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Travis le dio otra calada al cigarro mientras se mesaba el pelo nervioso. Oliver estaba apoyado en la pared jugueteando con su Smartphone, de vez en cuando levantaba la cabeza y sus miradas se cruzaban. Sabía que aquel hombre deseaba entablar una conversación, Oliver no era de los que estaban en silencio mucho rato, pero Travis estaba cansado. Cada vez que subía a la sala para ver a Olimpia se le caía el alma a los pies y, de nuevo, el muchacho lo sacaba a rastras de allí.

Mientras se paseaba por la acera meditabundo, un taxi paraba justo en la puerta de entrada al hospital. Una extraña sensación le invadió en ese momento y no pudo evitar observar a la pareja que salía del coche en ese momento.

Una melena negra recogida en un alto moño, un abrigo negro elegante y unos zapatos de tacón altísimos presentaban a Olga de nuevo ante él. Los ojos de Travis se abrieron de par en par, pues justo tras ella, Nathan, elegantemente vestido con un abrigo negro y un traje de chaqueta gris perla, enfundado en unos guantes de cuero a juego con sus zapatos aparecía.

Sus miradas se cruzaron unos segundos. La mandíbula de Travis se tensó, tiró el cigarrillo y se acercó a la pareja sin cortar el contacto visual con el recién llegado que le regalaba una mirada llena de furia. Una mueca torcida se dibujó en el semblante de Nathan, justo antes de hacerle un ademán con la cabeza a modo de saludo; aunque Travis sentía que era más una advertencia que le lanzaba en silencio.

─¡Dejaos de miraditas y moveos! ─Olga los miraba con las manos en la cintura y los labios rojos formando una mueca molesta antes de coger la bolsa que el taxista le tendía y pagarle la carrera.

─¿Dónde está mi mujer, Oliver? ─preguntó Nathan autoritario sin dejar de mirar a Travis con desdén.

─Está arriba, te acompañaré ─respondió Travis tirando el cigarro y tratando de mostrarse sereno. Ese no era el lugar ni el momento para medirse con Nathan. Todo llegaría a su debido tiempo, se dijo. Nathan asintió y pareció relajarse, cogió su bolsa y lo siguió sumiso por los pasillos.

En el ascensor, un silencio incómodo los envolvió a ambos. Travis se percató entonces que habían dejado a Oliver y Olga en la puerta del hospital. Tragó saliva y miró de reojo a Nathan, aquel hombre era ligeramente más bajo que él, pero su mirada era autoritaria y dura. Lo examinó detenidamente, estaba ojeroso, su camisa estaba abierta y el traje parecía arrugado, seguramente no se había cambiado y había tomado el primer avión para ver a su mujer. Aquel gesto hablaba por aquel hombre, amaba a Olimpia tanto como la amaba él; pero sólo uno estaba dentro de su corazón. Travis se mordió el labio al recordar el estado que presentaba Olimpia. Dudó unos segundos, tal vez debía advertirle a Nathan de cómo se encontraba, al fin y al cabo, era su mujer, y aquel gesto ayudaría a no causarle problemas a Olimpia.

─Nathan... Tal vez debas saber algo, Olimpia... ─Travis tragó saliva y se metió las manos en la cazadora, clavando la mirada en los ojos ambarinos del inglés.

─Sé que está en shock. Al bajar del avión he hablado con Diana... Pero no te preocupes, sólo necesita descansar. No es la primera vez que lidio con ella en ese estado.

Las puertas del ascensor se abrieron, impidiendo que Travis pudiera digerir aquellas palabras. Nathan salió raudo del ascensor seguido por él.

En medio del pasillo, Max hablaba con un par de médicos. En la sala de espera, Anne hablaba Didi mientras ésta sujetaba una mano de su hermana. Travis se sentó dejando un asiento libre al lado de Olimpia, pues sabía que aquel era el lugar que le correspondía a su marido. Los observó en silencio mientras se mordía el carrillo interno. El dolor físico era mucho más llevadero que el dolor de ver a Olimpia en los brazos de Nathan.

El inglés dejó la bolsa que traía a un lado, se quitó el abrigo, se desabrochó la americana del traje y se arrodilló frente a Olimpia. La miraba con dulzura y amor. No podía negar que para Nathan, aquella mujer era todo su mundo, el centro de su universo. Le tomó las manos y le acarició el rostro, colocando lentamente un mechón de su melena tras su oreja.

─Nena... ─La voz de Nathan era apenas un susurro cariñoso─. Estoy aquí, preciosa. Mírame, por favor.

Travis contuvo el aliento. Aunque, una parte de él deseaba que ella reaccionara y volviera en sí; otra parte de él, una que se le antojó ruin y rastrera, no podía evitar anhelar que Olimpia no reaccionara ante Nathan. Se reprendió en silencio ante aquel pensamiento egoísta.

─Nate... está... ─Didi trató de hablar, pero el inglés levantó una mano para hacerla callar. Seguía observando en silencio a Olimpia, acariciando su mano y sonriéndole dulce.

─Nena... vamos. Mírame. Cámbiame la vida.

En el momento en que Nathan terminó de susurrar aquella frase, Olimpia levantó la vista y la fijó en su marido que comenzó a sonreírle.

Travis abrió los ojos y su corazón se paró. Olimpia volvía en sí de nuevo; aquello lo alegró. El ceño de la pintora se frunció extrañada, llevó una mano hasta el rostro de Nathan y le acarició lentamente.

─¿Nate? Estás aquí... has venido.

Sin dar tiempo a que nadie reaccionara, Olimpia se dejó caer en los brazos de su marido y rompió a llorar. Lo abrazaba fuerte, y lo besaba con desesperación mientras sollozaba. Travis sentía como su una maza enorme le golpeara en el pecho dejándolo sin aliento. Entendía ahora lo que Olimpia había sentido al saber que él seguía durmiendo y manteniendo las formas con su mujer. Aunque él lo hacía para salvaguardar su relación, y sabía que ella haría los mismo con su marido, ahora que estaba allí, no podía deshacerse de la parte de su mente que deseaba golpear al inglés.

─Tranquila, nena... todo va a salir bien... ─siseó mientras la acunaba. Tras unos minutos que a Travis se le hicieron dolorosamente eternos, Olimpia se separó de Nathan y asintió.

El motero la miró, sentía en su pecho un revoltijo de sentimientos contradictorios, furia por la llegada de Nathan, miedo por lo que pasaría ahora, frustración por no poder consolar a la mujer que amaba, alegría por verla de nuevo más recuperada, celos y rabia por saber que había reaccionado ante Nathan. Pero entre todos, el sentimiento que borró a los demás y se instaló en su corazón fue la tranquilidad y la paz que le daba ver de nuevo aquellos ojos verdes reconocerle y la sonrisa que se formaba lentamente en aquellos labios que ansiaba atrapar con los suyos.

Travis se levantó hipnotizado por la mirada que Olimpa le regalaba.

─¿Travis? ¿Qué haces aquí?... ─Olimpia miró a su alrededor y al encontrarse con su hermana sus ojos se abrieron─. ¿Cómo está papá?

Max entró en la sala de espera, seguido de Oliver y Olga, con una sonrisa cansada. Se abrazó a Diana antes de hablar.

─No te preocupes, está en observación. Está débil, pero los médicos creen que se recuperará. ─Max miró a Nathan y le dedicó un movimiento de cabeza durante un segundo─. Me alegro que estés mejor, Oli.

─¿Podemos verle? ─Diana le rogaba a su marido.

─Aún no. Necesita descansar y está en observación. Los médicos dicen que nos marchemos y volvamos mañana temprano. Si sucediera algo les he dado mi número y nos avisarán.

─Olga y yo hemos reservado unas habitaciones en un hotel cerca de aquí. Venid, daos una ducha, cenad algo y descansad... mañana volveremos todos temprano.

Nathan abrazó a Olimpia y le regaló un beso en la frente. Aquel gesto, cada caricia que le daba, cada gesto que le dedicaba a la pintora, era una daga al rojo vivo que le atravesaba el alma a Travis. Sentía la ira y los celos atravesarle el cuerpo. Deseaba poder golpear a ese hombre, deshacerse de él y gritar a los cuatro vientos cuanto amaba a Olimpia. En ese momento, las manos de Anne se posó sobre su brazo.

─Todo saldrá bien... ten paciencia ─susurró mientras le sonreía cómplice.

Una enfermera entró en ese momento en la habitación y se acercó a Olimpia son una sonrisa dulce en los labios.

─Veo que estás mejor... avisaré al doctor.

Olimpia asintió y buscó sentarse de nuevo. Su mirada se cruzó de nuevo con la de Travis, y éste no pudo evitar sonreírle. Pero sentía también que Nathan lo observaba en silencio, seguramente con el mismo sentimiento de furia y celos que él sentía.

Olimpia cerró los ojos al sentir el agua caer por su cabeza. Repasó todos los recuerdos del día; no eran más que fotogramas inconexos, imágenes sin sentido y carentes de sonido. Pero recordaba los ojos de Travis azules, su voz rota por el dolor llamarla por su nombre, el calor de sus lágrimas caer sobre las palmas de sus manos. Un sentimiento de tristeza y culpa se alojó en su corazón; aunque había tratado de volver en sí, de reaccionar pues lo había reconocido, su cuerpo no le respondía. Una lágrima cayó por su mejilla lentamente siendo interceptada por los dedos de Nate que le acariciaban suavemente el rostro. Olimpia abrió los ojos y se encontró de nuevo con los ambarinos de su marido. Le sonreía cansado.

La pintora se abrazó a sí misma, mientras dejaba que Nathan le mojara la cabeza con la esponja. Su marido le había llenado la bañera de agua caliente, la había desnudado y la había metido allí para que descansara y terminara de salir de aquel estado tan extraño. No era la primera vez que Olimpia pasaba por un bloqueo tan grande. Lo había sufrido justo después de su boda, había estado en shock al menos durante una o dos semanas tras asimilar que estaba unida de por vida a Nathan. Otra vez, fue al regresar a Londres tras su exposición en Nueva York, y por tercera vez ese día.

─No te preocupes, nena... todo saldrá bien ─susurró el hombre mientras le acariciaba el pelo mojado. Olimpia suspiró.

─¿Por qué has venido?

─Eres mi esposa... mi deber es estar contigo en todo momento, Olimpia. Eres el eje que mueve mi vida, no lo olvides.

La pintora se levantó, y ayudada por los mimos y cuidados de Nathan salió de la bañera. Su marido la envolvió en una toalla y la secó con cariño, la ayudó a ponerse unas bragas que Olga le había prestado y una camiseta de él. Sin preguntarle, la cogió en volandas, y suavemente la llevó a través de la oscuridad de la habitación hasta la cama, depositándola en ella con delicadeza.

Cuando los ojos de Olimpia se acostumbraron a la penumbra de la habitación, se quedó observando a Nathan. Se desnudaba lentamente, desabotonándose la camisa mientras le sonreía travieso. Los zapatos y el pantalón fueron abandonados en el suelo y con una sonrisa pícara se tumbó sobre ella en la cama. Olimpia se abandonó al olor suave de su marido, el tacto de la yema de sus dedos sobre su piel, sus labios cálidos se paseaban por el arco de su cuello, hasta dar con los suyos y fundirse en un beso.

Una punzada de culpa se alojó en su corazón, deseando separarse y romper el contacto con Nathan. Aunque lo extrañaba, sus caricias le quemaban la piel.

─Nate... no, por favor... ─gimoteó, tratando de alejarse. Pero Nathan la tenía apresada bajo su cuerpo grande, y la besaba con desesperación─. No... por favor, Nathan... ¡ahora no! ─Olimpia lo empujó haciendo que se separara de ella y la mirase sorprendido. Se mordió el labio inferior al darse cuenta que no podía rechazar a su marido. Si lo hacía, podría sospechar de su comportamiento─. Lo siento... yo...

La mano de Nathan le acarició el mentón y sus labios le regalaron un beso en la punta de la nariz.

─No te disculpes, nena. Soy yo quien lo siente, no es el momento... Perdóname... llevo tanto tiempo lejos de ti. No es excusa, pero no he podido contenerme. Deseo tanto estar contigo.

Olimpia se removió, obligándolo a dejarse caer a su lado. Le besó el dorso de la mano y se acurrucó en su pecho. A pesar de todo, era su marido, siempre la había cuidado y consolado y, en ese momento, era lo que ella necesitaba.

─Abrázame, por favor. 

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