labios, un instante después volvía a sentir el calor del cuerpo de Nathan tras ella, así como sus manos sobre sus hombros.

─¿Quieres contarme qué significa este cuadro?

─Éste será el cuadro central de la exposición ─respondió en alto para que el director le prestara atención. Durante unos segundos se quedó en silencio, dudando si responder o no a su marido. Colocó de nuevo el lienzo sobre la pared y se perdió unos segundos en los ojos ambarinos de Nathan.

─Si voy a deshacerme de ellos, no pasa nada si te lo cuento ¿no? ─Nathan asintió con una expresión seria, pues sabía Olimpia que su marido sospechaba lo que iba a decirle─. Éste fue el primer cuadro que pinté tras conocer a Travis. La pareja difusa del fondo somos nosotros aquella primera noche en la que bailamos... ─Olimpia sonrió y desvió la mirada hacia el cuadro─. En aquel momento no sabía lo que mi corazón empezaba a sentir. Aquel verano fue mágico, me enamoré por primera y última vez.

El rostro de Nathan se endureció, Olimpia pudo ver cómo apretaba la mandíbula mientras observaba aquel lienzo. Sus manos se cerraron hasta que sus nudillos se tornaron blanco. Se preguntó entonces si no había sido demasiada información la que le había dado a su marido acerca de ese cuadro. Olimpia tomó una de sus manos entre las suyas y le besó el dorso, mientras clavaba sus ojos verdes en los furiosos de Nathan.

─Será el primero en la subasta. No quiero volver a verlo.

Sabía que aquello era lo que su marido quería y necesitaba oír. Y aunque al decirlo sentía cómo se le clavaban dagas candentes en el corazón, debía hacerlo.

Nathan la abrazó y la atrajo hasta él, acercando sus labios a los de ella. Olimpia terminó de romper la distancia y lo besó con ternura, tratando de calmar el dolor que ambos sentían. Sabía que poco a poco volvería a sentir por aquel hombre el cariño y la ternura que se había ido enfriando y desapareciendo en los últimos meses, sólo debía olvidar su pasado y todo volvería a ser como antes de viajar a Georgia. Los labios de Nathan jugaban con los de ella, su lengua suave y dulce le acariciaba. Pero Olimpia no escuchaba en su cabeza ni su corazón la música que escuchaba cuando era Travis quien bebía de sus besos.

─Eh... disculpen... ─la voz titubeante del director los obligó a separarse─. Se ve que están muy enamorados... pero, necesitamos terminar con los preparativos.

─Disculpe, director Schäfer. ¿Qué es lo que faltaría? ─preguntó Nathan sonrojado y algo abrumado. Olimpia no pudo evitar sonreír.

─Pues... lo más importante, señor Hasting. ¿Cómo se llamará la exposición?

En ese momento los dos hombres centraron sus miradas curiosas en Olimpia. Ésta se mordió el labio y repasó rápidamente todas las obras que expondrían, deteniéndose de nuevo en la última que tenía frente a ella. Sonrió ampliamente al recordar un paseo por las playas de Florida.

─Pinceladas de verano.

La pareja terminó de cenar en el elegante restaurante del

Hotel. Nathan le sonreía feliz, mientras ella observaba absorta los Whatsapp que Olga le enviaba.

─Nena, ¿qué te parece si pedimos que nos suban el postre a la habitación? Tengo una sorpresa para ti ─dijo con un tono travieso en su voz.

Olimpia asintió antes de apurar su copa de vino y levantarse para seguir a su marido en dirección al ascensor. Una vez las puertas se cerraron, sin poder reaccionar, Nathan la arrolló y la aprisionó en una esquina, invadiendo su boca y bebiendo de sus labios desesperado. Sus manos esbeltas y traviesas comenzaron a bucear bajo su blusa. Olimpia jadeó, dejándose llevar por la pasión y la lujuria de su marido, y sacando a pasear su parte salvaje. Necesitaba aquello, olvidarse por un momento de los sentimientos, de los miedos y la tristeza. Deseaba reconectar con la pasión y la lujuria, tal y como hizo al casarse con Nathan. Trató de convencerse que los sentimientos llegarían más adelante. Gimió al sentir la mano de Nathan adentrarse entre su ropa interior.

Olimpia dejó la mente en blanco y lo besó desesperada. Aunque deseaba volver a besar a Travis, enredarse en su cuerpo, sabía que aquello no podía ser. De manera que trató de olvidarse de todo durante unos segundos.

─Nena... ─jadeó Nathan en sus labios─. No sabes las cosas que quiero hacerte.

─Házmelas ─susurró desesperada.

El timbre del ascensor anunció que habían llegado a la planta de su habitación. Nathan la agarró y Olimpia se enredó a su cintura sin dejar de morderlo y de besarlo salvajemente. No podía parar, pues si lo hacía la imagen de Travis y el dolor por no poder estar con él la asolarían hasta destrozarla.

Tras recorrer con dificultad los metros que separaban el ascensor de la puerta del hotel, Nathan la dejó en el suelo y abrió la puerta con la tarjeta que hacía de llave. Una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro, y antes de que Olimpia pudiera entrar en la habitación, su marido la paró.

─Antes de que entres, quiero decirte que te quiero ─susurró abrazándola ahora con más calma─. Eres el centro de mi mundo. No lo olvides.

Olimpia sintió una punzada de culpa y dolor al oír de nuevo aquella declaración que el inglés se empeñaba en repetirle día y noche desde que volviera a su lado. Le sonrió forzadamente y se deshizo de su agarre para entrar en la habitación.

El cuarto estaba a oscuras, solo iluminado por la preciosa chimenea de estilo moderno a los pies de la cama. En ese momento, el lienzo que se apoyaba en la repisa que había justo encima de ella, llamó su atención, dejándola paralizada y sin aliento. Los labios de Nathan sobre su cuello depositando un suave beso no logró sacarla de su sorpresa.

─¿Nate?

Olimpia lo miró, temerosa pero a la vez esperanzada por lo que podría significar tener aquel lienzo frente a ella de nuevo.

─Sé lo importante que es para ti el retrato de tu madre, nena. Así que, lo he mandado traer. No se expondrá, es tuyo. Mi regalo por todo lo que has dejado allí, todo el esfuerzo que estás haciendo por mí.

Olimpia sonrió y se abrazó a él, regalándole en ese momento un beso completamente sincero. 

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