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46


Olimpia salió del hospital, se cerró la rebeca y encendió un cigarrillo antes de dirigirse tranquila a una esquina donde no parecía azotar el viento de octubre. Tras la operación de urgencia y pasar más de veinticuatro horas en la sala de observación, para la felicidad de todos, los médicos dieron su consentimiento para subir a una de las habitaciones a Roger. El corazón de Olimpia estaba agitado y cansado, pero por otra parte también estaba tranquilo; aunque su padre podría haber muerto, gracias a la rápida atención que recibió estaba recuperándose por momentos.

Exhaló todo el aire de los pulmones y se quedó observando el cigarrillo entre sus dedos tatuados. Los médicos le habían dicho que, en parte, la fragilidad del corazón de su padre se debía a todos los años de fumador.

Travis se acercó sigiloso, se apoyó de espalda a la pared, justo en la misma posición que ella, muy cerca y se encendió otro cigarrillo.

─Tal vez deberíamos dejarlo... ¿no crees? ─comentó mientras exhalaba el aire de su calada.

─¿Qué? ─Aquel comentario hizo que su corazón diera un vuelco.

─El tabaco. Tal vez deberíamos dejar de fumar. ─Los ojos azules de Travis se clavaron en el horizonte mientras una sonrisa torcida se dibujó en sus labios─. Lo retomé cuando me dejaste por Nathan la primera vez. No soportaba la idea de que él te tuviera y yo no...¿y tú?

─Comencé cuando me dijiste que me habías olvidado. Creo que... ─Olimpia sonrió ante lo absurdo de las palabras que iba a decir─: me recordaba a ti. A tu olor... menuda gilipollez, ¿no crees?

Los dedos cálidos del motero se enredaron en los de ella y con el pulgar comenzó a acariciarle el dorso de la mano.

─No, no es una gilipollez. Olimpia...─Travis se deshizo de su cigarrillo y tiró suave de su mano, hasta conseguir rodearla con sus brazos─. Quisiera decirte tantas cosas, mi vida. Pedirte perdón por todo el daño, por las ausencias y la soledad... quisiera besarte, abrazarte y demostrarte que eres la única en mi vida...

Olimpia se mojó los labios con la lengua y tiró su cigarrillo antes de enredar sus dedos en el cabello de Travis. Sentía que su corazón se aceleraba poco a poco, su respiración era ahora un jadeo; notaba como el aliento cálido del hombre le acariciaba los labios, deseaba besarlo. Pero, sabía que aquel no era el momento ni el lugar para dejarse llevar por aquellas hermosas palabras, Nathan y Rachel estaban en la habitación, y por el tiempo que ella calculaba que llevaba allí abajo, su marido seguramente estaría buscándola.

A regañadientes, se alejó de él, rompiendo aquel cálido abrazo y apoyándose de nuevo en la pared con la espalda.

─Este no es el momento ni el lugar para esta conversación, Travis. Mi marido está aquí, y Rachel sospecha que la engañas.

Al observar los ojos azules de Travis pudo percibir cómo éstos se oscurecían, su mandíbula se tensaba y sus manos se cerraban fuertemente hasta que los nudillos comenzaron a blanquearse por la falta de sangre en ellos. Durante uno segundos, ninguno de los dos dijo nada. Pero algo le decía a Olimpia que Travis necesitaba hablar con ella. Sentía que algo guardaba y le estaba destrozando por dentro. Suspiró y con los brazos cruzados sobre su pecho le preguntó.

─¿Qué sucede, Travis? ¿Qué es lo que no te atreves a decirme?

─¿Por qué demonios no zanjamos este asunto ya? Nathan está aquí, Olimpia y Rachel también... es tan sencillo como decirles lo que está sucediendo, firmar el divorcio y comenzar los dos juntos, de nuevo.

Olimpia se llevó una mano a la sien, una punzada se coló en el corte que tenía sobre la ceja izquierda. Aunque a simple vista parecía sencillo, y seguramente sería lo mejor para todos, Olimpia sentía que necesitaba tiempo, debía despedirse de su vida como pintora y dejar enterrado todo antes de comenzar con Travis una vida nueva.

─Ya te lo dije, hablaré con Nathan después de la exposición.

Las manos del motero se ciñeron a sus hombros y su rostro se desencajó en una mueca de desesperación y miedo.

─¿Lo quieres? ¿Es por eso que dudas y no estás segura de lo nuestro?

─¡Claro que estoy segura de lo nuestro, Travis! ¡Te quiero con toda mi alma! Pero las cosas tengo que hacerlas bien. Tengo que dejar zanjado algunos temas antes de volver.

─Si tanto me quieres, ¿por qué te lanzaste a sus brazos?

Aquella pregunta la descolocó. En los ojos azules de Travis había una furia y unos celos que nunca creía que podía ver. El corazón de la pintora se aceleró, una daga al rojo vivo se clavó en su pecho al sentir la duda que teñía aquella pregunta llena de reproche hacia ella. Tragó saliva y se mordió el labio inferior; se deshizo del agarre del motero y anduvo unos pasos.

─¿A qué viene eso? Estás siendo ridículo. Estaba en shock, ¡Por dios, Travis! ¿Cómo puedes dudar de lo que siento por ti? No sabía lo que hacía, no podía controlarlo.

─¿Te ha tocado? ─Los ojos de Olimpia se abrieron de par en par. Travis pasaba de una cosa a otra sin sentido ninguno y ella a duras penas podía salir de su estupor y seguirle en la conversación─. Olimpia, ¿te has acostado con él?

El tono de voz furioso y apremiante de Travis hizo que la rabia y los celos que ella también sentía saliera y dominaran su mente. Trató de serenarse.

─Esta conversación no tiene sentido.

─Tu silencio te delata, Olimpia ─respondió entre dientes el motero. Olimpia sentía que el veneno de esas palabras le quemaban la piel, haciendo salir entonces todo su enfado y frustración.

─No me he acostado con él. Pero sigue siendo mi marido, Travis, de la misma manera que Rachel es tu mujer. Y, de la misma forma que tú, debo mantener las apariencias. ¿O me vas a decir que no has vuelto a tocar a tu mujer? Porque, que yo recuerde, me dijiste que lo hacías para protegernos. ─Los ojos del motero se abrieron, Olimpia estaba furiosa. No quería ser tan dura, pero sabía que no podía rechazar a Nathan, de la misma manera que Travis no podía rechazar a Rachel─. ¿Crees que para mí es fácil saber que, después de estar conmigo, te metes en la cama con ella?

─Yo... lo hago por nosotros. ─La voz del motero era apenas un susurro.

─¡Y yo! Esto no es fácil para ninguno de los dos, Travis. Pero debemos aguantar ─rogó Olimpia mientras se abrazaba a sí misma y miraba el suelo.

─Olimpia, podemos terminar con toda esta mentira. Sólo tienes que dar el paso y enfrentarte a tu marido.

En los ojos de Travis, la pintora podía ver cómo la desesperación lo destrozaba lentamente. El corazón de Olimpia se ablandó. Tomó y acunó el rostro del motero entre sus manos; lo besó suavemente regalándole el alma y todo su amor en aquel gesto. Lo necesitaba y sabía que él también la necesitaba.

─Me dijiste que termináramos de pintar nuestro lienzo, ¿te acuerdas? ─susurró en sus labios. Travis asintió mirándola a los ojos─. Nathan es una parte importante de mi vida, y tengo que terminar de pintar antes ese lienzo. Deja que le dé las últimas pinceladas a mi vida, para poder retomar nuestro lienzo. ─Travis se mordió el labio inferior y las lágrimas comenzaron a aflorar en los ojos verdes de Olimpia─. ¿Podrás esperarme?

El motero asintió levemente y Olimpia se separó de él antes de sonreírle cansada. En ese momento, la voz de Nathan la reclamaba.

─Nena, estás aquí... llevaba un rato buscándote. Te he traído café. ─Con una sonrisa tierna, Nathan le acercaba un vaso humeante que aceptó en silencio. ─Es tarde, preciosa. Vamos, tomaremos un taxi para que puedas darte un baño y descanses, aún no estás recuperada del todo.

Olimpia salió del baño con el enorme albornoz blanco y el pelo húmedo por la ducha que se acababa de dar. Se acercó a la bolsa repleta de ropa que Olga había ido a buscar a su casa con Anne. Torció el gesto al descubrir que, de todos sus pijamas, su amiga sólo había metido uno de seda y encaje elegante. Negó con la cabeza ante la obsesión de su amiga por vestir bien hasta para dormir. Por suerte la calefacción de la habitación estaba puesta al máximo, lo que evitaba que se helara con aquella minúscula prenda, pensó para ella mientras se la pasaba por su cuerpo. Se sentó entonces en el tocador de la habitación del hotel y comenzó a secarse el pelo.

Nathan salió al cabo de diez minutos del baño con la toalla blanca rodeándole la cintura y tratando de secarse el pelo con otra más pequeña. Sus miradas se cruzaron a través del reflejo del espejo y éste le sonrió dulce antes de acercarse a ella y posar sus manos suaves en sus hombros. Olimpia dejó el secador sobre el tocador y cerró los ojos disfrutando de las atenciones de su marido. Aunque deseaba que aquellas manos que la tocaban suaves pero firmes fueran de Travis, sabía que debía hacer de tripas corazón y mantener las apariencias. Respiró profundamente.

─¿De qué hablabas con Travis?

Olimpia abrió los ojos y de nuevo, a través del espejo, los centró en los de color miel de Nathan. Éste la observaba serio con una ceja en alto mientras seguía masajeando sus hombros cansados y doloridos.

─Me había preguntado cómo me encontraba ─respondió tratando de mostrar indiferencia.

Tras unos segundos de silencio en los que su marido parecía debatirse con él mismo, prosiguió:

─No me gusta cómo te mira, Olimpia. Y tampoco me gusta cómo lo miras tú.

Olimpia se deshizo de su agarre y se levantó asustada. Su respiración se transformó en un jadeo y se abrazó a sí misma. Pestañeó varias veces y trató de serenarse, debía mantener la compostura y la calma si quería que todo saliera bien. Respiró profundamente.

─Nate... ¿de qué estás hablando? ─balbuceó tratando de parecer ofendida ante la acusación.

─Ese desgraciado sigue enamorado y está tratando de acercarse a ti ─respondió furioso con las manos en puño.

─Nate no digas tonterías. Está casado. ─Olimpia trató de dibujar una sonrisa serena en su rostro, pero sentía que sólo conseguía mostrar una mueca deshecha.

─Pasa demasiado tiempo cerca de ti, y eso no me gusta.

Olimpia cerró los ojos y se llevó una mano a la venda recién puesta en la frente. Suspiró exasperada.

─Nate, por favor. Escúchame... Travis y yo estuvimos juntos muchos años. Es normal que se preocupe. ─Olimpia creía que, si era sincera con Nathan, éste se calmaría y dejaría el tema en paz─. Pero está casado, y créeme cuando te digo que lo último que sería Travis es infiel a la persona que ama.

Nathan se quedó en silencio unos segundos, meditando las últimas palabras de Olimpia. Aunque había sido arriesgado, no había mentiras en sus palabras. Aquello, se dijo Olimpia, era una verdad maquillada. Tras unos segundos que se le hicieron eternos, Nathan se irguió y señalándola con un dedo le habló.

─No quiero que te acerques a él. ¿Me has oído?

Aquellas palabras la bloquearon durante unos instantes. Olimpia sentía la ira subirle desde los pies hasta la cabeza, naciendo así una punzada de dolor en su frente herida. Apretó la mandíbula y cerró las manos en dos puños, clavándose las uñas en las palmas.

─¿Me estás prohibiendo...?

─¡Si! ─gritó Nathan con el rostro desencajado. Se acercó a ella hasta que Olimpia pudo sentir su aliento sobre sus labios y el calor de su cuerpo fuerte rodeándola─. Te prohíbo que te acerques a él ─susurró furioso.

─¿Quién te crees que eres para prohibirme nada? ─respondió entre dientes Olimpia mientras lo taladraba con la mirada.

─¡Soy tu marido! ─le gritó fuera de sí Nathan mientras se llevaba las manos a la cabeza y se paseaba por la habitación.

─No te equivoques, Nate ─respondió orgullosa Olimpia. Nathan nunca le había prohibido nada, nunca le había hablado así y aquella sería la primera y la última vez que lo hiciera─. Que esté casada contigo no te convierte en mi dueño, ¿me oyes? Soy libre de hacer y acercarme a quien quiera. ¡No tengo que pedirte permiso! ─gritó Olimpia.

─¿Es que no lo ves? ¡Ese desgraciado quiere separarte de mí!

─¡Estás paranoico! ─chilló al borde del llanto. Sentía la furia correr por sus venas.

Nathan la miró y de dos zancadas se colocó delante de ella, abrazándola contra su pecho.

─Lo que estoy es enamorado de ti, nena. ¿Es que no lo ves? ─su voz era ahora desesperada y frustrada. En sus ojos miel había un miedo irracional que asustó a Olimpia.

Olga le había advertido que Nathan no estaba nada bien, que estaba como loco desde que ella se había marchado y cuanto más tiempo pasaba lejos de ella, peor estaba. Estaba siempre de mal humor y se exaltaba rápidamente. Olimpia lo miró soberbia. Sabía que estaba enamorado, pero no permitiría nunca que ningún hombre la tratara así.

─Si me amases, no me tratarías así. Si realmente estás enamorado de mí, no se te pasaría por la cabeza prohibirme nada. No me coartes mi libertad, Nathan porque eso no es amor, y los dos lo sabemos ─respondió lo más serena y lenta posible. Tragó saliva antes de proseguir─: ¡No te conviertas en tu padre!

Aquellas palabras salieron de la boca de Olimpia sabiendo que no había cosa que más daño le hacía a Nathan que lo comparasen con su padre. Un hombre duro, frío, sin sentimientos y que le había robado a ella lo que más amaba.

─Yo no soy mi padre ─susurró. Los ojos miel de Nathan se empañaron y las lágrimas comenzaron a brotar lentamente. Las manos temblorosas del inglés buscaron las suyas y desesperadamente se las llevó a los labios, repartiendo besos en ambas mientras se dejaba caer arrodillado frente a ella─. Perdóname, nena ─sollozó─. Lo siento, no debí gritarte, tienes razón... No tengo derecho a prohibirte nada.

Nathan se abrazó a sus caderas y se dejó arrastrar por el llanto, ocultando su rostro en el vientre de Olimpia. Ésta cerró los ojos y mantuvo la postura rígida. Aunque en cierta manera Nathan le había robado su libertad con aquella cláusula en el contrato prematrimonial, era ella la que había optado por firmar bajo su responsabilidad. Si lo pensaba fríamente, ella había tenido la opción de no aceptarlo, de no casarse con él, y eso hacía que pudiera perdonarle. Pero, en ese momento, Nathan trataba de prohibirle algo directamente y eso, no pensaba tolerarlo.

─Soy un imbécil, perdóname. Te lo ruego ─sollozó mientras se abrazaba más fuerte a ella─. Sólo pensar que otro trata de tocarte me destroza, Olimpia. No sabes lo duro que me resulta estar tan lejos de ti, pensando día y noche que podría perderte.

─Si vuelves a tratarme así, será cuando me pierdas. ─La voz de Olimpia era dura y cargada de orgullo. No le gustaba hacerle daño a un hombre que sabía que pronto destrozaría, pero su orgullo le impedía dejar que la tratara así.

Nathan se levantó con los ojos rojos y el rostro húmedo, la abrazó y tomó la barbilla de Olimpia con una de sus manos.

─No lo haré, nena. Lo siento ─susurró. Y Olimpia sabía que estaba realmente arrepentido─. Bésame, preciosa. Por favor, perdóname.

Lentamente, con miedo y desesperación, Nathan acercó sus labios hasta los de Olimpia. Ésta cerró los ojos, y aunque no quería besarlo, sabía que no podía rechazarlo. Sintió cómo la lengua tímida de Nathan le pedía permiso para explorarla y redimir su comportamiento en aquel beso. Aunque reacia al principio, Olimpia se dejó hacer. Sentía las manos de Nathan recorrerle el cuerpo, provocando un escalofrío en su columna. Poco a poco, su marido fue aumentando la intensidad del beso, desterrando el miedo y despertando la lujuria y el deseo. Olimpia se dio cuenta que, aunque no mucho, aún extrañaba la complicidad y la intimidad que tenía con Nathan.

─Deja que te haga el amor, nena. Quiero demostrarte que te amo.

Y sin decir nada, la pintora se abandonó a las caricias dulces y atentas de Nathan. 

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