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Olga atravesó el umbral del dormitorio de Olimpia como alma que lleva el diablo, mientras Anne entraba mordiéndose el labio inferior, evidenciando su incomodidad y sus nervios. Olimpia cruzó su mirada curiosa, con la asustada de la pelirroja y levantó una ceja, preguntando en silencio. Pero antes de que pudiera era abrir la boca y pronunciar la pregunta, Olga se adelantó:

─¿Cuánto hace que te ves con él, Olimpia?

Los ojos de la pintora se abrieron, entendiendo el humor de Olga y los miedos que se reflejaban en el rostro de Anne.

─¿Qué...? ─estaba paralizada. Un nudo en su garganta le impedía generar sonido alguno.

─No te hagas la mosquita muerta conmigo, Olimpia. Nos conocemos desde hace muchos años... ─Olga enterró sus dedos en su cabellera y se deshizo del moño que llevaba despeinándose. Resoplaba fuerte y se movía furiosa por la habitación como si de un león encerrado se tratara.

Olimpia cerró la puerta y se sentó a los pies de la cama, mientras Anne lo hacía en el taburete del tocador. Se miraron incómodas.

─Olga... puedo explicártelo, peor por favor, trata de relajarte.

La morena bufó y buscó en el bolso de la pintora su paquete de cigarrillos, apropiándose de uno de ellos. Lo encendió y se dejó caer en el sofá que había justo al lado de la cristalera que daba a la terraza. Le dio una calada profunda y, con el pulgar y el índice de la mano que tenía libre, hizo presión sobre el arco de la nariz.

─Oli, tesoro... te lo suplico, recapacita. Esto no está bien ─le rogó su amiga casi al borde del llanto.

Olimpia suspiró... sabía que aquello estaba mal, que estaba engañando a su marido y que todo sólo le traería consecuencias que no quería pensar. Pero estaba decidida.

─Le quiero. No puedo negarlo más, Olga. Lo he intentado, lo sabes mejor que nadie, pero no puedo seguir eludiendo la verdad.

Los ojos de Olga se abrieron y su labio inferior comenzó a temblar visiblemente. Apoyó los codos sobre sus rodillas y se dejó caer, entrelazando los dedos. Cerró los ojos y respiró hondo varias veces.

─¿Y Nathan? ¿Qué pasa con él? ¿Es que estos años no han significado nada?

Olimpia sentía la ira arder dentro de ella. Su respiración se agitó y su corazón comenzó a latir tan fuerte que creía que se le saldría del pecho.

─¡Estos años lo han significado todo para mí, Olga! ─ladró con los puños cerrados mientras se levantaba de un salto de la cama y miraba a su amiga con rabia contenida─. Lo he dado todo por Nate, Olga. Le entregué lo que más me importaba en la vida, he aprendido a quererlo y necesitarlo... ─El tono de Olimpia disminuyó hasta ser un susurro apenas audible─. ¿Crees que no me duele pensar en él? Le quiero y le necesito, pero...

─Pero no le amas, ¿verdad? ─La voz suave de Anne obligó a las dos mujeres que se enfrentaban en dirigir su mirada a la tercera, que sonreía triste─. Algo que he aprendido estos años. ─Los ojos de la pelirroja se posaron sobre Olga─. Es que no podemos negarlo que sentimos. ─Desvió ahora su rostro y se levantó para acariciar en el brazo a Olimpia─. Debes hacer lo que creas que te hará feliz.

Olimpia le sonrió triste. Sentía cómo su corazón se encogía por momentos al asimilar aquellas palabras. Aunque amaba a Travis, aún quería a Nathan; había sido feliz a su lado los últimos años, a pesar de todo.

─Olimpia... Nate te lo ha dado todo. Es cierto que lo que hizo no tiene perdón, pero... te ama.

─¡Basta! Travis y Olimpia se aman. Siempre ha sido así... No se puede ir en contra del corazón, Olga. Eso lo sabemos las dos... ─Anne tomó las manos de Olimpia y la miró con una sonrisa tierna─. Yo te apoyo, Oli. Seguir a tu corazón es lo correcto.

Olimpia le sonrió triste, pues aquella dulce mujer de piel blanca como la nieve y pecas que le daban un aspecto inocente y tierno no sabía lo que se escondía tras las palabras duras de Olga

─Dime una cosa, Olimpia... ¿Dónde coño estaba Travis cuando caíste? ¿Quién estuvo ahí para levantarte y darte el mundo? ─Los ojos marrones de Olga se clavaron en los suyos. La pintora pudo ver en ellos una tristeza y una decepción que le atravesaron el alma, mil agujas al rojo vivo se clavaban en su corazón al ver los miedos que asolaban a su amiga─. ¿Es que acaso Nathan no te ha hecho feliz?

Olimpia sentía que las lágrimas asomaban a sus ojos, y sin poder evitarlo, rompió a llorar.

─Claro que me ha hecho feliz... pero no lo amo. El cariño que siento por él...

─Olvida el cariño que sientes por Nathan ─la interrumpió Olga seria. En su semblante ahora sólo había ira─. Piensa en ti. En todo lo que has conseguido y perderás si lo dejas. Por favor, las dos sabemos de lo que Nathan es capaz.

Olimpia tragó saliva y se aferró fuerte a las manos de Anne. Sentía que las piernas no le sostenían. Guiada por la pelirroja se sentó de nuevo en la orilla de la cama. La cabeza le daba vueltas y sentía que el estómago se le revolvía. Aunque sabía que Olga tenía razón, una parte de ella, la que quería a Nathan, se negaba a creer que aquel hombre que la veneraba y le entregaba su alma a diario pudiera llegar a destruirla de aquella manera.

─No... Nathan no sería capaz de hacerme eso... ─tartamudeó. Cerró los ojos y se dejó llevar por el llanto. Las manos suaves de Olga se posaron sobre sus rodillas acariciándola. Olimpia levantó la mirada para cruzarla con aquellos pozos marrones que trataban de hacerla entrar en razón. Tragó saliva y acarició el rostro de su amiga. Aunque Olga a veces era demasiado directa, la pintora sabía que se preocupaba por ella; y que su única intención era hacerla entrar en razón, evitando que destrozara su vida.

─Tesoro... las dos sabemos que lo hará. Deja de excusar su comportamiento, Olimpia.

─Yo no lo excuso, Olga... yo... ─Olimpia sentía la urgente necesidad de explicar que su marido no era el hombre frío y manipulador que muchos creían que era.

─Lo has excusado desde que aceptaste casarte con él. Te destrozará, y cuando caigas... ¿quién te recogerá?

Anne se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros.

─Olvida a Nathan, Olimpia. Travis te recogerá siempre, sabes que sólo serás feliz con él ─trató de animarla la pelirroja.

─Anne, ¡cállate! No tienes ni idea. ─gritó Olga malhumorada.

─¡¿Qué no tengo ni idea?! ¿Pero qué...?

La mano de Olimpia se interpuso entre las dos mujeres que se enfrentaban, acallando a Anne.

─Anne... Olga tiene razón ─dijo en un susurro triste, antes de tomar aire─. Hay algo que no sabes.

─Entonces, cuéntamelo ─pidió la pelirroja.

Olimpia se cubrió el rostro con las manos y se abandonó al llanto. Se sentía pequeña e impotente, enfadada con ella misma por las decisiones que la habían llevado hasta ese punto en su vida.

─Volví de Londres hace cinco años con la intención de dejarlo todo por él. Dejé a Nathan, el estudio de tatuajes y la primera galería que me había ofrecido una exposición sólo para quedarme a su lado... ─Olimpia suspiró al recordar todo lo que le había costado tomar aquella decisión─. Pero, Travis me dijo que había conocido a otra mujer. Aquello me destrozó... y...

─Volviste a Londres. ─Anne terminó la frase tomando la mano de su amiga, que asintió mientras con la otra trataba de borrar el rastro de las lágrimas.

─Pero, después de eso...

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