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48


El tiempo pasaba lentamente para Olimpia. Hacía ya cinco días que Olga había vuelto a Londres, cosa que la entristeció. Su amiga junto con Anne, le levantaban el ánimo y le hacían compañía mientras pintaba o cuidaba de su sobrino. Ahora que no podía pasar tiempo con Travis, sus tardes y sus fines de semana se le hacían insoportables lejos de él. Nathan tampoco la dejaba ni a sol ni a sombra. La había convencido para quedarse en el estudio, y así poder tener intimidad para los dos, además de que así podría trabajar tranquilo sin que Noha lo interrumpiera.

No era que Nate no le gustase tener al pequeño al su alrededor, sino todo lo contrario. Nathan adoraba la idea de ser padre, y el pequeño rubio de ojos verdes le presentaba la mejor de las oportunidades para disfrutar de aquel deseo. Olimpia sonrió ante la imagen de Nathan dejándose arrastrar por todos los antojos del pequeño. Si Noha estaba aburrido, Nathan dejaba todo lo que estaba haciendo en ese momento, cogía al niño y se lo llevaba al parque con Garfield, al cine, o a merendar a cualquier pastelería, ganándose siempre una reprimenda por parte de Diana cuando llegaba a casa.

─¿A dónde piensas ir tan arreglada? ─Ofelia la miraba de arriba a abajo y le sonreía amable.

Olimpia suspiró antes de responder.

─Hoy es mi aniversario de boda ─respondió tratando de sonreír mientras sentía la mirada seria de Anne.

Ofelia asintió con una sonrisa mientras le entregaba los dos cafés para llevar y una bolsa con dos trozos de tarta de manzana que tanto gustaba a Olimpia.

─¿Vais a celebrarlo haciendo algo especial? ─preguntó la mujer rechoncha con cierto aire divertido en el tono de voz y una sonrisa pícara. Olimpia se encogió de hombros y no respondió, desviando la mirada hacia su amiga.

─Mamá, creo que papá te llama... está en la cocina.

Olimpia se quedó observando cómo Ofelia desaparecía dentro de la cocina, tratando de evitar la mirada seria de Anne. Aunque la sentía frente a ella, no quería mirarla.

─¿Estás bien?

Olimpia negó con tristeza.

─Lo extraño mucho, Anne. ─Suspiró fuerte antes de tragar el malestar que le asolaba, dibujar una falsa sonrisa de felicidad a la que estaba acostumbrada, y coger todo lo que había comprado─. Será mejor que me marche ya. Se hace tarde y aún no hemos desayunado.

Dejando atrás la cafetería, y tratando de no buscar a Travis tras la puerta abierta del taller, Olimpia cruzó la calle, giró la esquina y se adentró en su estudio. Cerró la puerta y subió lentamente por las escaleras, la voz de Rachel la sacó de su ensimismamiento, obligándola a pararse en los últimos escalones.

─Tienes que llevártela de nuevo a Londres, y cuánto antes la convenzas, mejor para todos. ─La voz de Rachel sonaba desesperada.

─¿Tienes alguna prueba?

─No ─titubeó ante la pregunta que Nathan le hacía─. Pero es evidente que mi marido me engaña, llega tarde a casa, sale de ruta con la moto cuando nunca lo había hecho y... apenas me toca.

Olimpia se mordió el labio inferior, su corazón comenzó a bombear rápidamente, la vista se le nubló y el cerebro se le colapsó.

─Mira, Rachel... ─la voz de Nate sonaba cansada, pero a la vez autoritaria─. Tal vez tu marido te engañe, pero no es asunto mío. Confío en Olimpia, y si no tienes una prueba que demuestre tus palabras, más te vale callarte.

Olimpia suspiró, su marido la estaba defendiendo y eso la ayudaba a tener algo más de tiempo.

─¿Y con quién más iba a engañarme? Esa zorra siempre estuvo enamorada de mi marido, y... ─Rachel comenzó a elevar la voz, y por el tono parecía estar al borde del llanto.

─¡Basta, Rachel! ¡No toleraré que insultes a mi mujer! ─gritó Nathan exasperado.

Olimpia tragó saliva, era el momento de salir a escena y obligarla a marcharse. Sabía que, si Rachel seguía guiando la conversación por esa línea, Nathan podría sospechar y ella necesitaba tiempo para poder hacer las cosas correctamente. De forma que, armándose de todo el valor posible, subió los últimos dos escalones y atravesó el umbral.

Rachel estaba frente a Nathan y lo miraba con el rostro desencajado y lágrimas en los ojos. El inglés por su parte, ejercía presión con dos dedos sobre el arco de su nariz a la vez que negaba exasperado.

─Nate, he traído café ─dijo, tratando de parecer serena y ajena a todo cuanto sucedía, mientras se acercaba a la encimera de la cocina y dejaba los dos vasos y la bolsa con la tarta. Sin poder remediarlo, sus ojos verdes se cruzaron con los de Rachel, que ahora la observaba con un odio latente.

─¡Tú! ─ladró la mujer señalándola─. ¡Maldita desgraciada!

Sin darle tiempo a reaccionar, las manos de Rachel se agarraron a su abrigo, desestabilizándola y haciendo que ambas mujeres rodasen por el suelo─. ¡Sé que has sido tú!

Rachel trataba de golpearla, la zarandeaba y le gritaba improperios mientras, Olimpia, bloqueada por la reacción violenta de la mujer, intentaba quitársela de encima como podía. Nathan cogió a Rachel de la cintura para poder ayudarla, aquello le permitió a Olimpia alejarse de ella y ponerse en pie.

Rachel estaba fuera de sí, se había despeinado y la rebeca que llevaba estaba abierta, mostrando un hombro al aire.

─¡Basta, Rachel! ¡Déjala en paz! ─gritaba Nathan mientras ella se revolvía rebelde entre sus brazos.

─¡No! ─gruñó─. Sé que eres tú, ¡zorra!

Olimpia trató de recomponerse, sentía la adrenalina correrle por las venas, el sabor ferroso de la sangre se colaba en sus papilas gustativas; Rachel le había roto el labio y ahora un pequeño hilo de sangre le recorría en dirección a la barbilla. Nathan seguía sujetándola, pero poco a poco, la mujer fue invadida por el llanto y la impotencia, hasta que el agarre del inglés desapareció y ésta cayó de rodillas en el suelo, llorando desesperadamente.

─Vete a casa, Rachel ─La voz de Olimpia era autoritaria y orgullosa, aunque por dentro sentía cómo temblaba, sabía que debía aparentar serenidad─. Nadie se enterará de esto, si tú no lo cuentas. Conserva la dignidad que te queda.

Rachel se levantó con la ayuda de Nathan, éste la guiaba lentamente hasta la cristalera que daba a la terraza, pero antes de salir, ésta se deshizo del inglés y se enfrentó a Olimpia de nuevo.

Sus rostros estaban uno frente al otro. Olimpia era algo más baja que ella, sentía su aliento y su furia golpearle el rostro. Sus ojos vidriosos y cansados le decían a la pintora el miedo y la frustración que aquella mujer sentía porque sabía que se había acostado con Travis. En ese momento, Olimpia se compadeció de ella. Una punzada de culpa se clavó en su pecho, pues el dolor que aquella mujer sentía se lo estaba causando ella.

─Dilo... ─susurró furiosa entre dientes─. Admítelo, Olimpia. Siempre lo has querido... ¿verdad? ¿No tuviste suficiente con partirle el corazón, que ahora tienes que venir a destruir mi matrimonio?

La respiración de Olimpia era un jadeo, apenas le llegaba aire a los pulmones. Se mordió el labio roto, concentrándose así en el dolor físico para evitar responderle.

─Márchate de mi casa, Rachel.

─Confiésalo, zorra. Confiesa a tu marido que le eres infiel con el mío. Si vas a destruir un matrimonio, destruye el tuyo, no el mío.

Nathan volvió a sujetarla y a guiarla hasta la puerta.

─Será mejor que te marches, Rachel ─le dijo sereno pero autoritario, acompañándola hasta la terraza y cerrando la cristalera tras ella.

Olimpia suspiró, recogió su bolso del suelo y buscó en él un cigarrillo. Estaba muy nerviosa y sabía que el día solo acababa de empezar. Lo encendió y le dio la primera calada antes de retirar la tapa del vaso de café que Ofelia le había servido. Fue tras el primer sorbo cuando se percató del silencio que reinaba en el estudio.

Levantó la mirada y buscó a Nathan. Éste estaba apoyado con la frente en el cristal de la puerta, los ojos y los puños cerrados le decían a Olimpia que su marido trataba de tranquilizarse. Se mordió el labio, Nate podía ser muy duro cuando estaba enfadado y por el aspecto que mostraba, estaba al borde de la histeria.

─¿Nate? ─La voz de Olimpia era apenas un susurro asustado.

─Dime que no te has acostado con Travis. ─Nathan no levantó la cabeza, su voz era dura y monótona. Olimpia respiró profundamente, no quería mentirle, de manera que optó por el silencio─. ¿Olimpia?

Los ojos ambarinos del inglés se cruzaron con los de la pintora, y en ellos pudo ver un miedo irracional. Olimpia dejó caer los hombros y se sentó en un taburete, indicándole a su marido que se sentase en la cama.

─No voy a mentirte, Nathan. Te quiero, pero...

─Te has acostado con él ─afirmó el inglés enterrando la cabeza entre sus manos apoyadas en sus rodillas.

Olimpia se quedó en silencio un poco más. Si hablaba podía empeorar las cosas, de manera que optó por mantenerse en silencio y responder con sinceridad a todo lo que su marido quería preguntarle.

─¿Lo amas?

Aquella pregunta realizada con tranquilidad y no con furia contenida la descolocó completamente. Olimpia esperaba el momento en que Nathan saltara furioso de la cama y comenzara a gritar improperios como siempre hacía cuando se crispaba. Sin embargo, esa mañana, estaba siendo completamente diferente.

─Sí.

─¿Me amas? ─Los ojos ambarinos de su marido se cruzaron con los de ella. Y todos los años vividos con Nathan se pasaron delante de ella, como si de fotogramas de una película se trataran. No se casó enamorada, pero aprendió a quererlo, hasta el punto de necesitarlo. No lo amaba como a Travis, pero estaba segura que lo quería.

─Te quiero, Nathan. Pero...

Nate se levantó y se arrodilló frente a ella, tomándola de las manos y mirándola decepcionado.

─Escúchame, nena. No pasa nada... me quieres, y eso es lo que importa. Te perdono. Sólo tenemos que volver a Londres y volveremos a ser felices. Tú y yo, nena, juntos. Formaremos una familia y eso nos unirá mucho más. Olvidaremos todo esto.

La voz de Nathan era desesperada, su mirada emborronada por el miedo estaba al borde del llanto. Aquella falta de amor propio enervó a Olimpia. Aunque la primera vez que volvió a su lado, él sabía que aún amaba a Travis, ésta vez Olimpia lo sentía diferente. Aquel hombre le suplicaba y se conformaba con las migajas de un matrimonio completamente roto. Se levantó y se alejó de él, no soportaba ver a alguien arrastrarse de esa manera tan patética.

─¡No!... Por favor, Nathan. ¡Reacciona, joder! Te he engañado con otro hombre, ¿es que no tienes amor propio? Deja de suplicarme, deja de llorar por un poco de amor.

En ese momento, la mirada del inglés se endureció. Su tez cambió, y un miedo irracional se coló en el cuerpo de Olimpia. Había despertado al verdadero Nathan y eso le atemorizaba. Sentía que sus piernas comenzaban a temblarle, perdiendo lentamente las fuerzas a la vez que aquel hombre se erguía mostrando toda la altura que tenía. Era fuerte y definido, más de un metro noventa desde los pies a la cabeza, pero lo que realmente asustaba a Olimpia, era la mirada fría y distante, así como la sonrisa cínica que comenzaba a nacer en la comisura de sus labios. En ese momento, la imagen de su suegro aquel día que le entregó su contrato prematrimonial le vino a la mente.

─¿Suplicarte? Te estoy dando una oportunidad, Olimpia ─el tono de voz sereno pero a la vez lleno de rabia de Nathan le atravesaba el corazón a la pintora─. Te quiero con toda mi alma, Olimpia, y jamás haría valer el maldito contrato que firmamos antes de casarnos... Pero, si me dejas por ese desgraciado, no sé lo que llegaría a hacer. Puedo perdonarte que me engañes, nena. Y la oportunidad que te ofrezco sólo te la daré una vez. ─Nathan le tendió una mano a Olimpia. Su mirada dura y distante la envolvió hasta casi pararle el corazón─. Vuelve a Londres conmigo, salvemos este matrimonio.

En voz alta le confirmaba lo que Olga ya le había dicho. Su marido era perfectamente capaz de arrebatarle la pintura y todo lo que ella era, sólo por venganza. Y oír aquello de sus labios, la destrozó. Olimpia tragó saliva. Nathan estaba fuera de sí; y sabía que era capaz de todo por seguir a su lado. Pensó en Travis, en cuanto lo amaba y cuantas veces le había dado la espalda por seguir su sueño, por pintar. Su respiración se agitaba poco a poco, debía elegir: pintar o amar a Travis. Aunque lo había tenido claro, en ese momento, las dudas la asolaron de nuevo. Tenía la boca seca.

─Yo... te quiero. Pero mi sitio no es a tu lado.

─No sabes lo que dices ─escupió furioso el inglés mientras la miraba con una mueca extraña─. Dejaré que te lo pienses bien. Tienes hasta la exposición para tomar una decisión, Olimpia.

Y sin media una sola palabra más, Nathan comenzó a hacer la maleta para volver ese mismo día a Londres. 

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