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32


El sol de la mañana le acariciaba la piel tatuada, bronceándola. Las gafas de sol le tapaban las enormes ojeras de haber pasado la primera noche de su viaje en vela. Apenas había descansado pensando en todo lo que le había sucedido desde que saliera de Londres.

Olimpia torció el gesto y centró de nuevo la mirada en su libro. Lo había leído muchas veces a lo largo de su vida, pero era su favorito, y siempre la relajaba y le ayudaba a pensar cuando estaba preocupada.

Un cuerpo enorme le tapaba la luz del sol.

─Disculpa, te estaba mirando desde allí ─la voz suave de un hombre la obligó a levantar la cabeza a regañadientes de su libro. Una sonrisa dulce y perfecta acompañaban a unos ojos verdes intensos y seductores, su melena castaña estaba recogida en un moño, la parte lateral de la cabeza afeitaba mostraba que ese hombre seguía las modas que se imponían, un bañador que le llegaba a las rodillas de color verde dejaba ver un torso tatuado elegantemente y unos músculos marcados por las horas de gimnasio─. Y, no he podido evitar preguntarme, qué estaría leyendo.

Olimpia tragó saliva, hacía mucho tiempo que ningún hombre se acercaba a ella con la intención de ligar. Sonrió traviesa para ella misma, mirando a su alrededor. Olga y Anne aún no habían bajado a la piscina del hotel, lo que la dejaba sola para poder coquetear sin que nadie la hiciera sentir culpable.

─Soy Olimpia ─respondió quitándose las gafas y sonriendo traviesa.

─Eric... ¿puedo? ─preguntó señalando a los pies de la tumbona. La pintora sonrió mientras se incorporaba dejándole espacio al recién llegado que miraba su cuerpo embelesado. Tras unos instantes de silencio que a Olimpia se le empezaba a hacer incómodo habló.

─Alicia en el país de las maravillas.

─¿Qué? ─Eric levantó una ceja y la miró extrañado, sacándole una sonrisa divertida a la mujer.

─Me has preguntado qué estoy leyendo, es Alicia en el país de las maravillas.

─Eh...sí... ─el hombre desvió sus ojos, confuso y algo avergonzado─. Disculpa es que... tus tatuajes son preciosos, ¿quién te los ha hecho?

─Ella misma─ la voz autoritaria de Olga hizo que Olimpia y Eric dieran un respingo y desviaran la mirada hacia la mujer que con un precioso bañador negro y un pareo rojo atado elegantemente a la delgada cintura se acercaba quitándose las gafas de sol.

─Olga, este es Eric ─lo presentó la pintora con una sonrisa de fastidio, sabiendo que se le terminó la diversión. La inglesa se sentó coqueta en la tumbona al lado de su amiga, y le sonrió perversa al chico, pero éste terminó por ignorarla y volver a centrar su atención en Olimpia.

─¿Es cierto que te has tatuado tú sola? ─Una sonrisa pícara y torcida se dibujó en su semblante, haciendo que Olimpia se sintiera como una adolescente de nuevo. Era refrescante volver a sentirse así y olvidarse por unas horas de Nathan, Travis, Rachel y todos los problemas que tenía.

─Olimpia es tatuadora, guapo ─interrumpió Olga de nuevo. Eric la miró sin ocultar su molestia, casi gruñendo ─Además de estar casada.

─¿Estás casada?

Olimpia puso los ojos en blanco. El tono de voz del muchacho anunciaba una retirada inminente. Asintió con un suspiro, y tras una disculpa el hombre se retiró.

─Olga...

─¿Sí, cariño?

─Te odio ─Olga soltó unas carcajadas sonoras mientras se recostaba en la tumbona y se desabrochaba la pañoleta de la cintura para exponer sus largas y morenas piernas al sol.

Tras una cena tranquila en el mismo hotel donde se alojaban las amigas, y tras un día de playa y sol. Olimpia se había retirado hasta su habitación. Se había dado una ducha, se había puesto crema hidratante en todos y cada uno de sus tatuajes, y se había sentado con un camisón de seda que Olga le había obligado a llevar, en la tumbona de la terraza para poder fumar relajadamente mientras miraba el horizonte.

Olga tenía razón, aquel viaje le sentaría bien, estaba lejos de todo, de Nathan, de Travis, de los lienzos para la nueva exposición, de Diana... estaba en un lugar nuevo y diferente con sus dos mejores amigas. Dos mujeres que no la habían juzgado nunca, y que sabía que no lo harían. Dos amigas que, se preocupaban por ella y la mimaban. Olga la hacía reír, mientras Anne la consolaba con una mirada dulce.

Aspiró el humo de la última calada y se recostó en la tumbona, jugueteando con los anillos que se enfrentaban en su mano izquierda.

Unos golpes enérgicos en la puerta la asustaron.

─¡Olimpia Hasting Cooper! ¡Abre la puerta!

La pintora se levantó pesadamente y se acercó a la puerta dejando caer sus hombros. Olga la llamaba a gritos desde el pasillo aporreando la puerta.

─¿Qué narices te pasa? Es tarde, Olga, vas a despertar a medio hotel ─se quejó, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la puerta.

Olga se encogió de hombros y la apartó para entrar en la habitación. Se había puesto una falda de lentejuelas negras y una blusa vaporosa semitransparente blanca, unos pump negros. En una mano llevaba un bolso de mano diminuto y en la otra una botella de tequila. Se sentó a los pies de la cama y del paquete que Olimpia tenía tirado sobre la colcha, sacó un cigarrillo que se encendió con su precioso Zippo.

─¿Aún sigues así? ─preguntó mientras exhalaba el humo de la primera calada─ Vamos, Annie nos esperará abajo en unos minutos. Sólo quedas tú.

Olimpia puso los ojos en blanco de nuevo. No le apetecía irse de fiesta, pero sabía que luchar contra los deseos de Olga era casi como escupir hacia arriba, una causa perdida.

─Está bien...

Olimpia sacó un precioso vaquero lavado a la piedra, una camiseta boho de lino egipcio que Nathan le regaló en su último viaje y unos wedges de cuero marrón. Se vistió y se sentó en el tocador para tratar de maquillarse un poco, bajo la atenta mirada de Olga.

─¿Qué? ─le preguntó observándola a través del espejo.

─Nada... es sólo que me extraña que no te quejes ─respondió Olga mientras se repasaba la manicura.

─He aprendido que es mejor no ir a contracorriente.

─¿Estás segura, cariño?

La mirada marrón de Olga se cruzó con la suya. En aquellos ojos había picardía y un segundo sentido que Olimpia captó enseguida. A su amiga no le hacían falta muchas palabras para decir todo cuanto necesitaba. Olimpia se encogió de hombros.

─Quiero a Nate, Olga. Es mi marido y aquello fue un error.

─No dudo que lo quieras, tesoro. Pero ese error, pone en peligro algo más grande que tu matrimonio.

Olimpia apoyó los codos en el tocador y hundió la cara entre sus manos.

─¿Crees que no lo sé? Es por eso por lo que estoy entre la espada y la pared, Olga. No sé qué hacer.

Olga se levantó y se arrodilló mirándola a los ojos. En sus labios perfectamente maquillados se dibujó una sonrisa tímida.

─Para eso estamos aquí, Oli. Para que pienses y tomes una decisión. Travis o Nathan. Tú decides, pero hazlo con cuidado, cariño.

Olimpia sentía que se le rompía el corazón. ¿Cómo iba a decidir entre ellos? Eran los hombres más importantes que habían pasado por su vida, ambos la amaban y los dos, aunque de diferente manera, la hacían feliz.

─¿Qué harías tú, Olga?

La mujer torció el gesto, acunó las manos de Olimpia entre las suyas y con cariño le dio un beso en el dorso de una de ellas.

─Volvería a casa con Nathan, Oli. Es tu marido, te quiere y te lo ha demostrado desde el día que te conoció. Luchó por ti y te lo ha dado todo. Te ha hecho feliz ¿o no es así?

Olimpia asintió, dejando que una lágrima se escapase de sus ojos. El pulgar de Olga la atrapó y lo borró.

─Vamos, no empieces a llorar ─le reprochó, pero rápidamente su semblante cambió y una sonrisa divertida apareció, iluminando sus ojos─. Vamos a beber como vikingos y a bailar como si no hubiera un mañana.

Olga tiró de la mano de Olimpia para obligarla a levantarse y la sacó a rastras de la habitación, en busca de la pelirroja que las esperaba en la recepción con un precioso vestido amarillo de palabra de honor y unos peep toe blancos a juego con su bolso.

El Avalon era una de las discotecas más grandes y conocidas de Los Ángeles. El local era enorme, luces de mil colores, altavoces por todas partes, varias pistas de baile y barras se desperdigaban por el local. Muchísimas personas se arremolinaban bailando y disfrutando de la noche californiana.

Anne, Olimpia y Olga se habían sentado tranquilas en una de las mesas que había en cerca de la pista de baile. Una pequeña lamparita iluminaba algo la zona dónde estaba. En la barra, a sólo unos metros, tres hombres hablaban mientras las miraban y sonreían descarados.

─¿Habéis visto a esos tipos? ─preguntó Anne, señalando con la mirada a la barra─. No dejan de mirarnos.

En ese momento, un camarero se acercó a las chicas con una bandeja y tres copas.

─Señoritas, los caballeros de la barra las invitan a otra ronda.

Y sin más, dejó las copas a cada una de ellas. Anne, miró sorprendida a Olga y Olimpia. Olimpia se encogió de hombros y Olga le sonrió y saludó a los chicos, más que acostumbrada a ese tipo de trato.

Los tipos se acercaron, siguiendo las indicaciones que Olga les había dado con la mano y la sonrisa típica que usaba para ligar.

─¿Podemos acompañarlas? ─preguntó el más alto de los tres, era moreno, con el pelo cortado al estilo militar, y unos ojos negros como pozos profundos─ Soy Mason, y estos son Leo y Steven.

Steven, un treintañero con una espesa y cuidada barba y con un atuendo hípster se sentó al lado de Anne, quien le sonrió cohibida. Leo, en cambio aparentaba más edad que el resto, moreno, con una camisa azul marina remangada hasta los codos y desabotonada en el pecho, mostraba un ligero vello que hizo que a Olimpia se le erizara la piel. Le sonrió mostrando una dentadura perfecta y unas ligeras arrugas se dibujaron en la comisura de sus labios.

─Yo soy Olga, y estas son Annie y la gran Olimpia Cooper ─Respondió orgullosa y algo ebria la mujer, mientras se acercaba coqueta a Mason.

─¿La gran Olimpia Cooper?¿Eres famosa? ─preguntó divertido y con una ceja en alto Leo, mientras la repasaba de arriba a abajo con descaro.

─¿Bromeas? Es la mejor tatuadora de toda Inglaterra, guapo─. Agregó Olga antes de llevarse su copa a los labios. Como siempre hacía en Londres, presumía de la fama que Olimpia había conseguido con sus trabajos como tatuadora para conseguir chicos y copas gratis.

─A Olga se le ha olvidado que no estamos en Londres ─respondió Olimpia mordaz mientras la taladraba con la mirada─. En Estados Unidos muy poca gente me conoce.

La mirada negra de Leo se clavó en los tatuajes de su brazo, subiendo lentamente hasta clavarse en sus labios y luego en sus ojos verdes.

─Son preciosos, como tú.

Olimpia sonrió, sintiendo cómo sus mejillas se encendían rápidamente. Dos hombres en el mismo día era demasiado, y un pellizco de culpa se alojó en su estómago. Sentía que dejar que aquel hombre la adulara era como engañar a alguien, el problema de ella era que no sabía a quién de los dos hombres por los que su corazón se debatía, estaba engañando. Tragó saliva.

─Disculpa, pero... quisiera dejar claro que estoy casada ─alegó mientras lo miraba serio. Leo parpadeó confuso.

─¡Oh, no!... no quería insinuar nada. Es más, voy a casarme.

Aquello descolocó a la tatuadora, que abrumada le dio un sorbo a su bebida. Se maldijo en silencio por mal interpretar las palabras de aquel hombre que en ningún momento había dado ninguna señal de que sus gestos tuvieran una segunda intención.

─Estamos de despedida de soltero ─agregó con entusiasmo Mason, mientras sonreía a Olga con malicia.

─¿Cuándo te casas, Leo? ─preguntó Anne con curiosidad, Olimpia puso los ojos en blanco. Su amiga había sido una cotilla toda la vida y era evidente que no iba a dejar pasar la oportunidad de indagar en la vida de nadie.

─Me caso la semana próxima ─respondió educado Leo antes de darle un sorbo a su cerveza.

─Bueno... ¿Y si dejamos a estos carcas hablar de matrimonio y los solteros nos vamos a bailar? ─Olga se levantó con la copa en una mano y de la otra arrastró a Mason hasta el centro de la pista, quien rápidamente se agarró a su cuerpo y comenzó a bailar al son que ella marcaba. Anne miró a Olimpia, y esta asintió.

─Ve con ella, estoy bien.

Una sonrisa se dibujó en los labios de la pelirroja que se dejó guiar por Steven.

Olimpia se apoyó sobre sus codos en la mesa y comenzó a remover su copa con la pajita, sintiéndose observada por Leo.

─¿Hace mucho que estás casada? ─Olimpia asintió mientras le daba otro sorbo a su copa─. Debe ser increíble despertar a diario al lado de la persona que amas. Yo estoy deseando casarme.

Olimpia lo observó en silencio, sin responder. Y sin darse cuenta, se encontró repasando los últimos años de su matrimonio. No podía negarle que el comienzo del suyo no había sido el más hermoso. Su hermana le hablaba de lo maravilloso que era estar al lado de Max a diario, lo hermoso de las pequeñas cosas, pero ella no supo disfrutar de aquello hasta que no había pasado casi un año desde el día de su boda; y esa felicidad, no había durado mucho. La exposición en Nueva York y todo lo que allí vivió con la visita inesperada de Travis la trastocó hasta el punto de que aquellos pequeños detalles que su marido tenía con ella fueron volviéndose menos importantes, el brillo del sol al acariciarle las mejillas en sus paseos por Green Parck cada vez parecía más apagado. Los atardeceres que observaba abrazada a Nathan desde la terraza de su casa de campo de la familia de él en Corbridge, eran cada vez menos especiales y aburridos. Suspiró, su matrimonio se empezó a apagar poco a poco ese día, llevándose consigo su pasión por la pintura.

─Es bonito, sí. Sobre todo, si estás enamorado ─respondió casi en un susurro, más para ella misma que para Leo. El hombre la miró serio y tensó su mandíbula.

─¿Es que no estás enamorada de tu marido?

Olimpia se forzó a sonreír, pero no respondió.

─Es tarde, creo que debería marcharme al hotel ─dijo mientras se levantaba.

─Te acompañaré, compartiremos el taxi y así me das algunos consejos ¿qué te parece?

Olimpia siguió conversando con Leo durante el trayecto en taxi hasta el hotel. El hombre le había mostrado en su Smartphone fotos de la mujer con la que iba a casarse. Era preciosa y Olimpia lo veía completamente enamorado de ella. Bajaría la luna si ella se lo pidiera, le había dicho, sacándole una sonrisa a la vez que un pellizco se le anudaba en el pecho.

Un pensamiento oscuro se alojó en su mente, pues ella había tenido a su lado a un hombre que la miraba de la misma manera que Leo lo hacía al recordar a su amada, un hombre que le bajaría la luna y los astros sin que se lo pidiera, y sin embargo, Olimpia se alejó de él por miedo.

─Me alegra haberte conocido, Olimpia ─se despidió Leo antes de darle un beso en la mejilla.

─Y yo también, te deseo lo mejor en tu matrimonio. Lily es una mujer muy afortunada.

Y sin más, Leo volvió a meterse en el taxi y se alejó en la oscuridad de las calles de California, dejándola a ella en la puerta de su hotel. Olimpia bajó la cabeza, y los hombros, giró sobre sus talones y se adentró en el hotel. Pasó ensimismada en sus pensamientos por delante del mostrador de recepción, donde un hombre de espaldas esperaba apoyado al recepcionista. Una extraña sensación se coló en su cuerpo al pasar por allí, pero el cansancio la obligó a seguir adelante.

Las puertas del ascensor se abrieron, y en cuanto entró, justo antes de que las puertas se cerrasen, Olimpia levantó la mirada. Aquel hombre, le había resultado familiar. En cuanto sus ojos lo localizaron de nuevo, y él giró el rostro hasta dónde ella estaba, el corazón le dio un vuelco.

─¿Nathan? ─susurró. Las puertas se cerraron, impidiendo que Olimpia pudiera confirmar si lo que había visto era real o sólo producto de su imaginación. 

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