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52


Olimpia se despidió del último cliente y comenzó a recoger las agujas, limpiar los restos de tinta y la rotativa, así como adecentar un poco el estudio; todo bajo la atenta mirada de Olga. Ésta se limitaba a trabajar en su tablet, pero Olimpia estaba segura que la controlaba de reojo. Una vez que todo estaba decente, se quitó los guantes con un sonoro chasquido, los tiró a la papelera y se sentó en el sillón orejero al lado de su amiga.

─Olga... ¿vas a seguir haciendo como que trabajas o me vas a pasar un cigarrillo? ─preguntó con una ceja en alto.

La inglesa chasqueó la lengua y soltó la tablet dentro de su precioso bolso negro de diseño, sacó una pitillera y se la ofreció a su amiga.

─Creía que Frank te había prohibido fumar en el estudio.

─Y me lo ha prohibido... ─respondió con una sonrisa torcida, sacándole otra a su amiga.

Olimpia exhaló todo el humo de los pulmones mientras se recostaba relajada. Hacía una semana que había vuelto de Estados Unidos y apenas había salido del estudio de tatuajes. No se sentía con ganas de pintar y por esa razón, aún no había vuelto a pisar la galería.

─¿Has pintado algo más para la exposición? ─Olimpia negó con la cabeza y se quedó observando las volutas de humo que danzaban en el aire frente a ellas. Olga se recostó sobre su hombro─. ¿Lo echas de menos?

─Sí ─suspiró triste, tratando de contener una lágrima rebelde.

─Pero has vuelto con Nathan... ─Olimpia asintió mordiéndose el labio inferior─. Y te ha perdonado... Es lo mejor para ti, tesoro. Tal vez ahora no lo sientas así, pero ambas lo sabemos... volveréis a ser la pareja feliz a la que George y yo siempre trataremos de convencer para que os hagáis swingers.

Olimpia sonrió ante el comentario de su amiga, pero, unos segundos después la tristeza volvió a inundarla, así como las dudas.

─No estoy segura de que esto vaya a funcionar, Olga.

Olimpia se levantó del sofá y se paseó por la habitación rascándose la cabeza. Olga se levantó de un salto y se acercó a su amiga con el gesto torcido.

─Lo que tienes que hacer es olvidar a Travis y concentrarte en Nate, tesoro. Deshazte de todo lo que te recuerde a él. ─Olga señaló el colgante violeta con el que Olimpia había comenzado a juguetear─. Tira este colgante, y ese anillo, las cartas, las fotos... ¡Todo, Olimpia!... Tu marido ha tenido mucha paciencia al verte con ese colgante todos estos años...

─¡Nate no sabe qué significa este colgante!

─¿Crees que es imbécil? ─Olga la miró exasperada─. Sabe que ese colgante te lo regaló Travis desde que compartíamos piso durante la universidad... ¿Cómo crees que se siente cada vez que lo ve? ─Olimpia torció la boca y frunció el ceño, pensativa─. Siempre he pensado que Nate es imbécil, pero no se merece seguir viviendo a la sombra de un fantasma.

En ese momento, la puerta se abrió y la cabeza tatuada de Frank apareció mostrando una preciosa sonrisa.

─Fiera, tu marido está esperando en la puerta con un taxi.

─Bueno Nate... no creo que este año el Machester United quede en los mejores puestos, su alineación no es precisamente buena. ─George sonreía con malicia a su amigo. El fútbol era un deporte al que Nathan era aficionado desde pequeño y tanto Olimpia como sus amigos sabía que tenía debilidad por el Manchester United.

Sentía la mano cálida y esbelta de Nate acariciarle el dorso de la suya, mientras éste reía a carcajadas y bromeaba con Olga y George. Olimpia se mordió el labio inferior, llevaba poco tiempo junto a él, y no podía dejar de darle vueltas a las palabras que Olga le había dedicado en el estudio de tatuajes antes de salir. Con la mano libre comenzó a juguetear con el colgante violeta, en el momento en que se percató lo soltó.

─Nena, ¿estás bien? ─La voz suave de su marido susurrándole al oído la trajo de vuelta a la realidad. Sus labios rosados y suaves estaban peligrosamente cerca de los suyos, sus ojos eran de un color amarillo cristalino. Olimpia asintió en respuesta a su pregunta y se obligó a darle un suave beso en los labios─. Tengo algo para ti.

Olimpia frunció el ceño y lo miró curiosa mientras éste rebuscaba dentro de uno de los bolsillos de su abrigo. Delante de ella colocó una preciosa caja celeste con el logo de Tiffany's en el centro.

─Nate, no tenías que comprarme nada... yo...

Los ojos de Olimpia se abrieron y su expresión era de auténtica sorpresa en cuanto el hombre abrió la caja frente a ella. Un precioso corazón en plata con un pequeño diamante en la punta y una frase grabada dentro:

"Has cambiado mi vida"

Los ojos de Olimpia se llenaron de lágrimas que trató de contener. Llevó una mano hasta la preciosa joya que tenía delante. Pero antes de que pudiera rozarla, Nathan la tomó y se levantó de su asiento colocándose detrás de ella.

─Deja que te lo ponga, nena.

Olimpia tragó saliva antes de llevar lentamente las manos hasta la cadena de plata de la que colgaba la vieja amatista que una vez Travis le regaló.

Cogió aire, y con él, fuerzas suficientes para deshacerse de aquel símbolo que la unía al hombre de su vida. Los ojos de Olga conectaron con los suyos, y en silencio, su amiga asintió indicándole que era lo mejor. Olimpia forzó una sonrisa y se quitó la amatista.

El colgante nuevo cayó sobre su pecho suavemente, estaba frío y era menos pesado que la vieja piedra. En contraste, la calidez de los dedos de Nathan rozándole en el cuello le provocaron un escalofrío.

─Es precioso. ─Fue lo único que alcanzó a decir cuando Nathan se sentó a su lado y le tomó la mano de nuevo.

─Has cambiado mi vida, Olimpia. Tal vez no estemos en nuestro mejor momento, pero... sé que te estás esforzando mucho y si sigues así, conseguiremos sacar adelante este matrimonio.

Olimpia sonrió triste, pero antes de que una lágrima amarga brotara y cruzara su rostro, emborronando el momento; la pintora buscó el regazo de su marido y se escondió en él, abrazándolo desesperada.

La noche continuó entre risas, caricias clandestinas por debajo de la mesa que Nathan le regalaba a Olimpia, bromas entre amigos, un par de bailes abrazados y un beso tierno regalado en un taxi de vuelta al hogar.

Ya en su casa, Nathan se desperezaba mientras se acercaba a la cocina en busca de un vaso de agua. Olimpia, por su parte, se había cambiado y puesto un camisón de seda, se había recogido el pelo en una coleta alta y buscaba la manta para poder volver al sofá a dormir.

─¿Vas a dormir en el sofá otra vez? ─preguntó Nathan mostrando fastidio. Olimpia se mordió el labio inferior unos segundos. Sabía que no le gustaba dormir separado de ella, pero no se sentía preparada aún para volver a la cama junto a él.

─Ya te lo he dicho, Nate. Necesitamos tiempo... ir poco a poco.

El inglés asintió y tras dejar el vaso vacío en el fregadero, se encaminó a su dormitorio.

Subió lentamente las escaperas dejando a su mujer recostada en aquel sofá sin comprender exactamente la razón que la llevaba a ello. Suspiró al ver la enorme cama vacía y fría en la que debía dormir.

Con una tranquilidad exasperante se desnudó y se puso el pantalón de pijama; se lavó la cara y se quedó observando su reflejo en el enorme espejo del baño. Olimpia ni había vuelto por él, se dijo. Sabía que ella había vuelto por aquel contrato prematrimonial; la furia contenida en sus venas que casi siempre discurría apagada se encendió. Se mordió el labio inferior tratando de contener la necesidad de golpear el espejo con el puño y hacerlo pedazos.

Nathan sabía que, aunque Olimpia se habría casado con él sin necesidad de aquella medida, no habría aguantado a su lado todos esos años, y mucho menos habría vuelto.

Molesto se tumbó en la cama, enredado sus dedos en el pelo y gruñendo furioso. A la mente le vino el momento en que Olimpia regresó la primera vez a su lado. Lo había abandonado todo para volver al lado de Travis, y éste la había rechazado; aquello, lo había beneficiado, pues la pintora volvió a Londres desesperada y deseosa de volver con él. Aunque Nathan sabía que no podía engañarse a sí mismo, pues Olimpia había vuelto con él por despecho y no por amor, aquello era algo que ya tenía asimilado. El inglés negó con la cabeza al recordar cómo, ingenuo, le decía a su padre que ella cambiaría, que él conseguiría hacer que se enamorara de él y tendrían un futuro juntos. Para ello, Nathan había construido su vida alrededor del sueño de Olimpia, todo debía girar en torno a su carrera y lo que ella deseaba, siempre con la esperanza de conseguir que se enamorara, que lo amara con la misma intensidad que amaba a Travis.

Se giró en la cama y abrazó la almohada mientras la imagen de Travis se colaba en su cabeza. Frunció el ceño tratando de comprender cómo ese hombre había podido rechazarla de nuevo. Se trató de convencer pensando que, tal vez Travis, no la amaba tanto como decía hacerlo, y Olimpia al darse cuenta había decidido volver a la seguridad de su hogar junto a él. Una sonrisa cínica se dibujó en la comisura de sus labios, pues aquello le daba la razón a todo lo que había pensado del motero en los últimos años. Aquel hombre no la amaba como él; Nathan sabía que jamás la podría abandonar y siempre podría perdonarle todo, de la misma manera que le había perdonado ese desliz.

─Me quiere a mí ─susurró con suficiencia para sí mismo, antes de colocarse de nuevo boca arriba sintiéndose ganador de aquel pulso que mantenía con Travis desde el día que conoció a Olimpia.

De pronto, la imagen de la pintora encogida en aquel sofá en pleno invierno lo sobrecogió. Una punzada de miedo y preocupación se instaló en su pecho; la duda de que tal vez Olimpia estuviera pensando en Travis en ese momento lo comenzó a carcomer.

Nathan se incorporó, sentándose en la orilla de la cama. Tenía que borrar de Olimpia todos los recuerdos de Travis, sus besos, su contacto; todo lo que pudiera mantener viva la esperanza y la llama de aquel amor. Sin perder más tiempo, el hombre se levantó y bajó en silencio por las escaleras hasta colocarse al lado de la mujer.

La observó unos minutos descansar en silencio; su respiración agitada y aquella expresión le decía que Olimpia estaba en tensión, que no estaba descansado tranquilamente.

─Yo borraré sus huellas ─susurró.

Sin dudarlo, la destapó y la cogió entre sus brazos. Lentamente abrió sus ojos verdes, clavándolos en los suyos mientras sus dedos cálidos se enredaban en su cuello para poder sujetarse.

─¿Qué estás haciendo?

─No aguanto más, nena. La cama está vacía y yo necesito tenerte a mi lado.

Con ternura, la depositó en la cama y se colocó encima de ella. En la penumbra de la habitación, Nathan podía ver el brillo de sus ojos observarlo atentos. Paseó la punta de la nariz lentamente por el arco de su cuello, disfrutando de aquel aroma que lo excitaba y relajaba a la vez. Sin poder reprimirlo, el inglés se preguntó si Travis también se había deleitado con aquel aroma como él lo hacía. Descartó ese hilo de pensamientos cuanto sintió la sangre arder de ira y celos.

Suspiró para aliviar la tensión acumulada y lentamente, comenzó a realizar un camino de besos suaves desde el lóbulo de su oreja hasta llegar al nacimiento de sus pechos. En aquel lugar dónde la pintora se había tatuado el símbolo de amor de su anterior relación, un tatuaje que le dolía mirar.

─Nate...

El hombre siseó para acallarla, posando además el dedo índice sobre los labios entreabiertos de su mujer.

─Voy a hacer que lo olvides, nena. Borraré los restos de sus besos con los míos. Eres mía y yo soy tuyo.

Nathan rompió la distancia y la besó con tranquilidad y miedo. Pero al saberse correspondido, se relajó, disfrutando así de la sensación de tenerla de nuevo para él.

A pesar de desear hacerle el amor, el inglés se conformó con besarla, acariciarla y regalarle su alma con cada suspiro y palabra tierna susurrada a su oído. Hasta que, entrada la madrugada, Olimpia cayó dormida entre sus brazos. 

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