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Los ojos verdes de Olimpia se clavaron serios en los de Max, que no comprendía aún la reacción que su esposa tenía siempre ante su hermana. Cerró la puerta, quedándose en silencio en el dormitorio con su cuñada.
─¿Qué ha sucedido, Oli?
─Rachel sospecha algo ─suspiró llevándose una mano a la sien.
Max comprendía que Diana se enfureciera, aquello era muy serio. Pero no quitaba el hecho de que Olimpia era su hermana, y aun así, su mujer seguía prefiriendo defender a su amiga. A Max sele revolvió el estómago; él no tenía hermanos, y después de verlas siempre tan unidas, sencillamente se le caía el alma a los pies.
─Lo siento, Olimpia. No comprendo qué le sucede a Diana... ─se disculpó casi en un susurro acercándose lentamente a la mujer que tenía delante─. He tratado de hablar con ella, de hacer que entre en razón... pero...
Olimpia le sonrió triste y le dio una palmadita en el hombro para tratar de animarlo.
─Didi tiene sus razones, y aunque me duele no tenerla al lado... yo misma me lo he buscado.
El rostro del abogado se frunció, no comprendía las palabras de Olimpia, y algo le decía que tras aquellas palabras que trataban de consolarlo, había algo más. Algo que su mujer no le había contado.
─¿Qué razones puede tener Diana para alejarse de ti? Es tu hermana.
Olimpia torció la boca en señal de disgusto, y se quedó pensativa unos instantes mientras jugueteaba con el viejo colgante violeta que Travis le regaló cuando se conocieron. Aquel gesto le sacó una sonrisa nostálgica a Max, siempre se habían querido, aunque ambos rehicieran sus vidas, por muy lejos que estuvieran el uno del otro, lo que los unía era algo más fuerte que ellos mismos. El mismo tipo de amor que él sentía por Diana. Y por eso sabía que Travis estaba dispuesto a todo por Olimpia, pues él mismo daría la vida por la hermana mayor.
Tras una mirada fugaz, Olimpia se acercó al enorme aparador y del primer cajón sacó una cajita que depositó sobre sus rodillas una vez se sentó en la cama. Max se sentó a su lado y miró con curiosidad cómo sus dedos tatuados la abrían y sacaba un sobre abultado que Olimpia se quedó mirando.
─¿Qué es esto? ─preguntó inseguro.
─Es mi contrato prematrimonial. En caso de divorcio, renuncio a todo lo que Nathan tiene: su herencia, sus posesiones... todo. ─Olimpia se mojó los labios con la lengua y abrió el sobre para sacar de dentro unos papeles grapados, rápidamente los fue pasando hasta dar con uno concreto─. Pero, también renuncio a algo más.
La mujer le tendió la hoja de papel, y lo que Max leyó hizo que se le encogiera el corazón. La boca se le secó y un nudo se le ciño en el estómago.
─Oli, ¿qué significa esto? ─Sus ojos abiertos se clavaron asustados en los verdes de la pintora.
─Significa que, si me divorcio de Nate, no volveré a pintar nunca más. ─La indiferencia y naturalidad con la que Olimpia habló le helaron la sangre.
─¿Didi lo sabe? ─Olimpia asintió─. ¿Desde cuándo?
─Desde el mismo día que lo firmé. Fue la primera persona a la que llamé.
Mil pensamientos se arremolinaban en su cabeza, comprendiendo entonces el mal estar y el humor de Diana hacia su hermana.
─¿Por qué no me lo dijo? Yo podría haber hecho... puedo... ─Max era incapaz de pensar con claridad, el corazón se le aceleró al saber la carga que su mujer había soportado en silencio todos esos años.
─Quiso contártelo... pero le hice prometer que no te diría nada.
─¡Olimpia, por favor! ─gritó fuera de sí.
─¿Qué querías qué hiciera, Max?... Si Didi te lo hubiera contado, ¿se lo habrías ocultado a Travis? ─Los ojos verdes de Olimpia lo miraban seria.
─¡No, por supuesto que no! Se lo habría dicho y él habría ido a buscarte. Por Dios, Olimpia... ¿qué te has hecho?
Sin poder evitarlo, cogió las manos de su cuñada entre las suyas y se las llevó al pecho. La mirada triste que aquella mujer le entregó le hizo consciente del sufrimiento que Diana llevaba a cuestas. Se le partía el alma al saber las veces que la había visto llorar y enfadarse con la pintora. Si él lo hubiera sabido, seguramente todo habría cambiado, se culpó.
─Lo hecho está hecho, Max. Y ya no podemos volver atrás.
─Deja que me lleve este contrato a la oficina. En el bufete hay dos especialistas en derecho matrimonial, seguramente... ─la mano cálida de Olimpia se posó en su rostro, acariciándolo y obligando a callar.
─Ya lo he llevado a varios en Londres y no se puede hacer nada, Max. Los dados han caído y yo he perdido el juego.
─Travis tiene que saberlo, Oli ─respondió, cambiado de tema. Aunque no era experto en la materia, el documento que había leído estaba dentro de la legalidad, y sentía que Olimpia tenía razón. Conociendo como conocía a su cuñada, no se habría quedado quieta esperando aquel final.
─Travis lo sabrá. Llegado el momento seré yo quien se lo diga, ¿entendido? ─La mirada de Olimpia era dura y su voz autoritaria.
─¿Cuándo será eso?
─Cuando termine la exposición en Berlín me divorciaré. Pero hasta entonces, no podrá enterarse de nada.
─¡Tiene derecho a saberlo ahora! ─replicó molesto. El motero era prácticamente un hermano para él, y no podía ocultarle algo tan importante como aquello.
─Si Travis se entera... ¿qué crees que pasará? ─Max se quedó en silencio, observando como Olimpia recogía los documentos que se habían caído al suelo y volvía a guardarlos en aquella caja─. Travis nunca me dio a elegir, Max. Siempre dejó que fuera yo quien decidiera qué era lo mejor para mí. Pero... si se entera de esto... ¿Crees que me dejará elegir? ─Olimpia sonrió con tristeza. Max comprendió que su viejo amigo no la dejaría elegirlo a él. La amaba demasiado, y sabía lo importante que era pintar para ella; no, Travis la obligaría a volver al lado de Nathan aunque aquello le partiera el alma y supusiera perderla. Su amigo podría tener muchos defectos, pero se sacrificaba por aquellos a los que quería; y no había nadie en el mundo a quien amara más que aquella mujer cabezota que tenía delante de él.
─Olimpia, por favor... habla con él. Tiene derecho a saberlo ─rogó.
─No. Ya lo he decidido, así que te ruego que no os metáis en mi vida. Agradezco que os preocupéis, pero... yo misma me lo he buscado, y yo sola saldré de esto.
Max asintió, y salió en silencio de la habitación, dejando sola a su cuñada con sus pensamientos. Era tarde, se paseó por el dormitorio de su hijo, que dormía como un tronco; se acercó al dormitorio que compartía con su esposa y cerró la puerta tras él.
Mientras se quitaba la camisa, observaba en silencio cómo Diana se desmaquillaba en su tocador. Cuántas veces le había recriminado su comportamiento hacia Olimpia sin saber el secreto que seguramente, la carcomía por dentro día y noche. Cuán frustrada y furiosa debía sentirse su mujer con ella misma por no haber podido hacer nada por su hermana. Aquellos pensamientos hicieron que la culpa se colase en su pecho de nuevo, sabía que él podía haber evitado todo sólo si se hubiera enterado... pero desgraciadamente, no fue así.
Suspiró y se acercó a Diana cuando ésta comenzó a meterse en la cama. La abrazó y olió su perfume.
─Perdóname, Didi. Siento haber sido tan duro contigo... no sabía nada. ─Las lágrimas comenzaron a atravesar su rostro hasta perderse en el camisón verde lima de su mujer.
Ésta se giró dentro de su abrazo y correspondió su gestó besándolo suavemente.
─¿Te lo ha contado? ─Max asintió en silencio.
─¿Cuánto has sufrido, mi amor? Yo... te he tratado tan mal... no lo sabía. Por favor, Didi, perdóname.
En la comisura de los labios de aquella mujer se dibujó una sonrisa tierna.
─No hay nada que perdonar, Max. Te quiero, mi amor ─El hombre asintió y se metió en la cama al lado de su mujer, abrazándola y apretándola contra él. Se sentía culpable y furioso, con Olimpia, con Nathan, y sobre todo con él mismo por haber contribuido a aumentar el dolor y sufrimiento de su esposa─. ¿Te ha dicho que piensa hacer?
─Dejará a Nathan cuando termine la exposición ─Diana asintió dejando escapar un suspiro triste.
─Debemos convencerla, Max ─Diana se giró en la cama y miró desesperada a los ojos de su marido─. Habla con Travis, él la convencerá para que vuelva a Londres con Nathan.
Max negó con la cabeza.
─No, Didi. Tu hermana es mayor, sabe lo que hace y no tenemos derecho a inmiscuirnos en su vida. Aunque nos duela en el alma, esto es algo que debe hacer sola...
─Pero... ─Max selló los labios de su mujer con la yema de sus dedos.
─Es su decisión, mi amor. Has hecho cuánto has podido, no debes sentirte culpable. Lo único que podemos hacer es apoyarla en su decisión, ¿entendido?
Max no podía creerse lo que estaba diciendo. Había aceptado ocultarle a Travis toda aquella situación, y sabía que aquello le iba a costar mucho, pues acababa de enterarse y ya sentía el peso de la culpa, el miedo y la frustración pesarle en el corazón. ¿Cómo iba a aguantar hasta la exposición en enero? Se preguntó mientras se acomodaba en la cama y trataba de conciliar el sueño. Miró a su mujer unos segundos, y le acarició el rostro, comprendiendo de nuevo todo lo que ella había sufrido y le quedaba por sufrir.
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