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36


Olimpia había disfrutado de una deliciosa cena seguida de unas cuantas copas en una discoteca cercana al hotel con sus dos amigas. La noche había sido perfecta, sus amigas la colmaban de cariño, risas y recuerdos; pero los nervios no abandonaban su estómago aflojando el pellizco que se había anudado en él desde la tarde del día anterior.

En un arranque de locura, le había entregado a Travis la llave de su habitación y le había pedido que entrase y la esperara. El motero se había negado a hacerlo, alegando que era demasiado arriesgado; pero, aun así, ella le había metido la llave igualmente en el bolsillo de la chaqueta disimuladamente con la esperanza de que él cambiase de intención y poder encontrarlo allí.

Al llegar al hotel, Olimpia tuvo que pedir una copia con el pretexto de que había olvidado la original. Subió en el ascensor en silencio, mientras se mordía el carrillo interno preguntándose si Travis estaría allí o no. Esperó hasta ver desaparecer a sus amigas en sus respectivas habitaciones, y soltando todo el aire de sus pulmones entró en la suya.

El cuarto estaba a oscuras y completamente en silencio, lo que hizo que una oleada de tristeza y decepción deshiciera el nudo de su estómago. Dejó caer sus hombros y se desnudó en silencio, quedándose en ropa interior.

Unas manos fuertes se posaron dulcemente en su vientre desde atrás, el calor de un cuerpo grande a su espalda y el aliento suave de unos labios traviesos sobre su cuello la envolvieron. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.

─¿Creías que no vendría? ─La voz cargada de deseo de Travis le atravesó la columna como si de una corriente eléctrica se tratase. Por respuesta un gemido fue lo único que Olimpia pudo darle.

Con Travis a su espalda, Olimpia elevó sus brazos, rodeando su cuello y buscando sus labios. Sentía cómo una mano cálida del hombre bajaba hasta introducirse bajo la tela de sus braguitas, mientras la otra ascendía hasta su sostén, liberando su pecho izquierdo, acunándolo en su mano y masajeándolo suavemente.

Olimpia se contoneó, rozando su trasero contra la erección que el motero escondía en su pantalón. Aquel gesto hizo que, en un arranque, Travis la girase y de un movimiento, la atrapase entre la pared más cercana y su cuerpo. Olimpia capturó sus labios en un beso salvaje y posesivo, mientras trataba de desabrocharle la camisa torpemente.

Las manos traviesas del motero se paseaban por sus muslos, clavándole las uñas y arrimándola todo lo posible a él. Tras unos segundos, el último botón de la camisa del motero cedió a los dedos tatuados de Olimpia, dejando expuesto su pecho; cosa que la mujer aprovechó para pasear su lengua en sentido descendente desde el cuello, pasando por el tatuaje que Travis tenía, parándose unos segundos en su pezón izquierdo y continuando el camino hasta llegar al botón de su vaquero.

Olimpia se arrodilló, y mirándolo a los ojos azules, que ahora lucían casi negros, le regaló una sonrisa pícara. Llevó sus manos hasta el botón, pero antes de que pudiera desabrocharlo, Travis la frenó.

─Espera... ─Apenas era un jadeo, pero fue suficiente para que ella levantara de nuevo la mirada. Travis la miraba con una mezcla de deseo, desesperación y miedo─. ¿Estás segura de lo que quieres hacer?

Olimpia se mordió el labio inferior y apoyó la frente en su abdomen. Los miedos y las dudas volvieron a asolarla, llevándose toda la pasión y la adrenalina que corrían por sus venas. En el momento que sintió el cuerpo de Travis junto al suyo no había pensado en lo que estaba haciendo, sólo deseaba fundirse con él como si de un único ser se trataran, pero aquella pregunta la devolvía a la realidad de una manera dolorosa. Esos tres días en California habían sido una liberación para su roto corazón, sus besos y caricias, sus miradas y abrazos habían funcionado como si de un bálsamo reparador se tratara, devolviéndole a la vida de nuevo. Pero, lo que estaba a punto de hacer, sería ir mucho más allá. Aquello ya no era una simple mentira cargada de besos, aquello sería engañar a su marido, entregarse en cuerpo y alma a otro hombre. Olimpia se levantó lentamente y elevó los ojos hasta dar con los de Travis, ahora más claros y tranquilos que la observaban serio y en silencio.

Se mordió el labio inferior, aquellos pozos azules y serenos era el lugar dónde deseaba ahogarse el resto de sus días. Tragó saliva y pasó los brazos por el cuello de Travis, rompiendo la distancia que los separaba.

─Hazme el amor ─le susurró a los labios─. Hazme tuya, porque nunca dejé de serlo, mi vida.

Los labios de Travis se fundieron en un beso intenso y desesperado. Sus lenguas se rozaban y reconocían de nuevo, bailando al son de una música que ya nadie podía acallar.

La intensidad del beso volvió a subir rápidamente, llevando a la pareja a sumergirse en un baile de mordiscos, jadeos, uñas que se hunden en la piel. Travis volvió a aprisionar a Olimpia contra la pared, y mientras bebía de sus besos, su dedos ágiles y traviesos se colaron bajo la braguita, buscando deleitarla. Olimpia sentía las caricias que el motero le regalaba, haciendo que el deseo y la pasión humedeciera su ropa interior. Se mordió el labio inferior tratando de acallar los gemidos que amenazaban con salir de su garganta en el momento en que Travis mordisqueó uno de sus pezones y aumentaba el movimiento circular de sus dedos en su centro.

Sin poder evitarlo, la parte racional de Olimpia quedó relegada a un rincón de su cerebro, tomando el control la parte más salvaje y animal de ella. Una que deseaba dejar pasear a sus anchas desde hacía tiempo. Se deshizo del agarre de Travis, y se arrodilló de nuevo; y esta vez, sin darle tiempo a reaccionar, le desabrochó el pantalón y tomó entre sus labios su erección.

Sentía los dedos de Travis enredándose en su pelo, guiándola. Olimpia jugaba, besaba, lamía y succionaba desde la base hasta el glande, deteniéndose en éste de vez en cuando más, pues recordaba bien cómo le gustaba a aquel hombre que lo complaciera. Hundió sus uñas en las nalgas de él para así poder llevarlo al límite de lo que su cuerpo era capaz.

─Olimpia ─jadeó─. No pares... no ahora...

La pintora se deshizo de su agarre y se puso de pie de nuevo, sentía que Travis estaba completamente al límite y no había terminado con él. Deseaba darle todo el cariño y el placer que se habían negado durante tantos años. Olimpia terminó de desvestirlo entre besos y caricias suaves, mientras lo guiaba hasta la cama. Recostándose ella sobre él.

Sentía las manos del motero sobre su cintura, su espalda y sus caderas. Deseaba fundirse con él, ser uno de nuevo, y no podía esperar. Con un movimiento rápido, guio a Travis dejando que la invadiera, pero éste volvió a parar. Sus ojos se abrieron y la miraron asustado, preguntando en silencio. Olimpia le sonrió dulce, sabía bien qué preguntaba.

─Tomo la píldora, mi vida... ─dijo mientras entre palabra y palabra posaba suaves besos en su cuello, bajando hacia el tatuaje de su pectoral─. Ahora... hazme disfrutar, Travis.

─Dilo otra vez ─jadeó el motero─. Di mi nombre.

Olimpia se dejó caer sobre su erección, a la vez que dejaba caer la cabeza hacia atrás. Había deseado ese momento, y ahora lo tenía ahí, su calidez, su cariño y ternura. Su cuerpo dentro del de ella, haciéndola tocar el firmamento con la punta de sus dedos.

─Travis... ─gimió antes de morderse el labio inferior, tratando de no gritar.

Olimpia se movía a horcajadas sobre el cuerpo del motero, sus embestidas eran al principio lentas y suaves, pero poco a poco la intensidad, la pasión y el deseo fueron subiendo. Los movimientos se transformaron y la fuerza y la profundidad de estos se intensificaron. Como melodía, los gemidos y jadeos de la pareja llenaban la habitación. Y poco a poco, entre besos y gemidos de placer, el clímax los acogió entre sus brazos, proporcionando a la pareja el final que ambos ansiaban desde hacía tanto.

Olimpia cayó rendida en el pecho de Travis, oía el latir acelerado de su corazón, su respiración fuerte y entrecortada por el esfuerzo realizado en esa cama. Sonrió tímida. Se sentía como si aquella fuera la primera vez que hacía el amor, notaba el cosquilleo nervioso que provoca siempre la marcha de la pasión, la complicidad entre dos almas que se unen en una sola. Los músculos de su cuerpo caían laxos y un estremecimiento la recorrió al sentir las yemas de los dedos de Travis recorrerle la espalda desde los omóplatos hasta las caderas.

─Te quiero, mi vida. Siempre has sido la única, Olimpia ─susurró Travis a su oído, antes de sellar aquella noche con un beso tierno en su frente.

La pantalla de su Smartphone marcaba las cuatro de la madrugada, cuando Olimpia se levantó para ir al baño y darse una ducha rápida. Al salir y volver a la cama, se quedó junto a la cama observando a Travis en silencio.

Dormía de lado, la luz que entraba por el ventanal de la terraza iluminaba levemente la habitación y mostraban las facciones del hombre relajadas y suaves. Su respiración pesada y acompasada con su sueño, la serenaron. Con una sonrisa, se metió entre las sábanas y se acopló a él; dejando que sus brazos la rodeasen. Sentía el aliento de Travis sobre su cuello; paseó sus dedos sobre el brazo con el que él la rodeaba por la cintura.

─Oli, debo marcharme ─susurró el hombre a su oído. Haciendo que, en respuesta, la pintora se agarrase a sus brazos y se encogiera.

─Quédate un poco más, por favor.

La luz de la mañana entraba por el ventanal, bañando la habitación. Olimpia dormía entre sus brazos, agarrada a él. Su pecho se elevaba con cada inspiración, su melena caía por la almohada. Estaba de cara a ella. Le acarició el braz, buscando con la mirada su nombre tatuado y escondido el pétalo de una de las rosas de su pecho. Luego, paseó sus ojos hasta el tatuaje que estaba entre las clavículas, el mismo que él llevaba tatuado. Sonrió, cómo le había dicho esa noche, ella era la única mujer en su vida. Lo supo desde el momento que bailó con ella por primera vez.

Suspiró, y con cuidado, se levantó de la cama. Se dio una ducha rápida y salió del baño completamente vestido. Cogió su teléfono, su cartera y la llave de su hotel, antes de mirar la hora. Eran más de las nueve de la mañana; Travis maldijo en silencio la torpeza de haberse quedado dormido. Tenía sólo tres horas para volver a por sus cosas y llegar al aeropuerto, eso sin contar, el riesgo que suponía salir del hotel en plena mañana.

Se acercó a Olimpia, y le regaló un beso en la frente. La miró durante unos segundos, y al constatar que ésta no se despertaba, salió de la habitación con mucho sigilo. Sentía le miedo recorrerle las venas de todo el cuerpo, aumentando la adrenalina. Casi salió corriendo en dirección al ascensor, temeroso de ser visto por alguna de las amigas de Olimpia.

Al entrar en el cubículo que lo llevaría a la salida del hotel, soltó un suspiro de alivio, dejó caer los hombros y se relajó.

El ascensor se paró, y las puertas se abrieron, mostrando ante él la enorme recepción. Se encaminó directo a la libertad y la seguridad que la calle y un taxi le podía proporcionar. Pero cuando casi había alcanzado su objetivo, alguien le golpeó en el hombro, obligándolo a parar y girarse.

Una mujer esbelta, de piel morena, cabello azabache y dos pozos marrones cargados de ira y desprecio se alzaba ante él. A su lado, la mirada sorprendida de Anne se alternaba entre él y Olga. Travis tragó saliva, sentía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Aquello era el final de todo, se dijo. Maldijo el momento en que se dejó arrastrar por la peligrosa idea de ir a visitar a Olimpia a su habitación.

─¿Qué coño haces aquí? ─Aunque apenas fue un susurro, el odio y el desprecio con el que aquella mujer escupió la pregunta lo paralizó─. Vas a arruinarle la vida, ¡desgraciado!

Sin esperarlo, Olga le asestó una bofetada. Travis se quedó atónito mirando como aquella mujer salía corriendo en dirección al ascensor. Las manos suaves de Anne se posaron en su rostro, obligándolo a mirarla. Le sonreía con dulzura.

─Me alegro que Olimpia por fin se haya dado cuenta. Márchate, vamos. Hablaré con Olga.

Asintió en silencio, y como si de un autómata se tratara, siguió su camino hasta la salida. Pidió un taxi y se montó en él, camino de su hotel. Estaba petrificado, las últimas palabras de Olga lo conmocionaron, dejándole sin habla. No podía dejar de preguntarse cómo era posible que pudiera arruinarle la vida a la mujer que amaba, aquello no tenía sentido para él.

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