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Olimpia removía la pintura del bote de cristal para tratar de conseguir el color que necesitaba, mientras Anne le hablaba y le contaba lo feliz que estaba desde que había vuelto con Oliver.
─La verdad es que... siento que Oliver me comprende, Oli. Todo es perfecto... lamento el tiempo que he perdido dudando y haciéndolo sentir tan mal. ─Anne recogió a Garfield del suelo y comenzó a juguetear con él.
─No debes culparte. Lo único en lo que debes pensar es que estáis juntos, Oliver te comprende y te quiere. Ésta vez será la definitiva.
Anne le sonrió y tras dejar de nuevo al perro en el suelo del estudio, se sentó en la orilla de la cama. El caballete donde Olimpia pintaba era lo único que separaba a las dos mujeres.
─¿Didi se ha calmado ya?
Olimpia suspiró.
─Sí... me ha costado convencerla, pero Max me ha ayudado. No le dirán nada a Travis. Lo haré yo cuando mi divorcio sea oficial, hasta entonces tendrán que guardar el secreto.
─Oli... ¿No crees que Travis tiene derecho a saber lo que vas a sacrificar por él? ─La voz de Anne, era apenas un susurro y estaba cargada de miedo. Aquello enterneció el corazón de Olimpia que dejó los pinceles para sentarse al lado de su amiga.
─Tal vez debería, pero si lo hago me convencerá de lo contrario y... siento que se lo debo, Anne. He antepuesto mi sueño a él muchas veces, y Travis nunca se quejó, siempre me animó a seguir adelante... y lo conseguí, Anne. Soy pintora, pero... mis logros no me satisfacen. La galería, los cuadros expuestos, el estudio de tatuajes... todo eso no es más que una cáscara vacía.
─Pero... todo eso es tu sueño, Oli. ─En los ojos de su amiga, Olimpia podía ver cómo le costaba entender sus palabras.
─Sin Travis, pintar no tiene sentido. Él me llena, Anne. Él completa mi corazón y hace que la pasión fluya por mis venas.
En ese momento, la melodía de it's my life sonaba sacando a las mujeres de su conversación, obligando a la pintora a levantarse para atender la llamada.
─Dime, Didi. ¿Sucede algo?
─¡Oli!¡Es papá...! ─Diana sollozaba histérica al borde del llanto─. Vamos a Atlanta... Oli... ─Diana rompió a llorar sonoramente.
─¡Didi! ¡Didi, joder! ¿Qué pasa?
─¿Olimpia? ─La voz de Max sonaba ahora a través del teléfono, asustado, pero más calmado─. Escúchame, vamos camino del hospital, tu padre... Olimpia. Debes venir ¡ya! ─El corazón de Olimpia se paró en ese momento, su cuerpo se petrificó y el aire de los pulmones se congeló. Sus piernas comenzaron a temblarle y un zumbido en su cabeza hizo que dejara de oír lo que Max le decía, dejando caer el teléfono al suelo.
Los ojos de su madre aquella última noche antes de morir la asaltaron, como si de un presagio se tratara. En ese momento, Olimpia sentía cómo salía de su cuerpo y el tiempo se ralentizaba. Su vista se tiñó de un color gris ceniciento, emborronando todo a su alrededor. Anne se había levantado y se acercaba a ella para responder al teléfono.
La oscuridad la abrazó.
Un golpe.
Olimpia desvió la mirada en silencio y sus ojos se cruzaron con los de Anne que la miraban asustada, sus labios se movían... parecía que quería decirle algo, pero, aunque la pintora trataba de hacer el esfuerzo, no la entendía.
Oscuridad y silencio de nuevo.
La mirada de Olimpia se paseaba laxa observando extrañada a su alrededor. Aquello no tenía sentido, se dijo. El estudio se le hizo más grande de lo habitual, Garfield la observaba desde su regazo tratando de lamerle la cara; aunque era algo que a veces la molestaba, en ese momento no podía sentir la lengua húmeda del animal pasearse por sus mejillas. No entendía cómo había llegado hasta ahí, cuando hacía unos segundos estaba de pie apoyada contra la encimera de la cocina. Sentía como la cabeza le pesaba.
Anne la miraba asustada y seguía gesticulando. Parecía que respiraba con dificultad. Olimpia se mojó los labios con la lengua y asintió. Sentía que, por la expresión de su amiga, ésta le estaba preguntando algo, aunque no alcanzaba a descifrar ni oír sus palabras.
Se puso en pie, ayudada por Anne y una punzada en la cabeza la hizo llevar una mano hasta la sien. Presionó durante unos segundos hasta que el dolor remitió. En ese momento, la pelirroja le colocaba por encima su abrigo. Olimpia se irguió para observarla de nuevo. El zumbido que bailaba en sus oídos no quería irse, aunque tampoco le molestaba. Anne se acercó de nuevo a ella con un pañuelo que colocó en su frente, justo donde el dolor volvía a golpear.
No sabía por qué, pero algo le decía a Olimpia que debía mantenerlo donde la mujer le hacía presión, mientras era guiada por las escaleras hasta la calle.
El viento frío y la lluvia que caía la sacó un poco de su ensimismamiento sin acallar aún el zumbido que cerraba sus oídos. Anne la guiaba a paso rápido por la calle hasta llegar al restaurante, donde el todo terreno de Oliver estaba aparcando. Olimpia lo miró extrañada, sin entender qué hacía allí su amigo, cuando a esas horas debía estar trabajando. Sin mucha ceremonia, entró en la parte trasera del coche. Anne le retiraba el pañuelo y la miraba preocupada. La oscuridad volvía a abrazarla, llevándosela consigo de nuevo.
Travis gruñó al aparcar la moto en el garaje de su casa. Cerró la puerta automática y se quitó el abrigo mojado por la lluvia que caía incesante. Eran pasadas las seis de la tarde y ya había oscurecido. Dejó el casco en la alforja y la cerró con violencia al recordar que Olimpia no estaba en el estudio esperándola. Había estado pensando en ella y deseándola todo el día, y cuando finalmente había podido deshacerse de su ayudante, ésta tenía todo cerrado a cal y canto. Dejó caer los hombros, pensando que tal vez estaba ocupada. Al fin y al cabo, tenía una vida y no giraba en torno a la de él.
Sin quitarse las botas y sabiendo que tal vez Rachel le reñiría por mojar todo el parquet, entró en la casa. La luz de la cocina estaba encendida, pero antes de dirigirse hacia ella, unos ojos verdes llenos de lágrimas corrieron hacia él.
─¡Tito Travis! ─Noha se abrazó a sus piernas llorando a moco tendido. Sin perder tiempo y asustado por encontrarse al pequeño de Max allí, el motero lo cogió en brazos y lo abrazó contra su pecho.
─¿Qué haces aquí?
─¡Quiero ir con mi mami! ─comenzó a llorar de nuevo sobre su pecho. Travis levantó la mirada y se encontró con el semblante serio de Rachel. Levantó una ceja y le preguntó en silencio. Aunque estaba acostumbrado a que el pequeño durmiera en su casa, le extrañaba su comportamiento.
─Ha pasado algo. ─La voz de Rachel era seria y preocupada, pero a la vez serena y distante. Olimpia fue la primera persona que apareció en su mente. No la había visto y era muy extraño toda aquella situación; quiso preguntar, pero sabía que no debía hacerlo.
─¿Qué ha pasado? ─Trató de no sonar excesivamente preocupado, pero sabía que no lo había conseguido. Rachel lo miraba con rencor y apretaba la mandíbula molesta.
─Roger ha sufrido un infarto. Diana me ha llamado, estaban de camino al Piedmont Hospital, me han pedido que me quede con Noha.
Travis acunó al pequeño mientras volvía a llorar fuertemente al oír que su abuelo estaba enfermo. Tragó saliva y sintió una punzada en el pecho. Olimpia estaría seguramente allí, y necesitaba de él. El amor de su vida estaba sufriendo como nunca y él debía estar a su lado. Miró a Rachel de soslayo y suspiró sonoramente, necesitaba ir hasta allí, pero no sabía cómo hacerlo.
─¿Quieres ir a verla? ─Rachel le preguntó mordaz.
─¿Qué? ─Aunque la había oído perfectamente, Travis sabía que sólo estaba buscando discutir; era mejor no seguirle el juego.
─Digo que si quieres ir a verlo. Max y Diana se marcharon a las diez de la mañana; y ahora son las seis. Seguramente necesiten algo de compañía y apoyo de sus amigos. ─Rachel se acercó y con mimo cogió al niño, acunándolo─. Yo me quedaré con Noha aquí hasta que vuelvas. En el maletero del coche hay una bolsa, he metido algo de ropa nuestra para que puedan cambiarse, hay un neceser y también he preparado algo de sopa.
Travis la miraba extrañado, pero se relajó en cuanto una sonrisa dulce nació en los labios de su esposa. Tal vez dudara de él, y últimamente estuviera a la defensiva; pero siempre era servicial y amable con sus amigos. Asintió y dándole un suave beso en la frente, agradecido por aquel gesto hacia los que él consideraba su familia, se despidió.
Tres horas lo separaban del hospital donde sabía que estaba Olimpia sufriendo por su padre. Aunque sus inicios con aquel hombre de mirada rígida y semblante serio habían sido difíciles, lo apreciaba y respetaba como a un padre. La mandíbula del motero se tensó y los dientes le chirriaron por la rabia que poco a poco le subía desde los pies. Rabia e impotencia por no poder estar al lado de Olimpia y consolarla. Rezó en silencio durante todo el trayecto para que aquel hombre se recuperase y no tuviera que ver a Olimpia sufrir la pérdida de su padre. El simple hecho de pensar en verla caer y sufrir aquello lo mataba lentamente.
Travis atravesó el pasillo del hospital con la bolsa en una de sus manos, mientras la otra la guardaba en el bolsillo de su chaqueta, tratando de ocultar su nerviosismo.
El motero localizó a su amigo apoyado contra la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. Al percatarse de su presencia, éste lo retuvo antes de que Travis pudiera entrar en la sala de espera.
─Travis, espera...
─¿Qué ha pasado? ¿Y Roger? ─El rostro de Max estaba ceniciento. Llevaba en ese hospital muchas horas y se le veía cansado.
─Lo están operando de urgencia. Aún no sabemos nada, pero no pinta bien.
─¿Cómo está Olimpia y Didi? ¿Dónde están? ─Travis trató de entrar y buscar a la pintora, pero las manos fuertes de Max se lo impidieron de nuevo.
─Travis, escúchame... Están bien... pero debes saber algo. ─Los ojos azules de Max lo miraban serios y preocupados. Algo le había pasado a Olimpia, aquella forma de hablar se lo confirmaba. Una punzada de miedo se clavó en su pecho, impidiéndole respirar con normalidad.
─¿Qué coño pasa, Max? ¿Qué le pasa a Olimpia?
─Los médicos dicen que está en estado de shock. ─El mundo se le cayó a Travis al escuchar que la pintora no estaba bien─. Dicen que es normal, que no debemos preocuparnos... pero, no habla y no reacciona. No parece reconocer a nadie...
─¿Dónde está?
─Está en la sala, con Didi... ─Travis trató de deshacerse del agarre de su amigo por tercera vez─. No te asustes, tío. Se pondrá bien, ¿vale?
Travis asintió y trató de respirar hondo. Le entregó la bolsa a su amigo y lentamente cruzó el umbral que le llevaría a la sala donde estaba Olimpia.
Al entrar, miró a su alrededor, era una sala de espera amplia y estaba vacía. Sillones en fila colocados paralelamente a las paredes, una mesita baja en el centro de la sala y un par de plantas colocadas en las esquinas. En uno de los asientos más alejado, estaba Diana que parecía abrazar un cuerpo tapado por una manta blanca con el logotipo del hospital. Al otro lado estaba Anne que levantó la mirada y le sonrió triste, sentado en la mesita auxiliar, Oliver se levantaba para darle la bienvenida.
Travis se acercó en silencio, sintiendo cómo las piernas le temblaban. Ignoró a Oliver cuando éste le dio una palmada en la espalda y le susurraba unas palabras de ánimos. Tragó saliva al observar a Olimpia.
Su melena negra caía sobre la venda le cubría parte de la frente encima de la ceja izquierda, temblaba de pies a cabeza y se mecía en un vaivén lento y rítmico. Diana lo miró con lágrimas en los ojos y se apartó para dejar que se sentara a su lado.
Travis tomó una mano lacia de aquella mujer, pero no había reacción por su parte ante el contacto. Su piel estaba fría, su tez y sus preciosos labios estaban blancos; pero lo que más daño le hacía al motero era aquella mirada vacía y perdida. Sus ojos verdes habían perdido toda su expresión y su vida.
Sin poder evitarlo, se abrazó a ella. Acunándola sobre su pecho, necesitaba su calor, su cariño. Travis no podía creer que aquella mujer suspendida en el tiempo fuera el amor de su vida. Las lágrimas asomaron a sus ojos, empañándolos y cayendo por sus mejillas hasta perderse en la bufanda que aún le cubría.
─Mi vida... Olimpia ─sollozó a su oído─. Por favor, reacciona─. Travis se separó de ella y cruzó sus miradas─. Mi vida... soy yo... ¿Olimpia?
La pintora despegó los labios, y por un segundo, Travis creyó volver a ver vida en aquellos ojos empañados y apagados. Pero, al ver que su boca volvía a sellarse y su mirada se desviaba hacia el horizonte, vacía de nuevo, aquel rayo de esperanza se apagó. Sintiendo la desesperación y la impotencia recorrerle el cuerpo, Travis se dejó caer llorando desesperado sobre el regazo de Olimpia.
Las manos de Oliver lo obligaron a levantarse entre sollozos y a separarse de Olimpia.
─Necesitas aire, tío. Te acompañaré a la calle, vamos.
El motero se dejó guiar mientras trataba de secarse el rostro con el dorso de la mano. Buscó de nuevo a Olimpia con la mirada, pero sólo encontró la furia de Diana chocarse contra él. No debía haberse dejado llevar ni haberle hablado así, delante de todos; pero, aun así, no le importó. Olimpia sufría y él no podía hacer nada por evitarlo.
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