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51


Olimpia suspiró resignada. La lluvia repiqueteaba sobre en la ventanilla del taxi en el que viajaba, y en silencio dejó su mente en blanco, ignorando los intentos por parte del taxista de comenzar una conversación.

El puente de Londres, que siempre le había parecido precioso y pintoresco, ahora le parecía gris y apagado. El taxi lo atravesó, siempre en dirección al norte, hasta dejar a la pintora en Lynmouth Road. El precioso barrio residencial donde Olimpia llevaba conviviendo seis años con Nathan.

Tomó aire antes de introducir la llave que la llevaría de vuelta a su hogar. Un pellizco de miedo se coló en su estómago al pensar que tal vez Nathan no quisiera volver a verla. Dejó la maleta a un lado, se quitó el abrigo y colgó el bolso en el perchero de la entrada, sacó a Garfield de su pequeña jaula y lo abrazó fuerte contra su pecho. Sentía el corazón bombearle aceleradamente, su respiración era apenas un jadeo.

Olimpia se quedó parada unos minutos, la voz de dos hombres le confirmaron que Nate estaba en casa acompañado de alguien más. Suspiró y se encaminó directa al lugar de donde provenían las voces, atravesando el pasillo y dejando a un lado el salón. Al fondo, tras la última puerta estaba el pequeño despacho que su marido usaba para trabajar desde casa.

Abrió la puerta despacio, y lo que Olimpia encontró, la paralizó. Los primeros ojos que la pintora encontró fueron los de su suegro. Éste, al percatarse de su llegada le dedicó una mirada de desprecio y soberbia. En frente de él, separado por un enorme escritorio de diseño, Nathan lloraba desconsolado con una botella de Whisky y un vaso a medio tomar.

─Vaya... ─sonrió cínico el hombre mientras se acercaba a la puerta─. Finalmente, te has dignado a aparecer.

─Nate, estoy en casa ─respondió ignorando el tono envenenado de su suegro.

Olimpia miró al anciano con los ojos entornados y se apartó para dejarlo pasar; pero antes de que pudiera acercarse a su marido, el anciano la agarró fuerte del brazo y le susurró amenazante.

─Mas te vale que hayas vuelto, porque si lo abandonas de nuevo...

─Lárguese de mi casa ─escupió entre dientes la pintora.

Tras unos segundos, el padre de Nathan le regaló una sonrisa torcida y desapareció, dejando a la pareja sola en aquella habitación.

Olimpia dejó a Garfield en el suelo, que se acercó correteando feliz hasta los pies de Nathan. Éste trató de acariciarlo, pero trastabilló y terminó cayendo del sillón. La pintora se acercó corriendo en su auxilio, y con esfuerzo lo llevó casi a rastras hasta el sofá del salón. Lo ayudó a recostarse, lo tapó con una de las mantas que siempre tenían en el reposacabezas, le ahuecó un cojín y fue a buscar una bebida isotónica a la cocina.

En silencio y sin dirigirle una sola mirada, Olimpia volvió a sentarse a su lado, acercando hasta los labios de Nathan el vaso de cristal. El estado de Nathan era deplorable. Sos ojos ambarinos estaban oculto tras un velo borroso creado por el exceso de alcohol, las ojeras le marcaban unos surcos oscuros en el rostro, vestía una camiseta de algodón de mangas largas que parecía no haberse quitado en días, así como un viejo pantalón de chándal gris.

─¿Por qué has vuelto? ─Nathan arrastraba las palabras y su lengua parecía quedarse trabajada en el paladar.

Sin mediar palabra, lo agarró por un brazo y tiró de él hasta levantarlo, se acopló a su cintura y lo ayudó a subir las escaleras. Olimpia jadeó un par de veces, pesaba demasiado y se tambaleaba, rezó en silencio para no caer por las escaleras con él, aunque en un par de ocasiones estuvo a muy poco de hacerlo.

Atravesó el pasillo de la primera planta, entró en el dormitorio de la pareja y lo sentó en la cama.

Accionó el grifo de la bañera y mientras esperaba que ésta se llenara, se acercó lentamente hasta Nathan y comenzó a desnudarlo. Éste la miraba cansado, pero se dejaba manejar. Le quitó la camiseta, dejando al descubierto el tatuaje de su pecho, le ayudó a quitarse los pantalones y la ropa interior y una vez la enorme bañera se hubo llenado lo guió hasta ella. Nathan se introdujo torpemente en el agua, haciendo que esta rebosara y salpicara a su alrededor.

─Lo siento ─se disculpó.

Olimpia buscó la esponja y comenzó a mojarle la cabeza. Tras media hora de atenciones, la mirada de Nathan parecía más clara, así como sus movimientos menos pesados. Olimpia sabía que, aunque no del todo, la embriaguez se diluía poco a poco.

Las manos de Nathan capturaron la suya, obligándola a dejar de repartir agua sobre su pecho. Los labios cálidos se posaron en su dorso dejando allí un beso tierno.

─¿Has vuelto para quedarte? ─preguntó temeroso antes de mirarla a la cara.

Olimpia tragó saliva y asintió.

─Entenderé que no quieras dejarme volver. Yo no lo haría.

─Pero yo no soy tú. Yo te amo, Olimpia.

Nathan se removió en la bañera hasta acercar su rostro al de la pintora. Lentamente, los labios de Nathan se fundieron con los de Olimpia en un beso suave. Olía y sabía a una mezcla de tabaco, café y whisky. Aquel hombre había caído por su culpa, y ahora le tocaba a ella levantarlo. Una lágrima rebelde cayó en el agua tibia.

─Yo no te amo, Nate ─sollozó.

Los ojos amarillentos del inglés se clavaron en los suyos. Olimpia pudo ver en ellos un leve atisbo de esperanza.

─¿Alguna vez lo has hecho? ─Olimpia negó, desviando su rostro avergonzada. Pero unos segundos después, los dedos húmedos de su marido la agarraron suavemente por la barbilla obligándola a mirarlo de nuevo─. ¿Me quieres?

Un leve movimiento de cabeza le sirvió para decirle a Nathan la verdad. Lo quería, lo necesitaba ahora más que nunca, pero no lo amaba. Se mordió el labio inferior al sentir la mirada dura y distante de su marido atravesarla.

─Sal de aquí, necesito estar solo.

Olimpia asintió y obedeció sin mediar palabra. Salió del baño, cerrando tras ella. Miró a su alrededor; al entrar no había notado que hacía días que nadie limpiaba en esa habitación. Durante la más de hora y media que Nathan se demoró en el baño, Olimpia se dedicó a recoger el dormitorio, cambiar las sábanas, adecentar la cocina, le dio de comer a Garfield, subió la calefacción de la casa y se puso una vieja camiseta de algodón. Preparó un par de sándwiches, pues supuso que su marido tendría hambre y los subió con una bandeja hasta el dormitorio.

Nathan estaba sentado sobre su lado de la cama, de espaldas a la puerta. Sólo llevaba un pantalón de pijama de seda que ella le había regalado. Su cabello mojado comenzaba a ondularse suavemente y entre sus manos, Nate parecía sujetar algo que Olimpia no llegaba a ver. Carraspeó antes de entrar y dejar la bandeja con la cena sobre la mesita de noche de él. Antes de alejarse, el inglés la tomó de la mano y la obligó a pararse en seco, entregándole una vieja entrada desgastada.

─Es de la exposición de Nueva York. Estas fueron las entradas que se vendieron. Fue allí donde nuestro matrimonio murió, ¿verdad? ─Olimpia observó la entrada en silencio, estaba ajada y descolorida. En ese momento, los ojos de Travis suplicándole volver a su lado aparecieron en su mente. Respiró fuerte y trató de borrar ese recuerdo. El motero estaba ahora muy lejos de ella, debía volver a relegarlo al fondo de su corazón, y esta vez, debía hacerlo para siempre─. Dime, nena... ¿te hice feliz alguna vez?

El llanto poco a poco tomaba posesión de la mirada amarilla de su marido. Olimpia se sentó a su lado y acunó su rostro entre sus manos.

─Sí, Nate. Me hiciste muy feliz.

─Pero no ha sido suficiente... siempre he vivido a la sombra de Travis, Olimpia. Siempre temiendo que apareciera por la puerta y te largaras con él... ─Nathan negó y sonrió triste, deshaciéndose de su agarre─. Ni si quiera me sorprende lo que ha pasado.

─Nate ─Olimpia llevó una mano hasta su hombro─. Escúchame... esta vez, voy a ser sincera contigo. Te mereces que lo sea... ─Nathan levantó la mirada y la observó, esperando en silencio. Olimpia se mojó los labios─. Travis es el único hombre al que podré amar, pero te quiero. Todos estos años a tu lado han sido maravillosos. Me has dado más de lo que había soñado... soy lo que soy gracias a ti.

─Gracias al dinero de mi padre, Olimpia ─interrumpió derrumbándose sobre ella─. ¿A quién queremos engañar?

─No, Nathan. ─Olimpia lo obligó a incorporarse y a mirarla a los ojos─. Soy lo que soy gracias a ti, a tu cariño, a tu apoyo. Siempre has creído en mí, incluso en los momentos más bajos. Siempre paciente, siempre atento. No me casé enamorada de ti, y no lo estoy ahora. Pero me enseñaste a quererte y a necesitarte; y quiero aprender de nuevo.

─Esto no va a funcionar.

─Tal vez... pero esta vez, hay una diferencia. ─Nathan la miró extrañado─. Esta vez estoy siendo sincera. No me merezco tu perdón, y entenderé que me rechaces. De ti depende si nos separamos o tratamos de levantar este matrimonio─. Los dedos de Olimpia se posaron sobre los labios de Nathan en el momento en que éste quiso hablar─. Pero, si eliges seguir adelante, si quieres volver a intentarlo, deberás aceptar que por mucho que te esfuerces, nunca podré amarte como lo amo a él.

Nathan se mojó los labios con la lengua y acto seguido se mordió el labio inferior. El corazón de Olimpia comenzaba a acelerarse poco a poco a medida que el silencio los iba envolviendo. La espera la estaba matando, pero sabía que, eligiera lo que eligiera aquel hombre, ella estaba condenada a una vida sin Travis.

─Quiero intentarlo.

Aquellas dos palabras hicieron que el corazón de Olimpia descansara. No lo había perdido todo, pues tenía una nueva oportunidad para retomar la vida que había tenido. Podía seguir pintando y se esforzaría por volver a querer a Nathan de nuevo. Olimpia creía que, si ponía el empeño suficiente, podría volver a ser feliz a su lado.

─Gracias, Nate ─sonrió sincera.

Las manos esbeltas y elegante del inglés se ciñeron a su cintura atrayéndola hasta él. Sus labios se acercaron hasta los de ella, depositando un beso casto y tierno en la comisura de su boca.

─Te quiero, Olimpia. Sin ti, siento que muero en vida ─susurró antes de besarla con timidez. Olimpia dejó que Nathan se tomara su tiempo en aquel beso, ambos lo necesitaban. La lengua suave del hombre se paseó lentamente por su labio inferior, pidiendo permiso. La pintora dejó que la invadiera con ternura, poniendo en aquel beso todo su corazón. Una punzada de dolor y mal estar se coló en su pecho, pero se obligó a ignorarla. Travis estaba muy lejos, junto a Rachel y a su futuro hijo; Nate era ahora su vida. Tras unos minutos, cuando por fin Olimpia dejó la mente en blanco, sus labios se separaron lentamente─. Nena, quiero pedirte algo.

─Claro, dime ─respondió urgente y solícita. Aunque no estaba segura de qué sería lo que Nathan quería pedirle, sentía que no podía negarle nada.

─No quiero que vuelvas a Estados Unidos. No quiero que te acerques a Travis nunca más... por favor.

Olimpia asintió. Aunque en otras circunstancias no habría aceptado esa condición ni ninguna otra, en aquel momento le importó. No podía volver aunque quisiera, pues el dolor de saber que no volvería al lado del amor de su vida era demasiado grande. Mantenerse alejada era lo mejor para su matrimonio, para Travis y para ella misma.  

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