42
Olimpia cerró el abrigo de Noha cuando una corriente de aire les azotó en el camino de vuelta a casa. Garfield tiraba de la correa mientras intentaba seguir a un gato que cruzaba la calle en ese momento sacándole una sonrisa al pequeño. Ese año, octubre había llegado con unas temperaturas más bajas de lo habitual.
─Tengo frio, tía Oli. ¿Podemos tomar chocolate calentito?
Olimpia le sonrió y lo cargó en brazos para llegar antes a casa.
─Claro, cucuruchito.
Tras pasar el umbral, Noha salió corriendo al salón en busca de su madre; Olimpia sin embargo, se deshizo lentamente de su abrigo y le quitó la correa al perro, que salió disparado en busca del niño que tantos mimos le daba. La voz de Rachel la puso alerta.
─Siento mucho molestarte con estas tonterías, Didi ─sollozó antes de sorber.
Olimpia se acercó al salón y entró con sigilo, tratando de no interrumpir. Allí encontró a Rachel que trataba de secarse los ojos con un pañuelo de papel, pero lejos de eso, sólo conseguía que la pintura se le corriera. La mirada de la pintora se cruzó con la seria de Didi. Tragó saliva al ver la seriedad y preocupación de su hermana ante el panorama; una picazón en la nuca le decía que algo no marchaba bien.
─Siento interrumpir ─balbuceó desviando la mirada al suelo─. Será mejor que os deje solas.
Sin mediar palabra y sintiendo que la mirada celeste de Diana le taladraba a cada paso, cogió a su sobrino en brazos y lo llevó a la cocina, cerrando las puertas que daban al salón tras ella. Dejó a Noha sentado en una de las sillas de la cocina mientras se acercaba al frigorífico y comenzaba a preparar un chocolate caliente a su sobrino.
─¿Qué le pasa a la tía Rachel? Estaba llorando.
Olimpia encendió el fuego y comenzó a calentar la leche en silencio, evitando responder a su sobrino. Algo le decía que el llanto de aquella mujer lo había provocado ella.
─Tesoro, ¿qué has hecho hoy en el cole?
Noha se bajó de la silla con rapidez y salió de la cocina, mientras, Olimpia comenzaba a remover el chocolate en el cazo para servirlo en dos tazas.
Tras dejar la taza para su sobrino en la mesa y sentarse ella con la suya en la mano, el pequeño revoltijo de rizos rubios que le alegraba los días entraba arrastrando su mochila de colores con una mano y en la otra traía un papel arrugado que le tendió a su tía. Olimpia lo cogió y se quedó mirando los garabatos en silencio. Torció el gesto, pues no era capaz de descifrar lo que había dibujado su sobrino; se entristeció al darse cuenta que no había heredado de ella nada salvo la forma en la que arrugaba la nariz al reír.
─¿Qué es esto, cucuruchito? ─preguntó mientras observaba a su sobrino sentarse con dificultad en la silla y poner frente a él su mochilita. Una vez lo consiguió, Noha señaló con el dedo una a una las figuras que había pintadas en el papel.
─Este es el abuelo, este es Garfield y ésta eres tú ─dijo sonriendo─. La tía Rachel dijo que pintáramos a quien más queramos, pero no podían ser papá ni mamá... y yo os quiero a los tres mucho, mucho.
Olimpia sonrió y le acarició la cabeza mientras repasaba con la mirada aquel dibujo. Aunque había que ponerle imaginación, saber que era importante en la vida de su sobrino le alegró el alma.
─¿Puedo quedarme el dibujo? Mamá y papá tienen muchos ya, y yo no tengo ninguno.
─¿Lo pondrás en el frigo? ─preguntó tras dar un sorbo a su chocolate y marcharse la cara. Olimpia asintió.
─Entonces tendré que pintar uno con el tito Nate, para que no se ponga triste. A él también lo quiero ─sonrió.
Olimpia se mordió el labio inferior al oír el nombre de su marido en los labios llenos de chocolate de su sobrino. Casi no pensaba en él desde que volviera de California, y siempre era él quien la llamaba. Suspiró, esa noche debía llamar ella a Londres.
Didi cerró la puerta y se apoyó en ella llevándose dos dedos al arco de la nariz y haciendo presión. Rachel le había contado que sospechaba del comportamiento extraño de Travis desde agosto. Exasperada, suspiró sonoramente; algo le decía que las sospechas de su amiga no eran infundadas y que bajo aquel techo estaba la persona que le robaba el sueño al marido de su amiga.
Pero no era aquello lo que le dolía en el alma. Aunque Rachel era su amiga, y se había convertido en una persona muy importante en su vida desde la marcha de Olimpia a Londres para estudiar; aquella mujer no sustituiría nunca a su hermana. Se mordió el labio al recordar a Max diciéndole que su hermana era Olimpia, y era por ella por quien debía preocuparse; pero Diana sabía que, aunque su marido no lo entendiera, se preocupaba más por el bienestar y la vida de Olimpia de lo que le preocupaba la de Rachel.
Una punzada de culpabilidad se clavó en su pecho al pensar que le ocultaba a su marido la verdadera situación de Olimpia. Deseaba explicárselo, y así Max pudiera comprender el motivo que la impulsaba a comportarse así con su hermana. Sintió poco a poco cómo las lágrimas luchaban por salir a borbotones; deseaba gritar, llorar y desahogarse con su marido, sin embargo, le prometió a Olimpia que el secreto del contrato prematrimonial y todo lo que aquello suponía no saldría del triángulo formado por Olga, su hermana y ella misma. Y si había algo que era Diana, sería fiel a Olimpia hasta el fin de sus días.
Didi cerró los puños frustrada por todas las veces que había tratado de convencer a Olimpia para que Max viera ese contrato prematrimonial. Sabía que, si alguien podía encontrar una manera de revertir o mitigar los daños, ese, sería su marido. Pero Olimpia se había negado siempre diciendo que ya lo había llevado a varios abogados ingleses y todos les habían asegurado que aquello estaba en regla y que, al firmar y dar su consentimiento, nada podía romperlo. Lo único que le quedaba a Diana era rezar día y noche para que, lo que sabía que estaba pasando entre Travis y Olimpia, no sucediera. Y, ahora que estaba prácticamente segura de que aquello que no debía ocurrir, estaba sucediendo delante de sus narices, se veía en la obligación de pararlo.
Frustrada, cansada y furiosa, subió uno a uno los escalones hasta llegar a la habitación de invitados dónde su hermana menor, jugaba con su hijo. Esperó en la puerta y los observó en silencio. Cuántas veces había soñado con el día en que Olimpia regresara, tal y como le prometió, para verla jugar con su hijo, para verla formar una familia con Travis allí. Pero aquello no podía ser, se dijo. Y, no podía ser porque ella misma se había condenado aceptando firmar ese dichoso papel sin pensar en las consecuencias. Diana sentía que, con cada pensamiento, la furia y el miedo se apoderaban aun más de ella.
No permitiría que Olimpia perdiera aquello por lo que había luchado, aquello que la había completado desde casi el día que nació. Aunque había sido su propia hermana quien se había condenado al aceptar firmar aquel papel, Diana no dudaría en enfrentarse a ella y evitar que subiera al cadalso para ser guillotinada por su propio marido. Estaba dispuesta a perderla si así se aseguraba que su hermana seguiría pintando y siendo ella misma el resto de su vida.
─Noha, tesoro. ¿Por qué no vas a tu habitación? ─Los ojos de su hijo se conectaron con los suyos, y aunque deseaba sonreír, le fue imposible─. La tía y yo tenemos que hablar.
Sin pronunciar palabra, el pequeño recogió su juguete y se marchó a su dormitorio seguido de cerca por Garfield. Diana cerró la puerta y se enfrentó a Olimpia, que, tirada en el suelo, comenzaba a recoger sus útiles de pintura.
─¿Sucede algo, Didi?
─Eso mismo te iba a preguntar yo, Oli. ¿Sucede algo que no me has contado? ─Aunque no deseaba usar ese tono mordaz y furioso, era incapaz de evitarlo desde que Olimpia se casara con Nahtan. Estaba tan furiosa con ella. Aun se preguntaba cómo era posible que accedería a destrozarse la vida así. ¿Cómo era posible que su hermana, la fuerte entre las dos, cayera tan bajo sólo por despecho? Los ojos verdes de Olimpia la miraron unos segundos antes de volver a concentrarse en terminar de recoger.
─No ha sucedido nada. No entiendo a qué...
─Tú y Travis, Olimpia. ─Sin quererlo, había alzado la voz más de la cuenta─. ¿Qué te pasa? ¿Es que quieres arruinarte la vida?
Los ojos de Olimpia se abrieron, y de un movimiento rápido se puso en pie.
─¿Cómo lo sabes?
─No ha sido difícil deducirlo ─respondió─. Rachel sospecha que Travis la engaña con una mujer desde agosto, tal vez desde antes. Y... ¿con qué otra mujer iba a engañarla?
Olimpia se llevó las manos a la cabeza y desesperada comenzó a pasear por la habitación en círculos.
─¿Rachel sabe que soy yo? ─En los ojos verdes de su hermana podía distinguirse la desesperación y el miedo.
─¿No vas a negarlo? ─Aunque Diana sabía que aquella pregunta sólo empeoraría las cosas, no pudo evitar hacerla.
─¿Me creerías si lo hiciera? ─Olimpia se sentó en la orilla de la cama y la miró de nuevo─. Dime, Didi... ¿Rachel sabe que soy yo?
Diana se dejó caer en la cama al lado de Olimpia, y le tomó la mano. Tal vez podría convencerla.
─No creo que sospeche de ti, al menos... de momento. ─Didi chasqueó la lengua─. Pero no es estúpida, y tarde o temprano estas cosas salen a la luz. Sabe que Travis no estuvo en Texas, y estoy segura de que tú sí sabes dónde pasó esos días, ¿verdad?
Olimpia se levantó de la cama y se paseó de nuevo por la habitación durante unos instantes antes de volver a hablar.
─No voy a dejarlo, Didi. Digas lo que digas, esta vez no abandonaré a Travis.
Aquellas palabras se clavaron como dagas ardientes en el corazón de Diana. Si Olimpia no estaba dispuesta a dejarlo, aquello sólo podía terminar de una manera. Didi comenzó a sentir cómo la ira, el miedo y la frustración que tenía albergados en su alma desde hacía tanto tiempo se adueñaban de ella.
─No permitiré que esto pase ─murmuró antes de levantarse y enfrentarse a Olimpia─. ¿Me has oído? ─gritó─. ¡No vas a arruinarte la vida! ¡Haré lo que sea para evitarlo! ¿Me oyes?
En ese momento, la puerta se abría de par en par. Los ojos azules de Max la miraban asustado y enfadado. En sus brazos, Noha lloraba a moco tendido.
─¿Qué está pasando aquí? Diana, estás asustando a tu hijo.
Los ojos verdes de Noha la miraban anegados de lágrimas, se agarraba con fuerza a la camisa celeste de su padre. La ira y la frustración se desvanecieron, dando paso a una necesidad urgente de proteger y cubrir de cariño a su pequeño. Sin pensarlo dos veces, cogió en brazos a Noha y lo acunó para que dejara de llorar.
─Tranquilo, tesoro. Ya pasó ─susurró mientras le cubría de besos la carita.
─¿Por qué le gritas a la tía Oli? Ella es buena ─gimoteó mientras se escondía en su regazo y miraba desconsolado a su tía. Diana tragó saliva, su hermana no se merecía aquellos gritos, pero lo último que deseaba era que destrozase su vida, y ya no sabía cómo hacerla entrar en razón.
─Lo sé, tesoro. Mamá no debió gritar, lo siento ─susurró, antes de dirigir una mirada gélida a su hermana─. Esto no se ha terminado, Oli. Mañana hablaremos, ¿entendido?
Olimpia asintió soberbia, y aquello la molestó aun más. Conocía a su hermana tan bien como la palma de su mano, y aquella mirada, aquellos gestos y su actitud, la enfadaban, frustraba y, sobretodo, la asustaban sobremanera. Su hermana no cambiaría de opinión tan fácilmente, se dijo antes de salir de la habitación.
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