5
Olimpia estaba sentada en una de las mesas, el Turqoise era un bar de carretera tan viejo como aquel pueblo. Pero doce años atrás había abierto aquella sala como una especie de discoteca. Al parecer, con los años la cosa no había mejorado mucho, y aunque conservaba la barra y los cuadros psicodélicos de las paredes, el dueño había hecho remodelaciones y cambios. Ya no estaban aquellos sofás donde Olimpia recordaba ver a su hermana besándose con el que ahora era su marido. En el rincón que hacía de mesa del Dj había ahora un pequeño escenario con algunos instrumentos, unos enormes amplificadores de sonido y un par de micrófonos. Unos carteles indicaban que había noche de música abierta los viernes y monólogos los sábados. En lo que Olimpia recordaba como pista de baile había un enorme billar rodeado de mesas y sillas de maderas. Sonrió mientras le daba un sorbo a su cerveza, en aquel momento ese bar le gustaba mucho más que cuando era joven. Su mirada volvió a pasearse por todos y cada uno de los cuadros que decoraban las paredes, uno en concreto llamó su atención; los recuerdos se arremolinaron en su cabeza amenazando con oprimir su corazón. En un acto reflejo, la mujer buscó con sus dedos el colgante violeta que nunca se quitaba, la frialdad de la piedra violeta la calmaba, pero en ese momento, sentía que le quemaba la piel. Sintió como un pequeño nudo creía en su garganta.
─¿Olimpia? ¿Oli, eres tú?
La voz suave de un muchacho la sacó de su ensoñación. Una mano grande y delgada le agarró el hombro y la obligó a levantar la vista para buscar a aquel que creía reconocerla. Los ojos marrones de Oliver la observaban con sorpresa y alegría; pero había algo en ellos que la mujer no supo identificar. Se levantó rápida y se abrazó a aquel hombre alto y delgado que vestía una camisa blanca y unos vaqueros desgastados.
─ ¡Oliver! ¡Cuánto tiempo! Mírate, estás guapísimo. ¡Ya no usas gafas!
Oliver sonrió tímido ante el halago de la que había sido su mejor amiga. Olimpia lo examinó con detenimiento. Su pelo negro azabache caía en mechones sobre sus orejas, su nariz perfecta, su piel blanca y aquellos labios que bebían los vientos por Olimpia en un pasado que ya no volvería, seguían como siempre, pero tenía algo en su mirada que Olimpia pensaba que lo envejecía. Era tristeza, una tristeza que la mujer no había visto a ese hombre nunca.
─No, uso lentillas, son más cómodas. Tú estás fenomenal. ¿Dónde está Nathan? Me gustaría saludarlo.
Oliver buscó con la mirada a su alrededor, y luego levantó las cejas para preguntar en silencio.
─Nathan no ha venido, sólo estoy yo. Vamos siéntate y hablemos.
La pareja se sentó mirándose a los ojos.
─¿Y por cuánto tiempo te quedarás? La última vez pensé que no te marcharías ─Oliver terminó la frase casi en un susurro.
─Unos meses, luego volveré a Londres con Nate.
Oliver agarró la mano de su amiga y le acarició el dorso con el pulgar. Suspiró.
─Te he echado de menos... bueno, todos lo hemos hecho. Me alegra que estés en casa de nuevo, aunque sea para unos meses.
Olimpia sintió una punzada de dolor, había vuelto a casa pero todo estaba muy cambiado; miró sus manos entrelazadas a las de su viejo amigo. Algo no iba como debía ser. Aunque había pasado muchos años, conocía un poco a Oliver, y esa forma de actuar no era normal en él. Apartó su mano con cuidado.
─Ésta ya no es mi casa ─suspiró casi en un susurro─, pero... Oliver, ¿qué te ocurre? Puedes contármelo, si quieres.
Oliver desvió la mirada hacia la mesa, sus hombros cayeron y el silencio los arropó a los dos durante unos minutos. Al final, el hombre terminó por mirar a su amiga a los ojos y sonreírle triste.
─Es que... ¿sabías que Anne me dejó hace unos años verdad? ─Olimpia asintió, sabía bien la historia, pues había sido protagonista de parte de ella. La pareja formada por los dos mejores amigos de la mujer siempre había sido un ir y venir; siempre se reconciliaban para terminar rompiendo la relación, y unos meses o un año más tarde, volver a darse otra oportunidad. Pero Olimpia sabía qué hacía tres años la relación se había roto, y esta vez parecía ser definitiva─. Cuando lo dejamos la última vez, pensé que sería como siempre, unos meses separados y luego, cuando Anne se calmase, todo volvería a su cauce. Pero no ha sido así, han pasado tres años y medio Oli, y aún no me ha dado una explicación.
Oliver dejó caer el peso de su cabeza sobre sus manos. Unos espasmos le decían a Olimpia que su amigo rompería en cuestión de segundos a llorar. Sabía que estaba completamente enamorado de aquella pelirroja tan tímida.
─Oliver, ¿has pensado en pasar página?
El muchacho la miró de reojo, y asintió.
─Lo he intentado Oli, de verdad que lo he intentado. Pero no puedo. Caí en una depresión muy fuerte ¿sabes? Y no creo que pueda salir de ella si Anne no me da la razón de por qué demonios me dejó. Sé que la jodí muchas veces con ella, no la entendía y no estuve con ella cuando pasó... ─Oliver se calló de repente.
─Oliver, la engañaste. Eso no se olvida fácilmente.
Oliver se recostó sobre el respaldar de la silla de madera y estiró las piernas; estaba cansado de ese discurso. Había perdido la cuenta de cuántas veces le habían recordado los fallos que había cometido con Anne.
─ Lo sé, joder Oli, no me lo recuerdes tú también. Sé que la cagué en aquellos años, pero no es por eso. Anne me perdonó todo aquello. Todo era perfecto, incluso estábamos planeando irnos a vivir juntos... pero un día, sin previo aviso, me dijo que no me quería y que se había terminado.
Olimpia le dio un sorbo a su cerveza y paseó su dedo por el cuello del botellín pensando qué podía decirle a su viejo amigo. Ella tampoco se explicaba qué podía haberle pasado a Anne para dejarlo, sabía por Diana que la relación de sus amigos en aquel momento era perfecta. Se encogió de hombros y trató de sonreírle.
─No sé qué decirte.
Anne entraba por la puerta del local en ese momento, un vestido de flores entallaba su bonita figura, su pelo rojo brillaba bajo las luces amarillas del local, lo llevaba suelto en unas preciosas ondas, de su hombro colgaba un bonito bolso de cuero. Buscó con la mirada a su amiga, pero su rostro cambió en el momento en que se percató de quién la acompañaba. Se paró a unos metros de la pareja.
Oliver la observaba embobado, estaba preciosa. Cuánto extrañaba las caricias de aquellas manos blancas, los besos de sus dulces labios, el calor de aquel cuerpo lleno de pecas que la hacían tan perfecta. Suspiró y miró a Olimpia.
─Bueno, debo irme. ─se acercó a la mejilla de su amiga para regalarle un beso antes de susurrarle al oído─. Ya sabes dónde encontrarme.
Olimpia cerró los ojos al sentir el calor de los labios de Oliver, y acarició su mejilla antes de que el muchacho se alejase de ella.
─Nos vemos pronto ¿vale?
Oliver asintió y desvió sus ojos a la muchacha pelirroja. Al pasar por su lado se paró para mirarla, levantó una mano a la altura de la cintura de la chica para tratar de pararle el paso, pero ella se movió rápida hacia un lado zafándose a la vez que ignoraba la mirada suplicante de aquel que había sido su amigo y amante por tantos años.
─Anne, por favor.
La mujer siguió su camino sin reparar en él. Trató de sonreir a Olimpia, pero su rostro se torció en un gesto forzado alejado de todo lo que ella pretendía mostrar. Se sentó en la silla donde antes había estado Oliver; cerró los ojos, aún quedaba los restos del olor de la colonia del muchacho. Dejó caer sus hombros y miró seria a Olimpia.
─Anne ...
─No digas nada Oli ─interrumpió la pelirroja levantando una mano para dejar claro que el tema estaba zanjado mucho antes de empezar a hablar.
─Está bien, como quieras ─Olimpia se recostó sobre su silla, apoyando el codo derecho en el respaldar. Torció el rostro para mirar a su amiga─. ¿Ha hablado tu madre con Alvin?
Anne hizo un gesto al chico de la barra para que le acercara una cerveza antes de responder a su amiga.
─Sí, dice que te pases por allí el lunes sobre las once, te enseñará el local y podrás negociar un precio con él si te interesa.
Olimpia asintió y miró de reojo al muchacho que traía la cerveza para Anne. Era rubio, con aspecto de surfista. Olimpia sonrió ante los recuerdos.
─Y dime Oli, ¿qué te trae de nuevo a Waycross? Y no me vengas con el cuento de que te has bloqueado y ya no pintas como antes. Nos conocemos, hemos estado juntas toda la vida.
Olimpia bebió de su cerveza y miró con picardía a su amiga.
─Te lo diré si me dices qué demonios pasa entre Oliver y tú.
Anne suspiró y le dio un largo trago a su cerveza. Negó con la cabeza mientras ponía los ojos en blanco antes de hablar.
─¿Qué te ha contado ese mentiroso?
─ Anne, no le digas mentiroso. Está destrozado.
─¿Destrozado? Me rio yo de cómo se pueda sentir, destrozada estaba yo. ¿Sabes que me engañó durante la universidad y me dejó sola? Que no me venga ahora con que está destrozado.
─Oliver está muy arrepentido de todo.
Anne miró a su amiga con rabia contenida. Bufó.
─Además, me engañó contigo Olimpia. No lo olvides.
Olimpia puso los ojos en blanco.
─Anne, por favor, no te engañamos. Aquello ocurrió antes de que empezara a salir contigo. Y no estábamos juntos, sólo era sexo. Rompió aquella relación para salir contigo porque estaba enamorado y no quería estropearlo.
─Oli, eso no importa. Me engañó, podía haberme contado que habíais estado juntos antes de que saliera conmigo. Pero tuve que enterarme una noche que salimos con tu hermana porque ella abrió la boca más de la cuenta.
─Creía que lo habías perdonado por eso. Volvisteis después de aquello.
Anne bebió de nuevo y miró a su amiga cansada.
─Sí, volvimos. Y lo entendí, en serio, nunca te he guardado rencor. Aquello fue agua pasada. Pero luego comenzó a engañarme en la universidad, y yo como una idiota lo perdoné de nuevo, y después de eso... Mira dejemos el tema de una vez.
─Pero esta última vez, estabais bien ¿no? Eso es lo que él me ha dicho, y Diana también.
Anne se mordió el labio inferior y desvió los ojos hacia un lado. No quería mirar a su amiga.
─Sí, todo era perfecto ─susurró mientras acariciaba su botellín de cerveza─. Pero... ─volvió a mirar a su amiga, esta vez, más intensamente─ Oli, por favor, aquello se terminó ¿vale? No se puede forzar las cosas que por naturaleza no pueden ser.
Olimpia asintió, pero sentía que había algo más. Anne no era así. Sabía cuánto quería a Oliver, y algo ocultaba. No sabía qué era, pero algo en su interior y en la mirada de Anne le decía que había un motivo oculto tras todo aquello. Rezó en silencio para que sus amigos hicieran las paces de nuevo, le dolía verlos así.
En ese momento el mismo chico que les había servido las cervezas presentaba al grupo que tocaría aquella noche. Las luces bajaron de intensidad a la vez que se encendían las que enfocaban el escenario. Un grupo de chicos de instituto subían para ir ocupando sus puestos.
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