34
Olimpia volvió a su habitación dejando a Anne y Olga disfrutar de la pequeña fiesta que había en la piscina del hotel. Se llevó una mano a la nuca, masajeándose así el cuello mientras salía con el Smartphone en la otra mano y un cigarro encendido en los labios. Se apoyó con los codos en la barandilla de cristal y miró el horizonte.
La noche había caído y al fondo sólo se veía el océano bañado por las luces de la ciudad, las estrellas y la luna. Exhaló la última calada y tiró la colilla al pequeño cenicero que tenía sobre una de las tumbonas, volviendo de nuevo a calvar la vista en la inmensidad del cielo oscuro. Suspiró y se abrazó a sí misma cuando la brisa marina le erizó la piel, enfriándole el cuerpo. En ese momento, su teléfono comenzó a vibrar con la llamada entrante.
Frunció el ceño al fijar sus ojos verdes en la pantalla. No reconocía aquel número. Tragó saliva y dejó que sonara, esperando que quien fuera dejase de insistir. El Smartphone dejó de vibrar y volvió al silencio, pero tras unos segundos, quien quiera que llamase, volvía a intentarlo. Gruñó molesta y tiró el aparato a la tumbona que estaba detrás de ella. Deseaba estar sola y tranquila un rato, pero el ruido insistente no la dejaba en paz. Volvió a sumirse al cabo de un rato en el silencio, pero algo le decía a la pintora que esa persona volvería a intentarlo.
No se equivocó cuando tras unos segundos la pantalla volvía a iluminarse. Chasqueó la lengua, y dejando sus hombros caer, se acercó y respondió a la llamada.
─¿Sí? ─gruñó.
─Olimpia...
─¿Travis? ─los ojos de la pintora se abrieron de par en par de la sorpresa, pero, por otro lado, su corazón se tranquilizó al oír la suavidad del tono de aquel hombre al pronunciar su nombre.
─Si...eh... estoy en Santa Mónica.
El corazón de la mujer se paró durante unos segundos. Parpadeó para tratar de volver a la realidad y en cuanto lo asimiló, su respiración comenzó a acelerarse a la par que sus latidos, que sonaban fuertes en su pecho. Una sonrisa se dibujó en sus labios y un pellizco nervioso se coló en su estómago. Tragó saliva y miró a su alrededor, antes de responder.
─¿Dónde estás?
─En un hotel en Sepulveda Boulevard... ¿quieres que nos veamos? ─el tono temeroso de Travis amplió la sonrisa de Olimpia y el pellizco nervioso.
─Estaré allí en media hora ─Olimpia colgó la llamada sin despedirse, y rápidamente se acercó a su maleta en busca de algo que ponerse. Pero, con la misma rapidez con la que se había emocionado por oír al motero, un miedo visceral se coló en su cuerpo, envenenando y matando la alegría que corría por sus venas. Las dudas se dejaron ver, paralizándola.
Miró a su alrededor en busca de una respuesta, una señal invisible que le dijera qué hacer. Cerró los ojos y trató de relajarse. Una parte de ella necesitaba verlo, sentir cómo aquel hombre la consolaba con una mirada, un susurro y una caricia suave; pero, por otra parte, aquello sólo confirmaba la enorme mentira en la que se había metido. Negó con la cabeza, estaba engañando a su marido, lo había engañado y parte de ella seguía deseando hacerlo.
─Tranquila, Olimpia ─se dijo en voz alta mientras trataba de relajar su respiración. Debía tener cuidado, se dijo en silencio. Sabía que estaba pisando un terreno muy peligroso. Cerró los ojos y se vio a sí misma frente a un abismo enorme; sabía que abajo estaba Travis, él era un abismo en el que deseaba caer y hundirse, pero si caía, si se precipitaba a sus brazos, ya no podría dar vuelta atrás. Abrió los ojos y se miró en el espejo del tocador─. ¿Estás dispuesta? ─le preguntó a su reflejo.
Travis colgó el teléfono y miró por la ventana del hotel. Suspiró, llevaba más de tres horas en esa habitación dando vueltas como si de un león encerrado en una jaula muy pequeña se tratara. Llamarla le había costado mucho, se estaba arriesgando y lo sabía, pero no podía hacer otra cosa. La extrañaba y no la había vuelto a ver desde que la dejase en su casa el sábado. Se levantó de la cama y se acercó a su maleta para sacar algo de ropa y darse una ducha; el agua caliente siempre lo relajaba y despejaba su mente. Y ese día, no fue una excepción.
Salió del baño unos minutos después con la toalla alrededor de las caderas y el pelo goteando sobre sus hombros. Al acercarse a la cama, se paró frente a un espejo de cuerpo entero que había colgado en la pared y se quedó serio mirando su reflejo. A pesar de haber cumplido los cuarenta a principios de año, aún conservaba la firmeza en su abdomen, y la musculatura joven y marcada, sonrió para sí mismo. A pesar de tanto sufrimiento, el tiempo lo trataba bien. Inclinó la cabeza y se acercó un poco, tenía algunas betas plateadas en la sien, y algunos vellos blancos en la barba, torció el gesto en señal de disgusto; a la mente llegó el recuerdo de Nathan en el jardín de Olimpia y Diana. Aquel hombre era mucho más joven que él, tal vez siete y ocho años menos, su cuerpo era atlético, y su mirada penetrante; no pudo negar que el marido que Olimpia había elegido era atractivo. Pero lo que más daño le hacía a Travis era que ella compartía con aquel hombre la pasión por el arte, cosa que él nunca había entendido. Eso hizo que las dudas le asaltaran de nuevo, él jamás podría darle todo lo que Nathan le daba, la pasión por el arte, las galerías, exposiciones... todo eso estaba fuera de su alcance. La mirada del motero se endureció, pero podía darle la felicidad que ambos se merecían, se dijo, sabiendo que por mucho que aquel inglés se esforzara, nunca lo lograría. Aunque, tal vez, sí lo había conseguido y era por eso que Olimpia estaba tan reacia a dejarlo, pensó, sintiendo una punzada de dolor en su pecho.
Travis zarandeó la cabeza rompiendo ese hilo de pensamientos que sólo lo hacían dudar aún más. Olimpia estaba en camino, iba a tenerla unos días para él, por lo que decidió no volver a pensar en todas aquellas cosas que lo hacían dudar. Con la mente en blanco, se vistió y bajó a la recepción.
La recepción era amplia, había una pequeña mesa auxiliar rodeada de algunos sillones orejeros y un sofá de dos plazas en un rincón. Se dejó caer en uno desde el que podía ver la entrada del hotel perfectamente y se sumió de nuevo en sus pensamientos. Dudaba de que aquello fuera lo correcto, sentía que forzaba la situación, y no era eso lo que deseaba. Se acarició el mentón, el sábado casi había perdido el control y estaba arrepentido de ello, y viajar hasta allí no era muy diferente, se decía. En ese momento, las puertas del hotel se abrieron, y atravesándolas estaba la mujer que le robaba el sueño desde hacía demasiado tiempo. Asintió para sí mismo con dureza.
Tragó saliva al verla mientras se levantaba de un brinco. Unos vaqueros ajustados y rotos en las rodillas, unas Converse negras y una camiseta de algodón ancha y de un solo tirante dejaba al aire su brazo tatuado. Travis la miró a los ojos verdes en cuanto ella se plantó delante de él con una sonrisa preciosa. Su pelo estaba recogido de mala manera con su viejo pincel y un mechón le caía; de su cuello prendía aquel viejo colgante que él le regaló el primer verano que pasaron juntos, aunque ahora estaba algo viejo y desgastado.
El motero quiso levantar una mano y retirar aquel mechón de pelo, pero había tomado una decisión hacía sólo unos segundos y aquello no estaba dentro de lo que se había prometido.
─Estás preciosa ─sonrió al tiempo que pudo ver cómo Olimpia se ruborizaba.
─Gracias ─respondió mientras desviaba la mirada avergonzada sin perder aquella sonrisa tan radiante─. Esto es muy extraño... yo... estoy muy nerviosa.
El motero le sonrió, él también estaba nervioso. Tal vez por la sensación de lo prohibido, por saber que la tenía para él al menos durante un par de días o simplemente porque estaba allí con una sonrisa preciosa que sólo le dedicaba a él; no estaba seguro, pero no le importaba la razón.
─Vamos, he reservado una mesa. Espero que no sea muy precipitado.
─Me parece perfecto. La verdad es que estoy muerta de hambre...
Travis asintió y señalándole con la mano el camino, la dirigió hasta el restaurante que había al fondo.
La velada pasó relajada y tranquila. Ver a Olimpia tan serena y con aquella preciosa sonrisa en los labios calmaba su roto corazón. Había estado tentado en varias ocasiones por coger su mano vendada y besarle la palma, le dolía verla así, pero no era el momento, lo mejor sería esperar. Tras terminar el segundo plato, el camarero se acercó de nuevo a su mesa.
─¿Van a tomar postre los señores?
El motero miró a Olimpia y ésta a su vez volvió el rostro al camarero.
─¿Podría traernos un Cabernet Sauvignon y un par de copas?
─Por supuesto. ─Y, tras retirar los platos, el camarero giró sobre sus talones y desapareció, dejando al cabo de unos instantes la botella con las dos copas. Le enseñó a Travis el vino elegido y éste asintió, pero en el momento en que el camarero se lo mostró a la pintora, esta sonrió traviesa.
─No la descorche, nos la llevaremos a la habitación.
Aquella afirmación saliendo de los labios de Olimpia aceleró su corazón y lo paralizó durante unos segundos. Aquella mujer que le robaba el sueño le estaba pidiendo subir a su habitación con una sonrisa traviesa en los labios. No estaba seguro si sería buena idea, pero, al fin y al cabo, había tomado un avión hasta California sólo para estar con ella unos días. Sin poder responder, Travis tomó la botella y las copas informando al camarero de que anotasen a su habitación el cargo de la cena.
Subieron hasta la habitación en silencio. Travis la miraba de reojo y podía jurar que ella hacía lo mismo. Sentía el palpitar de su corazón fuertemente, estaba nervioso como un chiquillo en su primera cita, y no entendía por qué. Había estado con ella muchas veces, y volver a tenerla entre sus brazos era algo que anhelaba y deseaba, y para su alegría, ella parecía también desearlo. ¿Por qué si no iba a proponerle subir a su habitación de hotel? Se mordió el carrillo interno mientras andaba por el pasillo en silencio, tal vez no era esa la intención de Olimpia, tal vez sólo quisiera hablar con él y pedirle explicaciones por su repentina aparición. Tragó saliva, las dudas volvían a asomar en lo más profundo de su mente y a tomar el control de la situación. Zarandeó la cabeza antes de abrir la puerta.
─Travis, ¿estás bien? ─los ojos verdes de Olimpia se clavaron en los suyos, su ceño fruncido mostraba su preocupación.
─Sí, tranquila ─respondió abriendo la puerta y apartándose para dejarla pasar─. Entra, por favor.
Olimpia se paseó observando a su alrededor. Se sentó en el pequeño sofá que había justo debajo de la ventana que daba a la calle, la abrió y encendió un cigarro. Mientras, el motero descorchó la botella y sirvió el vino en ambas copas.
Con una copa en una mano, y un cigarro en la otra, ambos se quedaron en silencio, sentados frente a la ventana observando el pasar de los coches en la noche californiana. Travis observaba como Olimpia le sonreía unos segundos para luego desviar de nuevo la mirada al horizonte. No eran necesarias las palabras, el hombre sentía que, sumergidos en aquel silencio, en aquel juego de miradas y sonrisas tímidas, la intimidad y complicidad que una vez compartieron volvía poco a poco. Sentía a Olimpia más cerca de él de lo que nunca la había tenido. Si cerraba los ojos, sabía que podía acariciar el alma de aquella mujer de nuevo.
La repasó de nuevo con la mirada desde los pies a la cabeza, pero esta vez, la encontró seria. Lo miraba intensamente y con un brillo en los ojos que no supo identificar. El mecánico abrió la boca y se mojó los labios con la lengua, quería hablarle, pero no sabía que decirle.
─¿Por qué has venido? ─Olimpia acariciaba el filo de su copa ya vacía con la yema de su dedo índice, mientras distraída miraba por la ventana de nuevo.
─Deseaba... no, necesito verte y estar contigo. ─Aquellas palabras salieron solas de sus labios impulsadas por la botella de vino que entre los dos habían acabado.
─Esto es muy arriesgado, ¿lo sabes? ─Olimpia clavó sus ojos verdes en su mirada azul, y en ellos pudo ver el miedo que ella sentía. Aquello hizo que el deseo de abrazarla, de consolarla y decirle que todo saldría bien lo asaltó.
─Lo sé. ─Se controló─ pero...
─¿Rachel lo sabe? ─lo interrumpió.
─No sabe nada. Cree que estoy en Texas con mi familia.
Olimpia se llevó una mano a la sien y cerró fuerte los ojos.
─¿Le has dicho que ibas a Texas y la has dejado sola? ¡Travis! ¿Crees que es idiota?
La mente del motero se nubló por unos instantes. Trató de explicarle a Olimpia que Rachel estaba en Atlanta con su familia, y que él había aprovechado su ausencia con la excusa de viajar al rancho, pero a medida que hablaba, Travis se daba cuenta de cuantos fallos había en su idea. Se había vuelto a mover impulsado por sus deseos sin pensar en los riesgos que aquello traía. Un paso en falso y podría volver a perderla; aquella idea lo desesperó. Sentía el miedo invadirlo y controlarlo. Su corazón se aceleró y casi no podía respirar.
─Olimpia... yo... después de los del sábado, necesitaba verte, hablar contigo. ─Los ojos de Travis se anegaron, sentía con urgencia la necesidad de atraparla entre sus brazos. Dejó la copa en el suelo y se acercó a ella─. No sabes cuánto lamento haber perdido el control. Sé que necesitas tiempo, y que haya venido tampoco ayuda, pero...
Las manos suaves de Olimpia acunaron su rostro, y sus ojos verdes lo observaron en silencio con un brillo de comprensión. Una sonrisa dulce comenzó a dibujarse en los labios perfectos de Olimpia.
─Yo también perdí el control. Y, me alegra que hayas venido... Pero, debemos tener cuidado, Travis.
─Lo sé, mi vida. No quiero perderte, Olimpia. Pero... tenerte tan cerca y no poder... ─El motero carraspeó y se deshizo a regañadientes de las manos de la mujer─. No volveré a acercarme a ti a menos que me lo pidas, Olimpia. Haré lo que sea, de la manera que sea para volver a tenerte a mi lado.
Travis se juró a sí mismo que se olvidaría de aquellos impulsos. El deseo de volver con ella era superior a todo, ella era su prioridad y si debía quedarse esperando en un rincón sin acercarse a ella, sólo para poder volver a su lado, lo haría sin rechistar, aunque la vida le fuera en ello. El motero volvió a fijar su mirada en la de ella, aquellos ojos que ahora eran un misterio para él. Paseó la vista por su rostro, y se centró en aquellos labios que deseaba volver a besar.
─Bésame ─sólo fue un susurro suave y casi inaudible el que sacó esa palabra de la boca de Olimpia, trayéndolo de nuevo a la realidad.
─¿Qué?
Y sin darle tiempo a reaccionar, los labios de la pintora rompieron la distancia que los separaba fundiéndose en un beso desesperado. Las manos de Travis se agarraron a su cintura, atrayéndola hasta él; sentía los dedos de Olimpia enredarse a su cabello y a su cuello. Sus lenguas, al principio tímidas, terminaron disfrutando de un baile que conocían a la perfección, bajo el son de una música que sólo ellos podían oír. Una melodía que sincronizaba sus corazones, haciendo latir al unísono.
El cuerpo de Travis comenzó a encenderse; Olimpia aumentaba lentamente la intensidad de aquel beso. La alegría que ahora experimentaba el motero era inmensa, se sentía flotar en medio del universo, el tiempo se había parado al contacto con aquellos labios que tanto añoraba; la tenía allí, entre sus brazos. Ella le había pedido que la besara y había dado el paso, sentía que volvía a tenerla de nuevo para él. En ese momento, en ese beso, Olimpia le pertenecía y él le pertenecía a ella, a su vez. Rachel, Nathan y todo el sufrimiento vivido durante los últimos años desaparecieron de la mente y el corazón de Travis, alejando los miedos y las dudas que hasta hacía sólo unos minutos se habían alojado en lo más profundo de su ser. Olimpia le quería, y se lo estaba demostrando con ese beso, con las caricias que ella le estaba regalando.
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